Edición n° 2922 . 21/11/2024

ESTE ES EL AGUANTE/AJUSTE, IMPLOSIÓN SOCIAL E INTRANQUILIDAD POPULAR

ESTE ES EL AGUANTE

Donde muchos ven resignación, paciencia y pasividad de la sociedad frente a un ajuste criminal, lo que hay, en realidad, es intranquilidad, hipermovilización y un aguante sobrehumano para llegar a fin de mes. Desde hace años, la sociedad, antes que derechizada, está cansada, y va a aguantar todo lo que dé el cuerpo. La pregunta-indignación (“¿hasta cuándo van a soportar esto?”) es ineficaz. No importa si viene o no el estallido, porque la sociedad ya está implosionando. Lo que habría que investigar es cómo, con qué cansancios, con qué violencias, con qué gastos de energías, con qué luchas y con qué maneras de relacionarse con la crisis “esto” se fue soportando y asimilando.

(Por: Ignacio Gago/Leandro Barttolotta/Arte: Sebastián Angresano)

Hace ya demasiado tiempo que la política le arroja, una y otra vez, desorientada, preguntas ineficaces a una sociedad que desconoce de manera profunda. Las preguntas que surgen del mareo y la embriaguez (de festejarse en exceso a sí misma y luego culpabilizarse por esa fiesta de clones) y, sobre todo, del extravío de coordenadas concretas (de una realidad efectiva y afectiva) o se silencian antes de hacer el más mínimo ruidito a nivel social, o se amplifican hasta acoplar (dentro de las paredes cerradas e insonorizadas) o se las devora ese abismo de lo social inédito.

Entre esas preguntas impotentes, que empezaron a tirarse con fuerza en los primeros tarifazos de Cambiemos en el año 2017, se encuentra aquella por el estallido o la explosión social. Va a venir. No va a venir. Esa pregunta fue creciendo y ampliándose, siempre en círculos cerrados, y parió otra serie de interrogantes que parecen más bien reclamos, pataleos; indignaciones hacia un pueblo imaginario y no investigaciones de las mayorías populares y sus disputas cotidianas. Esas preguntas-indignaciones ven paciencia (¡No se puede creer la paciencia de la gente! ¡Qué bronca!) donde lo que hay es impaciencia e intranquilidad creciente. Ven soportabilidad y resignación frente al ajuste criminal, donde percibimos aguantes que alcanzan umbrales sobre-humanos (ni siquiera es pensable, si esquivamos el límite biológico, el borde de ese aguante) para llegar al final del día o a los diez días del mes (en todos estos años de ajuste el mes fue perdiendo días: fin de mes pasó al 20, luego al 15, ahora al 12 o al 10). Ven quietud y no protesta (¡No se quejan!) donde percibimos hipermovilización y exigencia extrema sobre una sociedad que, como decíamos durante la campaña electoral, antes que derechizada está cansada.

Una sociedad cansada de la que no sabemos lo que puede salir y que no le regala gobernabilidad (ni tampoco representatividad) a nadie. Por eso celebramos y, a su vez, nos preocupamos por la noticia de la vuelta de la sociedad. Es novedoso que “la sociedad” esté en el centro de los reflectores y sea, además de su versión literal, la variable de ajuste de todos los últimos análisis políticos y económicos que hasta hace poco ni la mencionaban. Ahora se dice en voz alta: el éxito de Milei depende de lo que soporte la sociedad. ¿Cómo aparece esa sociedad invocada y desbloqueada de los análisis y las editoriales? Recubierta con el régimen de obviedad: leída sólo desde la tóxica encuesta-dependencia, “visibilizada” sólo a través de gráficos, clips de móviles periodísticos, estudios de Focus Group que descubren y se asombran de los umbrales de dramaticidad social (Cuentan que una persona se puso a llorar porque no aguanta más). 

Que la sociedad suba a la superficie de los análisis implica entonces perforar esa capa de obviedad que la congela a puro diagnóstico (que busca comprender todo a golpe de vista de pantalla, de encuesta, etc.) para invitar a sumergirse en la pregunta profunda por las fuerzas anímicas, afectivas, inquietantes que rellenan esos cables desconocidos que componen la sociedad.

Correrse de la pregunta originaria —la del estallido por venir— implica desplazarse de esas nubecitas de palabras tan lejanas que ni siquiera hacen sombra en las sensibilidades y en las formas de vida populares en más o menos abierta belicosidad. Salir de esa pregunta es salir de todo un edificio o arquitectura conceptual. Hace ya varios años —La sociedad ajustada (2019)— venimos pensando en una idea que pueda, al menos, cumplir con un propósito simple y concreto: desarmar escenarios binarios, planillas de Excel o cuadros de doble entrada en los que se colocan hechos sociales vistos a mayor o menor distancia. La palabra en cuestión es implosión. Una idea que surge de una investigación sostenida sobre la precariedad con acento argentino y que expresa, a su vez, las mutaciones profundas de la sociedad argentina en la última década.

