(Por Rubén Pallone, Presidente de la Cámara Industrial de Manufacturas del Cuero y Afines – CIMA)
Escuchamos a diario como se cuestiona el rol del Estado en la organización social y fundamentalmente su participación en la economía. Algunos proponen retirarlo hasta de la gestión de sus áreas más específicas, tales como salud, educación y seguridad, livianamente plantean que el Estado no actúe en la economía, como si ello ocurriera en algún lugar del mundo. Aún los países más liberales tienen una batería de leyes y reglamentaciones que regulan el funcionamiento de la economía en función de los intereses generales del país. Por supuesto es necesario que exista racionalidad en el tamaño y la eficiencia del Estado, y quizás haya que replantearse algunos de sus mecanismos internos de funcionamiento, para que el esfuerzo impositivo de la sociedad sea utilizado de la mejor manera. Pero como nación soberana no podemos renunciar al control de las riquezas y las relaciones de intercambio económico y laboral.
Por ejemplo, Argentina es uno de los más grandes exportadores de alimentos del mundo fundamentalmente granos y cereales que son exportados en su gran mayoría por 5 empresas. Todos sabemos que es mucho más negocio exportar con algún grado de elaboración, que tal y como se cosecha, pero son esas empresas las responsables de buscar mercados para los productos elaborados, y hacer las inversiones para industrializarlas. Si eso no ocurre es porque esas empresas, lógicamente hacen lo que les resulta más rentable. Por tanto es el Estado quien debe generar las condiciones para que a esas empresas les convenga más industrializar que exportar a granel, por ejemplo, con un sistema de premios y castigos donde quienes más valor agreguen, paguen menos impuestos. De la misma manera se debería actuar con todos los productos que actualmente se exportan sin valor agregado, como el litio, los barros de oro, y otros minerales, el cuero etc. Sin un Estado que defienda los intereses generales, y se proponga la utilización de esos recursos para el desarrollo del país, por sobre los intereses sectoriales, estaríamos expuestos a la desintegración nacional.
Correr al Estado de la economía ya fracasó
En las décadas del 70 y 90 se implementó un experimento que consistía en que el Estado se desprendiera de todos los activos que a través de décadas, habían sido desarrollados por todos los argentinos, para entregárselos al sector privado a precio vil, con la excusa de hacerlos más “eficientes”. Se nos explicó que el Estado no era necesario y que el mercado podía resolverlo todo. Al poco tiempo de implementado demostró su fracaso.
Fracasó YPF que, durante la operación por parte de REPSOL, no hizo un solo pozo nuevo, y se exportó en crudo la reserva que se había generado durante décadas de trabajo de prospección y desarrollo de pozos por parte de YPF, dejando al país sin capacidad de auto abastecimiento.
Fracasó la producción de acero, cuando se entregó la empresa SOMISA al grupo que actualmente la posee, y que, siendo el único productor le fija los precios a todo el complejo industrial metalúrgico. Lo mismo ocurre con la producción de aluminio.
Fracasó el retiro del Estado en el transporte naval, y ferroviario que no fue reemplazado por ninguna empresa privada nacional, y que trajo como consecuencias el encarecimiento de los fletes nacionales e internacionales y el cierre de empresas proveedoras y astilleros como Astarsa y otros,.
Fracasó la eliminación de la Junta Nacional de Granos, para dejar en manos del sector privado la exportación, y sean ellas que decidan en que momento liquidar, acopiando y especulando muchas veces con la necesidad de divisas, para obtener ventajas.
Fracasó el servicio de saneamiento cuando se entregó Obras Sanitarias de la Nación a la empresa francesa Aguas Argentinas, que no cumplió con los compromisos de ampliación del servicio de agua corriente y cloacas. Siendo Aysa, la empresa estatal que actualmente brinda el servicio, la que lo está ampliando.
Fracasó Aerolíneas Argentinas en manos de Iberia (Empresa estatal española) que vendió la mayoría de la flota, instalaciones en todo el mundo, y las mejores rutas, incluida la Transpolar, un orgullo argentino, que había logrado acortar muchísimo el tiempo de los vuelos a oriente.
Fracasó el Correo, que no solo no mejoró la gestión, si no que fue vaciado, y tuvo que ser nuevamente nacionalizado, hoy en manos del Estado nacional, es nuevamente líder en el sector.
Antes de ese nefasto experimento, Argentina era un país con una relación muy baja entre PBI y Deuda, con índices de pobreza, inflación y desempleo que no superaban un digito. Claramente son esas políticas las que explican la decadencia argentina. Los que hoy pretenden explicar los problemas económicos a partir de la injerencia del Estado, están apostando a la falta de memoria de los argentinos. Los que hemos conocido ese país tenemos la obligación de ejercer la memoria frente a las nuevas generaciones que se formaron en la actual decadencia, y no saben de la existencia de esa otra Argentina que sistemáticamente se extirpó de la memoria social.
No se trata solo de nostalgia por el pasado, se trata de saber con que políticas se crece y se vive mejor, defender los recursos naturales y humanos de una nación, es la base de su grandeza. Cuando eso se abandona, so pretexto que el mercado lo va a resolver, irremediablemente nos vamos a encontrar con un escenario como el actual o mucho peor.
El sistema actual no puede explicarse con las teorías clásicas del siglo XIX, hoy existen conglomerados económicos con mucho más poder que los propios Estados, la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población y ese no es un poder democrático, no los elige nadie. Al Estado lo manejan las personas que nosotros elegimos todavía. No pongamos al zorro a cuidar las ovejas.