Por Lucas Aguilera*
A 40 años de democracia ininterrumpida en Argentina, parece una paradoja la asistencia a fenómenos que marcan definitivamente la muerte, o al menos la agonía, de la lógica democrática como se la ha concebido durante el último siglo. Un sistema político que se resquebraja y muestra sus límites para representar los intereses de las mayorías. Esta situación, donde la noción de democracia es tergiversada y cuestionada por aquellos mismos que la erigieron, introduce en el ámbito público una multitud de antinomias y explicaciones falaces.
La esencia de la democracia tradicional, aristotélica, liberal, encuentra sus raíces en la relación directa entre el pueblo y el gobierno, otorgando al conjunto de la ciudadanía la totalidad del poder (entre comillas). Sin embargo, en el contexto actual de acelerada transformación impulsada por la digitalización, la democracia se ve rezagada, obsoleta y desconectada al no lograr sincronizarse con la nueva fase capitalista. La esencial conexión entre el pueblo y el gobierno enfrenta una crisis marcada por la incapacidad de ajustarse al ritmo de la digitalización.
Esta pérdida de esencia se manifiesta también en la pérdida de la forma democrática. La brecha entre la democracia formal, arraigada en métodos analógicos del pasado, y la nueva fase de digitalización, revela un desfasaje temporal y espacial. El tiempo social experimenta una aceleración sin precedentes, pero esta aceleración no está acompañada por un sistema democrático acorde a las transformaciones actuales. Mientras la democracia formal avanza con lentitud, aferrada a sus tiempos analógicos, la digitalización y la virtualidad avanzan a una velocidad inusitada.
Los “derechos adquiridos” antaño a través de la lucha en el sistema institucional, se van desvaneciendo y se imponen, como tendencias precarizadoras, bajo las lógica del trabajo en plataformas y la uberización laboral. Así, los derechos laborales se desdibujan junto con el derecho a la protesta y el derecho a la organización por parte de las clases populares, cuyas formas también parecen mostrarse obsoletas.
La comparación entre la situación de los obreros del siglo XX y las clases populares del siglo XXI en el contexto de la «libertad de reunión» pareciera no haber cambiado. En el pasado, Lenin señaló que la «libertad de reunión» en una república burguesa era ilusoria para los trabajadores, ya que los ricos disponían de los mejores locales y tiempo libre protegidos por el sistema de poder burgués. En términos actuales, esta idea resuena en el hecho de que los propietarios de plataformas digitales, análogos a los «señoritos de la nobleza», controlan los espacios virtuales y el tiempo disponible para la organización y el debate.
Mientras los dueños de plataformas disfrutan de la libertad y el tiempo para organizar y dirigir la narrativa, las clases populares, al igual que los obreros en la analogía de Lenin, se encuentran atrapadas en la alienación digital. Debaten sobre las plataformas y redes, pero en un espacio diseñado por aquellos que detentan el poder. Este escenario reproduce la misma dinámica de desigualdad que el siglo pasado, donde las clases populares no cuentan, con los recursos, ni el control sobre los espacios digitales “de reunión”, quedando atrapadas en debates falaces, sin poder real.
Los propietarios de las plataformas, nos mantienen debatiendo en un tiempo y espacio obsoleto, centrado en discusiones superficiales, manipulando el debate público y desviando la atención de las clases populares sobre lo verdaderamente esencial, que es disputar el tiempo disponible que genera esta transformación tecnológica, tiempo ajeno apropiado por las clases dominantes. Este enfoque busca mantener el statu quo y perpetuar la desigualdad, subestimando la importancia de cuestionar y cambiar las estructuras fundamentales que determinan quién tiene voz y quién no en la nueva fase digital. Es crucial reconocer que para alcanzar una verdadera igualdad y democracia, es necesario quitar a los explotadores digitales el control sobre estos espacios y conquistar tiempo libre para las clases populares.
La democratización del poder social, en esta batalla por el tiempo y el espacio, debe fundarse en la democratización del poder político que hoy se encuentra externo a la intervención directa del pueblo y su control. El indicador más claro reside en la construcción de la narrativa de “la casta”, que logró llenar el significante vacío de una clase dirigente muy alejada del sentir popular. Como nos decía Marx en “La cuestión judía” (1843), “sólo cuando el hombre ha reconocido y organizado sus “forces propres” como fuerzas sociales y cuando, por tanto, no desglosa ya de sí la fuerza social bajo la forma de fuerza política, sólo entonces se lleva a cabo la emancipación humana.” Es decir, solo cuando logre organizarse en su propio nombre.
