( Por Juan Carlos Junio) En la semana, tres gobernadores radicales que habían anunciado que no asistirían a un encuentro para ser informados oficialmente sobre el avance de las negociaciones con el FMI, terminaron cambiando de postura. Con ello dejaron en posición adelantada a Horacio Rodríguez Larreta, quien intentó justificar su ausencia con el razonamiento de que “la reunión informativa a la que fueron convocados se asemeja a una reunión política, más que a una reunión institucional de trabajo”. Todo indica que este argumento de oportunidad pretende encajar con el espacio de la anti política, sin embargo, la excusa naufraga a poco de andar, ya que se trata del jefe de Gobierno de la CABA, quien ocupa un puesto importante en la estructura institucional.
Larreta, en su afán presidencialista, privilegia sus propias internas políticas partidarias, desplazando el interés de la ciudadanía a un segundo plano, como si los términos de un acuerdo con el Fondo no fuera una cuestión prioritaria, y en la que el PRO no tuviera nada que ver.
Al negarse a participar de la reunión abona el postulado de la posverdad más extrema, consistente en negar lo evidente: durante la gestión de Juntos por el Cambio a nivel nacional fue cuando se contrajo la deuda con el Fondo, a sabiendas de que era impagable y que traería consecuencias gravísimas para la vida del pueblo y para la Nación. Resulta incontrastable que todo Juntos por el Cambio avaló la decisión del ex presidente Mauricio Macri, muy particularmente Horacio Rodríguez Larreta, quizás su discípulo más aventajado.
Se sostiene que “el ámbito para plantear esto es el Congreso Nacional”, cuando todo el mundo puede recordar que el préstamo más grande de la historia del FMI del 2018, jamás pasó por el Parlamento. Además, fue el actual gobierno el que impulsó la ley de «Fortalecimiento de la Sostenibilidad de la Deuda Pública», que entre otras cosas estipula que los acuerdos con el Fondo deben pasar por el Congreso.
Los hechos concretos demuestran que la oposición se propone que al actual gobierno le vaya mal, sin importar las consecuencias para millones de argentinos y argentinas. El último y más flagrante ejemplo fue dejar al país sin Presupuesto para el 2022, con el cual mantenía diferencias ideológicas, ya que no se basó en el ajuste tradicional propugnado por el FMI y el establishment empresario y mediático local. Por el contrario, su estrategia era que la economía se siga recuperando a fin de atender lo prioritario que es la deuda social, particularmente con nuestras niñas y niños, sumidos en el oprobio de la pobreza y el hambre.
El ministro Guzmán señaló en la reunión con los gobernadores y las gobernadoras que el Gobierno argentino propone “un programa que le dé continuidad a la recuperación fuerte que la economía está viviendo”, y que el FMI presentó un programa “con alta probabilidad” de que se detendría la recuperación. “Es esencialmente un programa de ajuste del gasto real”. Si quitamos la literatura que intenta velar la base del planteo del organismo, chocamos con el Fondo auténtico, que saltea sus propias autocríticas y vuelve a insistir con un ajuste que fracasó en todas partes, en particular en Argentina. Un programa que, como sostuvo el ministro Guzmán, “no restauró la confianza del mercado, subió el riesgo país, no protegió a los más vulnerables de la sociedad, subió la pobreza, cayó el empleo y no fortaleció el marco para reducir la inflación”.
Quizás resulte ocioso recordar que ese programa fue acordado entre el FMI y el sector político que hoy forma parte de la oposición. Un plan ideado para validar un ajuste cruel para nuestro pueblo con el fin de lograr la reelección de Mauricio Macri, o en su defecto, condicionar a un futuro gobierno. Precisamente es lo que está ocurriendo. Es una oposición que se siente más representada por los parámetros de la visión ortodoxa y, en consecuencia, se afirma en que volvería a endeudar al país, como lo confesó en el debate María Eugenia Vidal. Ciertamente es lo que la derecha hizo tantas veces a lo largo de la historia. Son coherentes con su ideología y representan cabalmente al interés de sectores minoritarios extranjeros y locales.
Al rechazar el Presupuesto nacional, obturaron avances muy trascendentes en materia social y de inversión pública. Uno de los pilares era la inversión en infraestructura, que subiría 1,3 puntos respecto del 2019. En contraposición, entre 2019 y 2017 se había registrado una baja de 1 punto porcentual. Los recursos destinados a la educación crecerían, pasando a ser el 1,4% del PIB, respecto del 1,1% de 2019, comenzando a revertir lo ocurrido entre 2017 y 2019, cuando cayeron unos 0,5 puntos del PIB. Este tema crucial se debe tener en cuenta, ya que uno de los grandes caballitos de batalla de la oposición durante la ASPO/DISPO fue que al gobierno nacional no le interesaba la educación. También se proyectaban incrementos para salud, en ciencia e innovación, y en los rubros destinados a la inclusión, los que incorporaban políticas para continuar reduciendo la brecha de género.
Iniciamos un año muy determinante, no sólo por lo que ocurrirá con el FMI. Si el gobierno nacional en el 2022 logra encausar las demandas del electorado y comienzan a mejorar sus condiciones de vida trabajadores y clases medias, se afirma la perspectiva de seguir avanzando hacia un país distinto, más justo en términos sociales y culturales. La experiencia electoral y el pronunciamiento que se plasmó en las dos grandes manifestaciones en la Plaza de Mayo, confirman que hay un camino de protagonismo y participación popular, que se debe generalizar a todos los niveles de la sociedad.
Por el otro lado, la oposición de derecha cada vez más inficionada de ultraderechismo no deja de preocupar, a pesar del maquillaje que le fabrican los medios masivos de comunicación. Por lo tanto, entre los grandes desafíos del 2022 están los de distribuir riqueza y crecer, pero también enfrentar a ciertos núcleos antidemocráticos, incluyendo a los grotescos aspirantes a fascistas y los que añoran a la Gestapo.
Este eje central de la política, se debe recorrer con el consenso de la ciudadanía y en el marco de la democracia. Se trata una vez más de tener confianza en nuestro pueblo. Cierto es que este enunciado deviene de ideas utópicas. Pero fueron los idealismos de todos los tiempos los que abrieron paso al progreso y la justicia social. La historia argentina y universal demuestra que los grandes hitos se forjan a partir del protagonismo popular. En clave regional, es interesante registrar lo dicho en una nota del New York Times (Clarín, 4/1/22), titulada:
“La izquierda asciende en América Latina y se avecinan elecciones clave. La creciente desigualdad y el estancamiento de las economías impulsan una ola de victorias izquierdistas que pronto se extenderán a Brasil y Colombia”. Al interior del texto se comenta que ello “colocaría a la izquierda y el centro-izquierda en el poder en las seis economías más grandes de la región, desde Tijuana hasta Tierra del Fuego”. El gran triunfo popular chileno ratifica este enfoque. La propuesta neoliberal es un fracaso para la vida de los pueblos y la soberanía de las naciones. De allí este renovado despertar que ya mira con optimismo el triunfo de Lula en Brasil, y el nuevo rol de la CELAC para el destino de nuestros pueblos.