Una derecha que no se deslumbra con el Louvre, sino con Disney
Lamelas como embajador en la República Argentina, el senador Marco Rubio sostuvo que “la ex Presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner (…) está implicada en la muerte en 2015 del fiscal especial argentino Alberto Nisman. Fue asesinado el día antes de presentar pruebas ante el Congreso argentino que habrían sugerido la colusión de Kirchner con Irán para encubrir el papel de Irán en el atentado a la AMIA de 1994 en Buenos Aires, el peor ataque terrorista en la historia de la Argentina. [Por ello], el Congreso [de Estados Unidos] ha otorgado a la Presidenta fuertes sanciones, incluyendo especialmente las llamadas sanciones 7031C”.
Al final de estas expresiones, le pidió a Peter Lamelas su opinión. Este sostuvo que quien fuera dos veces Presidenta y una Vicepresidenta de nuestro país había estado “involucrada en el encubrimiento [del Atentado a la AMIA] de alguna manera, y quién sabe si no estuvo involucrada en la muerte del fiscal especial (Nisman)”. Asimismo, afirmó que en la Argentina existen 23 provincias, cada una con su propio gobierno y manifestó: “Estos gobiernos podrían negociar con fuerzas externas, como China u otros, para que incursionen en proyectos, lo que podría propiciar la corrupción por parte de China. Una de mis funciones como embajador sería viajar a todas las provincias para dialogar y establecer una verdadera colaboración con los gobernadores (…). Mi función también es ir al interior del país y asegurarme de erradicar la corrupción”.
Por último, también enfatizó que “Estados Unidos no reconoce la soberanía sobre las islas ni de la Argentina ni de Gran Bretaña”.
Finalmente, agregó: “Todavía hay un movimiento. Existe un movimiento kirchnerista. Es incluso de extrema izquierda, o quizás incluso más a la izquierda que el movimiento peronista. Y eso es algo a lo que debemos seguir atentos”. Por tal motivo, prometió “apoyar a Milei para que gane las elecciones de medio término» y pueda ser elegido, y propuso trabajar para que «Cristina Kirchner tenga la justicia que se merece”.
Al respecto, y al cierre de esta nota, los gobernadores de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof; de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, Gustavo Melella; de la provincia de La Pampa, Sergio Zilioto, y de la provincia de La Rioja, Ricardo Quintela, todos peronistas, y legisladores de diferentes partidos —aunque no muchos— repudiaron las declaraciones de Peter Lamelas.
Por último, la Embajada de la República Popular de China sostuvo que las declaraciones de Lamelas “están plagadas de prejuicios ideológicos y mentalidad de Guerra Fría (…). La Argentina no debe convertirse en un ‘campo de batalla’ para luchas entre grandes potencias, sino que debe ser un ‘campo por excelencia’ de la cooperación internacional en pos del desarrollo, reforma y fomento”. Asimismo, “se aconseja a la pertinente personalidad interesada que no vea en China un espejo que refleje nada más que su propia lógica hegemónica”.
El wéiqí
La historia reciente nos ha enseñado que a Estados Unidos no le importan ni la corrupción ni los valores democráticos. Actualmente, se encuentra envuelto en un proceso de transición hegemónica con la República Popular de China y, frente a esa pérdida de poder relativo, busca garantizar su influencia en América Latina mediante el doblegamiento de nuestros países.
Las diferentes actitudes de Estados Unidos y China en este contexto podrían rastrearse, según Johan Huizinga, citado por Zhongqi Pan, en los diferentes juegos [1] “que practicaban los distintos pueblos”. Pero “un juego estratégico, si ese juego ha sido jugado a lo largo de la historia por su población”.
Mientras en Occidente ha predominado el ajedrez, en China, el wéiqí [2] ha sido su juego tradicional. En términos filosóficos, Muriel Barbery, citado por Nicole Schuster, sostiene que “un juego cuyo objetivo es el de construir territorio sólo puede ser bello. Puede haber fases de combate, pero no son sino medios al servicio del fin, a saber: asegurar la supervivencia de los territorios de cada adversario. Uno de los logros más hermosos del juego del wéiqí es que está comprobado que, para ganar, hay que vivir, pero también dejar vivir al contrincante”. En consecuencia, “la estrategia oriental no [apuntaría] a la destrucción del adversario”.
