Edición n° 2939 . 08/12/2024

Máscaras

( Por Gabriel Fernández (para La Tecl@ Eñe))

Gestapo antisindical.

El periodista Gabriel Fernández sostiene que a través de la revelación del anhelo cambiemita de contar con una Gestapo propia para perseguir a representantes del movimiento sindical organizado, cae la máscara republicana y la cobertura de los que claman democracia ante “mordazas” y “decretos”.

l uso de la expresión careta para calificar a quien adopta una actitud destinada a cuajar bien con el medio ambiente o a posicionarse dentro de los cánones de la moda contiene algunos elementos dignos de tomar en cuenta. En principio se trata de una impostura que puede equipararse a la hipocresía; sobre todo, denota el anhelo profundo de contrastar con la verdad interior.  Dime de qué alardeas, te diré de qué rengueas.  

Por lo común, la acción de calzarse un disfraz brinda resultados absurdos. Algunos éxitos parciales, muchos traspiés inevitables, cierto tono de inmadurez que, al fin y al cabo, se trasunta. Si bien nadie puede ser conocido plenamente por los demás, los grandes trazos son detectados y la máscara, más que “desenmascarada”, termina ridiculizada. El ejemplo habitual se desplaza en el ámbito económico social: franjas enteras de la comunidad se “trabajan el infarto”, como dijo Jauretche, para adquirir tal o cual marca o producto deseables en detrimento de lo asequible.

Pero hay allí un tono simpático, si cabe la expresión, que evidencia la aspiración de mejora, aun cuando la misma resulte mal encaminada y culmine en la adopción de criterios ajenos al espacio social/laboral al cual pertenece el impostor. El asunto se pone peliagudo cuando la imagen externa, que suele estar acompañada por la diferenciación – acusación del otro, del que no finge – se desvanece a través del conocimiento público de las premisas antagónicas a lo declamado. Hay cámaras por todos lados. El encomiable esfuerzo de algunos medios por proteger a sus acólitos –que también lo son para parecer- no alcanza para un encubrimiento total.

El movimiento nacional, y muy especialmente su vital espacio sindical, ha sido caracterizado desde las distintas variantes liberales como autoritario, fascista, nazi, violento. Son asertos clásicos. Que lo digan Medina y Moyano, por caso. Pero más allá de esas imputaciones resonantes, la historia viene de lejos, involucra a los primeros sindicalistas y recala en carteles colocados sobre las más diversas tendencias, andando el tiempo. Son legendarias las portadas acerca de las “mafias” y también aquellas que dieron a conocer, temblorosas, el “miedo” impuesto por ciertos secretarios generales. Los rastreadores de autoritarismo se complacen en señalar, periódicamente, a quienes según su parecer actúan de modo antidemocrático.

Sin embargo, los crímenes de comienzos del siglo pasado, las persecuciones de la Década Infame, la represión a la Resistencia Peronista, la brutal y sanguinaria acción de la dictadura a partir del 76, podrían ser suficientes para invertir los términos de la caracterización. Ahora, después de sermones con altavoz sobre el autoritarismo de la dirigencia peronista (en especial contra CFK) y de sus equivalencias gremiales, se descubre que uno de los referentes de los caretas consideró necesario establecer una Gestapo con el objetivo de arrasar con la vida de aquellos trabajadores que resuelven organizarse para bregar por sus derechos.

Cae la máscara republicana, cae el oblicuo decir de quienes anuncian argenzuelas, cae la cobertura de los que claman democracia ante “mordazas” y “decretos”. Cae, otra vez.

El sentido profundo es ostensible: junto a una deuda – corsé por cien años -, pretenden  desplegar el delito desde el Estado para impedir el desarrollo de la economía argentina, bandera indudable de la Unidad del Sur. Es que sólo el movimiento obrero puede, con su denostada labor, gestar las condiciones de un mercado interno que beneficie a (casi) todos, aún a quienes se suman al decir impostado y repiten como tontos marcas… y consignas.

Cosa curiosa: en los sindicatos se eligen las conducciones con el voto de los afiliados. ¿Quién escoge y con qué métodos a los representantes empresariales, a los directivos de las ONGs, a los impulsores de las fundaciones, a los delegados de asociaciones que bregan por la democracia? Muchos de ellos se calzan la máscara y peroran sobre violentos y pacíficos, verticales y dialoguistas; hasta se animan a re invertir los términos y proponerse como progresistas, dejando el concepto de conservador para aquellos que sostienen modelos de interesante sendero, como el sindical argentino.

La revelación reciente, que ha generado convulsión en una gran parte de la vida política del país no es otra cosa que el verdadero rostro del poder concentrado.  Cuando sus voceros hablan con ardor de democracia y respeto a las instituciones, en realidad esbozan por abajo este tipo de iniciativas. Ya las han concretado, en varios tramos oscuros de nuestro decurso.

Se pusieron otras máscaras para encubrir sus gestapos. Revolucion ¡Libertadora!, Revolución ¡Argentina!, Proceso de  ¡Reorganización Nacional!.

Quieren más. Las movilizaciones masivas, las exigencias paritarias, los planteos productivos, les hacen sentir que no fue suficiente. No les alcanzó para poner de rodillas un movimiento obrero  que, con sus más y sus menos, con sus divisiones y reyertas, cumple su función republicana y traza un rumbo: Nuestro Norte es el Sur, aunque algunos marchen en zig zag. Esto es, la construcción de un gran país, en contraste con el ajuste y la recesión, con la reducción estructural que Ellos, los demócratas, pretenden imponer in aeternum.

*Director La Señal Medios