Por Gabriel Fernández *
Si en el tramo previo a la asunción de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos la situación internacional ya presentaba transformaciones hondas, el barajar y dar de nuevo que implica su accionar viene originando cambios dentro del cambio. La rapidez de las modificaciones resulta tan intensa que las imágenes de los protagonistas se borronean, y varios surgen, tras un abrir y cerrar de ojos, en lugares distintos a los que ocupaban antes del temblor provocado por el estentóreo.
Qué curioso: provoca un temblor clamando por la paz, mientras los espacios de propaganda habitual lo sindican como un fascista ultra bélico. Sólo su colega ruso, Vladimir Putin, parece comprender cabalmente los desafíos que afronta y la representación que canaliza. No es poco. Sin embargo, la absorción de esa realidad, en la cual la potencia del Norte está en funciones diferentes a las conocidas por décadas, puede llamar a engaño; no se está desplegando una nueva bipolaridad.
El resto de las naciones tiene su importancia, y tensiona. Las europeas anhelan vivificar el atlantismo, las emergentes asentar su potencial.


QUIEBRE INTERNO. Un par de semanas atrás, Trump hizo vibrar Ryad y, en su interior, a los líderes del Golfo Pérsico. Señaló con su dedo acusador a los dirigentes del orden neoconservador: “destruyeron muchas más naciones de las que construyeron” y lo han hecho “interviniendo en sociedades complejas que no entendían”. Como si eso fuera poco, condenó las “devastadoras” guerras sobre Afganistán e Irak. Utilizando llamativamente la sigla como marca partidaria, anunció que “el MAGA reescribirá las reglas del poder global”. Se estaba refiriendo al Make America Great Again.
Como si se tratara del titular del Ejecutivo de otro país, las fuerzas internas globalistas replicaron con energía. Días después, el ex director del FBI, James Comey, publicó una foto de los números 86 47 grabados en la arena. Para los partidarios de Trump, era una amenaza de muerte: “86” significaba eliminación, “47” marcaba a Trump (47.º presidente de los Estados Unidos). El Servicio Secreto inició una investigación, y los partidarios de MAGA acusaron al Estado Profundo de incitar al asesinato del presidente estadounidense.
El investigador en Estudios Estratégicos Mohamad Hasan Sweidan lo explicó así: “Desde una plataforma adornada con oro en el Golfo Pérsico hasta un críptico mensaje en una playa estadounidense, las líneas divisorias dentro de la propia Casa Blanca de Trump quedaron claramente de manifiesto: una encarnizada lucha entre un movimiento nacionalista insular y el viejo establishment imperial. Esta guerra interna ya está transformando el poder estadounidense tanto dentro como fuera del país”.
INTELIGENCIA Y PODER. El rastro de la contienda incluye varias zonas otrora inexpugnables. Esta semana, Trump redujo drásticamente el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) al despedir a varios funcionarios, licenciar a otros y ordenar a unos cuantos que regresen a sus agencias de origen. Fuentes familiarizadas con el área, indicaron que el NSC ingresó en una “liquidación”, tres semanas después de que el presidente despidiera a Mike Waltz como su primer asesor de seguridad nacional, el puesto más alto en ese Consejo. Para tener una idea de la aceleración de los acontecimientos que se mencionó previamente, cabe subrayar que quienes perdieron sus puestos fueron notificados el viernes por la tarde.
El jefe de gabinete del NSC, Brian McCormack, envió un correo electrónico a los funcionarios poco después de las 4 p.m. para informarles que tenían 30 minutos para retirar sus pertenencias de sus escritorios y salir del edificio del NSC al lado de la Casa Blanca. La falta de confianza late en la resolución: está claro que los contendientes se perciben integrantes de “naciones” diferentes. Una situación semejante se registró en la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) sobre el arranque mismo de la administración republicana.