En efecto, este antiguo juego estratégico chino no se caracteriza por una única batalla [3] decisiva que tiene por objetivo descabezar al líder (el rey) y obtener una definición estratégica, sino por “una guerra con múltiples combinaciones de batallas”. Por ello, y de acuerdo con Zhongqi Pan, la potencia asiática ha adoptado una estrategia de largo plazo, buscando obtener una ventaja relativa en una campaña prolongada en la que “no define a su oponente como un enemigo a eliminar [y no recurrirá a] un enfoque de ojo por ojo, sino al de vivir y dejar vivir”. En cambio, Estados Unidos se focaliza en el corto plazo y “aspira a una victoria total en una batalla decisiva”. Por tal motivo, Henry Kissinger [4] sostiene que “mientras la tradición occidental privilegia el choque de fuerzas decisivo enfatizando actos de heroísmo, el ideal chino destaca la sutileza, lo indirecto y la acumulación paciente de una superioridad relativa”.
En síntesis, “aunque los oponentes compitan por territorios, si el espacio disponible sigue siendo suficiente, los jugadores pueden optar por no enfrentarse. Por lo tanto, China podría optar por la coexistencia y la rivalidad al mismo tiempo”.
La historia de ambos países refleja la diferencia de enfoques que hemos explicado.
Mientras Estados Unidos se dedicaba a destruir países y a perder guerras, como la de Vietnam (1965-1975), la de Irak (2003-2011) y la de Afganistán (2001-2021), y a overstretch su despliegue militar en el mundo, la República Popular de China se dedicó a invertir en ciencia, tecnología, educación y en un proceso acelerado de industrialización [5] que la ha conducido al actual posicionamiento global, donde le ha propuesto a diversos países del mundo una asociación win-win —como por ejemplo, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI)— sin recurrir a los viejos clichés de la Guerra Fría (1947-1991). Por ejemplo, sin ir más lejos, Estados Unidos ha intervenido militarmente y ha derrocado gobiernos democráticos en América Latina, sin realizar prácticamente inversiones productivas que hayan mejorado la calidad de vida de nuestros países. En cambio, y en el caso de la Argentina, la potencia asiática se ha convertido en el segundo destino de nuestras exportaciones, en un país que realiza inversiones sin pedir cambios de regímenes políticos ni la implementación de determinados tipos de políticas —como ha reconocido Javier Milei— y, como reflejan los mapas que se muestran a continuación[6], en la principal potencia económica global.




Como reconoce la Oficina de Responsabilidad del Gobierno de Estados Unidos (GAO, por su sigla en inglés), “China es el mayor inversor mundial en otros países, financiando la construcción de infraestructuras como carreteras y ferrocarriles, suministro de energía, telecomunicaciones y más. Gracias a estos esfuerzos, China ha expandido su influencia globalmente, lo que plantea importantes desafíos a los intereses económicos, políticos y de seguridad de Estados Unidos.”




De acuerdo con la Deutsche Welle (DW), China es la principal economía global desde el año 2016 y ya encabezaba el comercio mundial desde años anteriores. En lo que respecta a América Latina, el gigante asiático ha invertido 172.000 millones globales desde el año 2000.
Ahora bien, el objetivo de estas inversiones ha mutado. Si bien “las inversiones chinas llegaron al principio atraídas por las materias primas, [sostiene] Derek Scissors (…), una vez aseguradas estas, ha ido buscando cómo profundizar en las relaciones comerciales». El informe de la DW concluye que “si hasta 2009 las materias primas representaban el 95% de las inversiones chinas en la región, en los últimos años bajaron a menos de la mitad (…). No podemos quedarnos de nuevo con la cantaleta de hace diez, quince o veinte años de que lo único que busca China son materias primas».
Pese al recelo de Estados Unidos y de las terminales de la Embajada estadounidense en nuestro país, el historiador Felipe Dabasa afirma que “China no quiere interferir en la política o en los problemas de terceros países, pero quiere hacer negocios”.
Del Louvre a Disney
En el último artículo, citábamos a Jorge Luis Borges expresando su amor por el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Por su parte, otra de las grandes escritoras argentinas, Silvina Ocampo, escribía: “Yo no me crié con el español, sino con el francés y el inglés, cuando tenía cuatro años y estaba en París”. En ambos casos, “la admiración por lo british se expresa a través de una estética inigualable, en donde la erudición y el estilo convergen en un producto de calidad irrepetible en la literatura universal”.
