Edición n° 2911 . 10/11/2024

Rascar la olla: el desfinanciamiento de los comedores

En el barrio Zavaleta, Lanús o el lugar que sea, las cocineras estiran raciones, hacen colectas y bingos para no interrumpir la esencial tarea de brindar un plato de comida a cada familia, aunque Nación no mande mercadería. «Hacemos lo que no hace el Estado», avisan.

Es media mañana en Zavaleta, la barriada popular encajada en la triple frontera que hermana Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya en la ciudad de Buenos Aires. Arriba el cielo en el sur de la ciudad está tramado por cables tendidos a la marchanta. Abajo las laboriosas cocineras del siempre generoso comedor comunitario Evita le meten dosis parejas de justicia social a las ollas.

El pan nuestro de cada día lo prepara María Ballesteros. Pila de años lleva alimentando a sus vecinos la «Baby». Mientras ralla zanahoria con precisión quirúrgica, reflexiona sobre las carencias y el hambre en estos tiempos de ajuste salvaje mileísta: «Acá pasé el 2001, la pandemia, otras crisis, y esta es bravísima. No hay un mango, la gente del barrio se queda sin trabajo, los precios vuelan, cada vez más vecinos vienen a buscar la cena. Encima, desde diciembre Nación no manda mercadería. ¿Qué vamos a comer?». Las cocineras del Evita rascan la olla, estiran raciones, hacen colectas y bingos para no interrumpir su esencial tarea.

Tres mil pesos un paquete de arroz, ocho lucas una pasta de dientes y varios billetes más el papel higiénico. El sueldo de Baby se derrite al toque en el verano de la motosierra: «Cobramos un Potenciar Trabajo de $ 78 mil y algunos extras, no alcanza para nada. A muchos compañeros se les cortó. Encima, los del gobierno dicen que somos vagos, planeros, pero acá trabajamos para que todos los días llegue un plato de comida a todas las familias. Hacemos lo que no hace el Estado».

Foto: Pedro Pérez

Foto: Pedro Pérez

Donde hay una necesidad

Lorena Corral es una de las fundadoras del Evita. Llegó a La Quema 30 años atrás para dar una mano en el mítico comedor de doña Olga, el primer espacio dedicado a asistir a los olvidados habitantes de la villa en los tiempos de la post dictadura. «Daba clases de apoyo escolar, vi crecer generaciones de pibes y pibas. Acá tenemos centro cultural, biblioteca, estudian los chicos. Siempre hubo necesidad, pero está todo muy difícil. Somos 30 personas que alimentamos a 700 vecinos y a gente que viene porque hace una changa en Capital, creció la demanda casi un 20% desde diciembre», dice.

Las cocineras del Evita se movilizaron el pasado lunes hasta el Ministerio de Capital Humano que pilotea con mano dura Sandra Pettovello. Llegaron tempranito al soberbio barrio de Retiro y esperaron pacientes en la larguísima fila contra el hambre a que la ministra reikista cumpliera su promesa de atender a cada hombre, mujer, niño y anciano que tuviera una necesidad. Se fueron con las manos vacías. Blanca Alfaro, al tiempo que pela papas con amor y estoicismo, reflexiona: «No les interesamos. ¿Por qué no dicen abiertamente que quieren que nos muramos de hambre? Creo que San Martín dijo que el rey español pensaba que si el pueblo no tenía para prender leña, tenía que usar poncho. Que si no tenía para darles de comer a los caballos, no podía tener caballos. Que si no podía comer, el pueblo se tenía que cagar de hambre. Un día el pueblo decidió ir a buscar al rey. Es la historia de siempre».

Foto: Pedro Pérez

Foto: Pedro Pérez

Rebuscarse para que no falte

Un aguacero va a caer sobre Villa Caraza, arrabal obrero de Lanús. En el mediodía del jueves, Gabriel y su tía apuran el paso para retirar el preciado tupper y un paquete de yerba en el Comedor Esperanza que crece. El muchacho de 27 pirulos se gana el pan como barrendero en una cooperativa: «Cobro y a los pocos días me quedo sin plata. En el mercadito agarro lo más barato, sólo eso. El comedor nos ayuda a zafar. No me imagino cómo van a ser los próximos meses con los aumentos de tarifas que se vienen». Vivir al día es el epígrafe de esta cruel postal que sufre el Conurbano plebeyo.

En ese comedor, coordinado por Alejandra Ramos del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), se amasan 40 kilos de harina y polenta por día para las rosquitas de la merienda. Antes cocinaban de martes a viernes pero desde que no reciben mercadería de Nación, sumado a la inflación, sólo martes y jueves. Los que gestionan el espacio son 30 personas con diferentes roles: apoyo escolar, asistencia en salud o trámites. Algunos, a las 5 AM, van al Mercado Central a buscar lo que donan o desechan los productores para sumar al menú. Hacen rifas, organizan bingos, buscan donaciones. En ausencia absoluta del Estado, el comedor insiste en que ninguno se vaya a su casa con hambre. «Hay compañeros que hacen productos y si los pueden cambiar por algo de comida para el comedor, los cambian. También las que hacen cosas en los talleres de carpintería o herrería y todo es bueno, todo suma», cuenta Alejandra.

