Edición n° 2876 . 06/10/2024

La ultraderecha no es solo brasileña y se radicaliza en la región

Como contrapartida al advenimiento de los gobiernos progresistas en Latinoamérica y con la posibilidad concreta de que Lula gane las elecciones en Brasil, el extremismo conservador más o menos violento y el propio bolsonarismo se manifiestan en forma sostenida y creciente.

Con acciones y discursos violentos similares, existen en distintos lugares del mundo, y Latinoamérica no es la excepción, grupos de una ultraderecha radicalizada que asumen para sí el derecho supuesto de intentar imponer sus propias reglas. Con ataques verbales, simbólicos, físicos y hasta el punto máximo de un intento de magnicidio en la Argentina, el extremismo conservador se manifiesta en forma sostenida y creciente. Con alta presencia en redes y foros, y cierta cobertura mediática, algunos son desprendimientos de partidos políticos, u operan directamente bajo su sombra y otros hacen alarde de una aparente independencia. Se declaran “antisistema”, “antipolítica”, “anticasta”, los mueve una furia autojustificada en la práctica de la política y la corrupción, dicen combatir a un supuesto comunismo al acecho y claman por una libertad que, a la luz de sus propias acciones, gozan sin barrera aparente.

En la región, algunos de estos grupos vienen ganando la atención y preocupación del público. En Brasil es conocida la afinidad de las bandas paramilitares con la familia Bolsonaro. Eduardo, tercer hijo del presidente, es además de diputado y funcionario de la Policía Federal, un ferviente admirador de las armas y de quienes las empuñan, como lo demuestra su reciente participación del W2C World Combat Community 2022, el “mayor encuentro de combate urbano del mundo”, realizado en San Pablo. Su hermano Flavio había revelado un vínculo directo con el líder de una de las llamadas “milicias”, Adriano da Nóbrega, involucrado en el asesinato de la concejala de Río de Janeiro, Marielle Franco, en 2018. El año pasado, uno de estos grupos que se identifica con la boina de los paracaidistas del Ejército amenazó con un conflicto armado a quienes impulsaban un juicio político al presidente.

Otro caso es el de La Resistencia, en Perú, también conocido como La Insurgencia, que registra episodios violentos desde 2019. Hay fotos de sus miembros haciendo el saludo romano, identificado con el nazismo, y participando de actividades con otros voceros de la derecha regional. El grupo está vinculado a miembros del partido de extrema derecha Fuerza Popular, que conduce Keiko Fujimori, firmante de la Carta de Madrid, una proclama ultraconservadora “anticomunista” impulsada por Vox, de España, de la que participan conspicuos representantes de la derecha y la extrema derecha regional (ver aparte). La metodología consiste en manifestaciones violentas frente a edificios públicos o viviendas particulares de dirigentes o comunicadores, con acciones que a veces pasan a la agresión física. El año pasado, dos organismos de DDHH presentaron una denuncia ante la Fiscalía de la Nación y la de Crimen Organizado para que se investigue a los integrantes de ese y otros colectivos similares como “Los Patriotas” y “Los combatientes” por considerarlos “parte de una organización criminal que planifica y coordina actuaciones con utilización de violencia” y entre sus acciones señala “el marcaje con la finalidad de dañar, lesionar, obstaculizar su libertad de accionar de algunas autoridades, personas o colectivos civiles”. Un miembro de La Resistencia fue sentenciado a cumplir una perimetral y someterse a evaluación psicológica por agredir a las víctimas de las esterilizaciones forzadas.

En Chile se registra al menos “una docena de estas agrupaciones entre las que destacan Fuerza Nacional, La Vanguardia, Movimiento Social Patriota, Nuevo Tiempo, Partido Nacional Ciudadano, Patria Nueva Sociedad, RST Chile y Acción Identitaria”, apunta un extenso informe del sitio elMostrador.cl. Uno de los más altos exponentes de estos grupos es Sebastián Izquierdo, de La Vanguardia, quien se encarga de hacer pública su “simpatía por el asesinato de chilenos y chilenas en dictadura”. Izquierdo viene pidiendo “una guerra civil total que termine con la aniquilación de cinco millones de izquierdistas”. Otro exponente es el Movimiento Social Patriota, que según El Mostrador “se hizo tristemente célebre por su delirante cruzada contra el aborto durante la marcha del 8M, en donde al menos tres mujeres fueron acuchilladas”. Los miembros de Acción Identitaria andan en moto vestidos de negro con una estética entre gótica y castrense. Uno de sus objetivos son los inmigrantes de países limítrofes. Casi todos apoyaron la candidatura de José Antonio Kast e hicieron campaña contra el nuevo texto constitucional que fue rechazado en el reciente plebiscito. Varios de sus miembros tienen denuncias e incluso condenas por agresión y amenazas.

