Edición n° 2977 . 15/01/2025

EL ÚLTIMO RINCÓN DE SUDAMÉRICA: GUYANA/PETRÓLEO EN LOS CORAZONES

Guyana es el país de mayor crecimiento económico en el mundo. Hasta el siglo XX fue una plantocracia azucarera gobernada por tiranos blancos y cuando se independizó de Gran Bretaña, en la década del 60, quedó inmersa en luchas internas entre afroguyaneses, indoguyaneses, chinos y pobladores originarios. En 2015 encontraron la mayor reserva de petróleo descubierta en el siglo XXI y todo cambió. Hoy el país está inmerso en un frenesí narcotizado por dólares frescos que hacen crecer rutas, puentes, y edificios por doquier. Ernesto Picco estuvo allí para entender qué ocurre en el país donde la petrolera Exxon es tanto o más fuerte que el propio gobierno y enfrenta graves denuncias por daño ambient

Wendy estira cuatro dedos de la mano, aprieta el pulgar sobre la palma y mientras acerca toda su manaza a mi cara, dice:

-Ahora tenemos calles con cuatro carriles. ¡Cuatro carriles!

Y se echa a reír con su boca toda desdentada.

– Dos que van y dos que vienen ¿Y sabes por qué es eso? ¡Porque ahora tenemos petróleo! ¡Claro que Guyana está cambiando!

Wendy me cuenta las maravillas de la nueva Guyana mientras navegamos por el río Corantijn desde Surinam. Wendy es una criolla de ascendencia africana. Tiene el pelo corto, un vestido floreado y la piel caramelo. Me dice que la semana que viene cumple 62 años y que está en su mejor momento. Tenía tres cuando se independizaron del gobierno británico, ocho cuando el presidente Arthur Chung reformó la Constitución y declaró la República Cooperativa de Guyana. En 2015 tenía 53: ese año asumió David Granger, el primer presidente que no pertenecía a ninguno de los multifacéticos grupos de izquierda que gobernaron o se disputaron el poder en Guyana durante 35 años. Granger, un exmilitar formado en Gran Bretaña y Nigeria, abrió el país a los capitales extranjeros y se sentó a la mesa con los directivos de la petrolera estadounidense Exxon, que descubrió reservas por 11 mil millones de barriles en aguas guyanesas: fue el hallazgo de petróleo más grande del mundo en lo que va del siglo XXI. Desde entonces todo cambió. 


Guyana fue una plantocracia azucarera gobernada por tiranos blancos durante los siglos dieciocho y diecinueve. Después de la independencia se debatió entre luchas internas entre afroguyaneses, indoguyaneses, chinos y pobladores originarios, que se organizaban en distintos partidos de izquierda más o menos radicalizados, más o menos paranoicos, más o menos pragmáticos. Ahora convergen la liberalización de la economía con el hallazgo histórico de petróleo y el país está inmerso en un frenesí narcotizado por dólares frescos que hacen crecer rutas, puentes, y edificios por doquier. Contrastan con el paisaje de casas derruidas, animales sueltos y antiguos templos hindúes o iglesias católicas a medio descascararse. Lo nuevo se encima sobre lo viejo y roto como si el tiempo se hubiera acelerado de golpe y no hubiera alcanzado para poner orden. 

Guyana es el país que más crece en el mundo. En 2015 su PBI era de 3 mil millones de dólares y en 2023 saltó a 14 mil millones. El FMI proyectó para 2024 un crecimiento de su economía del 42.8%. El estimado para China es de un 4.8%, para Brasil un 2.5%, para Estados Unidos un 2%, y para Rusia un 1.5%.

Ese crecimiento acelerado y desproporcionado con el del resto del mundo ha traído sus problemas: la falta de recursos humanos para las tareas técnicas y los desarrollos que se necesitan, múltiples denuncias de corrupción y la dificultad para tomar decisiones con el dinero público. Reina en Guyana una mezcla de entusiasmo, incredulidad y sospechas.

Wendy está entre las entusiastas. Mientras cruzamos el río cuenta que tiene una empresa que vende comida en Linden, la segunda ciudad más importante. Me dice que Georgetown, la capital, está cada vez más grande. Ella viene de hacer negocios en Surinam, donde vende mercadería de su empresa de comida, y en el tiempo libre le gusta mirar partidos de cricket. 