Foto: Pedro Pérez

Foto: Pedro Pérez

«A veces no como pero que coma ella»

No alcanza el gas de la garrafa para cocinar en el anafe de Esperanza que crece, por eso José, el cocinero, se ocupa de hacer el fuego en la vereda y de mantenerlo vivo durante toda la cocción. Tiene 57 años y es de pocas palabras. Vive con su nieta de 13, no puede levantar demasiado peso por una hernia y desde hace unos días, cuenta, acondiciona un carro para salir a cartonear. «A mí me está pasando lo mismo que a la gente que viene, lo que tengo no me alcanza y me llevo algo de comida de acá». Dice que lo pone mal pensar en el mañana. «A veces duele la panza de hambre, a mí me preocupa que falte para darle de comer a mi nieta, a veces no como pero que coma ella».

Dos veces a la semana se cocina en tres ollas de 100 litros cada una. Lo que cabe en un pequeño contenedor de plástico son entre tres y cuatro litros de comida para familias que, en general, tienen cinco o seis pibes cada una, más los adultos. «Antes, nadie te decía nada, ahora vienen y ‘che, mirá que somos cinco, seis, siete, agregale un poco más’». Con esa ración muchos tratan de asegurarse la cena.

En promedio, cada vez que cocinan llenan 120 recipientes de plásticos tamaño standar, es decir, alimentan a 120 familias del barrio, Lomas, Fiorito y La Ribera. Alejandra dice que por dos o tres días, a principios de mes, esa cantidad puede bajar a 80 porque la gente cobró algún mango pero casi de inmediato vuelven. Y que esa cantidad, en los últimos meses, se fue acrecentando. «Lo que siempre se sostiene es la gente grande, ellos vienen todo el mes, la necesidad que tienen es muchísima, son el sector más vulnerable».

«Que pise el barrio»

«Nos tienen muy abajo por ser pobres, estamos muy humillados por este gobierno», dice Alejandra Ramos, del Comedor Esperanza que crece en Lanús. Fue parte, junto a sus compañeras, de la fila del hambre que se armó el lunes pasado en el Ministerio de Capital Humano a raíz de los dichos de la ministra de que recibiría uno por uno a quienes tuvieran hambre. «Estaría bueno que (Sandra Pettovello) algún día venga y pise un barrio, no sé si en algún momento lo hizo, no la conozco, yo respeto todo pero no sé si vivió en carne propia lo que es un barrio popular y el trabajo con la gente».
Alejandra no sabe cómo definir lo que es justicia social para ella pero lo más cercano, asegura, puede ser la emoción de una familia que llora cuando tiene una canilla de la que sale agua potable dentro de su casa. «No somos vagos porque tengamos un plan, ojalá la ministra y el presidente vinieran a ver el laburo real que hay en los barrios, tenemos cuadrillas de construcción que están haciendo posible estas cosas».

El gobierno de Javier Milei no ejecutó ni un peso

En enero de 2023, la ejecución presupuestaria destinada a comedores comunitarios fue del 24 % del total, mientras que al día de hoy es del 0%, de acuerdo a los datos oficiales del Presupuesto Nacional.
La única ejecución realizada por el Gobierno fueron los giros por la Tarjeta Alimentar, una política de asistencia dirigida a niñas y niños de hasta 14 años, lo cual representa el 32 % de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia.
Según expresaron fuentes oficiales, la asistencia a los comedores se suspendió para realizar una mejora en el sistema y lograr que los establecimientos compren la mercadería de forma directa, con una tarjeta. No obstante, de forma previa se llevaría a cabo una auditoría presencial a cada comedor, proceso para el cual no existen plazos establecidos ni fecha límite.


Mientras tanto, los comedores comunitarios afrontan la inflación en ascenso sin ningún tipo de asistencia. En este sentido, cabe mencionar el relevamiento de precios realizado por el Centro de Estudios por la Soberanía Popular Mariano Moreno en los comercios de los barrios populares.


Durante enero, el estudio reveló cifras preocupantes: hubo subas de precios en jugos en polvo 63,3 %, la polenta 54 %, el aceite 45 %, la harina 43,5 % y la leche 41,4 %.


«Si el Estado sólo prorroga las partidas del Presupuesto 2023, el desfinanciamiento para los comedores populares será muy importante», advirtió Rafael Klejzer, del Centro de Estudios.

Por: Nicolás G. Recoaro Y  Gabriela Figueroa