(Por Mariano Ezequiel Quiroga) Héctor Sosa, periodista, editor de Motor Económico y Coordinador General de Fábrica de Ideas, invita a recuperar una práctica casi olvidada: la escucha. En entrevista exclusiva con Multiviral, reflexiona sin eufemismos sobre la comunicación, la política, las redes sociales y el malestar social que atraviesa a la Argentina.


En tiempos de ruidos ensordecedores y verdades absolutas, Héctor Sosa, periodista, editor de Motor Económico y Coordinador General de Fábrica de Ideas, invita a recuperar una práctica casi olvidada: la escucha. En entrevista exclusiva con Multiviral, reflexiona sin eufemismos sobre la comunicación, la política, las redes sociales y el malestar social que atraviesa a la Argentina. Su mirada se aleja de los slogans y se hunde en las raíces de un país que, asegura, ha dejado de hacerse preguntas fundamentales.
¿Cuánto influye la poca capacidad de escucha a la hora de ver los resultados que estamos teniendo?
Hector arranca con esa cadencia que alterna el análisis con la conversación cotidiana. No se trata solo de un defecto comunicacional. Para él, la escucha está íntimamente ligada a la capacidad de dudar: «Primero se perdió la duda. No solo la existencial, sino la duda como motor del pensamiento. ¿Qué queremos? ¿Quiénes somos? ¿Qué es este mundo? ¿Hacia dónde vamos?».
En su análisis, Sosa traza una línea generacional que no puede separarse de los cambios sociales y tecnológicos de las últimas décadas. «Se establecieron certezas que parecen inamovibles. Y eso también afecta la escucha. Cuando no se duda, cuando no se acepta que el mundo cambia, tampoco se presta atención a otras voces».
—¿Creés que las redes sociales profundizan esta pérdida de escucha?
—Totalmente. Las redes nos hablan de nosotros mismos. Son una especie de eco constante. El algoritmo acomoda todo para que hablemos entre quienes pensamos igual. Entonces la pregunta es: ¿cuántas conversaciones tenés en WhatsApp con alguien que no piensa como vos? Y ahí aparece otra capa: no solo perdimos la escucha, también perdimos la mirada. Una mirada más general, más universal.
Sosa no habla desde un púlpito. Lo suyo es más bien un llamado a pensar. A reconocer errores propios y mirar hacia adentro. «Argentina es una parte muy chiquita del mundo. Lo lamento por la argentinidad al palo, pero es así. Y hace rato que venimos creyendo que somos lo mejor del mundo, mientras el mundo cambia a pasos agigantados. Desde los ’90 para acá, la tecnología y la geopolítica transformaron todo. Pero acá seguimos repitiendo viejos relatos como si nada».


En ese contexto, la irrupción de figuras como Javier Milei no es, para Sosa, una sorpresa, sino el resultado de años de construcción cultural. «Hay un mito que dice que ellos manejan bien las redes, así como si fuera magia. Pero detrás de Milei hay una estructura comunicacional que estudia, analiza y planifica. Gente formada con Durán Barba, otros que vienen de las campañas de Trump o Bolsonaro. Saben cómo provocar, cómo llamar la atención. Y lo hacen todo el tiempo».
—¿Creés que el progresismo subestimó esa estrategia?
—Absolutamente. Nos faltó autocrítica. Nunca nos animamos a discutir cosas como la casta, los cargos eternos, la modernización del Estado. El tipo vino y puso esos temas sobre la mesa. Y la sociedad, especialmente los más golpeados, lo escucharon.
Sosa no esquiva los momentos oscuros. Recuerda el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner como un punto de quiebre. «Se gatilló dos veces contra la cabeza de una expresidenta y no pasó nada. En otro momento, eso hubiera generado caos, movilizaciones, presión social. Pero no hubo reacción. ¿Por qué? Porque vienen repitiendo durante años que se robó un PBI, que tiene bóvedas en el sur. Cuando repetís eso tanto tiempo, ese discurso cala, y aparece el deseo de violencia en sectores que antes no lo tenían».


Se detiene, piensa, y vuelve a un trabajo que lo marcó profundamente. «Participé de un encuentro hace un par de años en la Universidad de Florencio Varela, con más de 2.000 pibes de barrios populares. solo jóvenes. El 55% lo votó. Hay que salir del eslogan y meterse en el barro, entender el territorio, las realidades distintas en el conurbano, en el norte, en el interior. Si no hacemos ese trabajo, no hay salida.
—¿Pensás que hay que dejar de apuntar a lo personal, como el tema de la hermana o de Conan?
—Yo no tengo interés en la vida personal de nadie. Lo que me importa es qué política está desarrollando. Y en eso quiero recuperar una anécdota que me parece iluminadora. Cuando Clinton tuvo aquel escándalo con Monica Lewinsky, toda la campaña republicana giró en torno a eso. Pero Fidel, Fidel Castro, le mandó una carta diciéndole: “Tenemos diferencias profundas, pero la revolución no se mete en la vida personal. Se mete con las políticas”. Eso es clave. Porque si no, caés en una lógica moralista, persecutoria, que no es nuestra
Para Sosa, el futuro no está en una receta mágica, sino en recuperar la capacidad de hacernos preguntas. «La política se volvió marketing, y el marketing se volvió crueldad. Lo nuevo es la osadía con la que te dicen lo que te van a hacer, sin disimulo. La pregunta es si vamos a seguir repitiendo lo viejo, o si vamos a animarnos a escuchar, dudar y empezar de nuevo».


