por Thierry Meyssan
Serguei Lavrov suele comparar a Occidente con una fiera herida. Y estima que es mejor no provocarlo para evitar que destroce todo en un ataque de locura. Es mejor guiarlo en paz hacia el cementerio. Pero Occidente no lo ve de la misma manera. Washington y Londres están embarcados en una cruzada contra Moscú y Pekín. Rugen constantemente y parecen dispuestos a todo. Pero, ¿qué pueden hacer en realidad?
La cumbre del G7 en Baviera y la de la OTAN en Madrid iban a anunciar el castigo de Occidente contra el Kremlin por su «operación militar especial en Ucrania». Pero, aunque la imagen que se ha resaltado ha sido la de una unidad entre las potencias occidentales, la realidad muestra que esas potencias están desconectadas… de las realidades, que han perdido audiencia en el mundo entero y que, en definitiva, están ante el fin de su hegemonía.
Mientras los occidentales se convencen a sí mismos de que lo que está en juego es Ucrania, el mundo los ve atrapados en la «trampa de Tucídides» [1]. ¿Seguirán las relaciones internacionales organizándose alrededor de ellos o acabarán siendo finalmente multipolares? ¿Se liberarán los pueblos hasta ahora sometidos y alcanzarán la soberanía? ¿Será posible pensar de una manera que no sea en términos de dominación global y dedicarnos todos al desarrollo de todos?
Los occidentales han imaginado, alrededor de la «operación militar especial» rusa en Ucrania, una narrativa que no menciona lo que ellos mismos han hecho desde la disolución de la Unión Soviética. Prefieren olvidar que sus países firmaron la Carta de Seguridad Europea –también conocida como la Declaración de Estambul de la OSCE. Prefieren olvidar también que ellos mismos violaron lo estipulado en ese documento metiendo uno a uno en la OTAN a todos los ex miembros del Pacto de Varsovia y a varios de los nuevos Estados postsoviéticos. Tampoco quieren recordar que ellos mismos derrocaron el gobierno ucraniano en 2004, ni el golpe de Estado mediante el cual instauraron en Kiev un régimen de nacionalistas banderistas, en 2014. Sin hablar de todo ese pasado, atribuyen todos los males a Rusia y se niegan a cuestionar lo que ellos mismos hicieron anteriormente, consideran que sólo “aprovecharon” ciertas coyunturas y estiman que sus victorias pasadas les confieren derechos.
Para sostener esa narrativa imaginaria, los occidentales recurren a la censura de los medios rusos en sus propios países. En otras palabras, los occidentales se venden como «demócratas»… pero más vale censurar las voces discordantes que tener que mentir.
Todas las potencias occidentales abordan, unánimemente, el conflicto ucraniano convenciéndose a sí mismas de que tienen el deber de juzgar, condenar y sancionar a Rusia. Han chantajeado a los países más pequeños para imponer en la Asamblea General de la ONU un texto que parece darles la razón. Y ahora planean desmantelar Rusia, como antes lo hicieron con Yugoslavia y como ya han tratado de hacerlo con Irak, Libia, Siria y Yemen, mediante la estrategia Rumsfeld-Cebrowski [2].
Para lograr ese objetivo han comenzado a aislar a Rusia de la finanza internacional y del comercio mundial, le han cortado el acceso al sistema SWIFT y a Lloyds, impidiéndole no sólo comprar y vender sino también garantizar el transporte de sus mercancías. Están tratando de provocar el derrumbe económico de la Federación Rusa. De hecho, el 27 de junio pasado, la agencia Moody’s declaró a Rusia en default (impago) [3].
Pero nada de eso ha tenido el efecto esperado… porque todo el mundo sabe que las arcas del Banco Central ruso están llenas de divisas y de oro. En realidad, Rusia pagó los 100 millones que tenía que pagar pero no pudo transferirlos a Occidente… por causa de las sanciones occidentales. Así que Moscú puso ese dinero en una cuenta en espera de que los acreedores busquen la manera de tener acceso a esos fondos.
Mientras tanto, la Federación Rusa, que ya no recibe pagos de los occidentales, ha comenzado a vender sus productos, específicamente sus hidrocarburos, a otros compradores, principalmente a China. Como los pagos ya no pueden efectuarse en dólares, Moscú está cobrando en otras monedas. Por consiguiente, los dólares que los clientes de Rusia utilizaban antes para pagar los productos rusos están regresando a Estados Unidos.
