Por Gabriel Fernández *
La persistencia del quiebre fujimorista. Los componentes de la contienda. Las elecciones fueron hace muy poco. Las prioridades de Castillo y su caída evidencian donde anida el poder. El sueño de anular la figura presidencial. Las corporaciones y el Congreso. Las movilizaciones populares se desarrollan mientras los movilizados, reflexionan. Una preocupación para el Sur continental.
Perú posee en su interior un volumen conceptual y político bien apreciable. Aunque allí podemos incluir a José de San Martín, cuando no, vale acercarse en el tiempo y evocar a Víctor Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui y, desde otro perfil, a Juan Francisco Velasco Alvarado. Este último dispuso, tras liderar una acción popular y militar en 1968, la nacionalización de la banca, de los recursos mineros básicos, y creó las empresas estatales destinadas a contener el petróleo, la metalurgia y la siderurgia de su país.
Desde entonces todas las facetas del proceder oligárquico interno, con respaldo norteamericano, se desplegaron sin cesar. Si las mismas involucraron fraudes políticos y movidas anti institucionales, la articulación propagandística se asentó en las vulgares y reiteradas imputaciones por “corrupción” sobre las compañías públicas y contra aquellos dirigentes que intentaron, en menor o en mayor medida, gobernar ese gran país, esencial para la configuración política del Sur continental, con sentido nacional, popular y regional.
El régimen impuesto por Alberto Fujimori en el 93, todo un clásico junto al menemismo de la hegemonía mundial del Consenso de Washington, fue diseñado para concretar una de las mayores transformaciones del capitalismo peruano asentado en la privatización de toda la industria nacional y la enajenación de los recursos naturales a las compañías transnacionales. Ese proceso revirtió la distribución interna en base a una intensa transferencia de recursos asentada en la eliminación de derechos laborales y en la represión para quienes rehusaron apoyarla.
El neoliberalismo se adentró en el Perú de la mano de la Constitución fujimorista, con vigor hasta el presente. La prolongada crisis institucional, que abarca a todos los poderes del Estado, hondamente deslegitimados ante las grandes mayorías, tampoco logra satisfacer a importantes franjas de la cúspide económica; observan que ese mismo régimen que ayudaron a imponer se ha convertido en una riesgosa fuente de inestabilidad. Es que en aquellos años Fujimori metió mano en el Congreso, en el Poder Judicial y en las Fuerzas Armadas y de seguridad, dejando una herencia que corroe la totalidad de la vida política albirroja.
Es posible hablar entonces de una crisis orgánica que mantiene trabada toda solución; lo cual evidencia las dificultades de los protagonistas para acumular el poder necesario destinado a desplegar un proyecto. Sin embargo, al igual que entre sus vecinos, la ausencia de una coordinación político económica zonal disminuye el potencial de un país que, como el nuestro, ya debería estar enfilando su destino como estado confederado en una articulación entre la línea andina y la Cuenca del Plata. Al realizar esta consideración, las Fuentes que está leyendo se diferencian de análisis que, pese a contar con descripciones afiatadas, desconocen el gran factor sobre el cual es preciso apoyarse para desovillar las complicaciones y potenciar este espacio.
La puntualización es de gran importancia para entender que la crisis desatada de continuo en Perú no es ajena a la situación del resto de los protagonistas ni se encuentra específicamente encapsulada sobre sus fronteras. Necesita del respaldo conjunto para atisbar una salida.
Los estudios que derivan en la caracterización de este panorama dentro de esos bordes dejan de lado el sentido hilvanado de su situación. Veamos. La superficie continental de 1.285.215,60 kms, lo convierte en el tercero de América del Sur. Es parte de su territorio la superficie marina en el océano Pacífico, denominado Mar de Grau, que se extiende a lo largo del litoral con una extensión de 3080 km y una línea a 200 millas náuticas de distancia del punto más cercano de la costa. Es más. Perú tiene fronteras terrestres con cinco países: en el norte con Ecuador y Colombia, en el este con Brasil, en el sureste con Bolivia y en el sur con Chile, y fronteras marítimas con Ecuador y Chile.
