El informe del FMI de esta semana elogia los logros del gobierno pero reclama subir las tasas y el tipo de cambio. Los límites de un modelo «atado con alambre»
( por Raúl Dellatorre / Página 12 / Director de Motor Económico ) Una duda sobrevuela el esenario político y económico. ¿Por qué, después de una serie de hechos contundentes a favor del gobierno en pocos días, como la aprobación del FMI al programa, la renovación de vencimientos del SWAP chino, la votación de la Ley Bases en el Senado, y una nueva caída en la tasa de inflación, todo eso no trajo una sensación de alivio y respaldo en los mercados (financiero y cambiario), no generó una liquidación masiva de exportaciones ni le abrió las puertas de acceso al crédito en mercados internacionales?
Pese a las manifestaciones siempre optimistas del ministro Luis Caputo, incluso cuando las estadísticas de la economía real indiquen que la recesión sobre el mercado interno sigue avanzando, lo concreto es que el gobierno sigue enfrentando alto riesgo de dificultades en el campo financiero, sobre todo en el frente externo.
Los elogios y complacencia expresados por el Fondo Monetario internacional en el staff report difundido el lunes pasado son, a su vez, una especie de trampa, o al menos un laberinto para el gobierno, del cual le va a ser costoso encontrar la hoja de ruta para salir. «Y eso lo perciben los mercados, que a esta altura le picaron el boleto al gobierno», afirma un experimentado frecuentador de esas mesas de negocios.
Vale recordar que fue hace menos de dos meses cuando Milei empezó a dibujar en el horizonte cuál iba a ser el escenario para la salida del cepo y el inicio de un nuevo proceso monetario, que presentaba bajo el título de «competencia de monedas». En dicho escenario, los agentes económicos podrían optar por la moneda con la cual negociar, indistintamente. Monedas que competirían entre sí, por lo cual las más elegidas serían de uso más corriente y la menos elegidas, simplemente marginales. Cuando el peso llegara a ese estadio de marginalidad, el Banco Central procedería a eliminarlo.
El propio Banco Central tomaría a su vez un rol cada vez más pasivo, al retirarse de cualquier forma de emisión monetaria, «ni siquiera comprando dólares, porque es una forma de inyectar pesos en el mercado». Y porque, además, que esos dólares quedaran circulando en el mercado era la forma imaginada para que rápidamente fuera perdiendo presencia el peso moneda nacional.
Dos herramientas fundamentales a las que el gobierno echó mano para lograr sus objetivos es el mantenimiento de una tasa de devaluación mensual del 2 por ciento («tablita» con la que espera que la inflación, que el gobierno entiende como fenómeno puramente monetario, confluya hacia ese punto) y bajar fuertemente la tasa de interés, a un nivel de retribución al ahorro público (plazos fijos) del 30 por ciento anual, y fijando como tasa de referencia del mercado el 40 por ciento. Ambas, negativas en términos reales (más bajas que la inflación).
¿Qué es lo que dice el documento del FMI conocido esta semana? En este último sentido, todo lo contrario.
«Para apoyar la transición hacia un nuevo régimen monetario, en el que la estabilidad financiera y de precios sigan siendo los objetivos primordiales del banco central y donde el uso de divisas sea de libre elección, la tasa real de política monetaria se mantendría positiva para sostener la demanda de pesos y seguir reduciendo la inflación», dice.
«La política cambiaria también debería hacerse más flexible para reflejar los fundamentos económicos, salvaguardar la desinflación, y el proceso de acumulación de reservas, sobre todo a medida que las medidas de gestión de los flujos de capital se levanten gradualmente en la medida que las condiciones lo permitan (levantamiento del cepo)».
El FMI le va marcando una hoja de ruta al gobierno con un camino muy diferente al que vienen señalando Milei y Caputo. Y no sólo eso: en otros párrafos el mismo documento señala otros «mandatos» para la política económica:
* Eliminación del «blend» cambiario para exportadores, es decir, la posibilidad de liquidar el 20 por ciento de las exportaciones por el «contado con liqui»;
* Eliminar el impuesto PAIS en diciembre;
* Avanzar con firmeza en la eliminación de los subsidios al consumo;
* Presentar un plan para eliminar el cepo cambiario en julio.
A los ojos del mundo financiero (y no sólo de ellos), el planteo del Fondo es que el plan económico es insostenible con las pautas actuales. El ancla cambiaria tiene tarjeta roja del organismo, que en cambio sugiere (u ordena) activar el motor de las altas tasas para disputarle la demanda de dinero al consumo (¿monetaristas ortodoxos vs. monetaristas libertarios?).
Bajo esas perspectivas, no es extraño que los exportadores sigan estirando la retención de granos. Aunque pierdan el «blend«, esperan un dólar oficial que los premie más generosamente. Y la perspectiva de que se viene una «obligada» suba de tasas, no hace otra cosa que inducir a demorar o salir de las inversiones en pesos, por el momento.
El resto, son dolores de cabeza políticos para el gobierno. ¿Puede acelerar la eliminación de subsidios al transporte, por ejemplo, sin generar un salto inflacionario? ¿Puede anunciar el fin del cepo cambiario sin agitar todavía más las expectativas de devaluación? Con la recesión lanzada, ¿puede renunciar el gobierno a cobrar el impuesto PAIS, cuando todos los otros están en retroceso, sin arriesgar su adorado equilibrio fiscal?
Por último, el combo de devaluación y nuevo salto inflacionario, ¿no coloca al Tesoro Nacional a una brisa del default, con una en gran parte indexada (CER o dollar linked)?
En definitiva, lo que pareció un cúmulo de buenas noticias económicas y financieras en las últimas, quizás no lo hayan sido tanto. Y aunque Caputo intentó una y otra vez presentarlas como tal, el poder financiero no le creyó. Otra vez, como en el 2018, parece que es quien le está tirando de la alfombra sobre la que sigue parado.