Implosión no es una metáfora. Ni una imagen o diagnóstico de lo social. Tampoco es lo que sucede “mientras no haya estallido” o “porque no hay estallido”. Puede haber o no estallido, no nos dedicamos a las profecías o los augurios, pero lo social ya está implosionando. Dada la pulsión argentina a realizar covers históricos, dada la pulsión libertaria por llevar el ajuste a umbrales asfixiantes y desesperantes —de vida o muerte, de matar(se) o morir—, y por coquetear con escenarios de conflictividad y belicosidad social espectacularizada, a cielo abierto, no se puede descartar nunca ese imprevisible estallido. Lo que sí es seguro y verificable es que eso posible y del porvenir, ocurrirá sobre lo social ya implosionando.

La implosión es la forma que toma el lazo social en la precariedad, la forma en que funcionan las instituciones, la tonalidad y dimensión de los conflictos sociales hoy. Es la manera en que se procesa este ajuste criminal, esta guerra declarada contra las mayorías populares. Lo social implosionando es ajuste y crisis económica detonando en un adentro (barrio adentro, institución adentro, familia adentro, cuerpo adentro) cada vez más espeso e insondable, con una precariedad que se volvió totalitaria y que fue dejando vidas heridas y mayorías populares huérfanas.

Un cuerpo social híper movilizado es un cuerpo social intranquilo. El desempleo se transforma en subempleo, y el empleo en pluriempleo, en más rebusques y más changas. Una novedad de esta crisis con respecto a las anteriores: la desocupación no trae ociosidad. Al contrario, viene con más ocupación, con mayor tensión, con mayor gestión, con mayor preocupación, con mayor financiarización de la vida. Cansancio e hipermovilización, modificación del calendario y belicosidad intensificada. Antes que anestesiada, una sociedad intranquila.

Subestimar el cansancio (por derecha y por izquierda, por decirlo rápido, desde la agenda del que gobierna o desde el que resiste) es invocar pueblos fantasmas. Una sociedad cansada es un enigma. No se sabe cuáles pueden ser sus derivas. Sí sabemos lo que puede: aguantar todo lo que el cuerpo dé y más allá.

El cansancio —rasgo central de lo social implosionando— no es necesariamente impotencia, pero tampoco es la precuela de una potencia política y social inédita.

En esta mutación del lazo social en la precariedad se aguanta o se soporta todo lo que el interior  (el interior de una institución, de un barrio, de un espacio laboral, de un vagón de tren, de un bondi, de una familia, de un cuerpo, de una cabeza enloquecida). Se desplazan, hasta límites difusos e insondables, las representaciones que se tienen de lo que es “aguantar”, “tolerar”, de la “paciencia social”, etc.

Las preguntas como “¿hasta cuándo se va a soportar esto?” son preguntas ineficaces. Lo que habría que investigar es cómo, en qué formas, con qué cansancios, con qué violencias, con qué gastos de energías, con qué luchas, con qué maneras de sentir y relacionarse con lo público y con la crisis se fue soportando y asimilando esto y sobre qué sociedad, sobre qué nervios, ánimos y redes materiales va a seguir intensificándose esto.

Implosión es una palabra que nombra esta época (de ahí el riesgo de su banalización) y requiere de una mirada sociológica; pero es también un concepto profundamente político. Lo que viene a plantear es la necesidad de una mutación perceptiva. Repensar qué mirar, qué escuchar, cómo hacerlo. Tarea que implica preguntarse cómo nos relacionamos con el dolor social, con los dramas de las mayorías populares, con las formas de vida (y también, sin vivir en un eterno domingo electoral, con quienes votaron contra el ajuste de guerra en el que se vivía y ahora están en la primera fila de su versión criminal y padecen reforzada esa orfandad política). O, en aquellas semanas, con el agite estudiantil: movimientos vitales de ruidosa y estridente toma pública de la palabra y la institución, con sus resonancias y réplicas silenciosas, familiares, populares, siempre insondables. Hay posibilidades, por lejanas y de ciencia ficción que parezcan hoy, que no se tocan. Alejate de mis futuros estudiantes, diría el meme, pero también de las expectativas de que mañana, incluso sin necesidad de mirar el clima y el pronóstico del tiempo, se puede estar mejor.

Mapear la implosión social en curso es pensar también las guerritas (de mayor o menor nivel de intensidad) al interior de esas mismas mayorías populares. Comprender la forma que toma el lazo social en la precariedad es una tarea urgente si de ampliar la imaginación política se trata.

ANFIBIA