Edición n° 3129 . 16/06/2025

En busca del tiempo perdido.


Tras casi cinco décadas de políticas neoliberales, Argentina se encuentra en una encrucijada histórica. Ante un programa económico de saqueo, una estructura productiva debilitada, una deuda externa inmanejable y una sociedad cada vez más empobrecida, el país necesita construir un nuevo modelo de desarrollo centrado en la reindustrialización, la innovación tecnológica y la planificación estratégica. El desafío es político: decidir si seguimos siendo exportadores de materias primas o si nos animamos a producir y exportar bienes, servicios y  conocimiento  argentino.

Por Antonio Muñiz


A casi 50 años del golpe de Estado de 1976, momento fundacional del ciclo monetarista -neoliberal argentino, el país continúa prisionero de una crisis estructural que atraviesa gobiernos, reformas y contextos globales. La idea de que el “mercado lo resuelve todo”, promovida como verdad incuestionable desde entonces, ha llevado a una desindustrialización crónica, a la precarización del trabajo y a una pobreza persistente que afecta a más de la mitad de la población. Lo que está en juego hoy no es una simple mejora coyuntural, sino la redefinición de un rumbo de desarrollo.

Guerra fría por la «peronización» del Quinto Piso – ADN

De la Argentina potencia” a la trampa del subdesarrollo

La Argentina supo tener un proyecto de país. Durante las décadas que van de 1930 a 1976, el modelo de sustitución de importaciones —imperfecto, pero eficaz en muchos sentidos— permitió consolidar sectores industriales, ampliar el mercado interno y lograr indicadores sociales de avanzada para la región. Fue un intento serio de reposicionar a la Argentina por fuera de la División Internacional del Trabajo, que nos quiere condenar a ser meros productores de materias primas.  Fue un ciclo de crecimiento con inclusión que generó empleo, mejoró los salarios y afianzó una clase media.

Todo eso comenzó a desmoronarse con la irrupción del neoliberalismo de la mano de la dictadura cívico-militar en 1976. La apertura comercial indiscriminada, la valorización financiera y la subordinación a las recetas del Fondo Monetario Internacional consolidaron una economía primarizada centrada en el agro, la minería y los servicios financieros, mientras el aparato productivo nacional se desmantelaba.

Esta matriz ideológica, cultural, política y económica dependiente  ha sido hegemónica en las ultimas cinco décadas, salvo en el interregno de Néstor y Cristina Kirchner.  Aunque en este lapso no se quiso o no se pudo desmontar la matriz colonial que le da sustento a estas políticas destructivas.

Como nos señala la historia, sin industria no hay Nación. Sin valor agregado, no hay desarrollo. Y sin planificación, no hay futuro.

Una copia casi exacta: las coincidencias entre Javier Milei y las propuestas de la Dictadura, Cavallo y Macri | Infocielo

La ventana de oportunidad: una inserción soberana en el mundo multipolar

En medio de una reconfiguración global marcada por disputas geopolíticas, transición energética y revoluciones tecnológicas, Argentina cuenta con una nueva oportunidad para re posicionarse en el escenario internacional. Recursos como el litio, el cobre, el gas de Vaca Muerta, las tierras raras, los alimentos y la biodiversidad colocan al país en el radar de las grandes potencias, tanto occidentales como emergentes.

Pero esta demanda externa puede ser una bendición o una maldición. Si no se impone una estrategia que priorice la industrialización de estos recursos en el territorio nacional, el país volverá a ocupar el rol periférico de proveedor de materias primas. Un error que ya se cometió en el siglo XIX, cuando la oligarquía optó por ser socio menor del Imperio británico en lugar de apostar por una Nación soberana.

El desafío, por lo tanto, no es sólo exportar más, sino exportar mejor: con valor agregado, trabajo argentino y conocimiento científico nacional.

