La Patria Grande implosionó, se fue desgastando de tal manera que ni siquiera alimenta grandes nostalgias. América Latina quedó fragmentada en cuatro liderazgos. Por un lado, Lula y Lopez Obrador son los políticos de mayor peso dentro del espacio progresista. Por el otro, Milei y Bukele, los rockstars de la constelación de la derecha radical. ¿Qué tienen en común los presidentes de Argentina y El Salvador? ¿Qué desafíos enfrentan los líderes de Brasil y México en una época de desconfianza a lo colectivo y a los derechos que son parte de sus plataformas? Esteban De Gori delinea la nueva correlación de fuerzas en una región convulsionada por el fastidio de sus pueblos frente a la estatalidad y los embates que ofrece la agenda global.
(Por: Esteban De Gori)
La idea de Patria Grande, ese bien que habían ofrecido las fuerzas progresistas y de izquierdas latinoamericanas, durante la década del 2000, implosionó. Se fue desgastando. Se fue perdiendo de tal manera que ni siquiera alimenta grandes nostalgias sociales. Ese bien organizó imaginarios y posibles proyectos (energéticos, nueva estructura financiera, bancos, etc.) que la diplomacia presidencial progresista no pudo concretar. El fuel oil político, global ni económico se los permitió. Las fuerzas de gravedad de las condiciones de cada país conspiraron contra cualquier idea que se aproximara a una suerte de una imaginación y jurisdicción unificada, progresista y desarrollista. El sueño de una suerte de Unión Europea social, socialista, progresista, etc. se derrumbó.
Se probaron muchas fórmulas que alentaban la circulación de ese bien pero no prosperaron (UNASUR, CELAC, PETROCARIBE). La mayoría de los proyectos quedaron relegados y atados a los destinos presidenciales, como suele suceder en nuestra región. En la actualidad, la herencia de la Patria Grande es administrada por dos actores que han perdido peso y relevancia: Venezuela y el Grupo Puebla. El gobierno de Venezuela se encuentra encerrado en sus propios interrogantes y contrariedades frente al candidato de una oposición reunida en la Plataforma Democrática Unitaria (PDU). Edmundo Gonzalez buscaría representar la suma de malestares económicos, sociales y políticos que atraviesan ese país. Nicolas Maduro y este candidato opositor, un viejo diplomático que fue embajador en Argentina hasta 2002, se enfrentarán en un país que tiene sus precios dolarizados, casi un 52% de la población bajo la línea de pobreza (ENCOVI, marzo 2024) y aproximadamente 8 millones de migrantes y refugiados que son parte del éxodo más grande de la historia reciente de América Latina. A su vez, a las críticas recurrentes del presidente chileno Boric a la administración de Maduro, se sumaron las de Gustavo Petro y Lula cuando el gobierno venezolano obstaculizó la presentación de Corina Yoris como candidata de la oposición.
En la actualidad, la herencia de la Patria Grande es administrada por dos actores que perdieron peso y relevancia: Venezuela y el Grupo Puebla.
El Grupo de Puebla tiene sus tensiones que transitan al interior del grupo de sus fundadores y fundadoras. La compulsa interna en Bolivia entre el actual presidente Luis Arce y Evo Morales por el control del MAS y la sucesión presidencial; los recelos entre partidarios de CFK y Alberto Fernandez, los reclamos de garantías democráticas de algunos mandatarios a Nicolas Maduro, entre otros desencuentros, atraviesan al Grupo de Puebla. Posiblemente la buena noticia que pueda tener este Grupo en los próximos tiempos sea la victoria del Frente Amplio en Uruguay.