Bajamos en Moleson Creek y me despido de Wendy para tomar una camioneta que demora dos horas y media hasta Georgetown. Después de recorrer Guyana Francesa y Surinam de este a oeste, voy a atravesar Guyana, pasando por la capital, para salir por Lethem, en una región de selva sin rutas donde está la frontera con Brasil. En el medio, intentaré entender qué ocurre en este pequeño país de poco más de un millón de habitantes que crece más rápido que cualquier otro en el mundo.

Foto: Ernesto Picco.


Casi todo el viaje de Moleson Creek a Georgetown es sobre una ruta limpia de dos carriles, con selva espesa y cerrada a los lados. Media hora antes de entrar a la ciudad empieza a verse el dinero en movimiento: palas mecánicas revolviendo la tierra, grúas, caminos en construcción, esqueletos de edificios que empiezan a elevarse. Aguantan antiguos caserones hindúes de colores brillantes al costado de la ruta. Cruzamos la famosa autopista con cuatro carriles que celebraba Wendy. A la vuelta, vacas y caballos sueltos caminan parsimoniosos. Hay enormes carteles con avisos de ropa cara, bancos y perfumes, protagonizados por modelos de belleza hegemónica y piel de oliva. El título de uno de los avisos resume el momento: The World is Coming to Guyana. El mundo está viniendo a Guyana. Es una publicidad de la World League, el mundial de clubes de cricket que está programado para jugarse entre el 26 de noviembre y el 7 de diciembre. Participan equipos que vienen de Australia, Bangladesh, Inglaterra y Pakistán, y da una idea de dónde está el mundo para los guyaneses. Al menos en términos culturales. Más tarde voy a entender que la pregunta es dónde está Guyana para el resto del mundo y quiénes son los que realmente están llegando aquí para aprovechar el golpe de suerte del petróleo. Una pista: no son ninguno de los que vienen a jugar al cricket.

Cuando entramos a la ciudad las calles se estrechan. Hay basura y casas de madera rotas. Se recortan edificios a lo lejos. Todas las veredas en Georgetown están atravesadas por canales, más anchos o angostos, con agua verde o negra donde flotan latas, plásticos y plantas muertas. En una esquina hay una cuadrilla de vecinos limpiando el canalito de su vereda: sacan la basura y la maleza con rastrillos y a machetazos. Dos fuman mientras limpian.

La camioneta me deja en Smith´s Bed and Breakfast, una casa de madera blanca adornada con plantas y lucecitas de colores donde alquilé una habitación. Allí viven Elvis y Claudia, un matrimonio de afroguyaneses sesentones que vivieron durante su juventud en Londres y volvieron a Guyana con el boom del petróleo, con la expectativa de un retiro más cómodo que el que podrían tener en Inglaterra, aprovechando las promesas de crecimiento y bonanza económica:

Foto: Ernesto Picco.


– Ahora hay mucho dinero aquí- me dice Claudia – pero hay que ver que esta gente lo use bien.

Aunque ella no lo aclara, cuando dice esta gente se refiere a los líderes del Partido Progresista del Pueblo, que gobierna desde 2020 y está liderado por la mayoría hindú. Aquí, al igual que en Surinam, la polarización política está marcada por el origen étnico. Claudia hace un silencio y después insiste:

-Con esta gente nunca se sabe.

***

El gran momento de fama internacional de Irfaan Ali no fue cuando derrotó a David Granger en las elecciones presidenciales de 2020. Tampoco en diciembre de 2023, cuando tuvo que ir a hacer las paces con Nicolás Maduro en la isla antillana de San Vicente para evitar la escalada que podría haber desencadenado un conflicto armado por los 165.000 kilómetros cuadrados del Esequibo que están en disputa con Venezuela. No. El rostro redondo y juvenil de Irfaan Ali, enmarcado por una barba negra sin bigotes y anteojos de armazón grueso que le dan aire intelectual, se hizo viral cuando se peleó durante una entrevista con un periodista de la BBC.   