Hay una línea que atraviesa toda su reflexión: dejar de subestimar al otro. “El problema no es si Milei tiene una vida personal estrafalaria. El problema es cuando mi tía Tita cree que va a poder pagar en dólares en la verdulería. El problema es ese, y el odio entre clases que él viene fogoneando. Eso sí es grave. Pero no podemos caer en la trampa de personalizar todo y perder el foco en la política.”
De cara al futuro, la estrategia también cambia. “Primero hay que armar equipos. Pero no cualquier equipo. Equipos que entiendan el juego, que conozcan el barrio. Hay que salir a escuchar. Y cuando digo conocer el barrio, no es solo saber qué votan, sino qué música escuchan, qué les preocupa, si tienen mascotas o no. Saber qué arroyo contamina. Eso es lo que arma una comunidad real. Las aldeas locales van a ser el futuro de la comunicación política.”
— ¿Cómo sería eso?
—Mirá, lo primero es armar un equipo capacitado. Es como decía Menotti o Guardiola: podés tener buenos jugadores, pero si no entienden el juego, no sirve. Y eso me hace pensar en El Eternauta, que lo leemos mucho: “Nadie se salva solo”. Entonces, necesitás un equipo que sepa qué hacer, que tenga diagnóstico del territorio. Si estoy en Balvanera o en Ingeniero Budge, tengo que conocer qué música escucha la gente, qué le preocupa, si son perrunos o no, qué edad tienen, si les interesa la política o la odian.
—¿Cómo se obtiene esa información?
—Hoy todo eso se puede obtener con herramientas, incluso con inteligencia artificial. Y una vez que tenés el perfil del barrio, salís a comunicar con ese tono. Te doy un ejemplo real: en Lomas de Zamora, descubrimos que el 60% de los pibes escucha rap, el 20% cumbia, el 20% rock. Bueno, cuando hacés un medio ahí, no vas a pasar folklore por capricho, ponés lo que le gusta a la gente. Esa es la aldea local que yo imagino para el futuro. Una unidad básica real y virtual, donde se diga, por ejemplo: “Mañana nos juntamos en el arroyo a pedir que dejen de contaminar”. Eso genera pertenencia.
Pero advierte que la comunicación no es autónoma. Tiene que estar guiada por una dirección política. “¿Qué discurso vamos a cambiar? ¿Vamos a dejar de decir que está bien ganar un salario digno o tener salud pública? No. Lo que hay que cambiar es cómo se dice, cómo se construye una escucha y una sintonía con lo que pasa afuera del microclima militante.”
Sobre Milei, es claro: “Este plan económico va a fracasar. Pero mientras tanto, la mitad del país lo sigue apoyando. Y ese es un dato que hay que procesar. El 70% de la gente está en contra de que los jubilados cobren una miseria, está a favor de la educación pública y del trabajo. Pero el mismo porcentaje bancó a Milei en las urnas. Hay una disociación que no podemos seguir ignorando.”
El mayor riesgo, es que el peronismo, en su revisión, termine renunciando a sus propias banderas. “Por revisar la derrota, no vamos a decir que nos arrepentimos de lo que nos enorgullece. No sea cosa que terminemos diciendo que las mujeres no tienen que votar porque nos trajo problemas. Hay que dejar de autoflagelarse y empezar a pensar con astucia.”
Una astucia que también se traduce en el uso de las nuevas herramientas. “La inteligencia artificial se puede usar para hacer una imagen, un diseño, pero no puede reemplazar el pensamiento. A lo sumo te ayuda a entender mejor cómo llegar a determinado público. Pero la veracidad, el relato, el cuerpo, sigue siendo humano.”
La charla se va cerrando con una mirada histórica. “Desde 1930 hasta hoy, la mayor parte del tiempo gobernó la derecha o gobernaron dictaduras. Y eso no es un detalle. Lo que tenemos hoy, esta democracia liberal, es una democracia moldeada a la imagen de los Estados Unidos. Cuando el peronismo logra ganar elecciones, aparece otra cosa: golpes blandos, lawfare, fake news. El poder encontró nuevos modos de disciplinar.”
Y ahí aparece la trampa más grande. “La derecha logró algo tremendo: que un laburante mire con resentimiento a otro laburante que gana un poco más, en vez de mirar a Vicentin o a Cargill. Cuando los trabajadores critican a los aceiteros por tener buenos salarios, están siendo conducidos a odiar a sus pares, no a los verdaderos responsables.”

