Edición n° 2924 . 23/11/2024

Valencia/Zánganos de buena familia y un furgón del Mercadona

Cuando los populares recuperaron el Govern de la Generalitat, tras las elecciones de mayo de 2023, el militante valencianista Ricard Chulià reiteró la siguiente plegaria: “Por favor, que esta vez solo se dediquen a robarnos”.

Hace casi diez años la exvicepresidenta valenciana Mónica Oltra pronunciaba las palabras que han resonado con más fuerza durante estos días: El PP es más peligroso por inútil que por corrupto. Cuando los populares recuperaron el Govern de la Generalitat, tras las elecciones de mayo de 2023, el militante valencianista Ricard Chulià reiteró la siguiente plegaria: “Por favor, que esta vez solo se dediquen a robarnos”.

Quizá hace un tiempo y visto desde fuera a cualquiera le daría por pensar que ambos exageraban, que era imposible que la derecha española pudiese ser más incompetente que ladrona. Después del horror que hemos presenciado en los últimos días no cabe duda de que, efectivamente, lo mejor que nos habría podido pasar a los valencianos es que el actual gobierno de Carlos Mazón solo se hubiese limitado a saquear lo poco que dejaron sus predecesores.

Quienes los conocemos de cerca sabemos que la inutilidad de los principales mandos del PP valenciano es tan inabarcable como la inmensidad del océano o el amor de una madre. El actual Consell, presidente incluido, está desacomplejadamente integrado por lo que podríamos definir como zánganos de buena familia. Hijos y nietos de. La clase de gente con corbata y con título universitario que cuando abre la boca demuestra que en realidad es el invitado perfecto para la cena de los idiotas. Vázquez Montalbán diría de ellos que para eso ganaron la guerra, para no tener que pensar nunca más.

Carlos Mazón reaccionó con mucha más urgencia a una pancarta vecinal que ponía Països Catalans en el barrio barcelonés de Gracia que a los insistentes avisos de la Aemet

Los dirigentes al frente de la Generalitat solo sirven para dar la batalla cultural contra el catalán y a favor de los toros. De hecho, en ese lodazal del absurdo, el ridículo y el folklorismo se mueven mejor que nadie. Por poner un ejemplo, Carlos Mazón reaccionó con mucha más urgencia a una pancarta vecinal que ponía Països Catalans en el barrio barcelonés de Gracia que a los insistentes avisos de la Aemet y de la Confederación Hidrográfica del Xúquer en los días previos a la catástrofe.

¡No nos harán catalanes!, vocean ante cualquier estímulo cultural. ¡300.000 euros para la Fundación Toro de Lidia!, desembolsan sin ningún tipo de pudor. ¡Una mascletà en Madrid!, celebran como un enjambre de paletos provincianos. Pero más allá de alaridos cavernícolas envueltos en un aura de caspa fascista no hay absolutamente nada que rascar.

Para la posteridad quedarán las declaraciones exultantes de Carlos Mazón anunciando la supresión de la Unidad Valenciana de Emergencias. De la mano de sus por entonces socios negacionistas de Vox, el President no pestañeó a la hora de menospreciar el intento del anterior gobierno progresista de mejorar la capacidad de respuesta ante los crecientes retos de índole climática. Mazón salió a cámara blandiendo el falo y vociferando ¡fuera ese chiringuito! y entonces ordenó desmantelar un órgano que olía a zurdos comesojas.

Somos un pueblo obligado a esperar paciente detrás de un ceda el paso infinito porque aquí quien tiene la prioridad incuestionable para circular es cualquier gilipollas con una idea absurda en la cabeza

El presupuesto que preveía el gobierno autonómico para la Unidad Valenciana de Emergencias rondaba los nueve millones de euros, según figura en la propia web de la Generalitat. El importe contrasta con los cerca de 40 millones que se calcula que cuestan los festejos populares taurinos a las arcas públicas valencianas cada año. Cualquier comparativa es susceptible de ser tildada de demagógica, pero en este caso ayuda a entender lo que es la verdadera sensación de la valencianidad. Somos un pueblo obligado a esperar paciente detrás de un ceda el paso infinito porque aquí quien tiene la prioridad incuestionable para circular es cualquier gilipollas con una idea absurda en la cabeza.

Aunque fue una información empañada por la catástrofe, el mismo martes día 29 a mediodía se daba a conocer que el gobierno valenciano ponía fin al Plan de Protección del Litoral y autorizaba la construcción o habilitación de alojamientos vacacionales a tan solo 200 metros del litoral. Cada movimiento de la derecha valenciana sirve siempre para ilustrar el sudapollismo con el que enfrentan los criterios de la comunidad científica, sea en el ámbito que sea.

Es su modelo y, más que su modelo, es en realidad el modelo de las élites empresariales a las que rinden pleitesía. Mazón no paralizó la actividad económica cuando el agua llamaba a nuestra puerta porque sabe que su función es garantizar que Juan Roig siga facturando. “En Irlanda llueve más que aquí y no veo que se paralice el país, anda y ponte a repartir, maldito vago”. También fue mala suerte que todo el mundo identificase la marca pese al repentino borrado mágico que sufrieron las nueve letras de Mercadona en el furgón zarandeado por las aguas desbordadas.

El PP valenciano ha protagonizado cagadas muy gordas, gordísimas. Pero ninguna ha alcanzado los niveles de criminalidad que hemos visto ahora. Al cierre de estas líneas se han confirmado las cifras de más de 200 muertos y aproximadamente 1.900 desaparecidos. Puede que nuestro gobierno no haya aprendido nada de los errores del pasado y tenga la intención, como ha hecho siempre, de patalear hacia delante y aquí paz y después gloria. El único problema que le veo a esa especie de homeopatía para estúpidos es que nosotros sí que hemos aprendido algo. Y aunque seamos una banda de desheredados que no tenemos más que una alpargata en un pie y una zapatilla en el otro, esta vez no vamos a permitir que se sacudan las muertes tan rápido como hicieron con el accidente de Metrovalencia.