Gastón Garriga (@gaston_garriga), comunicador, consultor y docente, narra la experiencia del Grupo Nomeolvides, que desde 2015 impulsa un replanteo profundo de la comunicación del campo popular, con la militancia como gran protagonista. Libros, talleres, acuerdos con municipios y sindicatos son lo que denomina: «Herramientas para disputar el sentido». Entrevista de Daniela Porto.
DP: ¿Cómo y por qué surge Grupo Nomeolvides?
GG: Te hago una síntesis cronológica, porque es muy difícil separar lo político y lo conceptual del paso del tiempo. Allá por 2015, la campaña del ballotage entre Scioli y Macri despertó una enorme energía popular: militantes que desbordaban a sus conducciones, gente que salía espontáneamente a convencer a otros con cartelitos artesanales porque, decía San Martín, «cuando la patria está en peligro, todo vale con tal de defenderla».
Si bien todos los que integramos Grupo Nomeolvides teníamos trayectorias y experiencias anteriores, como organización somos hijos de ese proceso, que dejó un sabor agridulce. Agrio, por todo lo que hubo que atravesar después, por lo poco que faltó para torcer ese resultado electoral. Pero interesante porque intuimos que esa voluntad que se manifestó entre una y otra elección tenía enorme potencia: si se le incorporaban herramientas adecuadas, podía dar mucho más.
Entonces nos dedicamos, por un lado, a estudiar y analizar por qué un trabajador vota al neoliberalismo, esa fue la pregunta fundante, y por otro, a ver cómo incidir en esos procesos de formación de la opinión. Así surgieron los conceptos que fuimos hilando: tecnopolítica, comunicación persuasiva, campaña molecular, etc. Desde entonces, dimos mil talleres, presenciales, virtuales y de vuelta presenciales, publicamos dos libros y tenemos un seminario universitario, entre otras cosas. Ahora somos una asociación civil y eso nos permite hacer convenios y asesorar a municipios, sindicatos y bloques legislativos.
DP: ¿Y por qué ocurre que un trabajador o muchos votan a la derecha? ¿Por la influencia de los medios?
GG: Los medios juegan un papel innegable, pero no bastan para explicar estos fenómenos que empiezan recién en la década pasada, cuando los medios estaban desde mucho antes. La respuesta parte del concepto de tecnopolítica, que es un nuevo paradigma, de la comunicación y de la política.
En cada época, hay una tecnología dominante que moldea sujetos, relaciones, grupos, sociedades. Mi viejo fue hijo de la radio, yo de la televisión, mis hijos de los smartphones. Muchas veces los movimientos populares insisten con recetas que fueron exitosas en otra época, sin dimensionar la profundidad de los cambios. A modo de ejemplo, crecimos con una comunicación cuya función central era la informativa. Hoy no, hoy se comunica para persuadir, para convencer, para acumular poder. Es lo que hacen las derechas.
Esta diferencia es central, porque mientras una función requería elementos racionales, la otra es básicamente emocional. Y, en consecuencia, si la comunicación es la arena de disputa por el sentido, entonces ya no es accesoria o secundaria. La comunicación es la política y viceversa. Ya no se puede dejar en manos de cualquiera. Cada palabra, cada imagen, cada gesto dispara una emoción en un grupo o comunidad de sentido: hay que estudiar eso, planificarlo, ejercitarlo. Estas son las reglas de juego hoy vigentes, el que no las asume no tiene chances. El que improvisa tampoco.
DP: ¿Aunque tuviera un buen gobierno?
GG: Aunque tuviera un buen gobierno. No sé de dónde surgió la idea de que las acciones hablan por sí mismas, pero en comunicación política es falsa. La acción es polisémica, admite miles de interpretaciones. Un buen relato es el que ancla el sentido, sabiendo a quién se dirige. Por eso son tan importantes las narrativas.
Yo creo, por ejemplo, que la suerte de este gobierno se definió cuando reculó con Vicentín. ¿Era necesario hablar de “expropiación”, que remite a autoritarismo o abuso estatal? ¿Y si probábamos con “crear una nueva empresa pública de alimentos”, que remite a emprender, a generar empleo, etc.? La teoría del framing o encuadre también es central. Hay que elegir cada palabra científicamente.
DP: ¿Cuál es el rol de la militancia en este planteo?
GG: Para nosotros, es el gran activo no aprovechado en materia de comunicación. La disputa por el sentido es todos los días, como la gota que horada la piedra. Hacer campaña tres meses antes de votar no alcanza. El militante sabe perfectamente, en su barrio, su manzana, su lugar de trabajo o esparcimiento, cuáles son las voluntades en disputa. Además, las tiene a mano, se las cruza frecuentemente. Ahí deben concentrarse los esfuerzos.
Nosotros brindamos primero una formación básica en estos conceptos -unidad de concepción- y luego acompañamos una estrategia de escucha y diálogo -unidad de acción-. Escucha para saber quién es realmente el otro, una virtud de la vieja militancia que hemos perdido, y diálogo con objetivos pedagógicos. No para encajarle la boleta, sino para sacarlo de la situación de vulnerabilidad política, para que “lea” la realidad y saque sus propias conclusiones.
Hoy todas las herramientas son dialógicas -se usa más “interactivas” pero es lo mismo-. Si no somos dialógicos, no tenemos chances. Eso es una campaña molecular, la sistematización y planificación del trabajo persuasivo. Y ha dado muy buenos resultados donde se puso en práctica.
DP: ¿No es un poco ingenuo o voluntarista?
GG: Para nada. Tiene una dimensión geopolítica, vamos de punto, como casi siempre en la historia, y nosotros lo hacemos explícito. Hoy tenemos un ejemplo contundente. ¿Por qué hay guerra en Ucrania? Porque se quisieron unir a la OTAN. ¿Por qué se quisieron unir a la OTAN? porque desconocían la historia, la geopolítica, las consecuencias de sus decisiones. ¿Cómo llega a presidente un tipo que desconoce todo eso? Empujado por los medios masivos, con apoyo de la embajada estadounidense y su sofisticadísimo aparato de producir sentido. Eso es la guerra híbrida, la incidencia decisiva de un factor externo en la política de una nación.
Volviendo a Argentina, desde el estado nacional se podría dar una disputa en ese sentido que hoy no se da. Entre masticar impotencia y formar cuadros persuasivos que hagan un trabajo silencioso, elegimos lo segundo. ¿Ingenuo? ¿Voluntarista? Tal vez, pero lo mismo les decían a los que les tiraban agua hirviendo a los ingleses. «Los que especulan no entran en la historia», ¿te suena?
DP: ¿Y por qué no se aplica a nivel nacional?
GG: Me parece que esa pregunta no es para mí.
DP: ¿Sólo eso?
GG: A la política le suele costar la asimilación de lo novedoso, tiene una inercia propia de la que es muy difícil salir. ¿Qué hacemos nosotros? ¿Comunicación? ¿Territorio? ¿”Qué me están pidiendo estos pibes”? Ponemos la comunicación al servicio de la formación de mayorías, de la comunidad organizada. Demasiado complejo o abstracto para estos tiempos de hiper simplificación.
Seguramente viste la película de Netflix “No miren arriba”. Bueno, nosotros vivimos la escena de los científicos con Meryl Streep, más de una vez. Por suerte, las resistencias van cediendo. No a la velocidad de nuestra ansiedad, pero van cediendo.
Fuente: Dejamelo Pensar