La derecha extrema en Bolivia.
En Bolivia la Unión Juvenil Cruceñista (UCJ) y la Resistencia Juvenil Cochala (RJC) tuvieron similares manifestaciones de odio y violencia, con la salvedad de que son grupos con historia y mayor número. Tuvieron protagonismo durante las jornadas violentas que culminaron con el golpe a Evo Morales. Suelen organizar “cabildos” de protesta en las calles, por ejemplo el que realizaron tras la elecciones de 2020 en las que ganó Luis Arce, para denunciar “irregularidades”. Para el próximo viernes están convocando a otro para pedir que se adelante el Censo postergado para 2024. Con una impronta separatista, la UCJ se considera “reserva moral de Santa Cruz” y está vinculada con Luis Fernando Camacho, histórico referente ultraconservador y actual gobernador de ese departamento.

En general, estos grupos se emparentan en la convocatoria virtual, donde abundan las teorías conspirativas de todo tipo y los discursos de odio. Sus obsesiones suelen coincidir. Muchos hablan de Nuevo Orden Mundial, un bulo derivado de los apócrifos Protocolos de Sion; llaman “plandemia” a la pandemia del Covid, como parte de un plan de dominación neocomunista. La mayoría sobreactuó su rechazo a las cuarentenas y agitó en contra de las vacunas. Odian toda expresión popular -aunque en muchos casos sea esa su extracción- y cualquier movimiento de ampliación de derechos, como el feminismo y la diversidad sexual. Critican la “ideología de género”, como si existiese tal cosa, y tienen una obsesión particular -que parece más bien una proyección- con la pedofilia, con acusaciones que alcanzan hasta el papa Francisco. «

Chile y su derecha ultra.
La hija de Nisman en un Foro
Con acciones y discursos violentos similares, existen en distintos lugares del mundo, y Latinoamérica no es la excepción, grupos de una ultraderecha radicalizada que asumen para sí el derecho supuesto de intentar imponer sus propias reglas. Con ataques verbales, simbólicos, físicos y hasta el punto máximo de un intento de magnicidio en la Argentina, el extremismo conservador se manifiesta en forma sostenida y creciente. Con alta presencia en redes y foros, y cierta cobertura mediática, algunos son desprendimientos de partidos políticos, u operan directamente bajo su sombra y otros hacen alarde de una aparente independencia. Se declaran “antisistema”, “antipolítica”, “anticasta”, los mueve una furia autojustificada en la práctica de la política y la corrupción, dicen combatir a un supuesto comunismo al acecho y claman por una libertad que, a la luz de sus propias acciones, gozan sin barrera aparente.

En la región, algunos de estos grupos vienen ganando la atención y preocupación del público. En Brasil es conocida la afinidad de las bandas paramilitares con la familia Bolsonaro. Eduardo, tercer hijo del presidente, es además de diputado y funcionario de la Policía Federal, un ferviente admirador de las armas y de quienes las empuñan, como lo demuestra su reciente participación del W2C World Combat Community 2022, el “mayor encuentro de combate urbano del mundo”, realizado en San Pablo. Su hermano Flavio había revelado un vínculo directo con el líder de una de las llamadas “milicias”, Adriano da Nóbrega, involucrado en el asesinato de la concejala de Río de Janeiro, Marielle Franco, en 2018. El año pasado, uno de estos grupos que se identifica con la boina de los paracaidistas del Ejército amenazó con un conflicto armado a quienes impulsaban un juicio político al presidente.