Robert O’Brien, quien se desempeñó como asesor de seguridad nacional durante la primera administración de Trump, escribió un artículo de opinión en el que pedía que se redujera la plantilla del NSC a no más de 60 funcionarios. Enseguida, Dennis Wilder, ex directivo del NSC, puntuó que “No cabe duda de que el NSC de la administración Biden se había inflado y estaba intentando, con prepotencia, implementar la política exterior en lugar de cumplir su función tradicional de coordinar la implementación por parte del resto del establishment de seguridad nacional”,
Como era de prever, los gobernados por las corporaciones financieras, denunciaron que “existe el peligro de que un NSC severamente reducido no tenga el poder ejecutivo necesario para controlar el sistema de seguridad nacional. Y puede servir a la reducción del número de funcionarios de otras agencias que no sintonicen con MAGA”. Bueno, este periodista no puede dejar de afirmar que eso es, exactamente, lo que necesita Trump. Entre las Fuentes consultadas, se destaca una que afirma “Trump aprendió una lección de su primer mandato que muchos funcionarios del Consejo de bloqueaban su agenda. No iba a volver a cometer el mismo error”.
Pero otros cuestionaron el impacto que la purga tendría sobre la política, y particularmente sobre la capacidad de arbitrar desacuerdos en todo el gobierno. “Si bien podría parecer una medida burocrática engorrosa porque el propósito del NSC es dotar de personal al presidente, su importancia va mucho más allá”, añadió ese informante. “Al reducir el personal del NSC a casi nada, se limita la capacidad del gobierno estadounidense para generar opciones de política exterior o, potencialmente, frenar las preferencias de Trump. Solo queda el poder presidencial”. Y, si.
Es probable que una aclaración feroz contribuya a despejar la neblina que impide visualizar el proceso en marcha: los cesanteados por el Estado norteamericano que conduce el rubicundo son criminales, agentes que, con alguna excepción, han participado en la generación de conflictos en distintos territorios del globo, han impulsado golpes para sojuzgar naciones soberanas, han instruido fuerzas represivas de nuestro Sur. Saber eso facilita limpiar la hojarasca falsamente vindicativa de quienes creen que lo justo es rechazar estas medidas como si se tratara de un cercenamiento de los derechos laborales de los empleados públicos.


PUTIN Y TRUMP. El esfuerzo de los grandes medios y sus reproductores en redes por inventar cruces y desencuentros entre Donald Trump y Vladimir Putin se intensificó tras la ya célebre conversación telefónica. El suceso en sí mismo denotó una tendencia; pero además, Trump dijo que las condiciones de un acuerdo de paz podrían negociarse entre Rusia y Ucrania, y quizás con la ayuda del papa León XIV. Por eso el verborrágico no ha perdido su optimismo ante la perspectiva de una solución, y publicó en las redes sociales que “comenzarán inmediatamente” las negociaciones para un alto el fuego y el fin de la guerra.
Putin declaró que su país está listo para trabajar con Ucrania y elaborar un “memorándum sobre un posible futuro acuerdo de paz”. Claro que en ningún momento dejó de lado las exigencias de su nación, que se considera agredida y rechaza la imputación de invasora. El líder euroasiático enfatizó que cualquier resolución del conflicto tendría que abordar las “raíces” de la guerra, que consiste en el deseo de Ucrania de estrechar lazos con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de sostener las bandas de ucronazis que han copado el Estado. El pasado domingo, para refrendar sus certezas, la Federación lanzó un masivo ataque con drones que fue evaluado por los expertos como el mayor de la presente contienda.
Según colegas que se acercaron una semana atrás a Estambul, Ucrania y Rusia están dispuestos a continuar “algún tipo de conversaciones”, y eso ya es un progreso después de casi tres años de guerra. En ese marco, Trump ofreció a Rusia la promesa de reducir las sanciones contra Moscú y la perspectiva de impulsar nuevos acuerdos comerciales e inversiones económicas.


EUROPA, A CIEGAS. Para comprender con más profundidad el sendero que se está abriendo en este tramo, vale detenerse a evaluar la mirada del analista político Serguéi Poletáyev, cofundador del proyecto de análisis e información Vatfor. Es el más original de los planteos surgidos en la gran capital moscovita. A su entender “La última fase ‘política’ de la confrontación comenzó con una visita conjunta de los líderes de Europa Occidental a Kiev y concluyó, por ahora, con una conversación telefónica entre Putin y Trump. Pero el elemento central de este cambio diplomático fue la inesperada reanudación de las conversaciones directas entre Rusia y Ucrania en Estambul”.