Lo que sucede allí no sucede sólo allí.
Nuestros informantes en el lugar de los hechos brindan datos relevantes. “Esta crisis se visualizó en la caída de los gobiernos de Pedro Pablo Kuczynski y de Martín Vizcarra a manos del Congreso. Pero también –a la hora de mensurar equilibrios de poder, añade este redactor- en que todos los presidentes y muchos de los funcionarios que formaron los gobiernos de los últimos 30 años están ahora presos acusados de corrupción, e incluso uno de ellos se terminó suicidando (Alan García), cuando se conoció su relación con los grandes empresarios. Este vínculo entre políticos, instituciones y grandes corporaciones generó la deslegitimación de instituciones y dirigentes, y la profundización de la crisis”.
Las Fuentes consultadas afirman que “el armado que representa el Congreso no es otra cosa que la continuidad de un régimen político funcional a la llamada ´lucha contra el terrorismo´, que impulsó crímenes feroces y ataques contra los derechos populares. Esto fue enlazado discursivamente con los evidentes errores de una franja de la izquierda que terminó identificando a posibles aliados con enemigos. El senderismo quebró toda posibilidad de avance cuando llegó a asesinar alcaldes de Izquierda Unida por no subordinarse a su política. En definitiva, el régimen impuesto por Fujimori desde 1993, tuvo el objetivo de concretar la gran modificación del capitalismo peruano en base a la privatización de la industria y la entrega de los recursos naturales”.
La elección de Pedro Castillo en 2021 repuso la esperanza social. Sus primeros pasos se percibieron en línea con las exigencias hondas del pueblo que lo elevó a la primera magistratura, y la rápida detección de ese sentido puso en alerta a todo el dispositivo oligárquico que vive de la intermediación con los poderes internacionales para eternizar el saqueo interior y doblegar perspectivas de transformación. Castillo, demasiado ocupado en ir acordando, paso a paso, la reconfiguración continua de su gabinete en acuerdo con quienes lo amenazaban, dejó de lado la construcción de una trama que involucrara al menos un sector de las Fuerzas Armadas, una nueva dirección de las fuerzas de seguridad, al movimiento obrero y social, las escuetas bancas obtenidas y una franja empresarial ligada al mercado interno que carece de conducción eficaz y deriva en el silencio ante las operatorias de los concentrados.
Nuestros periodistas de consulta sostienen, entonces, que “Castillo ensayó una medida que algunos califican de bonapartista, sin contar con el apoyo de los gobernadores, de los congresistas de Perú Libre, ni con el apoyo de las FF.AA. y la Policía Nacional. Desperdició 16 meses de gobierno sin acumular poder político”. Ante la claridad de la observación este narrador sólo puede objetar que el resultado de esa inclinación sobre el armado oficial en detrimento de los demás factores, es relativamente fácil de visualizar con el diario del lunes.
El golpismo en el Congreso fue promovido por bancadas políticas afines al fujimorismo, los restos del aprismo y otras vinculadas a intereses empresariales. Arrancó tempranamente, como vimos, con el rechazo a su primer gabinete, al cual se lo acusaba de tener vínculos con Sendero Luminoso –padecieron este sambenito su ministro de Trabajo y su primer jefe del Consejo de Ministros-. Luego se inventaron las acusaciones de tráfico de influencias, disparatadamente anónimas, y más tarde se lo imputó por “traición a la patria” al sugerir el impulso a un plebiscito para otorgar la salida al mar para Bolivia.