David Granger y Irfaan Ali en el programa Hard Talk

Stephen Sackur, uno de los corresponsales estrella del canal británico, lo entrevistó a fines de marzo de 2024 para su programa Hard Talk. Ali, que suele vestir de guayabera, lo recibió con un sobrio traje gris y corbata roja en su despacho. Sackur empezó preguntándole por la presión de gobernar el país con la economía de más rápido crecimiento en el mundo y luego fue al hueso:

-Se espera una ganancia de 150 billones de dólares de petróleo y gas extraído de sus costas. Eso es más de dos billones de toneladas de emisiones de carbono que vendrán de esas reservas en la atmósfera. No sé si usted, como presidente, estuvo en la COP de Dubai…

-Voy a detenerte ahí mismo- le dijo Ali, apuntándole al pecho con el dedo índice.

Sackur se tragó de golpe las palabras.

-¿Sabes que Guyana tiene un bosque que es del tamaño de Inglaterra y Escocia juntos? – le preguntó el Presidente -¿Sabes que conserva 19.5 gigatoneladas de carbono? Un bosque que nosotros mantuvimos…

– ¿Y eso les da el derecho de liberar todo ese carbono?-  insistió el periodista, después de tomar aire. Ali le respondió levantando la palma de la mano y el tono de voz:

– ¿Qué te da el derecho a querer venir a darnos una lección sobre cambio climático? Yo te voy a dar una lección sobre el cambio climático. Nosotros mantenemos vivo ese bosque que el mundo disfruta, que ustedes no valoran y por el que nadie nos paga. Y que el pueblo de Guyana ha cuidado. Tenemos el índice de deforestación más bajo del mundo. Aún extrayendo todo el petróleo que vamos a extraer, seguiremos teniendo un balance de emisiones cero. ¡Esta es la hipocresía que existe en el mundo! El mundo ha perdido el 65% de su biodiversidad. Nosotros la hemos preservado. ¿Ustedes la valoran? ¿Están dispuestos a pagar por eso?

La tensión no bajó durante los 25 minutos que duró la charla. Sackur salió de la esquina donde estaba arrinconado y llevó la discusión a otro lado. Se había quitado los anteojos con los que leía las notas en su cuaderno y mordía una de las patillas. Entre nervioso y excitado, le preguntó por la advertencia de analistas internacionales sobre la posibilidad de que en Guyana se esté conformando un gobierno de partido único con la supremacía de un PPP empoderado con el dinero del petróleo:

-La división étnica de este país fue instigada por fuerzas externas –devolvió Ali al periodista, y aprovechó para enrostrarle el pasado imperial británico, que a los ingleses suele hundir en la nostalgia y la contradicción –Eso lo sabes. Esto es parte de su legado. Ustedes dividieron al pueblo. Nosotros estamos trabajando para unirnos de vuelta. Necesitamos ganar votos de todos y necesitamos unificar a nuestro pueblo. Esa es la estrategia.

Esa, en realidad, había sido la estrategia siempre. De cada gobierno que logró llegar al poder. Pero no siempre funcionó. En Guyana existen dos grandes partidos. El más importante es el PPP de Ali, que históricamente condujo la facción indoguyanesa. Su líder y fundador fue Forbes Burnham, un abogado de origen plebeyo que había estudiado en Inglaterra gracias a una beca y se vinculó allí con la Liga de los Pueblos de Color y organizaciones de izquierda. Para promover una fuerza multiétnica impulsó como presidente a Arthur Chung, un abogado y juez chino, que gobernó el país durante diez años. El PPP fue marxista leninista en sus orígenes, pero en las calles se le oponían grupos más radicalizados, influidos por el black power y la nueva izquierda caribeña que criticaban los rasgos personalistas del gobierno y lo acusaban de prosoviético. Las movilizaciones y enfrentamientos en las calles, que terminaron con varios muertos, habilitaron a que en 1980 ganara la oposición. El PNC – sigla para People´s National Congress – que lidera la elite afroguyanesa, es el otro gran partido. Más o menos comunista, pero de principios flexibles e ideología fluida. Gobernó hasta 1992. En 1987, dos años antes de la caída del Muro de Berlín, el presidente Desmond Hoyte anunció que renunciaba a su ideología de izquierda para promover un gobierno más pluralista y moderado. No funcionó. En las elecciones de 1992 volvió a ganar el PPP y otra vez gobernó durante más de una década.