Lo que está ocurriendo, señala el investigador, “no es solo una conversación sobre la paz, sino una contienda más amplia por la influencia y la dirección estratégica”. Sucede que “Europa Occidental lucha por mantener su relevancia, Ucrania se encuentra atrapada entre la urgencia y la incertidumbre, y Trump, ahora en el centro de este tira y afloja geopolítico, está siendo cortejado por ambos bandos”. De allí que en el mundo diplomático se haya bautizado este breve período como guerra de influencia en la sombra. Fíjese, lector.
El 10 de mayo, los líderes de Francia, el Reino Unido, Alemania y Polonia viajaron a Kiev. Su mensaje a Rusia fue claro: acordar un alto el fuego de 30 días o enfrentarse a nuevas sanciones y nuevos suministros de armas europeas a Ucrania. Desde ya que el Oso no se arredró.
“Esto no fue una sorpresa”, señala el pensador de Vatfor, y añade que “las iniciativas de paz lideradas por Trump y su asesor, Steve Witkoff, se habían estancado a principios de mayo, creando una oportunidad para el ‘partido de la guerra’ liderado por los globalistas europeos, figuras con las que Kiev se ha alineado naturalmente por razones obvias”. Pero apunta que hay un problema: “a Europa se le han agotado tanto armas como sanciones. Alemania aún conserva algunos misiles Taurus simbólicos guardados como joyas de familia, pero incluso si decide entregarlas a Ucrania, su cantidad no alteraría significativamente el curso de las batallas”.
De allí el ímpetu con que el primer ministro británico Keir Starmet viene insistiendo en la importancia de convencer a los norteamericanos para que re ingresen al juego bélico, pues un escenario con esas características dejaría a los europeos occidentales con una sola jugada real: inducir a Trump que adopte una política que no es la suya. Esa posibilidad se aleja, y por eso los servicios secretos ingleses operan con hipótesis que van desde la gestación de una nueva guerra hasta el asesinato de los dos nuevos amigos que se comunican telefónicamente.
El autor destaca que Putin contraatacó: invitó públicamente a Kiev a reanudar las conversaciones de paz directas en Estambul. Con esa oferta, el presidente estableció él mismo los términos de la negociación, indicando que Rusia tiene la ventaja y que Ucrania tiene más que perder si prolonga el proceso; y por otro lado, marginó por completo a Europa Occidental, descartando su intervención en el litigio y acentuando la necesidad de alcanzar una paz duradera en condiciones favorables para Rusia. Demás está decir que este país no se dignó siguiera a escuchar la algarada del presidente Volodimir Zelensky, quien exigió a Putin que declare un alto el fuego inmediato.
Como si esto fuera poco, Poletáyev afirma que podríamos estar ante una discrepancia dentro de las autoridades ucranianas, que hasta ahora se han mantenido relativamente unidas. “La obsesión de los líderes ucranianos y de la Europa Occidental con un alto el fuego inmediato es reveladora. Hace un año, Kiev insistió en que ninguna conversación podía comenzar sin la retirada total de Rusia o las garantías de la OTAN. Ahora, parece que piden solo una pausa de un mes”, analizó.


RUSIA, CON PODER. ¿A qué se debe este cambio?, se pregunta el estudioso. Porque sin el respaldo de los Estados Unidos, los países de Europa Occidental “saben que deben convertirse en la base logística de Ucrania, reemplazando a Washington. Pero, para negociar desde una posición de fuerza, el bloque necesitaría confrontar directamente a Putin, algo que líderes como Macron y Starmer claramente no están dispuestos a aceptar. Ellos pretenden apoyarse en Trump para presionar a Moscú a un alto el fuego, ganar tiempo y preparar a Ucrania para continuar las hostilidades”, puntualiza.
Debido a este horizonte, “ahora la verdadera batalla es por el favor de Trump. Si Putin lo convence a que retire la exigencia de alto el fuego, Ucrania podría verse obligada a ceder”.
Serguéi Poletáyev hace eco en su artículo de las docenas de conflictos de la Guerra Fría, en los que las potencias internacionales congelaron las hostilidades para gestionar las crisis indefinidamente, a menudo utilizando fuerzas de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para mantenerlas bajo control.