En este sentido Sartre nos arroja luz sobre la verdadera democratización del poder, tras las apariencias democráticas y el sufragio universal. Afirma en su artículo “Elecciones, trampa para idiotas” (1976): “votando el día de mañana, nosotros vamos una vez más a sustituir con el poder legal, al verdadero poder legítimo.» Sartre opone “el poder legal”, producto del sufragio universal, al “poder legítimo” que procede del pueblo llevado por un “vasto movimiento antijerárquico y libertario”. El sufragio universal es una institución que transforma a los hombres en ciudadanos: en los cuartos oscuros, éstos están aislados de los grupos a los que pertenecen y se vuelven entidades abstractas, átomos mantenidos “en estado de impotencia serial”. Y concluye: “la democracia indirecta es una mistificación”.
Cuando la democracia se reduce al voto y “el pueblo” descansa en él como único acto de participación ciudadana, se ocultan los mecanismos de construcción del poder real o legítimo, subsumido a la mera formalidad. El debate entre democracia formal (o indirecta, en palabras del autor) versus la democracia real o participativa, claramente no es nuevo, pero amerita el ensayo de nuevas respuestas frente a los acontecimientos del siglo.
La derrota electoral es la advertencia al peronismo: o se reinventa o perece en el conservadurismo, del que nunca estuvo a salvo
Las representaciones tales como Donald Trump en Estados Unidos, Matteo Salvini en Italia, Santiago Abascal en España o Jair Messias Bolsonaro en Brasil, dan cuenta de las “farsas” que se vienen repitiendo alrededor del mundo, de la mano de una fracción de capital que en el reparto de la riqueza viene perdiendo posiciones. La tragedia de los fascismos del siglo pasado se repiten como farsas, y el escenario político y social nacional no está exento de estos procesos que se desarrollan a lo largo y lo ancho del mundo.
En Argentina, la pérdida de esencia y forma de la democracia se manifestó claramente en las recientes elecciones presidenciales. Estas no solo representaron el resultado de un agotamiento social, sino también una profunda insatisfacción política que puede ser comparada únicamente con el estallido social del 2001.
En este contexto de descontento y desconfianza hacia las instituciones tradicionales, emergió una figura singular: Javier Milei. Un “fenómeno religioso”, que algunos denominan neofascismo, por las similitudes políticas, en ciertos aspectos, y salvando las distancias, con el ascenso de Benito Mussolini en Italia después de la Primera Guerra Mundial.
Mariátegui se refería a la falta de coherencia y claridad en movimientos políticos como el fascismo, resaltando la imprevisibilidad y el desafío que plantean a las estructuras democráticas establecidas. Arroja luz sobre esta dinámica al afirmar que el programa del fascismo es confuso, contradictorio, heterogéneo: contiene mezclados pêle-mêle (revoltijo) conceptos liberales y conceptos sindicalistas. Mejor dicho, Mussolini no le ha dictado al fascismo un verdadero programa; le ha dictado un plan de acción” (1925, p. 122). En este sentido, “Mussolini es caracterizado como un ser inquieto, teatral, alucinado, supersticioso y misterioso, que se siente elegido por el destino para decretar la persecución del dios nuevo y reponer en su retablo los moribundos dioses antiguos”. Cualquier parecido con estos neofascismos,es pura coincidencia.
La figura de Milei refleja una respuesta a la desconexión percibida entre la democracia formal y las demandas de una sociedad inmersa en la digitalización y una crisis económica que ni el peronismo, proyecto político que históricamente abraza los intereses de las clases trabajadoras, pudo resolver. El ascenso de Milei no solo denota un malestar ciudadano, también pone de manifiesto la búsqueda de alternativas ante la aparente obsolescencia de las instituciones democráticas convencionales.
Este fenómeno no puede atribuirse a una causa única, sino que es el resultado de una compleja concatenación de hechos. Desde la pandemia del macrismo y del COVID-19 hasta las consecuencias de la intervención del FMI, las guerras y las sequías, cada evento ha contribuido a la creación de un escenario político marcado por agudos enfrentamientos. El choque entre las fuerzas de Cambiemos contra Macri y Unión por la Patria contra Cristina y entre ambas, ha desencadenado un efecto significativo: la emergencia de Javier Milei y su movimiento Libertad Avanza. Aunque en principio Milei aparecía como un outsider de la política, hoy, en plena conformación de su gabinete, queda claro que está respaldado y financiado por el bloque neoliberal, que busca incorporarlo a sus filas en un abrazo de oso.
Este abrazo, revela sin reservas el respaldo de la derecha continental encabezada por Steve Bannon y la colaboración de la élite local, exponiendo su verdadero objetivo sin temores ni vergüenzas. La transformación de una fuerza que inicialmente se presentó como anti-casta ahora se manifiesta como una oposición directa a Cristina Fernández de Kirchner, adoptando una postura contrarrevolucionaria y reaccionaria contra la Década Ganada. Este abrazo del oso desnuda las verdaderas intenciones del bloque neoliberal, exhibiendo sus garras y marcando un giro radical que tampoco dará respuesta a la crisis democrática en curso, sino que profundizará la contradicción, dejando la utopía democrática del pueblo como soberano enterrada bajo las fauces del león.
* Magíster en Políticas Públicas y Desarrollo (FLACSO) y Analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).