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El presidente Lula y su par mexicano Andres Manuel Lopez Obrador son los políticos de mayor peso de este espacio y constituyen una constelación progresista moderada que no tiene el futuro allanado. Lula recibe los golpes de un Bolsonaro y del “bolsonarismo social” que están decididos a ganar la calle. El 25 de febrero y el 21 de abril de 2024 se produjeron dos grandes manifestaciones. En la última, Jair Bolsonaro consiguió un gran aliado: Elon Musk y su red social X. Éste se vio afectado por la decisión de un juez de la corte suprema de justicia y Bolsonaro vio una ventana de oportunidades, la aprovechó. Si en febrero se lanzó a la calle para defender su inocencia, en la segunda marcha se erigió adalid de la libertad de expresión sumando al dueño de la red X al conflicto. Mientras el ex presidente construye alianzas para imponer una candidatura presidencial afín (es posible que termine estableciendo a su esposa) la imagen de Lula, aunque todavía importante, se ha reducido algunos puntos. En marzo de 2024, según la encuestadora Atlas, su aprobación descendió del 52 al 47%. El manejo de la seguridad pública es el rubro con mayor desaprobación. Un poco más del 40% cree que es un mal y muy mal gobierno frente a un 38% que por el contrario considera que es bueno y muy bueno. Esto empuja al propio Lula a fortalecer su alianza con los sectores de centro y centroderecha en el Parlamento e intentar buscar terreno frente a un bolsonarismo social que no le da tregua.
En el caso de AMLO, éste logró instalar a su candidata. Claudia Sheinbaum lidera las encuestas, dejando a Xóchitl Gálvez en segundo lugar. Sigamos Haciendo Historia, conformada por la oficialista MORENA, el Partido del Trabajo y el Partido Verde, se enfrenta a Fuerza y Corazón por México, que reúne al PRI, PAN y PRD.
Ambos líderes de la constelación progresista llegan y participan en elecciones en coaliciones y se diferencian de fuerzas como la Revolución Ciudadana, de Ecuador, que en las últimas dos elecciones presidenciales se batió a duelo con las fuerzas de derechas. El proyecto político de Rafael Correa mantuvo casi el mismo porcentaje en la elección de Andres Arauz (47.64%) que en la de Luisa Gonzalez (47.71%) en la segunda vuelta.
Tanto el gobierno de Lula como el de AMLO están atravesados por un fuerte reclamo en torno a la inseguridad. En México, donde el presidente tiene la mejor imagen de América (según la Consulta de Mitofsky), la violencia persiste en la campaña electoral, 27 candidatos fueron asesinados a más de un mes de las elecciones presidenciales. Las preocupaciones centrales de la sociedad mexicana son, en orden, la inseguridad, la corrupción y la economía (Enkroll, marzo 2024). En 2002, según la misma encuestadora, el primer problema era la economía y hoy es la inseguridad. Ésta junto a la corrupción traspasaron lo económico para situarse en el centro de la escena subjetiva.
Tanto el gobierno de Lula como el de AMLO están atravesados por un fuerte reclamo en torno a la inseguridad.
Pese a sus próximos resultados y destinos electorales, la constelación progresista intenta defender su lugar conectado a las necesidades sociales y defendiendo una idea de Estado que se aloje en el centro del cuadrante social. Aunque esto implique soportar altas tasas de pobreza y problemas de inseguridad. Los progresismos conviven con sus límites internos y cada vez pesan más las fragilidades sociales y los impactos de las transformaciones globales y culturales en los vínculos sociales. Deben dialogar con imaginarios que transitan entre el anti estatismo y el odio a los políticos.
La idea de Patria Grande se devora por dentro y da lugar a un entramado de gobiernos asediados por sus realidades y por el peso de lo global. Lula y AMLO posiblemente estén pensando más en cómo maniobrar en el conflicto EEUU y China que en volver sobre una idea que no ha redituado ni económica ni políticamente. Los bienes que ofrece el progresismo en el mercado regional y mundial no tienen la potencia de los gobiernos de derecha. Insisten en una reconciliación de la sociedad con Estados que no pueden garantizar sus necesidades y luchan para que esas sociedades no se enemisten contra la estatalidad. Gobernar, para el progresismo continental, es detener ese posible éxodo social, es desmantelar el fastidio contra la estatalidad y propiciar una precaria reconciliación. Van contra una época de construcciones subjetivas individuales imperativas, solitarias y autocentradas difíciles de capturar y representar. Por tanto, para representar esta subjetividad los progresismos deben hacer esfuerzos mayores. No solo por la desconfianza a lo colectivo y a diversas modalidades de lo político sino por una serie de derechos que eran parte de sus plataformas y que fueron percibidos por parte de la sociedad como imposiciones.