Otro caso es el de La Resistencia, en Perú, también conocido como La Insurgencia, que registra episodios violentos desde 2019. Hay fotos de sus miembros haciendo el saludo romano, identificado con el nazismo, y participando de actividades con otros voceros de la derecha regional. El grupo está vinculado a miembros del partido de extrema derecha Fuerza Popular, que conduce Keiko Fujimori, firmante de la Carta de Madrid, una proclama ultraconservadora “anticomunista” impulsada por Vox, de España, de la que participan conspicuos representantes de la derecha y la extrema derecha regional (ver aparte). La metodología consiste en manifestaciones violentas frente a edificios públicos o viviendas particulares de dirigentes o comunicadores, con acciones que a veces pasan a la agresión física. El año pasado, dos organismos de DDHH presentaron una denuncia ante la Fiscalía de la Nación y la de Crimen Organizado para que se investigue a los integrantes de ese y otros colectivos similares como “Los Patriotas” y “Los combatientes” por considerarlos “parte de una organización criminal que planifica y coordina actuaciones con utilización de violencia” y entre sus acciones señala “el marcaje con la finalidad de dañar, lesionar, obstaculizar su libertad de accionar de algunas autoridades, personas o colectivos civiles”. Un miembro de La Resistencia fue sentenciado a cumplir una perimetral y someterse a evaluación psicológica por agredir a las víctimas de las esterilizaciones forzadas.

En Chile se registra al menos “una docena de estas agrupaciones entre las que destacan Fuerza Nacional, La Vanguardia, Movimiento Social Patriota, Nuevo Tiempo, Partido Nacional Ciudadano, Patria Nueva Sociedad, RST Chile y Acción Identitaria”, apunta un extenso informe del sitio elMostrador.cl. Uno de los más altos exponentes de estos grupos es Sebastián Izquierdo, de La Vanguardia, quien se encarga de hacer pública su “simpatía por el asesinato de chilenos y chilenas en dictadura”. Izquierdo viene pidiendo “una guerra civil total que termine con la aniquilación de cinco millones de izquierdistas”. Otro exponente es el Movimiento Social Patriota, que según El Mostrador “se hizo tristemente célebre por su delirante cruzada contra el aborto durante la marcha del 8M, en donde al menos tres mujeres fueron acuchilladas”. Los miembros de Acción Identitaria andan en moto vestidos de negro con una estética entre gótica y castrense. Uno de sus objetivos son los inmigrantes de países limítrofes. Casi todos apoyaron la candidatura de José Antonio Kast e hicieron campaña contra el nuevo texto constitucional que fue rechazado en el reciente plebiscito. Varios de sus miembros tienen denuncias e incluso condenas por agresión y amenazas.

En Bolivia la Unión Juvenil Cruceñista (UCJ) y la Resistencia Juvenil Cochala (RJC) tuvieron similares manifestaciones de odio y violencia, con la salvedad de que son grupos con historia y mayor número. Tuvieron protagonismo durante las jornadas violentas que culminaron con el golpe a Evo Morales. Suelen organizar “cabildos” de protesta en las calles, por ejemplo el que realizaron tras la elecciones de 2020 en las que ganó Luis Arce, para denunciar “irregularidades”. Para el próximo viernes están convocando a otro para pedir que se adelante el Censo postergado para 2024. Con una impronta separatista, la UCJ se considera “reserva moral de Santa Cruz” y está vinculada con Luis Fernando Camacho, histórico referente ultraconservador y actual gobernador de ese departamento.

En general, estos grupos se emparentan en la convocatoria virtual, donde abundan las teorías conspirativas de todo tipo y los discursos de odio. Sus obsesiones suelen coincidir. Muchos hablan de Nuevo Orden Mundial, un bulo derivado de los apócrifos Protocolos de Sion; llaman “plandemia” a la pandemia del Covid, como parte de un plan de dominación neocomunista. La mayoría sobreactuó su rechazo a las cuarentenas y agitó en contra de las vacunas. Odian toda expresión popular -aunque en muchos casos sea esa su extracción- y cualquier movimiento de ampliación de derechos, como el feminismo y la diversidad sexual. Critican la “ideología de género”, como si existiese tal cosa, y tienen una obsesión particular -que parece más bien una proyección- con la pedofilia, con acusaciones que alcanzan hasta el papa Francisco. «

Por: Boyanovsky Bazán@hachebbazan / Tiempo Argentino