El pueblo guyanés desconfiaba del capitalismo salvaje que empezaba a reinar en el mundo exterior. Mientras su propia economía era raquítica, sostenida apenas por el cultivo de azúcar, arroz y algunas pequeñas explotaciones de oro y bauxita. Una serie de acusaciones de corrupción y la profundización de la crisis económica llevaron a que en 2015 ganara las elecciones David Granger, el militar que se puso al frente del PNC y abrió la puerta a los negocios con empresas extranjeras. Pero duró poco. En la campaña presidencial de 2020 Irfaan Ali fue muy crítico del acuerdo con Exxon y ganó las elecciones prometiendo que usaría las ganancias del petróleo para asegurar el futuro de todos los guyaneses, sin importar su clase social u origen étnico. 

El trato, sin embargo, se mantuvo: Exxon no paga impuestos pero deja un 2% de regalías para el país y una división 50/50 de las ganancias del petróleo, que ronda el 25% de lo que se extrae. Algunos sectores advierten en Guyana que no se está discutiendo lo suficiente sobre la conveniencia del acuerdo y el modo en que el gobierno está gastando el dinero. 

En octubre de 2024 Irfaan Ali se presentó en el Parlamento y anunció una subvención única en efectivo de 200.000 dólares guyaneses para cada jefe de hogar, con el objetivo de empezar a distribuir los beneficios del petróleo. Era mucho dinero: alrededor de mil dólares estadounidenses, casi cuatro veces el salario promedio en Guyana:


-Comenzaremos a realizar este pago único en efectivo a los hogares en forma instantánea- dijo el Presidente.

A los pocos días del anuncio empezó una ola de cambios de domicilio, de medidores y de alquileres para acreditar otra dirección: miles de guyaneses intentaron figurar viviendo en domicilios diferentes para ser más quienes pudieran recibir el dinero. El Presidente tuvo que dar marcha atrás e inventar otra cosa a la semana siguiente.

***

-El descubrimiento de petróleo vino en un momento muy inoportuno. En 2015 teníamos una economía en ruinas. Estados Unidos había dejado de comprarnos azúcar y nuestra pequeña industria se vino a pique. Entonces apareció Exxon. Pero no estábamos preparados.

Annan Persaud, director del Stabroek News, reniega.

Su periódico se imprime desde 1986 y fue el primer diario privado en un país donde el Estado controlaba la prensa. Eran los años que gobernaba el PNC y el presidente Hoyte renunciaba al marxismo. Persaud se jacta del mérito del Stabroek y asegura que hoy, mientras coexisten los medios estatales que controla el PPP con otros medios privados que aparecieron después, el suyo es uno de los pocos que no han podido ser cooptados. Y por eso pueden criticar con dureza lo que ellos consideran “el nuevo colonialismo de Exxon”, el riesgo ambiental que implica su modo de extraer petróleo y el peligro del recalentamiento de la economía que promueve el gobierno.

Foto: Ernesto Picco.

La mañana del sábado 9 de noviembre, Annan Persaud me recibe en una oficina de paredes grises, con un escritorio de madera viejo sobre el que hay una montaña de papeles, carpetas, informes y formularios que parecen haber ido amontonándose desde el siglo veinte. Annan es un hombre delgado, de piel cetrina y modales refinados. La dicción perfecta. Su inglés no arrastra el acento típico de los demás indoguyaneses como él, que parecen hablar siempre con la lengua nerviosa y palpitante. Imposta una presencia europeizada, cultivada en algunos viajes por el mundo y coronada con un premio de la Unión Europea que ganó en 2022 por su defensa a los derechos humanos.

Nos sentamos a conversar en dos sillones de mimbre que hay al costado de su escritorio, contra una de las paredes grises. En la edición de hoy del Stabroek News, una de las principales noticias es la aclaración del vicepresidente, Bahrrat Jagdeo, sobre el bono en efectivo que anunció Irfaan Ali en octubre:

-Es muy gracioso- dice Annand con una sonrisa irónica -El presidente anuncia que les va a dar 200.000 dólares a cada jefe de hogar. Pero no hay ninguna distinción entre locales y extranjeros. No hay requisitos para recibir el dinero. Después va y se arrepiente y es todo confusión. Una semana después viene con una nueva idea que es darle cien mil dólares a cada guyanés mayor de dieciocho años. Pero para eso hay que diseñar una app y hay que esperar. No hay planificación. No hay estructura y no hay gente pensando realmente lo que hacen.

