Edición n° 2953 . 22/12/2024

VIAJANDO POR UN SUEÑO

En Uruguay no existe el sufragio consular. En cada elección, entonces, miles de uruguayos residentes en Argentina tienen que cruzar el río para votar. Laura Malosetti Costa viajó dos veces este año para elegir presidente y, de regreso a Buenos Aires, envuelta en un movimiento de solidaridad y de fortalecimiento de vínculos afectivos a lo largo del tiempo y la distancia, comparte su alegría por la victoria del Frente Amplio.

Por segunda vez en un mes estoy a bordo de un barco que me trae desde Uruguay de nuevo a casa. En las elecciones presidenciales de octubre de 2024, el candidato del Frente Amplio (FA) se impuso por casi veinte puntos al del partido oficialista (44% frente a 27%). Pero para ganar en primera vuelta en el país donde nací es necesario obtener el 50% más un voto. Si no, hay balotaje. Entonces, por segunda vez crucé el río para votar. A esta hora, en el Buquebus que me trae de regreso, todavía no sabemos quién ganó las elecciones. Yamandú Orsi (FA) lideraba todas las encuestas pero la diferencia, dicen, es muy pequeña y hubo muchos indecisos… Tengo nervios y mucha esperanza. 

Quiero capturar este momento sin noticias ni señal de internet para transmitir la felicidad intensa que nos produce a los uruguayos que residimos en Buenos Aires viajar a votar. En Uruguay no existe el sufragio consular. La ley electoral está diseñada para bloquear el voto de quienes tuvimos que abandonar el país expulsados por la represión (entre 1973 y 1985, la dictadura forzó a alrededor de 380.000 personas a exiliarse, casi el 14% de la población) o por la miseria y la falta de esperanza en un futuro. En 2009, un plebiscito rechazó la reforma que proponía el voto de los uruguayos en el exterior. Pero aún cuando seguimos firmando petitorios y luchando para conseguirlo, creo que no sería lo mismo ir a votar a la embajada. Cada vez que cruzamos el río se produce un movimiento de solidaridad, de empecinamiento, de fortalecimiento de vínculos afectivos de largo, larguísimo trayecto a lo largo del tiempo y la distancia… y de vínculos nuevos con todos los que me rodean.

Me siento un poco heroica, un poco muy militante otra vez, convencida de mis ideales que hoy podrían clasificarse políticamente como un moderado centroizquierdismo basado en la pequeñez, las tradiciones y buenas conductas cívicas de mis compatriotas. Sin embargo hay mucho más. En un contexto global muy oscuro, hay una confianza (un poco exagerada tal vez) en aquello en lo que creí y sigo creyendo que es posible: un mundo mejor, más justo, más feliz. Aunque sea en pequeña escala. Cada vez que viajo a votar, ese país me convierte en la vieja adolescente idealista que fui. 

No importa que Uruguay tenga defectos: la población no crece, el costo de vida es  altísimo, no hay gas natural, la tasa de graduación universitaria es baja, entre muchos otros. No importa que cambie poco. Importa que estoicamente, contra viento y marea, sin romper las reglas de hierro que se fraguaron tras la última dictadura para que nunca ganara la izquierda una elección, la voluntad popular sigue siendo así, sin rencores ni odios, respetuosa y conservadora. Conservadora de las buenas tradiciones: la moña azul en las escuelas, los autos frenando en las cebras, los mates, los amigos que nos queremos tanto. Allá y aquí nos fortalecemos en este despliegue de solidaridad y constancia. 

Mi primer viaje a votar fue en 1990, cuando ganamos por primera vez Montevideo. Desde entonces no he faltado nunca. Aquel fue un viaje muy intenso, inolvidable, en uno de los ómnibus que había conseguido el Frente Amplio para ayudar a cruzar la frontera. Fui con mis dos hijos muy pequeños en una travesía tortuosa que duró toda la noche. Al regreso ya se sabía que habíamos ganado la intendencia de la Capital. El ómnibus atravesó la ciudad, salió de la explanada frente al Palacio Legislativo, pasó por la Teja y el Cerro rumbo a los puentes. A medida que avanzaba, éramos saludados por multitudes en las calles, como si fuéramos héroes. Mis hijos todavía se acuerdan. Al otro día entraron a su jardín de infantes en Buenos Aires embanderados y gloriosos.

Hoy viajo al ballotage con mi amigo de siempre, Rubens Bayardo, con quien compartimos tantos años de exilio y de estudio en la Universidad de Buenos Aires. Hoy dirigimos carreras y escuelas en la Universidad de San Martín. Y viajo gracias al trabajo maravilloso que hace el comité de base Alba Roballo del Frente Amplio en Buenos Aires. No tiene local, nos comunicamos por un grupo de Whatsapp que tiene más de 150  miembros y nos reunimos de manera presencial una vez antes de viajar. Hay unos treinta comités del Frente en Argentina. El Alba Roballo fue fundado por Juan Carlos Tabarez y siempre estuvo presidido por mujeres. Sus militantes trabajan incansablemente desde hace años para lograr mantener las banderas y debatir y discutir las consignas del Frente aquí. En cada elección, consiguen viajes con descuentos importantes o gratuitos para los que no pueden. 

Para este balotaje, tanto el Frente Amplio como el Partido Nacional buscaron formas de facilitar el viaje de los votantes desde Argentina hacia Uruguay. Hubo también colectas en Australia, en Suecia y Canadá: ¡hay gente que viaja desde allí! Y muchos cruces de frontera desde Brasil, Paraguay y Argentina gracias, sobre todo, a un trabajo militante de meses para que esto se produzca cada vez. No tenemos cifras exactas, pero los Frente Amplio somos miles: “En octubre se gestionaron 8000 viajes por Buquebus, para el balotaje 12000. Sumando micros, Colonia Express y particulares, alrededor de 20000 compatriotas cruzaron a votar”, dice Tabarez. 

Son las 20.30 y estamos en el medio del río. Me animé a colgar la bandera del Frente en mi mochila. No tengo conexión a internet y mi celular se descargó, pero escucho gritos de alegría detrás mío. Adela Amenábal, psicoanalista y Magela Martínez, médica, festejan sin disimulo: ¡Cinco puntos de ventaja! Ambas fueron militantes del FER (Frente Estudiantil Revolucionario) y FER 68 en los años 70, como yo, como Rubens. Ambas emigraron en 1974, igual que nosotros. Pasó medio siglo y aquí seguimos reconociéndonos. 

Casi nadie más festeja. Nadie viene a saludarme por ahora. Parece que hay muchos turistas y volvimos sólo quienes no podíamos quedarnos a festejar porque teníamos que estar el lunes temprano en Buenos Aires. Los pocos que viajamos nos vamos reconociendo: la etiqueta de Orsi en un termo, las banderas atadas a los bolsos, a las cinturas. Nos vamos felicitando emocionados. Hasta los empleados de Buquebus nos saludan en voz baja. No tenemos señal ni datos precisos pero sabemos que ganamos. ¡Qué felicidad tan grande! Me apena no poder quedarme a festejar en Montevideo, tengo que entregar diplomas a los estudiantes que se reciben y luego consejo superior en la Universidad. Todo también muy hermoso e importante. No se puede todo… pero casi.

Por: Laura Malosetti Costa/ Arte: Francesca Cantore