Trump parece estar atraído por ese modelo, sugiere el analista. Su equipo comparte su postura, aunque cada uno de sus integrantes sigue discretamente tácticas diferentes. Sin embargo, la crisis de Ucrania no es una guerra indirecta en la selva: se trata un conflicto a gran escala en que ninguna fuerza externa es capaz de imponer la paz. Y parece que Trump empieza a darse cuenta de ello.


QUÉ HACER. El presidente norteño tiene algunas opciones bien limitadas. Una de ellas es la marcha atrás para retomar el sentido impuesto por el atlantismo y Biden, pasando a ser un bombardero sangriento, elogiado desde una región del periodismo por su heroica brega por la paz, la democracia, los derechos humanos, y todas esas cosas; otra, abandonar Ucrania y dejar que la relación de fuerzas entre Moscú y Kiev determine la partición del territorio y el presumible control en manos de Putin.
Aunque hay una tercera posibilidad, estima este narrador en la secuencia presente de las Fuentes Seguras. Se trata de intentar acuerdos significativos, comerciales e inversores, con la República Popular China y la Federación de Rusia. Revestir la movida de la mejor manera posible, instaurar un sistema comunicacional manejable, apuntalar desde el Estado norteamericano la actualización del modelo que lo puso en pie. Tomar la Reserva Federal y ponerla a disposición de la producción.
Es preciso aclarar que esta última variable es harto improbable y exigiría una contienda abierta en el seno de una sociedad bastante confundida a la hora de definir estrategias de mediano plazo. Pero, como es la única razonable para sacudirse el yugo de Davos y compañía, resulta pertinente incluirla y recordar que los pueblos suelen brindar sorpresas.
Tras la reunión de Estambul, Trump dijo que quiere abordar la guerra y la paz directamente con Putin. Esto se traduciría en malas noticias para Kiev y los gobernantes de la Unión Europea, que han estado luchando por involucrarse (por boicotear) en estas conversaciones desde febrero. “Su último intento, el ultimátum de Kiev del 10 de mayo, fue ignorado rotundamente tanto por Washington como por Moscú”, recuerda el informante que emite desde Turquía. Lo notable que mana de las briznas conocidas sobre esa conversación, y de las interpretaciones mejor informadas, es que Trump y Putin ni siquiera tienen que aclarar cuál es su enemigo común.
Las dudas solo se encuentran en los espacios comunicacionales que pretenden interpretar y difundir a esos dos jefes de Estado. Es tan fuerte la presión de los medios occidentales concentrados, que hasta quienes se presentan partidarios de la paz, de Putin y/o de Trump, canalizan denuncias y objeciones que damnifican los planes de los mandatarios mencionados. Esto no deja de ser extraño, pues hay ciertos factores que saltan a la vista de quien quiera mirar. Vale decirlo sin alardes y sin ignorar lo intrincado de la situación.
Finalmente. Es probable que la llamada telefónica entre Putin y Trump se centrara en el alto el fuego y, a partir de allí, iniciara un esbozo referido a las nuevas fronteras. No para definir, sino para tener un panorama de lo que pretende cada uno. El objetivo de Putin fue persuadir a Trump de que su idea de una pausa incondicional beneficia al bloque bélico europeo. Trump ha tildado las políticas de Biden de catastróficas. Ahora, Ucrania y Europa Occidental intentan persuadirlo para que las continúe bajo un nombre diferente. Se anunció en esta emisora: como el amigo de Kim Jong-un resultó un hueso duro de roer, lo mandaron a matar. Dos veces.
Como hemos visto párrafos arriba, la orden se ha reiterado en los días recientes.


Nuestra Fuente lejana resulta insistente: “Su plan es utilizar cualquier tregua como una posibilidad para reabastecerse, reagruparse y, posiblemente, escalar la guerra. Un alto el fuego incondicional ahora no definiría la paz, sino que nos acercaría a la Tercera Guerra Mundial. Una paz sostenible solo es posible si Ucrania y sus aliados europeos abandonan sus políticas actuales”
El panorama está realmente complicado. El problema se asienta en que tantos liderazgos dependen de la guerra para subsistir. Esto significa que están dispuestos a cualquier cosa.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
Pinturas rusas.