El crimen de Danilo Marcieri desató la ola de proclamas punitivistas. Pero, a la vez, expuso el modelo de producción y de saqueo que fue achicando el empleo a su mínima expresión. La uberización de la vida en una carrera voraz que demasiadas veces termina en la muerte.
LA UBERIZACIÓN DEL TRABAJO Y LAS PROCLAMAS PUNITIVISTAS
Por Claudia Rafael
(APe).- Desde el instante en que un trozo de plomo le significó el pasaporte a la muerte a Danilo Marcieri, se expuso con una desnudez perversa la endeblez del mundo de los repartidores, hoy simplificados con la palabra inglesa delivery. El grueso de las miradas y la atención mediática se destinaron al universo securitario que destila promesas de baja en la edad de punibilidad, clama por mayores construcciones carcelarias, alucina con un retorno estruendoso al servicio militar obligatorio y sueña con políticas como las que está desplegando Nayib Bukele en El Salvador. El trasfondo de cada uno de estos hilos yace en el rol de estado y sus políticas de marginación, acción y abandonos deliberados.
Hay temáticas profundamente transversales a las teorías y prácticas político-partidarias de contextos neoliberales. Y hay voceros protagónicos que saben en qué momento alzar sus voces, por cuáles hendijas colarlas, qué promesas volcar y qué eslóganes repetir en el instante preciso en que –saben bien- serán aplaudidos. “Si a los menores se liberan, si tenemos una fábrica de generar delincuencia, la única manera de actuar es cerrando ese grifo de fabricación de delincuencia. No podemos seguir trabajando en medidas demagógicas. Lo que hay que atacar es la raíz del problema, que está en los barrios y es en ese lugar donde se genera la delincuencia”, pronunció desde Quilmes, donde Danilo Marcieri fue asesinado, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Un discurso voraz que abarca –con particular énfasis en tiempos pre-electorales- a dirigentes del más variado abanico partidario.
Pero hay una mirada más honda y de largo alcance que permite vislumbrar, desde la historia de Danilo Marcieri, otro universo mucho más abarcativo. Danilo, de 20 años, trabajaba para una aplicación, entregando pedidos a domicilio. Durante varios meses pedaleó 15 horas diarias en las calles, sometido a las condiciones de calor extremo (hubo 8 olas con temperaturas insostenibles y explicables sólo por el modelo extractivista), bajo la lluvia o contra el viento, el tránsito enloquecedor, la adrenalina de los automilistas, hasta lograr comprar la moto que le robaron en el momento del asalto que le implicó la muerte.
Las calles representan, para los repartidores en dos ruedas, una múltiple posibilidad trágica que quedó expuesta en Danilo y en su amigo, Franco Michilli. Habían estudiado juntos en una escuela técnica y compartían el mismo trabajo. Franco murió atropellado en diciembre de 2022 en Ezpeleta por el colectivo 257, mientras llevaba un pedido. Por los mismos días, Thiago Roldán, de 21, murió en Lomas del Mirador, cuando repartía pizzas. Y Cristian Martínez, de 24, falleció en octubre de 2021 en circunstancias similares en Pilar. Franco Almada, de 19, papá de una beba de un año, murió atropellado en Quilmes por un auto que escapó, en abril de 2020. Y por los mismos días pero en Rosario, un colectivo atropelló y mató a Emma Riosendaulv Joncka, de 23 años, haitiano y repartidor.
Trabajadores no registrados, sin obra social, sin cobertura alguna, sin aportes jubilatorios. Los exponentes de un mundo precarizado que, hace rato, fue hundiendo más y más a franjas generacionales empujadas al universo de los servicios. Remises, taxis, app. La uberización de la vida cotidiana en un sistema de crueldad que obliga a ganarles a los relojes, a robarles tiempo a las horas y a los días, a correr pasando semáforos en rojo, traspasando autos o ingresando en zonas oscuras sin saber exactamente adónde se va. En una carrera que puede terminar en el asfalto, con un balazo atravesando la sien o al costado del pavimento, atropellados por un colectivo o un camión.
Los medios periodísticos y la espectacularización de la política llevan a discursos más y más punitivistas que prometen construcciones carcelarias, nuevos formatos de colimba para los más pobres o baja la punibilidad a edades cada vez más tempranas. Se quedan, con una sistematicidad que no acarrea consecuencias, en los efectos. Con una sonrisa que nadie juzga, abren globos de promesas al aire. Que se profundizan y se perfeccionan cada dos o cuatro años.
Todo se hunde, mientras tanto, en un modelo de producción y de saqueo que fue achicando el empleo a su mínima expresión. Que fue empujando a una sobrevida bajo la regla inagotable del sálvese quien pueda. Con jóvenes como Danilo, pedaleando 15 horas diarias y atrapado entre las balas de otros pibes marcados por códigos perversos que les fueron cincelando la vida.
Con la insensibilidad coreuta del poder político que, mientras la vida transcurre peligrosamente por las calles, mira y disputa su propio ombligo.