Los pilares de un nuevo modelo de desarrollo

Una salida posible a la crisis argentina exige, ante todo, la formulación de un nuevo modelo de desarrollo productivo que supere la lógica especulativa-financiera. Este modelo debe descansar en tres pilares centrales:

Reindustrialización con innovación tecnológica:

La industria es el sector que más impulsa la productividad, genera empleo de calidad y dinamiza el entramado pyme. Sectores como la biotecnología, la electromovilidad, la energía renovable, la salud, la defensa y la agroindustria inteligente ofrecen ventajas competitivas y posibilidades de crecimiento con inclusión.

Argentina cuenta con capacidades científicas notables —CONICET, INVAP, Y-TEC, Arsat— que pueden convertirse en vectores de desarrollo si se articulan con el sistema productivo.

Estado planificador y activo:

Lejos de ser un obstáculo, el Estado debe ser el gran articulador del desarrollo. La experiencia internacional es clara: ni Corea del Sur ni China ni Israel ni Brasil avanzaron sin una decidida intervención estatal. Argentina necesita una institucionalidad sólida que coordine políticas industriales, financiamiento productivo, incentivos fiscales, compras públicas inteligentes y alianzas público-privadas estratégicas. Esto implica abandonar el dogma de la desregulación y asumir que sin Estado no hay desarrollo.

La tecnológica argentina INVAP busca 15 millones de dólares en el mercado -noticia defensa.com - Noticias Defensa defensa.com Argentina

Consenso político y pacto social de largo plazo:
Ningún proyecto de desarrollo prospera si está sujeto a los vaivenes electorales o a la lógica del péndulo político. La construcción de una Argentina productiva, inclusiva y soberana necesita un consenso nacional que trascienda las grietas partidarias y convoque a empresarios, sindicatos, universidades, gobiernos subnacionales y organizaciones sociales. La experiencia de países que lograron el despegue muestra que la clave está en la estabilidad de los objetivos estratégicos, no en su imposición unilateral.

Obstáculos persistentes y el fantasma de la dependencia

No todo es potencial. La estructura económica argentina sigue fuertemente condicionada por la restricción externa (la escasez crónica de divisas), una matriz exportadora poco diversificada, la falta de crédito para la producción y la debilidad del mercado interno. A esto se suma un sistema financiero orientado a la especulación, una cultura empresarial cortoplacista y una dirigencia política fragmentada.

Además, persiste una dependencia peligrosa de organismos multilaterales como el FMI, que imponen programas de ajuste regresivos y condicionan las políticas públicas. El endeudamiento externo, promovido por gobiernos liberales como el de Mauricio Macri o ahora Javier Milei, no sólo no resuelven los problemas estructurales, sino que los agravan.

Salir de esta trampa exige coraje político y capacidad técnica. Pero sobre todo, exige una nueva narrativa de país, una épica del desarrollo que vuelva a enamorar.

El rol de los BRICS y la integración Sur-Sur

En este contexto, la relación con los países del Sur Global —en particular China, India y Brasil— puede ser clave. La incorporación a los BRICS, o al menos un acercamiento estratégico, permite diversificar fuentes de financiamiento, fomentar el intercambio científico-tecnológico y construir alianzas menos condicionadas que las tradicionales con Occidente.

Sin embargo, esta integración debe darse desde una lógica de complementariedad productiva y no de subordinación comercial. Exportar litio a China o alimentos a India sin procesarlos en origen es apenas repetir el error histórico del modelo agroexportador.

La clave está en negociar con inteligencia, defendiendo el interés nacional, priorizando el agregado de valor y asegurando transferencia tecnológica.

Decidir el futuro es un acto político

Argentina no está condenada al fracaso. Pero tampoco hay destino sin decisión. El tiempo perdido no se recupera con discursos, sino con políticas concretas. La posibilidad de “pegar el salto” hacia un desarrollo soberano y sostenible está ahí, al alcance, pero requiere una ruptura con el modelo actual y una apuesta decidida por la producción, la ciencia y la justicia social.

En definitiva, el país enfrenta una disyuntiva: seguir siendo un espacio de negocios para los intereses transnacionales o transformarse en una Nación que planifica, produce e incluye.

El futuro no está escrito. Pero si no lo escribimos, otros lo escribirán por nosotros.