José Negrón Valera
Dentro de los archivos de las guerras de baja intensidad de los últimos tiempos es posible que no exista un ejemplo como el venezolano.
A este país se le declaró una serie de hostilidades que aún hoy siguen siendo material de debate y revisión por tanques de pensamiento, intelectuales e incluso organismos internacionales, dedicados a tratar el tema de derechos humanos.
Más aún, es posible que el chavismo sea el movimiento político que ha sido sometido a más pruebas en las últimas dos décadas. Aún incólume, con sus claroscuros y tensiones propias de cualquier propuesta que haya decidido plantarle cara al status quo, el chavismo enfrenta de nuevo este año 2022, un reto que lo expondrá de nuevo a someterse a la mirada interna.
Desde la oposición tradicionalmente adversa, hasta nuevas voces de la disidencia que ha abandonado las filas del partido fundado por Hugo Chávez, advierten que la agenda política para este período estará marcada por la puesta en marcha de mecanismos para activar el referéndum contra Nicolás Maduro Moros, presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela.
Sobre la base de este nuevo reto, es necesario pensar cómo se desarrolla el mapa estratégico al que el Gobierno venezolano deberá plantarle cara, si es que desea continuar al frente de las riendas del país suramericano.
Los efectos del largo asedio
Cuando el Pentágono golpea, golpea fuerte y donde debe. Hacer un análisis sobre la sociedad venezolana que no tenga en cuenta la estrategia multidimensional y descarnada que desarrolló la Casa Blanca para desbancar al Gobierno de Nicolás Maduro del poder no es solo es miope y parcial, sino absolutamente injusta. Negar los efectos de las medidas coercitivas unilaterales deviene en una sospechosa y vacua actitud intelectual.
Hace algunos años el investigador Carlos Lazo me confió una frase a la que no he dejado de darle vueltas. «La inflación en Venezuela no puede ser explicada con conceptos económicos, sino psicológicos. Es la expectativa de ganancia de la clase burguesa, la que dicta la economía del país, no al revés». Puede que esto sea cierto y es por ello que los más sesudos economistas no logran explicar qué sucede en Venezuela bajo los enfoques ortodoxos que aprendieron en las universidades.
Con indicadores económicos tradicionales sería inexplicable ver la dinámica de consumo que se vive en el país. Pero lo que sí explica es lo siguiente: el día en que este artículo se escribe, la tasa del Banco Central de Venezuela se ubica en 4,58 bolívares por dólar. El marcador paralelo a través de redes sociales, que durante muchos años mantuvo en un chantaje permanente al Gobierno nacional, está en 4,59 bolívares por dólar. Sin embargo, en la calle, en el día a día de los consumidores venezolanos, los comerciantes cobran a una tasa de cinco bolívares por dólar. ¿Qué marcador opera aquí? Es evidente que no hay ya ningún referente que pueda explicarse por razones económicas sino, y citando a Lazo, con una muy coherente sentencia. Es «la expectativa de ganancia» de muchos comerciantes la que dicta el precio de los productos.
En un país donde hasta hace algunos años era una odisea conseguir papel de baño y con una disminución del caudal del ingreso petrolero a cero dólares, el Gobierno venezolano tuvo que ceder terrenos insospechados en el control y gestión de la vida pública. La economía fue uno de estos ámbitos. Así como las sanciones y el bloqueo de Washington obligaron a repensar el estilo de bienestar y calidad de vida que se había ganado en Venezuela durante la década de Hugo Chávez, el Gobierno venezolano tuvo que postergar las premisas que sostenían su papel como garante del aparato productivo, comercial y financiero del país. En esta brecha de oportunidad, donde los controles se relajaron para permitir que grupos comerciales abastecieran los anaqueles que otrora llenaba el dinero del petróleo venezolano, fue creciendo y empoderándose no solo una clase, sino una mentalidad. Ya no es el Estado el que sostiene la economía; es la economía la que sostiene el Estado.
