Como forma de hilvanar imágenes del presente con el pasado, de hermanar territorios a partir de sus dolores y memorias, diversas prácticas gráficas y políticas configuran una cartografía de expresiones de rabia y justicia. A modo de espejo, de re-mirarse en la historia, dice Rocío C. Gómez, las piezas exhibidas en “Re vueltas Gráficas. Multitudes para cambiar la vida”, en el Centro Cultural de La Moneda, encienden una chispa interior y deseo de encontrarse en las calles para continuar exigiendo una nueva vida, un anhelo de libertad.
Por: Rocío C. Gómez///
Foto de portada: Asamblea abierta – Cyn Shuffer
La luz es baja, casi como entrar al cine. Cuesta acostumbrarse. El sonido es una mezcla de murmullos y gritos que remiten a una colectividad. En uno de los muros de color verdoso hay un afiche en papel violeta enmarcado colgado junto a su matriz xilográfica, una madera tallada en tonos rojizos. En el impreso se lee: “Tengo ganas de sacar de los archivos, de escondidas ‘historias femeninas’, sus gestos, sus urgencias, sus prisas y su ira. Tengo ganas de salir con carteles a la calle y encontrarme en multitudes para cambiar la vida”. Ambos, la matriz y el afiche, fueron creados por Javiera Manzi y Lucía Bianchi durante la pandemia. La primera le mandó una foto a la segunda para dar curso aldeseo de juntarse y movilizarse, en medio del confinamiento, y su resultado es un gesto feminista transfronterizo que forma parte de la exposición “Re vueltas Gráficas. Multitudes para cambiar la vida”.
Antes de que fuera un grabado en madera devastada por gubias, la cita apareció por primera vez en el editorial número cuatro de Furia –publicación clandestina en resistencia a la dictadura–– el 11 de septiembre de 1982, titulada “Tengo ganas de ser nuestros nombres”. La autora firma como Adela H., sin embargo, más tarde sabríamos que era el seudónimo que la socióloga y militante socialista, Julieta Kirkwood (1936-1985), usaba por seguridad. Hoy la revista Furia es parte de las Boletinas feministas y es custodiada por el Archivo Mujeres y Géneros del Archivo Nacional de Chile.
“Habíamos hecho el primer número de la revista y estábamos llenas de ideas, de textos, dibujos; habíamos pasado largas horas de la noche, después de nuestros múltiples trabajos, hablando, discutiendo con calor; defendiendo puntos de vista, despejando dudas. Analizamos nuestra vida política, nuestra vida doméstica, nuestra vida de trabajo. Buscamos cómo y cuánto, nuestras luchas y demandas se reflejaban en el mundo general de la política. Nos metimos de lleno a observar, sin mitos ni tapujos, este, nuestro mundo de mujer”, Julieta Kirkwood.
A pocos días de su natalicio y muerte, las reflexiones de Julieta Kirkwood, feminista, política y activista, ocupan un espacio importante en esta exposción ubicada en el centro de Santiago. El trabajo de la investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) se caracterizó “por una intensa actividad política e intelectual”, según se lee en Preguntas que hicieron movimiento (Editorial Banda Propia). En sus trabajos abordó temáticas como la lucha obrera de mujeres en la década del 30, el rol de ésta en la sociedad y la lucha por la democracia. Su legado como teórica e intelectual es elemental para los feminismos latinoamericanos, su escritura comenzó a difundirse en espacios como talleres y en los primeros Encuentros Feministas de América Latina y el Caribe, a través de los que es posible amplificar por toda la región la demanda de “democracia en el país y en la casa”, en una época marcada por dictaduras en Brasil, Argentina, Paraguay y Chile.
