Edición n° 2925 . 24/11/2024

Liberales de antes vs liberales de ahora

(Por Nahuel/Sosa*)

El sociólogo Horacio González decía que las palabras tienen peso. Cada palabra carga con una historia, cada una remite a experiencias y memorias colectivas que pueden asumir distintos sentidos a lo largo del tiempo. Para  el filósofo Rocco Carbone, es pertinente recuperar la categoría fascismo para examinar el fenómeno Milei. Lejos de ser una etiqueta fácil, limitada a la experiencia italiana, el fascismo está latente en nuestra sociedad. Aquel famoso “enano fascista” que todos llevamos adentro, el presidente se encarga todo los días de estimularlo de modo enérgico. En ese sentido, Carbone plantea que “el fascismo es un sistema de reacción integral y tiende a suprimir sistemáticamente toda forma de organización autónoma del campo popular. Por eso mismo, Avanza libertad o la Libertad Avanza son nombres adecuados para nombrar el movimiento anarco-fascista, porque puesto que el corazón del fascismo es contradictorio, afirmar la libertad implica su negación”

n este contexto los conceptos de libertad, libertarios y liberales han sido banalizados, y deteriorados. Quienes lo evocan en sus “cruzadas” contra el populismo olvidan los crímenes atroces y las persecuciones que se han cometido en nuestro país y en América Latina en nombre de la República y la Libertad.

A su vez, plantean un falso antagonismo entre libertad y populismo, que en el fondo es una forma aggiornada de la lógica civilización o barbarie. En ese sentido, equiparan como sinónimos positivos los conceptos de libertad y civilización, por un lado, y como negativos populismo y barbarie. Si nos guiamos por sus discursos, defienden a Alberdi, a la Escuela Austriaca y a las economías liberales de los países desarrollados occidentales. Pero cuando observamos sus acciones a lo largo de sus primeros diez meses de gobierno han hecho todo lo contrario.

Esta situación conlleva a la paradoja de que los supuestos defensores de la libertad poco tienen de liberales y menos de libertarios. Más bien, bajo esas etiquetas en realidad se esconde un proyecto profundamente autoritario con rasgos neofascistas. Con el liberalismo clásico de Locke, Rousseau, Smith o de Alberdi y Sarmiento, se puede estar más o menos de acuerdo pero es innegable  que en su núcleo conceptual se abogaba por la ampliación de los derechos civiles y políticos, la educación pública, la igualdad de oportunidades, un rol destacado del Estado, el progreso con crecimiento integral, del mismo modo que se promovía en todas las constituciones principios jurídicos para evitar la justicia por mano propia, garantizar el principio de inocencia y el estado de derecho.

Tres puntos permiten graficar esta paradoja.

1. Educación pública y Ciencia

Para el liberalismo clásico, la educación pública es imprescindible en el desarrollo integral de una nación. Sarmiento es el mayor exponente, en nuestro país, pero también muchos liberales y conservadores  de la generación del 80’ como Carlos Pellegrini o Nicolás Avellaneda han tenido como preocupación central garantizar el acceso a todos los niveles educativos.

En cambio, en la actualidad se ha visto pocas veces un gobierno que ataque tanto desde lo económico y desde lo simbólico a la educación en general y a las universidades en particular. Pasamos del “caer en la educación pública” del gobierno de Macri a una escena que defenestra a la universidad en tanto espacio de movilidad ascendente.

En las tradiciones liberales la ciencia ocupa un lugar destacado, ya que cuanto más se desarrolla el conocimiento científico más moderna y civilizada es una sociedad. El pasaje del teocentrismo al antropocentrismo implicó un cambio rotundo de paradigma en el cual lo sagrado debió convivir con lo laico, en donde los criterios de validez comenzar a estar dados por el método científico y no por las creencias. Seguramente, la diputada Lilia Lemoine, es el personaje terraplanista más vistoso del universo Milei, sin embargo, no es la excepción. Gran parte de su entorno ha sostenido públicamente posiciones anticientíficas, han negado el cambio climático y han hecho de las falacias su forma normal de intervenir en el debate público

2. Derechos civiles y Derechos Humanos

El iusnaturalismo es  una filosofía ética y jurídica que concibe que existan derechos universales ya que forman parte de la naturaleza humana. El liberalismo en tanto corriente de pensamiento, se ha caracterizado por pretender ampliar ese tipo de derechos en especial los civiles. Pero a diferencia del liberalismo clásico del siglo XVIII y XIX, el neoliberalismo que se expande a partir de la segunda mitad del siglo XX rompe con la idea de que existen derechos naturales que son inalterables, por el contrario, todo ingresa en la lógica del mercado, hasta lo más preciado como puede ser la salud, la educación o el propio cuerpo.

A su vez los nuevos “libertarios” reaccionan de forma agresiva y violenta contra cualquier amplitud de derechos (por ejemplo, Ley de Cupo Trans, Interrupción Voluntaria del Embarazo, Documento no Binario, o la nueva Ley de VIH), sus enemigos principales lejos de ser los poderes autoritarios del establishment son los feminismos, el movimiento obrero organizado, los pobres y el Estado.

En materia de Derechos Humanos, sucede algo similar. El liberalismo del siglo XX siempre impulsó (por lo menos desde lo discursivo) una defensa irrestricta a este tipo de derechos. En especial para contrarrestar las libertades del mundo democrático occidental contra el mundo comunista. Por eso no deja de sorprender crecen los discursos negacionistas y de apología a la última dictadura cívico militar en el oficialismo. La visita a la cárcel a los genocidas por parte de los diputados de la libertad avanza, sin dudas, marca un punto de inflexión.  

3. Estado como garante del progreso

Históricamente el liberalismo ha sido crítico del Estado. A grandes rasgos plantea que tiene que tener una expresión mínima, garantizar cuestiones básicas y no intervenir en el mercado. Sin embargo, aun dentro de esta concepción, el Estado conserva algunas funciones que son elementales para el funcionamiento de un país .Incluso,  para conservadores como Julio Roca, el Estado era una herramienta necesaria para construir una nación. Al fin de cuentas era imposible alcanzar el progreso sin un Estado que lo promueva.

Pero hoy en día, la narrativa se ha sobregirado de tal manera que se cuestiona la existencia misma del Estado. El enemigo es el asistido. Se sospecha de cualquier tipo de ayuda del Estado a los sectores medios y bajos, mientras que se omite la voluminosa transferencia de recursos que  hace para subsidiar a los grupos de poder económico concentrado. Pero hay algo más……

Se lo  critica también  porque limita las capacidades emprendedoras. El Estado es un obstáculo para la realización material y espiritual del individuo. En el ideal libertario la libertad y la madurez emocional se alcanzan liberándose de cualquier ayuda estatal. El dinero es un medio para obtener bienes materiales pero sobre todo para lograr la libertad. Promueven la autoayuda financiera,  técnicas emocionales y motivacionales para que cambiemos nuestra forma de ser. El problema de recibir ayuda estatal no es solo un problema material de gasto y déficit sino también espiritual. En el libro “Padre rico,  Padre pobre” de Kiyosaki, un betsseler en el mundo libertario, el padre pobre es aquel que no puede emprender por sí mismo y necesita ser ayudado por algún tipo de política pública. De ahí el odio contra la noción de justicia social.

Por último, las paradojas suelen ser efectivas  para desorientar. Capaz uno de los desafíos centrales de esta etapa sea recuperar palabras y categorías para retomar esa brújula que aparece cuando las crisis se agudizan.

fuente/ ElDestape