¿Puedo vivir sin ti?
Un salario mínimo en Venezuela son aproximadamente dos dólares. Sin embargo, no vemos una crisis humanitaria como la de Haití o Somalia. ¿Por qué?
Las razones son multifactoriales y llenas de matices. Ya sea por el apoyo de las remesas de los venezolanos en el exterior, por el crecimiento exponencial de los emprendimientos o negocios particulares de quienes engrosan (o engrosaban) las filas de la administración pública, la apertura de comercios con inversión extranjera, la recapitalización o reapertura de empresas venezolanas que intentaron sin éxito emprender operaciones en otros países, la propia naturaleza del teletrabajo que ha permitido a los venezolanos ofertar su fuerza de trabajo vía las plataformas digitales, incluso la posibilidad de que en las zonas de fronteras los intercambios comerciales se hagan con moneda foránea sin tantas restricciones, conforman un ecosistema vasto que permite a Venezuela seguir respirando.
Un pilar de estabilidad es que el Gobierno venezolano ha sopesado con mucha inteligencia mantener el subsidio y apoyo directo sobre los servicios básicos del país. Agua, luz, telefonía, el propio Metro de Caracas, son algunos de ellos. Los propios Comités Locales de Abastecimiento Popular, a través de la bolsa de alimentos mensuales que llegan a más de seis millones de hogares y los bonos económicos entregados a través de la Página Web Patria, han permitido mantener a raya los efectos perversos de las sanciones sobre la población general.
Sin embargo, el resumen de todo esto es que mucha gente se ha dado cuenta de que existe vida más allá del aparato burocrático. Y eso tendrá un peso enorme en los próximos desafíos electorales por venir.
Si la gente considera que su calidad de vida no depende de las decisiones o la afiliación al Gobierno actual, entonces ¿qué la ata a elegir otra opción? Es aquí cuando el peso de las ideas y la forma en que se transmiten tienen su capital importancia.
La periodista Cristina González, me preguntaba en un programa de radio si acaso las ideas seguían siendo importantes hoy día. Escuché la pregunta desde el punto de vista del pragmatismo que se ha posicionado en las hendiduras de una población que asume la resiliencia como un precepto diario.
Puede que la gente esté más desafiliada de los partidos, que se asuma como independiente, lo cual es muy coherente con el diseño que ha ido tomando la economía venezolana, que incluso esté apática a participar en procesos electorales. Ciertamente eso lo dicen las encuestas y los números, pero de lo que no dicen los datos cuantitativos es de cómo esto terminará traduciéndose en una decisión electoral.
El objetivo de la guerra no convencional contra Venezuela fue castigar el mal ejemplo. Reprender a un pueblo que había decidido mayoritariamente y durante más de una veintena de elecciones, seguir apoyando la idea de instaurar un proyecto socialista. Ese castigo funcionó como una efectiva terapia de choque al estilo en que la ejecutan los torturadores psicológicos. Convencer a la víctima de que es el responsable de su desdicha, es decir, el agravamiento de la situación económica en Venezuela era producto de elegir al chavismo para manejar las riendas del país. Hay películas, series, documentales donde se cuenta la historia de la diáspora venezolana desde la óptica de quien no ha podido identificar apropiadamente a su victimario.
Es ahí donde las ideas lo son todo. El peor error que se puede seguir haciendo es permitir que el esquema cruel y planificado de sanciones y bloqueo sean el que dirija la arquitectura imaginaria y emotiva de la población.
Ha comenzado a ganar fuerza la noción de que la economía es la única que puede permitirnos la prosperidad. Como si acaso las decisiones acerca del cómo, qué y para qué producir e intercambiar se manejaran fuera de la política. Se quiere alejar a la población de la política.