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Es martes, hora de almuerzo y el bullicio del centro de Santiago se apaga al ingresar al tercer piso de un subterráneo. Acaba de llegar una veintena de personas y una voz explica: “este es un recorrido por distintos estallidos en diferentes partes del mundo”. Un murmullo se escucha primero, después una inspiración ahogada o la sorpresa de encontrarse en un reflejo de la historia reciente, en un papel, un grabado, un afiche, una foto, un video, un volantín, artefactos que remecen.
En la misma sala donde antes estuvo “Cómo diseñar una revolución” y, como si fuera una herencia cargada de sentido e intertextualidades, se encuentra “Re vueltas Gráficas. Multitudes para cambiar la vida”, inaugurada el 21 de marzo en el Centro Cultural de La Moneda (CCLM), curada por Nicole Cristi, Javiera Manzi, Isidora Neira, Cynthia Shuffer y Paulina Varas, investigadoras de la Red Conceptualismos del Sur (RedCSur). La muestra propone un recorrido por prácticas gráficas, historias de vida y anhelos de justicia en América Latina, con énfasis en Chile. Además, se plantea como una deriva de “Giro Gráfico. Como el muro en la hiedra”, una exposición con versiones previas en España y México.
La curaduría que llegó al CCLM contiene un centenar de piezas, algunas construidas en colectivo, otras en solitario, que dan cuenta de la resonancia histórica entre grupos oprimidos,subordinados y personas exigiendo justicia. Se presenta como un camino laberíntico de testimonios de lucha, sobrevivientes a la violencia en sus más diversas formas, voces que se reúnen para contar y manos que hacen memoria.
Ahí, en uno de los puntos con mayor visibilidad de Santiago, bajo la casa de gobierno que fue bombardeada en 1973, frente a la que tantas veces manifestaciones multitudinarias han denunciado las urgencias feministas durante algún 11 de septiembre, algún 8 de marzo, o algún 25 de noviembre, se despliega una exposición en la que convergen resistencias políticas en diversidad de soportes. Cyn Shuffer, investigadora y académica de la Universidad de Santiago de Chile, profundiza en la metodología y los significados que entrecruzan la curaduría.
“Muchas de las piezas de la exposición no podemos considerarlas obras de arte, sino objetos de lucha que tratan de reivindicar la memoria de personas que han sido asesinadas o desaparecidas”, dice y se emociona. Colectivos que, a través de pañitos, gráficas, panfletos, arpilleras, han ido construyendo parte de su propia historia, en un intento por fijar una imagen, por comunicar su verdad del tiempo en que habitaron. “Es un relato político, una necesidad de visibilización y justicia”, complementa.
En cada muro hay una gran variedad de técnicas utilizadas fuera de los marcos institucionales y, en ocasiones, son los grupos los que han desarrollado sus propias prácticas gráficas. “No son solo prácticas, son testimonios experiencias vitales, los objetos son portadores de memoria”, dice. “Serigrafistas Queer, por ejemplo, busca darle lugar a las luchas de las comunidades LGTBIQA+”, comenta acerca del colectivo argentino que surge en 2007 y que a través de la serigrafía denuncia el orden normativo sexual y de género. “Estoy gay” y “Pan y torta”, son algunas de las frases que forman parte de su archivo. En este caso, la serigrafía –una práctica que la mayoría de las veces ocurre en el exterior o a la intemperie– se transforma en una acción poética y política en el espacio público.
“Es posible observar la necesidad de publicar, de archivar, de generar prácticas gráficas, no necesariamente bajo el alero de una institución. Hay muchos colectivos que se articulaban en las calles, hay otros que lo hacían de manera clandestina. En la exposición es posible conocer un mimeógrafo que se escondía detrás de un marco de pintura. Creo que cada pieza también responde a su temporalidad y a su contexto. Entonces es muy bonito detenerse no solo en cada uno de estos objetos, sino también comprender la circulación que tuvieron y las formas en cómo se hicieron posible”, declara Shuffer.
