Proyectemos al futuro el sistema capitalista vigente, sin ninguna intervención estatal.
( Enrique M. Martínez */ Especial Para Motor Económico) Empresarios como Jeff Bezos, el dueño de Amazon o Marcos Galperín, dueño del criollo Mercado Libre, imitador de aquél, seguirán avanzando en su vertiginosa concentración del valor agregado mundial y terminarán siendo dueño de fábricas, bancos y todo lo que se puede comprar. Obviamente, su imperio se extendería sobre amplias franjas de población que no tendrán posibilidad de trabajar o que – peor – trabajarán con remuneraciones que no les alcancen para subsistir.
¿Qué harían Bezos o Galperín en esos escenarios?
Seguramente, consistentes con sus principios empresarios, repartirían comida y vestimenta producidas por ellos, para que la rueda siguiera funcionando, de una manera loca, pero imaginable.
Es casi seguro que, a pesar de esa transferencia enorme a poquísimas manos, el sistema democrático seguiría funcionando. Las elecciones llenarían los casilleros del Estado, como teórico administrador de los conflictos sociales.
Habría dos variantes:
- Los cargos los ocuparían amigos de Bezos o Galperín, que buscarían las formas que la concentración pueda estirar la cuerda sin explotar todo, manteniendo los ganadores y perdedores de siempre.
- Los cargos los ocuparían personas que tomen nota de la inequidad que representa tamaña concentración y quisieran hacer algo para corregirla.
La segunda variante nos llevaría al Estado Presente, esto es: Un Estado que busca intervenir en las relaciones sociales y económicas, para conseguir un beneficio para la mayoría de la población.
Tendría varias formas de hacerlo.
La primera y más inmediata, sería repetir lo que Bezos o Galperín harían de cualquier manera, pero forzando la recuperación del valor extraído por ellos y procurando una distribución de esos recursos para que lleguen a los más necesitados. Seguiría depositando las esperanzas de invertir en aquellos que hegemonizan la economía, los que se benefician con la concentración y la estimulan.
O sea, Bezos y Galperín seguirían extrayendo riqueza del trabajo de toda la sociedad – seguramente con métodos más y más ingeniosos – y el Estado trataría y en parte conseguiría, que devuelvan una parte para repartir a los perdedores.
Otro camino, que exigiría mayor capacidad de evaluación histórica y mayor conocimiento de la sociedad en detalle, podría buscar recuperar escenarios anteriores a la hegemonía de Bezos y Galperín. Podría buscar recuperar aquellos tiempos en que el liderazgo estaba en manos de industriales como Henry Ford o Louis Chevrolet. O podría – más inteligente – caracterizar el estado actual del capitalismo después de 3 siglos intensos y concluir que no es recomendable promover liderazgos comerciales, industriales o financieros que se impongan a modelos de vida definidos por una comunidad.
En tal caso, podría adoptar políticas transformadoras donde el centro de atención sea respetar todas las iniciativas que piensan en una vida comunitaria mejor, sin correr el riesgo de cambiar de collar en el camino, o sea de mutar la clase hegemónica.
En las dos opciones, el Estado estaría activo. Podríamos en ambos casos llamarlo Estado presente, a diferencia de lo que le gustaría a Bezos o Galperín, de un Estado que simplemente los deje hacer y concentrar y concentrar.
Los tiempos modernos nos muestran ejemplos argentinos y extranjeros del primer tipo de Estado, el que tironea de los bolsillos de aquello que llama “el poder real” para que el resto pueda ir tirando.
¿Y en el segundo caso, que debería hacer?
Debería hacer algo bastante más denso, que requiere actuar en varios frentes a la vez.
A Galperín y los empresarios como ese, de cualquier rubro, debería hacerles cumplir las leyes vigentes, que “el poder real” tiende a convertir en letra muerta. No más subsidios ni desgravaciones por izquierda, no más contrabando, no más evasión o elusión impositiva. Sería ese un Gobierno que se siente liberado de la condición de dejarse avasallar, porque las inversiones futuras dependen de los mismos a los que necesita controlar.
A todo el resto de la sociedad, buscaría incluirla en escenarios de promoción de su actividad – con financiación adecuada, con tecnología accesible, con tierra cuando sea necesaria – en que, cada uno que recibe un estímulo toma el compromiso de resolver el problema comunitario pertinente para su actividad. Desde un molino harinero que podrá sembrar su propio trigo; hasta el Banco Nación o el Correo Argentino con sistemas de financiación y distribución de mercaderías inteligentes, baratos y competitivos.
En lugar de negociar con quien tiene todo el mazo marcado, promover miles de nuevos actores que desde la largada saben que su mirada debe ser diferente, para que el Estado y la comunidad que administra los respeten.
Llegado este momento histórico, en que unos pocos tienen capacidad de bombear riqueza desde los pobres hacia los ricos, la misión de un gobierno popular no es ni siquiera denunciarlos. Es construir desde las mayorías que quedaron afuera, antes que millones de mendicantes recibamos nuestra ración de manos directas de Jeff Bezos.
Enrique M. Martínez
Instituto para la Producción Popular
30.11.21