La antipolítica es la herramienta que las élites siempre consiguen para que, efectivamente, la población general desista de protagonizar los asuntos públicos. Ellas por supuesto, llenarán las sillas vacías. Al alienarse del poder, la toma de decisiones políticas que, por supuesto son las que dirigen la economía de un país, y no al revés, son hechas para beneficiar a pequeños grupos y no para generar suma de bienestar colectiva, mucho menos sustentar esquemas de desarrollo nacionales.
Con las sanciones, Estados Unidos quería llevar a la gente a preocuparse únicamente de su sobrevivencia diaria. Repolitizar a la población, pero también a la juventud venezolana, es garantía de supervivencia en el largo plazo.
Una épica para Nicolás Maduro
El Presidente de la República Bolivariana de Venezuela ha sido el heredero del odio de la derecha internacional que adversó a Hugo Chávez.
Incluso dentro del país, los operadores mediáticos que funcionan como resonadores de la Doctrina del Shock planificada en Washington, sustituyeron a Diosdado Cabello como objetivo de las campañas de odio y desprestigio. Matar simbólicamente a Nicolás Maduro se convirtió en un objetivo de primer orden.
Sin embargo, quizá por modestia o desinterés, se han omitido sus logros o puede que no haya habido una correcta política comunicacional para hacerlos notar. Más allá del debate sobre sus aciertos o desaciertos, hay asuntos netamente objetivos: Venezuela no es hoy Siria, Yemen o Ruanda.
Venezuela ha vivido años donde se mantuvo al borde de una guerra civil, se le ha intentado invadir, se han perpetrado intentos de magnicidio contra la figura del presidente y de altos funcionarios del Gobierno, se le han negado alimentos, medicinas, acceso a recursos financieros. Le han robado el oro, el petróleo, activos en el extranjero. Por mucho menos, cualquier liderazgo habría bajado los brazos. Y visto desde una perspectiva donde el objetivo era nuestra balcanización, es justo admitir que Venezuela y Nicolás Maduro, como líder político del país, han logrado triunfar.
La práctica habitual que vivieron (y viven) nuestros proyectos contrahegemónicos y de izquierda en diversas partes del mundo es la destrucción moral, mediática de los liderazgos, como primera acción antes del asesinato. Ya el mismo hecho de vivir, que podamos celebrar nuestra navidad en un país en paz, son actos verdaderamente heroicos. No reconocerlos es hacerle el juego a la estrategia de los sospechosos habituales y además ser verdaderamente mezquinos.
La figura del presidente debe ser de nuevo reconstruida sobre la base de una convocatoria al rescate de los grandes valores y alcances de un plan de objetivos verdaderamente nacionales y trascendentes. Todo esto, a la par del papel del Gobierno como arquitecto de la agenda pública.
Por supuesto que la economía es importante. Nadie es tan insensato como para pensar lo contrario, pero lo que debemos es entender que si para algo fue lanzada esta terapia de choque contra Venezuela fue para apartarla del camino que la llevó a ser celebrada como una nueva esperanza, en un mundo que había enterrado las utopías y se prestaba a celebrar el fin de la historia.
Venezuela no es la misma que antes del asedio prolongado. No tiene por qué serlo. Hemos vivido situaciones verdaderamente inéditas y hemos aprendido a sobrellevar y sobreponernos a los más duros ataques. Llegó el momento de que la reconstrucción parta de hablar con claridad acerca de qué hemos aprendido de estos años, cuáles han sido los errores y cuáles los aciertos, sin dogmas, sin camisas de fuerza ni chantajes. El propio chavismo necesita repensarse para prevalecer.
Convocar a quienes honestamente desean un país sin tutelas es el primer paso. Hacer un Gobierno con los y las mejores es vital a la hora de ganar credibilidad, pero sobre todo, plantarle cara a la realidad y aprovechar logros como la recuperación de la producción petrolera, para hacer explícito el proyecto de país para la próxima década.
Esto hará que las ambigüedades y dudas se disipen y podamos embarcarnos en rehacer una nación que siga siendo una amenaza inusual y extraordinaria pero para los imperios y hegemones del mundo.
Fuente: Sputniknews