Y me marca otro problema. Cuando Guyana se independizó pasó algo parecido a lo que ocurrió en Surinam: la gente empezó a irse. Hubo una gran ola migratoria hacia los Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido.

-Perdimos una generación entera en ese momento- me dice Annan – Eso nos impidió tener una masa crítica que nos hubiera ayudado entonces, y nos ayudaría ahora, a diversificar la economía. El PPP, que en su momento fue un partido comunista, en el camino cambió y hoy no tiene ideología: lo maneja una pequeña oligarquía que pregona el libre mercado y va por sus negocios.

El profesor Thomas Singh, economista de la Universidad de Guyana, me había dicho en un encuentro anterior que esa ausencia de masa crítica es lo que explica también la falta de una sociedad civil que haga público los desacuerdos con el gobierno o denuncie los peligros ambientales y económicos de la extracción salvaje de petróleo:

-Aquí está paralizada la acción colectiva- me dijo el profesor Singh -La gente es individualista y tiende a buscar agresivamente sus propios intereses. Ese es un problema especial. Tenemos todos los problemas de un país que de pronto se enfrenta a un inesperado enriquecimiento masivo. Pero, si frente a eso la gente no se organiza los desafíos se vuelven aún mayores.

Por eso el gobierno reconoce como pequeños núcleos críticos de la Guyana en crecimiento a sectores de la prensa como el Stabroek News o la propia universidad.

El profesor Singh me explica las teorías que existen y estudian la maldición de los recursos naturales en economía, la dutch desease, en la que la aparición repentina de riqueza suele terminar con grupos concentrados más ricos y los sectores pobres sin poder recibir los beneficios. E insiste:

-Los directivos de Exxon han dicho que nunca ha pasado algo así en el mundo: que en apenas cinco años se pase del descubrimiento a la producción en un desarrollo en plataformas marinas que es muy desafiante por la tecnología que involucra y los cuidados ambientales que hay que tener. ¿Por qué pasó esto? ¿Es porque Exxon es tan especial? ¿Es porque Guyana es tan especial? ¿O porque nuestras instituciones son débiles y permisivas?

Todos mis intentos formales por mail y teléfono de lograr una entrevista con algún funcionario oficial fracasaron. Lo más cercano que tuve fue un diálogo por WhatsApp con el ministro de Recursos naturales, Vickram Bahrrat, que me dijo que era imposible reunirse o tener una charla por Zoom. Luego supe que durante esos días el gobierno estaba preparando un informe clave sobre el quinto aniversario de la explotación de petróleo que conocería poco después.

Ante mi imposibilidad de entrar a los despachos oficiales, fui a otro de los lugares donde, en cualquier país, se tienen conversaciones importantes y se toman decisiones: el bar donde los políticos van a rosquear.

En el Oasis Café el microclima es total: el suelo cubierto con mosaicos hipnóticos de arabescos azules, una docena de mesas de madera, el acondicionador de aire a tope y casi sin luz del exterior. Aroma a flores y una música suave e indistinguible. Aquí la transpiración se va en instantes y al no haber señales del afuera, uno puede perder la noción del tiempo y abandonarse a cualquier conversación. La gente habla por lo bajo, casi susurrando, y eso ayuda al trance. En la barra, además de la carta de tragos y el menú, hay una pila de libritos, todos iguales. Dicen: Guide to Guyana´s Local Content Act. Tomo uno y lo hojeo. Hay una foto del autor, un hombre con traje y barba candado que se llama Brenden Glasford. Dice ser experto en comercio e impuestos. La Local Content Act es una ley sancionada en 2021 que obliga a dar prioridad a las personas y empresas de Guyana en todas las operaciones petroleras o actividades relacionadas al sector.

Primer mensaje: aquí se viene a beber y a hacer negocios.

