La crisis que atraviesa la Argentina es una crisis sin exterior ya que se convierte en la agenda única de casi la totalidad de la política gubernamental, sostiene el sociólogo Daniel Rosso, y afirma que la crisis sin exterior, la dolarización de la política y el escenario electoral sin candidatos son el capítulo actual de la tragedia de los discursos oficialistas.
Por Daniel Rosso
El circulante que no circula o circula en exceso
La crisis que atraviesa la Argentina, parafraseando a Mark Fisher, no tiene exterior: nada parece haber por fuera de ella. En su pura interioridad, se amplia, se diversifica y se acelera. Y se extiende entre dos mandatos: Macri es quien la generó, Alberto quien no la resolvió y Massa quien intenta que no explote. La sensación es que la responsabilidad es de la totalidad del sistema político.
En su big bang expansivo es una crisis que se extiende desde la gestión económica actual hasta el escenario de las próximas elecciones inclusive. Por eso, en la percepción mayoritaria, hay un presente de crisis y un futuro electoral en donde persistirá la crisis.
Ello tiene una primera consecuencia: el objetivo de las políticas económicas residen más en que la crisis no se generalice que en impulsar estrategias para que la mayoría de la sociedad viva mejor. Es decir: esa crisis, sin exterior, se convierte en la agenda única de casi la totalidad de la política gubernamental. Y, por lo tanto, la gestión se desvincula aún más de la sociedad que demanda respuestas urgentes. El objetivo es no empeorar en lugar de mejorar.
Esta concentración de la atención del gobierno ni siquiera es en la economía: es preponderantemente en una de sus variables críticas. Porque estas crisis se organizan, en buena medida, alrededor del movimiento del dólar: o porque ese componente de la economía bimonetaria deja de circular o porque circula con demasiada velocidad.
Por un lado, lo que debe moverse deja de tener movimiento. Entonces, el Estado pone sus esfuerzos en que lo que no circula vuelva a circular. Para ello ofrece incentivos ante los exportadores locales y ante los organismos multilaterales de crédito para que la divisa norteamericana se mueva hacia el Banco Central. La gran maquinaria estatal al servicio del circulante que no circula.
Por el otro, ese mismo circulante, el dólar blue, entre otros, sube de modo constante y acelerado. Es decir: se mueve demasiado. Entonces, la gran maquinaria estatal es puesta al servicio de ese circulante para que reduzca su velocidad. En un caso se trata de producir el movimiento, en el otro de restringirlo. Hay, por supuesto, una constante: todo sucede alrededor del dólar. La divisa norteamericana es, en si mismo, un programa económico y un lenguaje. Y Sergio Massa es un reflejo hiperactivo de la circulación vertiginosa del dólar en la Argentina bimonetaria. No es el ministro el que mueve al dólar sino el movimiento del dólar el que mueve al ministro.
Lo que sucede es mucho más que la economía dolarizada: es la dolarización de la política. Y esa política dolarizada es, en simultáneo, una política amenazada. Hay de parte de los sectores concentrados de la economía, por lo tanto, el impulso a dos dolarizaciones: la de la economía y la de la política. Con la primera interfieren a la segunda.
Esa concentración de la dirigencia política en el dólar la retira del terreno político de la distribución. Hay una suerte de especialización de los dos componentes del bimonetarismo: mientras el dólar más sube, la dirigencia menos se concentra en redistribuir el peso. El fetichismo de la divisa norteamericana transforma a la política en un juego fantasmagórico: en lugar de ocuparse de los sectores vulnerables de la sociedad, se especializa en ir detrás de la figura espectral de la moneda extranjera.
Pero no sólo corren los tipos de cambio. También lo hacen los precios. Hay corridas cambiarias y corridas inflacionarias. Todo se reduce a una alegoría gimnástica. La Argentina es un gym a cielo abierto donde los tipos de cambio, los precios y los salarios se mueven con distinta rapidez. En ese escenario, el Estado es un asignador ineficiente de velocidades: porque la regulación no logra que esos diversos tipos de cambio, precios y salarios se desplacen juntos entre sí o en favor de estos últimos. La heterogeneidad del movimiento es un indicador de la heterogeneidad regresiva de la distribución. La vida es una maratón: hay quienes corren más rápido y quienes lo hacen más despacio. No hay sectores concentrados de la economía o especuladores globales: hay leyes estructurales del movimiento y distinta velocidades de los maratonistas en las corridas cambiarias e inflacionarias. La esfera pública se reduce a una cinta para correr.
Mientras, la palabra dólar se multiplica y extiende sus sentidos con las crisis: al dólar oficial se le suma el dólar blue, el soja, el Mep y el contado con liqui, entre otros. El término dólar lejos de ser un significante vacío, es un significante expansivo. Crisis y dólar tienen la misma lógica de diseminación. Por eso, la crisis sin exterior, la dolarización de la política y el escenario electoral sin candidatos son el capítulo actual de la tragedia de los discursos oficialistas.