También la clase política argentina del siglo XIX y principios del siglo XX miraba a Europa. No obstante, si la economía y el comercio marcaban la agenda de relacionamiento con el viejo continente, la diplomacia no descuidaba los conflictos limítrofes aún no resueltos hacia fines del gobierno de Nicolás Avellaneda (1874-1880). Por un lado, Juan Bautista Alberdi aleccionaba a los dirigentes políticos para firmar tratados comerciales y económicos con “todas las grandes naciones para crear un contrapeso a la influencia anglo-francesa” [7]. Estas palabras del pensador tucumano sirven para repensar la actual política exterior porque, como sostiene José Paradiso, “la diversificación de las articulaciones comerciales es la forma apta para precaverse de excesivas dependencias” [8].
Asimismo, y en relación con Estados Unidos, Juan Bautista Alberdi previó, en sus últimos años de vida, que “los peligros para las Repúblicas [de origen español] no están en Europa. Están en América: (…) los Estados Unidos (…). [Este poder puede] atacar la independencia, no la Europa. La anexión (…) es la conquista sorda de que están amenazadas (…); la doctrina Monroe era la expresión natural del egoísmo de los Estados Unidos” [9].
La historia le ha dado la razón a Juan Bautista Alberdi. Estados Unidos no solo atacó a la Argentina en 1831 en las Islas Malvinas —un hecho muy poco estudiado en la materia Historia en nuestros colegios—, sino que intervino política y militarmente en la vida política argentina. Por un lado, es muy recordada la injerencia del ex Embajador estadounidense Spruille Braden, junto con un sector político argentino, para evitar que Juan Domingo Perón ganará las elecciones de 1946. Para ello, redactó y publicó, junto con el espía español Gustavo Durán, el “Libro Azul” y buscó aislar al gobierno argentino. Por el otro, la imposición de la doctrina de seguridad nacional a través de las instituciones educativas militares culminó en el terrorismo de Estado. Pero también en la derrota en la guerra del Atlántico Sur (1982), en la cual la potencia estadounidense jugó un rol central —pese a su mentada y falsa neutralidad— en apoyo al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
La actitud de Lamelas y del gobierno argentino es una muestra más de la rendición argentina y de la trayectoria intelectual de la derecha argentina desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX hasta la actualidad. Una derecha que no se deslumbra con el Louvre, sino con Disney. Como afirma Henry Kissinger, parafraseando a Klemens von Mettermich, “el fracaso no se debería a la debilidad material, sino a la pérdida de voluntad”.[10].
[1] De acuerdo con Zhongqi Pan, “existen tres prototipos de juegos en la historia de la humanidad: juegos estratégicos, juegos de azar y juegos físicos, de los cuales los juegos estratégicos son los más relevantes para el pensamiento y el comportamiento estratégico de los jugadores”.
[2] No casualmente, wéiqí significa rodear.
[3] De acuerdo con la doctrina del Ejército argentino, “la batalla consiste en el choque violento entre dos adversarios, normalmente de gran magnitud, por medio del cual al menos uno de ellos buscará modificar sustancialmente la situación a nivel operacional”.
[4] Kissinger, Henry (2012). China. Barcelona: Debate, p. 43.
[5] Girado, Gustavo (2017). ¿Cómo hicieron los chinos? Algunas de las causas del gran desarrollo del gigante asiático. Buenos Aires: Astrea.
[6] Eissa, Sergio (2024), “Confucius’ Trap? The roots of China’s Strategy”. En Perspectivas. Revista de Ciencias Sociales, 9 (17). Los países “pintados” son los que tienen inversiones chinas y, cuánto más oscuro, mayor es la inversión.
[7] Alberdi, Juan Bautista (1998 [1896]). Política exterior de la República Argentina. Quilmes: Universidad Nacional de Quilmes, p. 18.
[8] Paradiso, José (1993). Debates y trayectoria de la política exterior argentina. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, p. 26.
[9] Alberdi, Juan Bautista (1998 [1896]). Op. Cit. p. 45.
[10] Kissinger, Henry (1973). Un mundo restaurado. México: Fondo de Cultura Económica, p. 110.
EL COHETE A LA LUNA