(Alejandro Malowicki Director de cine-Docente/Especial para Motor Económico)
“La economía es el medio; el objetivo es cambiar
el corazón y el alma”.
Margaret Thatcher
La niñez del presente es la única fuerza vital capaz de garantizar el desarrollo de nuestro país y no es aventurado predecir que su sobrevivencia, sus procederes y actitudes mucho dependerán de que los 8 millones (40%) que actualmente sobreviven sumidos en la pobreza reciban la salud, el techo y la educación que merecen y necesitan y que el total de los 22.000.000 que habitan en todo nuestro territorio no continúen expuestos a contenidos ajenos a sus (nuestras) culturas que reciben a través de las miles de horas-pantalla que los medios audiovisuales emiten desde los aparatos digitales.
En este sentido, ya no se trata solamente de testimoniar la influencia de las producciones audiovisuales en las infancias, que por supuesto es intensa y determinante; se trata de dar cuenta de que hoy forman parte de su vida cotidiana y en les más pequeñes de sus juegos y,en consecuencia,los contenidos que emiten participan fuertemente en el desarrollo de sus estructuras narrativas; narrativas de las que se valdrán al momento de vincularse con sus semejantes, de enlazar, elegir, identificarse o rechazar sus propios ámbitos culturales o aceptar u oponerse a las ideologías y modos de vida que en los contenidos de las producciones subyace.
¿En ese sentido deberíamos creer que el poder que ejercen las fuerzas dominantes imponiendo sus pensamientos y representaciones neoliberales son según lo expresa Michel Foucault “Un poder disciplinario?, ¿un poder que, en lugar de sacar y retirar, tiene como función principal la de «enderezar” conductas para retirar mejor y sacar más?
A propósito de esto que Foucault menciona es muy importante destacar que en el transitar de sus etapas evolutivas durante las cuales les niñes y jóvenes recibieron miles de horas-pantalla a través de sus aparatos digitales también se familiarizaron con su uso para generar y difundir producciones con contenidos propios e inclusive creando nuevos formatos que se adaptan mejor a sus intereses, deseos y necesidades y, teniendo en cuenta éste importante cambio en las relaciones entre los medios (y sus contenidos) y les espectadores surge otra pregunta: ¿también las expresiones producidas por les niñes y les adolescentes estarán muy condicionadas e influidas de tal manera que ahora no solo continúen siendo influenciados por las producciones que los medios concentradosemiten sino que a su vez también sean ellos los que amplifiquen con sus expresiones la ideología de los poderes mediáticos? ¿Acaso muchas de ellas ya no están en línea con esos poderes y al parafrasear a Margaret Thatcher ya les “cambiaron el corazón y el alma” a sus hacedores”?
El Estado tiene su enorme responsabilidad al respecto ya sea por no proponer e intentar sancionar leyes que intervengan en el libre mercado que de libre no tiene nada, de no impulsar la inclusión del cine como auxiliar importante de les docentes para sus dictados en todos los establecimientos educativos y por no proponer con energía en las escuelas de cine públicas y privadas la inclusión de materias que instruyan a les estudiantes en la creación, realización y producción de obras cinematográficas dirigidas a las audiencias infantiles y juveniles.
La batalla está perdida pero no el resultado final. Se está a tiempo de concretar los cambios imprescindibles para que las infancias que hoy están carenciadas de salud física y cultural reciban lo que les adultes les deben. Para ello es también muy importante que muches adultes dejen de comportarse como una mercancía más.