Nos cuentan: “Castillo, ante el acoso, fue reformulando su gobierno a las exigencias. Opacó su propuesta de reforma constitucional, no la envió al Congreso para su tratamiento”. A la espera de apoyo para su gabinete dejó para más adelante la anulación de las disposiciones antiobreras y antipopulares instauradas por el golpe de Fujimori. Y, claro, en el momento clave, al anunciar el cierre del Congreso, una medida harto razonable, evitó realizar una amplia y masiva convocatoria destinada a sostener la decisión. “El Congreso es despreciado por la población, carece de toda legitmidad. Por eso –enfatizan nuestras Fuentes- aunque no lograra respaldo empresarial y militar, igual estuvo, por varios días, en condiciones de llamar al pueblo y pedirle que lo acompañara en esa medida audaz”.
Era una patriada, podría haber recibido el apoyo de la Patria profunda.
En cuanto a la nueva presidenta, Dina Boluarte, durante su discurso de investidura hizo un llamamiento a las fuerzas políticas del país para impulsar el diálogo y el entendimiento. “Solicito una tregua política para instalar un gobierno de unidad nacional. Esta alta responsabilidad debe ser asumida por todas y por todos”, aseguró.
Los especialistas apuntan que, a menos que existan acuerdos por lo bajo que fundamenten ese planteo, configura una ingenuidad profunda. Pasa que “en cierto modo eso es lo que pidió Castillo y quedó claro que acá no hay tregua. El Congreso encarna fuerzas que no se detendrán hasta la erradicación del poder del Estado, pues en algún momento habrá elecciones y las fuerzas transformadoras volverán a vencer”.
“Nos corresponde conversar, dialogar, ponernos de acuerdo, algo tan sencillo como impracticable en los últimos meses. Convoco por ello a un amplio proceso de diálogo entre todas las fuerzas políticas representadas o no en el Congreso”, agregó la oportunista Boluarte, quien está en esa situación debido a los votos recibidos por Castillo. La crisis política no ha concluido. Todos se preguntan ¿qué programa impulsará la ilegítima nueva presidenta? Por lo pronto, es nítido que el problema del poder oligárquico peruano no está en que le prometan designar funcionarios afines sino en quebrar aquella historia con la que empezamos este artículo. Ese nudo concentrado sabe que en el seno del pueblo profundo laten San Martin, Haya de la Torre, Mariátegui, Velasco … ¿y Castillo?
En estos momentos las movilizaciones populares se despliegan a lo largo y a lo ancho de la nación andina. A las llamadas campesinas y obreras se han sumado los estudiantes.
Perú tiene buenos datos macroeconómicos pero una realidad interna que no los refleja, pues la apropiación de esa riqueza queda en pocas manos. El potencial energético del país es inocultable y desde hace tiempo que el Banco Central “independiente” –esto es, relacionado con los intereses más voluminosos- evita la utilización de los recursos obtenidos para mejorar el nivel de vida de la población. El sueño de las compañías que impulsaron las reformas anti populares es que esa institución, el Congreso y las Fuerzas Armadas configuren el verdadero gobierno, por fuera de la participación política colectiva que se evidencia en las calles y en los comicios. Al deponer y encarcelar a Castillo, ese bloque ha dado un paso firme hacia el desmembramiento de la nación a través de la anulación de su dimensión presidencial.
Pero las fuerzas que impulsaron la victoria de Perú Libre pocos meses atrás, están allí y alzan las mismas banderas. Están reconfigurando su nivel organizativo y reflexionando sobre la marcha, mientras activan concentraciones en las plazas y cortes de caminos, para hacer frente a una batalla decisiva. La misma puede durar bastante y también, lógico, costar muchas vidas. Las naciones del Sur continental no deberían observar este proceso como un elemento ajeno, propio de las complicaciones de un solo espacio o, aún peor, de un dirigente. El avance de los promotores de las entregas, las matanzas y las injusticias en Perú es una amenaza para todos.
Es una advertencia para una región inquieta, que necesita vertebrar sus componentes para adentrarse en la Multipolaridad.
Imágenes. Pintura peruana.
Fuente: Radio Gráfica