Ese proceso ya estaba en marcha desde hace años pero las sanciones unilaterales occidentales lo han acelerado bruscamente. La enorme cantidad de dólares que están regresando a Estados Unidos –y acumulándose allí– está desatando una imponente alza de precios en suelo estadounidense. La Reserva Federal trata de hacer todo lo posible por desviar una parte del alza de precios hacia los países de la eurozona. Resultado: el alza de precios se propaga a toda velocidad por todo el oeste de Europa.
A todas estas, el Banco Central Europeo (BCE) no es una entidad concebida para favorecer el desarrollo económico. Su misión primordial consiste en manejar la inflación dentro de la Unión Europea. Al comprobar que no tiene como frenar el brusco aumento de los precios en Europa, el BCE trata de utilizar esa tendencia para reducir su propia deuda. Así que el Banco Central Europeo está invitando los Estados miembros de la Unión Europea a compensar, mediante reducciones de impuestos y subvenciones, el repentino derrumbe del poder adquisitivo de sus “ciudadanos europeos”. Pero eso es caer en un círculo vicioso: al ayudar a sus ciudadanos, los países miembros de la Unión Europea se entregan –atados de pies y manos– al Banco Central Europeo, se encadenan todavía más a las deudas de Estados Unidos y se empobrecen aún más.
Esta espiral inflacionista no tiene puerta de salida. Es la primera vez que Occidente se ve obligado a “tragarse” los dólares que Washington ha venido imprimiendo alegremente durante décadas. El alza de precios en Occidente corresponde al costo de los gastos del imperio yanqui durante al menos los últimos 30 años. Es ahora cuando Occidente se ve obligado a pagar lo que costaron sus guerras contra Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemen.
Hasta ahora, Estados Unidos mataba a todo aquel que amenazaba la supremacía del dólar. Colgaron a Saddam Hussein y saquearon el Banco Central iraquí. Torturaron y lincharon a Muammar el-Kadhafi –quien estaba preparando el lanzamiento de una moneda única panafricana– y saquearon el Banco Central libio. Las enormes reservas que esos Estados petroleros habían acumulado durante años “desaparecieron” sin dejar rastro. Sólo se vio algunos militares estadounidenses partir con decenas de miles de dólares, a menudo envueltos en sacos plásticos usualmente destinados a envolver la basura. Al excluir a Rusia de los intercambios en dólares, Washington no ha hecho otra cosa que provocar lo que tanto temía: el dólar estadounidense ha dejado de ser la divisa de referencia internacional.
La mayoría del resto del mundo no es ciega. Viendo lo que sucede muchos corrieron a participar en el Foro Económico de San Petersburgo y después trataron de inscribirse en la cumbre virtual de los países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Esa mayoría se da cuenta ahora –un poco tarde– de que Rusia inició la «Asociación de Eurasia Ampliada» en 2016 y de que el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, hizo el anuncio en ese sentido, ante la Asamblea General de la ONU, en septiembre de 2018 [4].
Durante 4 años, se han construido muchos kilómetros de carreteras y de vías férreas para integrar a Rusia en las nuevas «rutas de la seda» concebidas por China. Eso ha permitido redireccionar –en sólo meses– los flujos de mercancías.
El reflujo de los dólares estadounidenses y el redireccionamiento de los flujos de mercancías están acentuando además el alza de los precios de la energía. Rusia, uno de los primeros exportadores de hidrocarburos de todo el mundo, está viendo sus ingresos aumentar considerablemente en ese sector. La moneda rusa –el rublo– goza de mejor salud que nunca. En un esfuerzo por revertir esa tendencia, el G7 acaba de fijar un precio tope para el gas ruso y para el petróleo ruso. En otras palabras, el G7 acaba de ordenar a la «comunidad internacional» que no acepte pagar más caro por los hidrocarburos que necesita desesperadamente.
Pero es evidente que Rusia no piensa permitir que Occidente fije los precios de los productos rusos. Quien no quiera pagarlos al precio del mercado… sencillamente no podrá obtenerlos y parece muy poco probable los clientes potenciales se priven de lo que necesitan sólo para complacer a Occidente.