Javiera Manzi, investigadora y otra de las cinco curadoras, profundiza en el rol de Julieta Kirkwood y los extractos de sus escritos que dan nombre a “Re vueltas Gráficas”. El cruce con lo que expresan las prácticas gráficas en la exposición y la mirada de la autora de Tejiendo Rebeldías, resulta en un ejercicio translúcido y conmovedor. Una de las clave de las decisiones coreografiadas de las investigadoras se evidencia en la intención de situar las prácticas gráficas y reivindicar las memorias de quienes las produjeron asumiendo una pesquisa “de los archivos y de las historias que reconstruyen el lugar de las mujeres, de las disidencias, o de sectores excluidos en la historia del arte”.
Otras pistas de las resonancias con Kirkwood radican por un lado en las rebeldías y en aquella urgencia de ser multitudes, “de un deseo por volver a las calles, por volver a tomar la voz, por volver a asumir colectivamente el deseo emancipador que ha movilizado a generaciones de feministas a lo largo de la historia en Chile”, dice Manzi.
A medida que se avanza en este mapa, pareciera que cada pieza y objeto habla de su temporalidad y contexto, los que tocan diversos movimientos sociales en América Latina, hay por ejemplo una intervención con consignas en afiches desde Argentina, los volantines de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, preguntas sin resolver todavía, preguntas por los cuerpos, por la memoria, ¿dónde están? Experiencias que desdibujan fronteras, de exilio, de diáspora, de internacionalismo, o de solidaridad entre pueblos. Dolores que conectan un pasado con un ahora y permiten conocer el relato de quienes los encarnan, mensajes en una botella que podría llegar a la orilla de un futuro. Un ejemplo de ello es el trabajo de Victoria Díaz –hija de Victor Díaz, detenido desaparecido en dictadura– quien confecciona arpilleras desde 1977. Esa era la intención del equipo. “No queríamos hacer solo una exposición de objetos, y el ejercicio fue situar cada uno de ellos en su contexto”, afirma Shuffer. “Al crear objetos de lucha, queda también patente no solo el resultado, sino el proceso y el accionar después”, agrega.
En una mesa se pueden ver dos sobres con alrededor de 30 moldes de papel, que compondrán cuadro a cuadro un relato. “Llego a las arpilleras buscando a nuestro padre. Esa es la base. La búsqueda. Mi padre es detenido un 12 de mayo de 1976 y mis compañeras ya habían perdido a sus familiares antes el 73, 74”, dice la señora Victoria desde su casa en un video que acompaña su obra. Mientras habla, relata la técnica que utiliza para ordenar las figuritas que darán origen a una pieza final que cuenta una historia: la suya. Si bien se relaciona con el arte “desde chiquitita”, asegura que al encontrarse con género y dibujos fue “algo totalmente nuevo”. Sus manos sacan pequeñas formas de papel de un sobre blanco, cada una con un número asignado y las dispone encima de la mesa del comedor.
“Cuando tú hacías la arpillera, la hacías pensando en qué era lo que más te había llegado”, comenta. “Ahí queda plasmado todo lo que fue la búsqueda, todo lo que fue la denuncia”. Para la señora Victoria la arpillera era la forma de apalear la angustia, de “volcar todo ese dolor”, como una vía de procesarlo y compartir junto a sus compañeras de taller, pero también de difundir los horrores a través de aquellas escenas de tela.
Paulina Varas, investigadora y otra de las curadoras de “Re vueltas Gráficas”, profundiza en las fibras transversales que se tejen desde el título de la exposición. “El guión curatorial se organiza en cinco ejes: Pop-lítico, Pasafronteras, A desalambrar, Persistencias de las memorias, Cercanías gráficas, Intempestivas, Cocinería y Biblioteca Cuir”, señala. “Es una forma de acompañar el recorrido, los nombres nacen de la reflexión de las prácticas gráficas, pero se extienden más allá de los soportes en relación con los colectivos y sus demandas”, explica.