Por mi parte, he venido a escuchar. Me siento a la mesa donde almuerzan un diplomático y un empresario, europeos los dos. El diplomático es amigo de un amigo, con quien he venido hablando durante varias semanas antes de viajar. El empresario, que está en el sector de la gastronomía, me cuenta que hay una nueva pequeña burguesía de contratistas, subcontratistas y licenciatarios de servicios que está creciendo al amparo del gobierno. Mayormente indoguyaneses. Y me explica lo que está pasando con la riqueza con una frase casi musical:

-It trickles but it’s not spreading.   

Gotea pero no se esparce.

Los de abajo siguen igual. Y probablemente van a seguir igual, coinciden el diplomático y el empresario.

En un momento nos interrumpe un pelado alto, de camisa floreada, que les da la mano a ambos como si los conociera y luego a mí, porque estoy ahí. Cuando se va, el diplomático da un sorbo a su taza de café y me dice:

– Es el embajador de Qatar. Acaban de abrir y llegó hace unas semanas. Se está adaptando.

Me cuenta que también acaba de instalar su embajada Emiratos Árabes y que la próxima a inaugurarse es la de Francia. Y para fin de mes está prevista la visita de Narendra Modi, el primer ministro de la India, con quien Guyana tiene acuerdos para promover la agricultura, articular la defensa y, claro, vender petróleo. Irfaan Ali habló de “la gran herencia compartida por la cultura y por la sangre” y hay previstas fiestas y agasajos durante dos días. Como decía el aviso al entrar: The World is Coming to Guyana. El mundo está viniendo a Guyana. Y no solo a jugar al cricket.

***

Rex Tillerson es un ejecutivo de pelo blanco y papada ancha. Traje oscuro casi siempre. Presencia de piedra. Para hablar abre solo la mitad derecha de la boca, al estilo de un cowboy de su Texas natal. Como CEO de Exxon le reconocen méritos singulares: impulsó el desarrollo de plataformas petroleras en el Kurdistán iraquí y lideró la expansión de los proyectos de la empresa en Rusia. Él mismo se reconoce un buen amigo de Vladimir Putin. Nunca discriminó por ideología. Pero a fines de la primera década de los 2000 sintió el rigor del socialismo bolivariano cuando Hugo Chávez decidió expropiar los activos que la empresa operaba en la faja del Orinoco. Exxon estaba ahí desde 1920, cuando aún se llamaba Standard Oil. Incluso había sobrevivido a la nacionalización de la industria petrolera venezolana en 1976 y permanecía desde entonces en operaciones asociadas con PDVSA. En 2007 empezó una batalla legal en tribunales internacionales que se extendió por varios años y Exxon tuvo que abandonar el país.

Hay quienes dicen que el inicio de las operaciones de Exxon en Guyana fueron una revancha de Rex Tillerson, que decidió meterse sin mucha expectativa y para molestar a Chávez, porque era un territorio pretendido por Venezuela. Lo curioso es que en el pequeño país angloparlante no fue el presidente David Granger quien le abrió la puerta, más allá de su deseo de recibir a los capitales extranjeros. Cuando Tillerson miró a Guyana descubrió que ya había un acuerdo firmado en 1999, durante el gobierno de Janet Jagan, quizás la más ferviente líder comunista que tuvo el país.

Janet era una mujer exótica para Guyana: judía, blanca y nacida en Chicago. Su padre, de apellido Ramsaroop, era un médico guyanés que se había ido a Estados Unidos muy joven y ella decidió regresar a las raíces, haciendo el recorrido inverso. Aquí conoció a Cheddi Jagan, se casó y tomó su apellido. Jagan fue fundador del PPP y líder de la independencia. Ella era dentista. Fue ministra de Salud y parlamentaria cuando su esposo estuvo en la presidencia. En 1997 ya había enviudado cuando le tocó asumir como Presidenta. Era una mujer en sus setenta, enérgica y carismática, que llevaba el cabello plateado y usaba sacos con hombreras. Annan Persaud me ofreció una lectura interesante de la decisión más importante de Janet Jagan:

Fotos archivo: Janet Jagan 1954 y 1993

-El hecho de que firmara con Exxon fue realmente una ironía. Ella estaba completamente desencantada con Estados Unidos. No quería tener nada que ver con el capitalismo. Ella era la comunista más dura. Pero pudo haber habido algo más. La firma habilitó a la compañía a explorar un bloque en la plataforma marítima que va al oeste. ¿Y por qué es eso importante? Porque es donde Venezuela reclama gran parte del territorio. Quizás pensó que era una manera de poner a los estadounidenses en el medio como una forma de protección.

