( Luis Segura ) El plan de anexión de Europa oriental que permitiría el estrangulamiento de Rusia fue diseñado en Washington sobre un mapa y ejecutado en Europa por el brazo político de Estados Unidos —la Unión Europea—, el militar —la OTAN— y el mediático —esos medios de comunicación sometidos a los poderes económicos occidentales—.
Sin embargo, hoy Europa se enfrenta a dos problemas que pueden quebrarla: el despertar de Rusia y la radicalización de la Europa oriental, problema este último que sitúa a la región ante el gran dilema de romperse o radicalizarse.
La ampliación natural
Europa occidental quedó conformada a mediados de los años noventa con las cuatro primeras ampliaciones —1973, 1981, 1986 y 1995— y, aunque fueron expansiones naturales, con el tiempo generaron dos serios contratiempos: el Grexit y el Brexit. Si bien es cierto que el fallido Grexit —2015— respondió más a una reacción a las imposiciones económicas europeas tras la crisis de 2008 que a una verdadera voluntad griega de salida o una falta de identificación con el proyecto europeo, el caso británico —cuyo Brexit culminó con éxito en 2020— fue una inquietante sombra casi desde el principio de la incorporación británica a la Unión Europea —en la ampliación de 1973—. Los británicos siempre se sintieron más atlánticos que europeos.
Más allá de los problemas surgidos con británicos y griegos, lo cierto es que la armonía entre los nueve primeros países incorporados a los seis miembros fundadores siempre fue, salvando los intereses particulares, muy elevada. Comparten intereses comunes y, también, sumisiones: son la Europa aliada a Estados Unidos durante la II Guerra Mundial o recuperada y reconstruida por los norteamericanos en la segunda mitad del siglo XX a cambio de su sumisión —lo que se conoció como ‘Imperio por invitación’—. Y, como veremos más adelante, no es excesivo hablar en términos tan duros como sumisión.
La avariciosa anexión
Sin embargo, ese no es el caso de la Europa antaño soviética, la que pretendieron anexionar los norteamericanos tras la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética en una avariciosa y precipitada operación. Así, si bien la ampliación de los primeros nueve países se produjo en cuatro fases y más de treinta años desde las primeras solicitudes de incorporación en los años sesenta, la ambiciosa anexión de Europa oriental, a pesar de las enormes diferencias existentes tras varias décadas de Guerra Fría y siglos de diferencias históricas considerables, llevó poco más de diez años y una fase repartida en dos etapas.
El plan de anexión de Europa oriental que permitiría el estrangulamiento de Rusia fue diseñado en Washington sobre un mapa y ejecutado en Europa por el brazo político de Estados Unidos —la Unión Europea—, el militar —la OTAN— y el mediático —esos medios de comunicación sometidos a los poderes económicos occidentales—.
Sin embargo, hoy Europa se enfrenta a dos problemas que pueden quebrarla: el despertar de Rusia y la radicalización de la Europa oriental, problema este último que sitúa a la región ante el gran dilema de romperse o radicalizarse.
La ampliación natural
Europa occidental quedó conformada a mediados de los años noventa con las cuatro primeras ampliaciones —1973, 1981, 1986 y 1995— y, aunque fueron expansiones naturales, con el tiempo generaron dos serios contratiempos: el Grexit y el Brexit. Si bien es cierto que el fallido Grexit —2015— respondió más a una reacción a las imposiciones económicas europeas tras la crisis de 2008 que a una verdadera voluntad griega de salida o una falta de identificación con el proyecto europeo, el caso británico —cuyo Brexit culminó con éxito en 2020— fue una inquietante sombra casi desde el principio de la incorporación británica a la Unión Europea —en la ampliación de 1973—. Los británicos siempre se sintieron más atlánticos que europeos.
Más allá de los problemas surgidos con británicos y griegos, lo cierto es que la armonía entre los nueve primeros países incorporados a los seis miembros fundadores siempre fue, salvando los intereses particulares, muy elevada. Comparten intereses comunes y, también, sumisiones: son la Europa aliada a Estados Unidos durante la II Guerra Mundial o recuperada y reconstruida por los norteamericanos en la segunda mitad del siglo XX a cambio de su sumisión —lo que se conoció como ‘Imperio por invitación’—. Y, como veremos más adelante, no es excesivo hablar en términos tan duros como sumisión.
La avariciosa anexión
Sin embargo, ese no es el caso de la Europa antaño soviética, la que pretendieron anexionar los norteamericanos tras la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética en una avariciosa y precipitada operación. Así, si bien la ampliación de los primeros nueve países se produjo en cuatro fases y más de treinta años desde las primeras solicitudes de incorporación en los años sesenta, la ambiciosa anexión de Europa oriental, a pesar de las enormes diferencias existentes tras varias décadas de Guerra Fría y siglos de diferencias históricas considerables, llevó poco más de diez años y una fase repartida en dos etapas.