“Ha habido formas de creación colectiva que nacen de los movimientos y que no necesariamente están en lo que se entiende como historia del arte como una expresión estética únicamente”, dice Varas. “El concepto de lo estético-político, es algo también transversal, junto a la potencia del acto creativo, del arte como articulador de prácticas políticas, de formas de cohesión, de encuentro”, afirma la académica de la Universidad Andrés Bello.
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“Si se ha mantenido «invisible» nuestra historia, también se mantiene en la sombra una verdad del porte de un buque: «toda situación de poder conlleva intentos de contrapoder, toda legalidad coexiste con una o varias ilegalidades, toda cultura dominante contiene y oprime a una contra–cultura que inevitablemente se va a expresar, que es lo mismo que decir: toda opresión genera rebeldía humana». Pero, antes de la rebeldía, nuestra conciencia está inmersa, replegada frente a aquello que nos define y nos oprime”, Julieta Kirkwood.
Marcela Paz Peña –o Isonauta– abre su cuaderno de bocetos, en el que hay borradores de dibujos como el de una joven a la que solo se le ven los ojos, y en forma circular se lee “El estado opresor es un macho violador”. Recuerda muchas de esas situaciones que vio desde su ventana y la necesidad de ilustrarlas que sentía por esos días surreales. “Pensaba ‘cómo me sumo con las cosas que hago’, al principio eran puros stickers y otros dibujos, pero después pasaron a otro formato”, narra sobre las ilustraciones que terminaron siendo paste-ups de un metro y medio de alto y lo mismo de ancho. Hubo uno de esos borradores que pegó originalmente en una de las paredes del Centro Gabriela Mistral en 2020 –a un año de iniciada la revuelta del 18 de octubre– y que ahora forma parte de Intempestivas, junto al video de Un violador en tu camino (2019), la performance del colectivo Las Tesis, que se tradujo a múltiples idiomas y recorrió el mundo. “Se nos escapó de las manos y lo bueno es que fue apropiado por otras”, declaraban a la prensa en 2019.
La pingüina –como se le dice a los estudiantes secundarios en Chile– que ilustró Isonauta está saltando un torniquete y habla de ese momento hace casi cinco años, en que escolares comenzaron a evadir el pago del metro tras el anuncio del alza del pasaje, y una vida imposible de sostener. Junto a más de 400 ojos que simbolizan el abandono de las víctimas de trauma ocular por agentes del Estado y la frase: “Manifestarse en Chile cuesta un ojo en la cara”. Le pregunto a Isonauta, quien vivió la revuelta más cercana al presente y también el proceso constitucional, ¿cómo continuar hacia una sociedad mejor?. Su respuesta entrega una luz: “No vamos a perder la ternura porque las cosas no están saliendo como queríamos, es la historia de nuestra vida como disidencias, hay que seguir”.
En el mismo sector, a unos metros de La pingüina, convive la fotografía aérea del rayado “Históricas”, de la Brigada Laura Rodig (2018), y frente a él camina una joven con un pañuelo verde amarrado a su mochila, el mismo de la campaña por el aborto libre, seguro y gratuito que se expone en el muro. Verlo expuesto y verlo en uso reafirma la necesidad de una lucha todavía no garantizada, de acceso y salud pública.
Junto al afiche del primer Congreso Nacional del Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres en Chile, el “No+”, de Lotty Rosenfeld y fotos de mujeres pegando carteles en la calle hace 50 años, coincidentemente (o no) en el mismo sector de la capital que ha visto pasar a generaciones de todas las épocas. “Somos las mismas las que estamos exigiendo vida digna”, plantea Isonauta. Esto resuena con la herencia de Julieta y es como si las voces se superpusieran, quedando expuesto un hilo invisible de un contínuo de opresiones, que es todavía un tajo abierto o una lucha inacabada.