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Los rockstars hoy están en la constelación de las derechas radicales. Nayib Bukele y Javier Milei tienen un bien que han capitalizado y le han otorgado valor. Se centraron en ese bien y supieron traducirlo como la madre de todos los malestares. Bukele, saltó y forzó leyes y las mediaciones institucionales que pudo, también ofreció orden social dirigiendo su guerra contra las maras. Milei hizo lo propio con la inflación. A su modo, los dos ofrecieron un orden advirtiendo sobre daños colaterales y sacrificios sociales. Ambos les devolvieron algo a los individuos, les sacaron peso: uno el que ejercía las maras sobre los territorios y vidas ciudadanas y otro, el que provoca la inflación. El salvadoreño lo otorgó reforzando el Estado y el presidente argentino desregulandolo.
Esos bienes fueron ofrecidos en países que parecían sumidos en cierto gradualismo o estancamiento, para ello impusieron medidas drásticas. El jacobinismo político quedó del lado de las derechas sacándole ese decisionismo que los iniciáticos presidencialismos progresistas del siglo XXI parecía tener y controlar. Entre un Hugo Chávez que mandaba por tv a nacionalizar empresas y hablaba con un caballo, los discursos de Bukele asegurando que castigará a las maras a sangre y fuego, inclusive que los dejaría sin comer, y un Milei que, desde un programa de tv, plantea el desmantelamiento del Estado, y su amor por un perro que transita por otro mundo, no hay grandes diferencias de estilo.
Milei y Bukele ofrecieron un orden advirtiendo sobre daños colaterales y sacrificios sociales. El salvadoreño lo otorgó reforzando el Estado y el presidente argentino desregulandolo.
Un hilo conecta esas experiencias de izquierdas y de derechas que se sostuvieron sobre la idea de refundación, en la presentación de una start up ideológica distinta a la que había organizado previamente a cada país. A su vez, todos estos liderazgos comparten cierta cultura plebeya anti castas, anti elites que los coloca a la defensiva frente a ciertos agravios. El término casta va asumiendo significaciones según la lengua política en la que se ubique. Con sus diferencias, Bukele y Milei se quedaron con el léxico del movimiento español Podemos y corrieron de tal manera la escena que Lula y AMLO parecen dos líderes bonachones, moderados y tradicionales. Líderes sin grandes afirmaciones morales frente a una moralidad ético religiosa que le imprimen a la idea de orden los presidentes argentino y salvadoreño.
La diferencia generacional entre estos cuatro presidentes no es menor. Milei y Bukele se llevan diez años de diferencia. Ambos se socializaron en el inicio de la democracia el primero y el segundo en el régimen democrático post acuerdo de guerra civil. Lula y AMLO solo se llevan 8 años y son los babyboomers de dos de los grandes Estados de Bienestar latinoamericanos, como lo es también Cristina Fernandez de Kirchner.
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Existe en América Latina una construcción de liderazgo marcada a fuego que aparece y se reedita en momentos de crisis. Imaginarios constitutivos de los órdenes políticos latinoamericanos brindan una opción de liderazgo que pugna por la centralidad, la representación unanimista y concentración del poder en una persona para sortear las crisis. Estos se activan con las expectativas sociales. Permiten a las sociedades instituir líderes que saltan a escena en momentos de gran fragilidad y crisis social, que ofrecen cambios yendo contra otros partidos y contra las estatalidades anteriores.
Bukele y Milei fueron instituidos y, al mismo tiempo, representaron a quienes eran maltratados o no escuchados por el Estado ni por ciertos partidos políticos. Se volvieron representantes de esa exitosa, hasta ahora, constelación de líderes de derecha radicales que encontraron en una idea de orden (social y económico) y de terapia de shock un recurso para alimentar su legitimidad y esperanza social. Líderes inscriptos en culturas plebeyas, jefes de individualidades rotas, con ímpetu tiránico, desconfiadas de lo colectivo, con capacidad de representar las venganzas, los resentimientos y los resquemores que gran parte de la sociedad tiene con respecto al orden anterior, a las elites gobernantes.