Ese mismo año Janet Jagan renunció a la presidencia por problemas de salud y Exxon se alejó durante un tiempo, con negocios más importantes en otros lugares del mundo.

En 2017 Rex Tillerson dejó su cargo como CEO mientras los planes para empezar a extraer petróleo en Guyana ya estaban muy avanzados. A él lo esperaba un desafío mayor: Donald Trump lo había convocado para asumir como secretario de Estado de su gobierno. Lo sucedió al frente de Exxon Darren Woods, un sujeto casi idéntico, que parecía haber salido del mismo molde. Durante una entrevista en diciembre de 2023, mientras Maduro lanzaba un referéndum para conseguir apoyo en la recuperación del Esequibo, la conductora del noticiero de CNBC le preguntó cuál era el riesgo de lo que estaba pasando:

-Desde que iniciamos nuestra producción ha habido una disputa fronteriza- contestó Woods – el tema está en la corte internacional de justicia. Es un asunto entre estados.

-Guyana tiene un millón de habitantes- insistió la periodista, avanzando a la pregunta clave – y no pueden defenderse por sí mismos de los venezolanos.

-No estoy seguro de que Guyana esté sola para defenderse- respondió Darren Woods -El mundo y la comunidad externa están ahí pendientes de esa disputa. Nosotros estamos ahí, concentrados en hacer lo que tenemos que hacer.

De algún modo, la respuesta del CEO le daba la razón a lo que me diría luego Annan Persaud. Además de la presencia de Exxon, por aquellos días pulularon en la zona barcos ingleses y franceses dispuestos a apoyar a Guyana en caso de un conflicto.

Exxon aparecía en ese escenario como una especie de amigo grande y bueno que podía proteger a los guyaneses de la amenaza externa. Era también una manera de lavar la mala reputación que se había ganado la empresa en los últimos años.

Foto: Matias Delacroix.

En 2015, el mismo año que hicieron el hallazgo a 200 kilómetros de la costa guyanesa, un reportaje en Los Ángeles Times difundió un informe interno de Exxon de los años sesenta, donde ya señalaba que los gases de efecto invernadero que generan los combustibles fósiles estaban cambiando el clima mundial. La empresa había mantenido los datos escondidos porque pensaba que atentaría contra sus negocios e intereses. Luego la revista Science de Harvard corroboró la precisión de los modelos y el pronóstico de Exxon. Y en 2019 el Estado de Nueva York demandó judicialmente a la compañía por engañar a los accionistas sobre el riesgo de cambio climático. Lo mismo hizo el Departamento de Estado de Puerto Rico a mediados de 2024.

Además de este silencio que lo llevó a la justicia, Exxon tenía entre sus antecedentes varios derrames de petróleo, entre ellos dos de extrema gravedad: uno en Alaska en 1989 que terminó también con una demanda de las comunidades locales; otro en Nigeria, que se propagó por 32 kilómetros a la redonda.

En 2021 la abogada ambientalista Melinda Janki denunció a la Exxon y al gobierno por violar la Ley de Protección Ambiental. Janki era una profesional guyanesa formada en Oxford que luego de trabajar para la British Petroleum renunció y se dedicó a militar en contra del calentamiento global. Obtuvo un fallo favorable dos años después, cuando se estableció que, según los propios cálculos de la empresa, en caso de un derrame en alguna de las tres plataformas donde trabajaba en Guyana, el petróleo podría extenderse por miles de kilómetros y llegar hasta Jamaica. El juez del Tribunal Superior, Sandil Kisoon, dijo que la empresa incurrió en “conducta engañosa”: la obligó a pagar un seguro – que hasta entonces no tenía – y garantizar la protección ambiental adecuada en sus proyectos. Los permisos ambientales se redujeron de 23 a 5 años y ahora Exxon tendrá controles más estrictos.