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“Enferma de porfiada —no podía ser de otra manera— colgada mi voluntad y mi deseo de una utopía tan vaga que me la reservo, pero que está muy próxima a las ideas de la universalidad y al aire fresco de la libertad; impertérrita seguí adelante: feminista, poco seria, que si la formación teórica, que si muy difícil, que si hermética, que si teórica, que si no popular. Ensayando suavidad y huecos, palabras femeninas, dije lo que había que decir”, Julieta Kirkwood.
Las curadoras crearon un repertorio que une las antiguas luchas, las nuevas, las que cruzan todos los tiempos, trenzando una serie de eventos, temáticas que se repiten como los desplazamientos forzados, o mensajes que vuelven a lo largo de la historia o incluso en distintos puntos geográficos, como las desapariciones. “Nos dimos cuenta de que entre las consignas descritas hace 20 o 50 años, hay muchas coincidencias en las necesidades y las urgencias del presente”, explica Shuffer.
En un edificio de Providencia casi al llegar a Miguel Claro se lee desde un octavo piso la palabra “Gaza”, que ocupa toda la altura de una ventana, la acción es de Cucho Márquez y forma parte de la exposición. “Quisimos hablar de Gaza con todas sus letras y lo más grande que pudimos”, afirma Shuffer. “¿Qué pensará Cucho cuando se levanta y ve esa palabra escrita en su casa?”, se pregunta. “Pareciera que no hay nada que podamos hacer sin leerla”, responde Shuffer. En el mismo muro en que está la intervención de Márquez, hay otras piezas de versiones anteriores del “Giro gráfico”, las impresiones tipográficas de Javier del Olmo que destacan la palabra “odio”, o las postales de Clemente Padín, desde Uruguay.
Varas coincide en esta mirada, y añade otro elemento, la perseverancia de la resistencia frente a las violencias estructurales y la porfía que movilizaba también a Kirkwood. “Una reflexión que viene de Luz Donoso –otra de las artistas en la exposición– es la idea de insistir. Muchas de estas prácticas no se vieron solo una vez, salvo que hayan sido borradas: la multiplicidad de materiales permite que vuelvan a aparecer, como el ‘No+ porque somos más’, instalado primero por la agrupación Mujeres por la Vida en Chile y retomada por el movimiento feminista hoy en día”, dice. “Los ciclos no están clausurados, las demandas no están solucionadas, la búsqueda de personas tampoco. Es insistir en continuidades de los procesos, no soltar lo que a las organizaciones y colectivos les parece vital”, explica.
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“Nuestra furia es conciencia, es mirar nuestra situación honestamente, buscarle las causas, discutir sus efectos en la sociedad humana. Es hablar, romper el silencio de las mujeres y difundir lo que hablamos. Es escuchar y contar lo que escuchamos. Es pensar y dialogar entre nosotras para poder decir: «esto es lo que somos, y esto es lo que queremos ser «. Es incorporarnos al mundo de la política, ser parte finalmente de la lucha por la recuperación democrática: hacer la oposición. Es incorporarnos con nuestras demandas, con nuestras reivindicaciones; es decir: «este es el mundo que queremos; esto es lo queremos cambiar”, Julieta Kirkwood.
Algunos vínculos están presentes en el guión curatorial y otros se deben al azar, como la sección de Mono González en la Zapantera Negra. “Sin querer, quedaron de frente y en diálogo con las demás intervenciones, como si hubiera una disposición energética que hizo que sucediera, porque no él sabía”, revela Shuffer.
En la misma intervención de Zapantera Negra, una instalación de Caleb Duarte y Mia Eve Rollow (2004), cruce del imaginario visual de la comunidad zapatista y las Panteras Negras, pero que en Chile fue pintada por Amaru Yáñez, Stefi Leighton y Mono González. Por un costado, predomina la figura de una mujer que cuida un bosque forestal; por la parte trasera hay un afiche que pide “no+genocide”; y, por otro lado, hay una persona con un cartel que lleva un rostro y un nombre. Sobre el rosado, celeste y blanco de la bandera trans, se escribe: “La memoria no resiste tanto dolor”.