Estamos ya en el terreno del bimonetarismo electoral: candidato y programa como dos componentes sucesivos, cada uno de ellos asociado al otro. Pero no son dos componentes intercambiables: se puede tener un candidato sin programa pero no un programa sin candidato. El lábil cuerpo del dólar que no deja de correr, por ahora, dificulta la irrupción del cuerpo del candidato.
El lenguaje del capital financiero
La crisis es también la crisis del lenguaje: los sentidos extraños se acumulan, se superponen y se diversifican. La terminología cambiaria sale de su reducto especializado y se transforma en otro circulante: las palabras Leliq, contado con liqui, Dólar Mep, entre otras, han abandonado el jeroglífico del vocabulario técnico para moverse, aún con dificultades, en los discursos de los taxistas, los comerciantes, los electricistas, los abogados y los deportistas. Dan forma a un pastiche urbano que es un nuevo idioma liderado por el capital financiero. De ese modo, los trabajadores, trabajadoras, jubilados y jubiladas, trajinan un lenguaje extranjero. Han sido sometidos a la terminología de otra clase social. La moneda imperial habla y los argentinos hablamos el lenguaje de esa moneda. El territorio abandonado por la política es ocupado por el discurso de las finanzas. El neoliberalismo es también una hegemonía lingüística.
Por un lado el circulante no circula o circula demasiado rápido; por otro, este otro circulante, el lenguaje, se mueve en geografías extrañas. Estamos en el punto más alto de la dolarización de la política.
La Vicepresidenta Borgeana
La Vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, presentó en el Teatro Argentino de La Plata la Escuela Justicialista Néstor Kirchner cuyo objetivo es la formación de dirigentes y militantes del Frente de Todos. En ese escenario, se refirió a un pasado que insiste en volver. “en esta Argentina circular es como que el pasado aparece otra vez acá en el presente. Hoy estamos con una situación en la que figuras e ideas y hechos del pasado parecen querer venir nuevamente a instalarse en el presente para condicionarlo y para además, también, condicionar el futuro. Estamos en ese raro momento en que el pasado se torna presente y, tal vez, frustre el futuro”.
La superposición de todos los espacios y, por lo tanto, de todos los tiempos en un único instante es el tema de “El Aleph” de Jorge Luis Borges. Pasado, presente y futuro no ya como un contínuum sino como una fusión. Se trata del tiempo en la tensión interna en la que desaparece como tiempo. Dice Borges en su relato: “En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré”.
El lenguaje, cuando describe a “El Aleph”, lo traiciona: porque transforma lo que es simultáneo en sucesivo. Es decir: le agrega tiempo a lo que no lo tiene.
Cristina Fernández de Kirchner describe al neoliberalismo como aquel dispositivo que superpone las temporalidades: el pasado vuelve sobre el presente para impedir el futuro. En su mayor nivel de ofensiva el neoliberalismo elimina el tiempo de la política. Es la idea del Fin de la Historia: es decir, del fin del movimiento. Cuando las que han dejado de moverse son las ideas y la política, lo que se mueve son los dólares, los precios y la pobreza.
¿Cuál es la respuesta a esa operación? La vuelta a la intensidad de la política. Es decir: la vuelta al proyecto y al relato. A contar los hechos organizados en una línea que se desplaza entre el pasado, el presente y el futuro. A la reorganización del discurso en contra del postulado de la repetición del paradigma neoliberal.
En esta línea, la Vicepresidenta Borgeana repone la historia. Y, en ese proceso, reinstala las ideas y los proyectos. Es lo contrario del Aleph: una modalidad semiótica por la que todos los hechos en simultáneo impiden la organización lingüística de los hechos. Es decir: impiden el relato.
La Vicepresidenta, en sus discursos, vuelve a la autonomía de la política y, por lo tanto, vuelve a contarnos un proyecto. Vuelve a los efectos discursivos de las ideas en estado puro, sin mediaciones. Vuelve a la pulsión de un discurso absoluto, en estado de fuerza explosiva, que irrumpe en el aire como una marea desgarrada.
Por eso es un relato que se escucha. Porque representa una diferencia con el resto de los discursos. Pero no alcanza. Es necesario que la reconstrucción de la autonomía de la política sea un proceso colectivo, multitudinario y urgente.
Hay que volver a contar la historia porque el neoliberalismo la disuelve. Allí donde está el lenguaje de las finanzas y de la moral, es imprescindible hacer que la política despliegue colectivamente sus narrativas autónomas.
*Sociólogo, docente y especialista en Comunicación. Ex Subsecretario de Medios de la Nación.
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Fuente: La Tecla Eñe Revista