El G7 trata de organizar su supremacía, al menos en el plano intelectual [5]. Pero eso ya no funciona. El viento sopla ahora en otra dirección. Se han acabado los cuatro siglos de hegemonía occidental.
Desesperado, el G7 se ha comprometido a resolver la crisis mundial de los alimentos… que es resultado de su propia política. Los países afectados saben perfectamente lo que valen los “compromisos” del G7. Todavía están esperando por el famoso gran plan de desarrollo para África, entre otras muchas promesas occidentales. Esos países saben que Occidente simplemente no puede garantizarles fertilizantes nitrogenados o potásicos, pero se empeña en impedir Rusia los venda. Las famosas ayudas del G7 –tan útiles como una venda en una pierna plástica– no tienen otro objetivo que hacerlos esperar y tratar de evitar que se cuestionen los sagrados principios del libre comercio.
La única opción posible para mantener la dominación occidental es la guerra. La OTAN tendría que lograr destruir Rusia, como Roma cuando arrasó Cartago. Pero, ya es tarde para eso. Las fuerzas armadas de la Federación Rusa disponen de sistemas de armas mucho más sofisticados que Occidente. Y ya los pusieron a prueba en Siria, desde 2014. Rusia tiene lo necesario para aplastar a sus enemigos en cualquier momento. En 2018, el presidente Vladimir Putin mostró a los parlamentarios rusos los sorprendentes progresos de su industria bélica [6].
La cumbre de la OTAN en Madrid fue una linda operación de comunicación [7]. Pero probablemente fue también el canto del cisne. Los 32 miembros de la OTAN proclamaron su unidad con la desesperación de quienes temen a la muerte. Como si nada, adoptaron primero una estrategia para dominar el mundo durante los 10 próximos años, señalando el «crecimiento» de China como una fuente de preocupación [8], lo cual equivale a confesar que el objetivo de la OTAN no es garantizar la seguridad de sus miembros sino más bien dominar el mundo. Seguidamente, abrieron el proceso de adhesión de Suecia y Finlandia y se plantearon además la posibilidad de acercarse a las fronteras de China, con una eventual adhesión de Japón.
El único incidente, rápidamente puesto bajo relativo control, fue la presión turca que obligó a Finlandia y Suecia a condenar el PKK [9]. Incapaz de enfrentar la presión de Turquía, Estados Unidos abandonó a sus aliados –los mercenarios kurdos en Siria y sus líderes en el extranjero.
También se decidió multiplicar por 7,5 la Fuerza de Acción Rápida de la OTAN, haciéndola pasar de 40 000 a 300 000 efectivos, y estacionarla en la frontera con Rusia. Con esa decisión, los miembros de la OTAN vuelven a violar los compromisos ya contraídos y estipulados en la Carta de Seguridad Europea ya que amenazan directamente a Rusia.
Mientras tanto, el Pentágono ya está haciendo mapas sobre el desmantelamiento de Rusia que espera concretar.
El ex embajador de Rusia ante la OTAN y actual director de Roscosmos, Dimitri Rogozin, respondió a esas elucubraciones publicando en su cuenta de Telegram, las coordenadas de tiro de los centros de decisión de la OTAN –incluyendo las del centro de convenciones de Madrid donde estaban reunidos los jefes de Estado y/o de gobierno de esa alianza militar [10].
No hay que olvidar que Rusia ya dispone de vectores hipersónicos, actualmente imposibles de interceptar, capaces de poner en sólo minutos una o más cargas nucleares encima de la sede de la OTAN, en Bruselas, e incluso en el Pentágono, en Washington. Y, para que nadie se equivoque, Serguei Lavrov, precisó –refiriéndose a los discípulos de Leo Strauss, sólidamente posicionados en la cúpula de Washington– que las decisiones militares de Occidente ni siquiera son cosa de los militares sino que se toman en el Departamento de Estado estadounidense, lo cual implica que ese pudiera ser el primer blanco.
Se imponen entonces varias interrogantes. ¿Están dispuestos los dirigentes occidentales a jugarse el todo por el todo? ¿Asumirán el riesgo de desatar una Tercera Guerra Mundial –sabiéndola perdida de antemano– únicamente para no hundirse solos?