Ambos presidentes conectaron mejor con las subjetividades de la época y consiguieron nuevos seguidores entre dirigentes y presidentes. Bukele es quien más internacionalizó su bien. El conservador presidente ecuatoriano, por ejemplo, combina ayuda norteamericana y filosofía bukelista; Xiomara Castro busca en el ejemplo de El Salvador una pista para ir contra las maras hondureñas. Milei se vuelve un seductor por otros motivos. Por su pulso drástico para sobreajustar una sociedad y presentarlo como un gran logro de autosacrificio. Por robarle parte de los sectores populares al peronismo, cosa que nadie imaginó y por restregar a éste último el anti estatismo que circula entre los sectores populares y medios. En Venezuela, una parte de la opinión pública y de la oposición miran al presidente argentino con estima, como esperanza posible para erosionar el poder chavista.
El posible arribo de Trump a la Casa Blanca prepara nuevos realineamientos entre estos cuatro grandes liderazgos en América Latina. Milei se lanzará de cabeza a abrazar al republicano y es posible que, con mayor distancia, Bukele también termine jugando en su estrategia (o en parte de la misma). AMLO y Lula probarán su suerte con un Trump que tal vez alimente cierto proteccionismo frente a México y que estimule la competencia de Bolsonaro. Pareciera, en principio, que la salida de Biden traería más complicaciones para Lula y AMLO que para los presidentes argentino y salvadoreño, pero Trump ha mostrado demasiados zigzagueos y actitudes laxas que lo corren de lugares preestablecidos. Siempre queda China en este bipolarismo de entrada y salida. Eso lo saben todos los países latinoamericanos, y principalmente los gobiernos progresistas que tienen un mejor acceso al mundo oriental cuando buscan pivotear con el poder norteamericano.
Un hilo conecta esas experiencias de izquierdas y de derechas que se sostuvieron sobre la idea de refundación, en la presentación de una start up ideológica distinta a la que había organizado previamente a cada país.
En este globo convulsionado por la guerra entre Rusia y Ucrania, por los esfuerzos de Estados Unidos y Europa para sostener a su aliado ucraniano, por la tensión entre Irán e Israel y por la competencia entre China y la potencia norteamericana se estructura una globalización económica, y tecnológica que precariza a grandes franjas de la sociedad, que lleva caos y que colabora en la construcción de nuevas subjetividades que no siempre están tan convencidas de sostener políticas democráticas y de protección social. En América se suceden alineamientos interesantes. El presidente Paraguayo insiste en recomponer relaciones con Rusia (uno de sus principales compradores de carne y gran proveedor de fertilizantes para esta región), su par colombiano, Gustavo Petro, rompe relaciones con Israel (poniendo en juego posiblemente inversiones de ese país en sector tecnológico) y universidades de Estados Unidos (Princeton, Nueva York, Hamilton Hall, California) son tomadas para solidarizarse con Palestina y exigir que dichas instituciones corten sus vínculos con empresas de origen israeli. En esta convulsión se estructura la política local y global de los diversos países.
América Latina ya no piensa en Patrias Grandes ni en bloques orientadores sino en las respuestas o bienes a ofrecer a sociedades particulares que oscilan entre el fastidio y el éxodo beligerante de los individuos frente a la estatalidad; que transitan entre el apoyo e institución de liderazgos fuertes con decisión de saltarse leyes y los reclamos democráticos que dotan de valor las protecciones sociales y políticas públicas; que están fatigadas de los embates (por la posición asimétrica en el mercado mundial) y los privilegios que ofrece la globalización actual. Habrá que mirar más a las sociedades y sus transformaciones, como así también los modos de estructuración e institución de sus liderazgos. Es allí y no en el Estado donde se jugará el encantamiento y sustentabilidad de las próximas constelaciones políticas.