Amaru Yáñez, artista visual y muralista, cuyo trabajo más reciente se desplegó en un muro de la calle Condell en Valparaíso el 8 de marzo de 2020, con consignas de gran tamaño para visibilizar las urgencias del colectivo trans. La idea de Yáñez desde un principio fue incluir una frase junto a la bandera trans y a un personaje sosteniendo la imagen del rostro de alguien más: Ever Albarrán, un joven transmasculino asesinado en Los Ángeles, en 2023. “Alguien sosteniendo una imagen del rostro de alguien más, tiene que ver con las desapariciones en la dictadura y nos centra en el presente, pues hay corporalidades que todavía vivimos algo similar”, asegura. “Cuando niñe me hubiera gustado ver un muro así y entender qué me pasaba”, añade.
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Tras recorrer la exposición –en mi caso, varias veces– para entender, es posible ver cómo se van entretejiendo testimonios de vida, formas de enfrentar pérdidas de seres queridos, o el terrorismo de Estado. En muchas de las piezas, las historias detrás de ellas no son más que expresión de libertad, o articular vivencias a través del lenguaje, con la finalidad única de plasmar una realidad por medio de soportes versátiles, algunos más laboriosos, como los bordados y otros más precarios como el uso de cartones o papel que se replica muchas veces, pero que de una forma u otra persiguen el afán de decir basta.
Sobre procesos contestatarios, o sobre habitar una condición de opresión y el anhelo de libertad, también estudió Julieta y ocurre que sus reflexiones son como apariciones en cada rincón de «Re vueltas Gráficas”, junto a cada motivo de denuncia o práctica, aún en los territorios más disímiles, e invitan a volver sobre sus palabras y a pensar en cómo colectivizar la rabia.
En torno al deseo de “ser multitudes” –concepto contenido en el título de la exposición–, Varas reflexiona: “En este ciclo político es necesario refrescar ideas y palabras que nos han sido útiles para la vida en común, para articularnos y desear una multitud que defienda la vida de los pueblos”.
Pero, ¿cómo canalizar el deseo de una vida mejor o cómo volver a organizarse?
Hacia el final del recorrido propuesto –o en el principio de salida–, en un espacio similar a una especie de living con un sillón rosado y peludo, está la Biblioteca Cuir –una iniciativa colectiva para resguardar las memorias maricas, que surgió a propósito de la exposición, pero que mantiene su organización y autonomía–, que busca ser una posibilidad emancipada para los afectos. Fanzines y libros, afiches que se pueden tocar. Según Shuffer, para avanzar a una sociedad nueva, es necesario disponer una semilla para volver a creer en la necesidad de salir y conectar. “Hay que buscar formas de volver a encontrarse, una de ellas puede ser politizar la ternura”, dice.
Lejos de ser solo un conjunto de expresiones de dolores, “Re vueltas Gráficas” busca ser luminosa y esbozar la esperanza; es un repertorio de mensajes para el futuro y una prueba, o muchas pruebas, de que con la práctica más noble o, al mismo tiempo, con aquellas más precarias, se pueden crear otras maneras de habitar. “Necesitamos regalarnos ese lugar y restituir la posibilidad de la revuelta, porque creemos que no podemos renunciar a imaginar un horizonte de transformación, donde la vida sea una vida digna, que merezca ser vivida, celebrada y gozada”, finaliza Shuffer.
“La rebeldía es, en su primer momento, un acto individual, de conciencia de sí de una persona que, careciendo de identidad, lucha por conquistarla. La rebeldía es el no que se pronuncia cuando se busca oponer límites a la acción pervertida del mundo; es el no que implica a la vez la negación a una intromisión indebida del mundo, una afirmación del propio derecho. La rebeldía es el no que se pronuncia y se realiza solo cuando se cree”, Julieta Kirkwood.