Foto archivo: Melinda Janki.

Mientras tanto, la empresa extrae hoy 624.000 barriles de petróleo por día. Continúa explorando otras zonas y espera llegar a la cifra de 1.3 millones de barriles diarios en 2027. Aunque es Exxon la que opera tres plataformas: Liza 1, Liza 2 y Payara, debió compartir la inversión con otras dos empresas para lograr trabajar rápido en la zona. Es dueña del 45% del negocio, mientras que la norteamericana Hess Corp tiene el 30% y la china CNOOC el 25%. La nueva amenaza es la aparición de su principal competidora, Chevron, que está a punto de comprar la participación de Hess Corp y meterse en sus negocios. 

Melinda Janki sigue con su embestida. En un país con una sociedad civil aparentemente inactiva, como lo había advertido el profesor Tomas Singh, ella aparece como una pequeña pero poderosa fuerza de resistencia. A principios de noviembre, durante una entrevista en un evento paralelo a la COP29, la abogada anticipó que irá por más y dejó en claro el tamaño y la ambición de su batalla:

-O luchamos contra la industria de los combustibles fósiles y sobrevivimos, o la industria de los combustibles fósiles sobrevive. Es una cosa o la otra. No hay forma de que la vida en la tierra pueda continuar con combustibles fósiles.

***

Seiscientos kilómetros al sudeste de Georgetown está una de las salidas de Guyana. Entre la capital y la frontera se extiende la savana de Rupununi, una región diferente a la costa del norte y la zona montañosa del oeste. Parte de la selva amazónica, con sus suelos rojos y pastizales dorados, la savana de Rupununi alterna entre estaciones secas y lluviosas. En la temporada de lluvias, entre noviembre y agosto, la región se transforma en un mosaico de humedales que albergan aves migratorias, jaguares, caimanes negros y una enorme biodiversidad, que vive y se protege entre pequeños bosques y afloramientos rocosos. Del otro lado está el pueblo de Lethem, que es parte del territorio en disputa con Venezuela y que Guyana gobierna de facto. Allí se cruza un puente sobre el río Tacutu, que lleva a la localidad brasileña de Bonfim, en el estado de Roraima. 

A pesar de que no es una gran distancia, el recorrido me llevó un día entero en camioneta. Viajamos a los tumbos por caminos de tierra, entre hondos badenes y montículos rojizos. Es que es un terreno sin rutas. Tanto que en épocas de lluvia se vuelve intransitable y no hay manera de hacer el trayecto.

La camioneta me dejó en una pequeñísima estación en Lethem, un pueblo sin calles pavimentadas, donde viven poco más de mil personas. Deambula gente que habla inglés y portugués por igual. Es una zona de tránsito, donde quedan algunos garimpeiros que extraen oro y comerciantes que venden mercadería barata a los brasileños que cruzan la frontera.

Fotos: Ernesto Picco.

Aquí se habla poco del petróleo, pero los efectos del calentamiento global ya se notan en toda la región de Rupununi: los cambios de temporada se vuelven más extremos, con inundaciones y sequías que son difíciles de atravesar, cuando no catastróficas. La última gran inundación en Lethem fue en 2021, cuando las fuertes lluvias y el desborde de los ríos dejaron al pueblo bajo el agua y a la gente evacuándose o refugiándose en la planta alta de las casas que tenían una.

La mañana que camino por Lethem hacia la frontera con Brasil hay un sol blanco y los cuerpos deambulan por la calle con una transpiración brillante. El aire huele a pasto. Voy hacia el puente sobre el río Tacutu y veo, al costado del camino – que es una ruta de tierra – algunos pocos negocios: una estación de servicio con restos de vehículos rotos y grasientos a la vuelta, un mercadito, una iglesia. Casi al final del camino hay una construcción con forma de cubo y el frente vidriado, en medio de un baldío. Adentro, cinco maniquíes blancos llevan vestiditos y remeras color pastel. Arriba de la vidriera, el nombre del negocio: American dream. Imported clothes and more. El logo es una percha con la bandera de Estados Unidos, y debajo se recortan siluetas de edificios grises. El negocio está cerrado, con las luces apagadas y sin clientes. A la vuelta no hay nada.