( Por Javier Tolcachier*) Como si nada hubiera pasado y el tiempo no hubiera transcurrido en los últimos cuarenta años, las y los argentinos ven emerger nuevamente a la monstruosidad en la arena política. Montadas en el lomo de una ola mundial regresiva, la derecha conservadora y la ultraderecha negacionista cabalgan ahora unidas para la segunda vuelta electoral.
Amenazan con vulnerar así, por enésima vez, el futuro de las y los millones de habitantes de esta tierra, aprovechando el contexto de una crisis que solo lograrán empeorar con sus recetas del siglo XVIII, formuladas en contextos de decadencia clerical-monárquica, en el marco del ascenso de las burguesías y con anterioridad al surgimiento de los Estados nacionales.
La violencia que asoma en sus declaraciones y posturas constituye no solo una provocación reactiva sino una intimidación que pretende cercenar el pleno derecho del pueblo argentino a acometer ineludibles transformaciones sociales.
Una vez más, en la necesidad de defender conquistas cosechadas a lo largo de décadas como la salud y la educación pública o la afirmación de los derechos humanos, el espíritu histórico aconseja votar en defensa propia e impedir que el poder real – la banca multinacional y sus sirvientes locales – se hagan con el poder formal legitimándose a través de las urnas.
Pero más allá de la disyuntiva a primera vista simple que plantea esta convocatoria a las urnas, bien vale el análisis de lo que primó en el sentir de los cerca de 10 millones que votaron la fórmula encabezada por Sergio Massa, cuán decisivo puede ser ese sentir en la ronda decisiva y qué puede esperarse de su posible presidencia, sobre todo en relación al derrumbe del modelo unipolar y la reconfiguración geopolítica en curso.
Mirando por el retrovisor
Cuatro años atrás, la ciudadanía argentina y el progresismo en particular, se veían compelidos a evitar la reelección de Macri, un representante de los intereses del poder foráneo y local, que hundió durante su mandato toda posibilidad de crecimiento humano en el país. El mismo Macri que hoy vuelve a por el poder político introduciendo a elementos de su entorno bajo la cáscara de una candidatura débil, sin cimiento territorial.
La estrategia de Cristina Fernández y de su espacio político fue en 2019 encomendar la candidatura ejecutiva a quien había sido su jefe de gabinete y el de su antecesor en el cargo y compañero de vida Néstor Kirchner, pero que luego se desligara de ese ámbito a partir del conflicto que enfrentó a la entonces presidenta con los sectores terratenientes y agroindustriales en la disputa por la célebre “resolución 125”.
Esa táctica electoral, que logró su objetivo ya en primera vuelta debido a la desastrosa gestión macrista, colocó a Alberto Fernández en la presidencia y a la ex presidenta en la vicepresidencia, como una suerte de garante del rumbo y de acompañamiento por parte de las filas legislativas.
Encaramado a la máxima instancia gubernativa por su perfil más dialoguista con el poder, el actual presidente intentó surfear las olas de una crisis sistémica aguda, incluidos el brote pandémico, el conflicto armado en Ucrania y la recesión económica con alta inflación, sumadas a las dificultades vernáculas impuestas por los grilletes del endeudamiento generado por Macri y la dependencia estructural de una matriz económica de exportación fundamentalmente agropecuaria atada a factores climáticos hoy adversos.
Haciendo uso de una mirada benevolente y ajustada a lo que se esperaba, pueden considerarse como logros de su gestión los esfuerzos en el manejo de la pandemia y su aporte a la integración regional de signo soberano, la recuperación de estamentos productivos y el apoyo brindado al desarrollo científico nacional.
Claro que también entra en este período de gobierno la alegría popular por el éxito conseguido con la obtención de la tercera Copa mundial de fútbol y la inestimable victoria femenina de haber podido legalizar la interrupción voluntaria del embarazo, cualesquiera haya sido la contribución del mandatario y su equipo a este logro.
Cuestiones que, entre otras, terminan opacadas por una enorme crisis de pobreza que muestra a las claras que el poder real no hace concesiones ni dialoga.
Un respiro en medio de la incerteza
Pese a la seriedad que reviste la cuestión, hoy la Argentina despliega un colorido y muy vistoso repertorio circense en la lid electoral, mostrando en el sector más acérrimo de la oposición a un sainete[1] de bufones, buscas[2] y saltimbanquis[3] que se arremolinan tratando de encontrar lugar bajo el flaco paraguas de un candidato que exhibe algunas trazas de desequilibrio psicológico.
Otro sector de la oposición, hasta aquí aliado de aquellos, trata de mostrarse tras una pantalla de supuesta neutralidad en su inclinación al voto, pensando en ganar posiciones de liderazgo opositor al futuro gobierno. Otros guardan todavía silencio cotejando futuras oportunidades.
Periodistas que hasta el domingo eran operadores de la verdadera casta, la del poder económico, critican ahora las movidas políticas de un sector también conspirador en contra del interés colectivo. Hasta el número de provincias parece haberse trastocado: Al tiempo que Massa se reúne con 18 gobernadores, según informan los medios, la liga de gobernadores de la oposición intenta mostrar su músculo propio reuniendo a diez de ellos en un cónclave poselectoral. Sucede que Argentina tiene 23 provincias más la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Algo no cuadra en la sumatoria, salvo que entre los participantes se cuenten gobernadores salientes y/o entrantes…
Hasta los fans de ídolos musicales pop venerados por la juventud entran a la cancha manifestando su rechazo a los recortes de derechos prometido por el otrora león, quien celebra la adhesión de la ex candidata de Separados por el Cambio (de escenario electoral) con una estampita de Disney.
Todo este pandemónium va siendo televisado en vivo y en directo y transmitido por las omnipresentes redes cada vez más antisociales.
De este modo, la fuerza que más crece en este dislate es el desconcierto.
Aquellos que creyeron en un discurso “anticasta” – en realidad contrario a la influencia mediadora de la política y el Estado ante la crueldad privada y la desigualdad de oportunidades -, se ven inundados ahora de personajes de las filas que tanto criticaron.
Aquellos que esperaban un alineamiento antifascista nítido por parte de quienes enarbolan proclamas de democracia, república, salud, educación pública y estado de derecho, quedan perplejos ante su tibieza e indefinición.
Los que todavía valoran herencias ideológicas y políticas no entienden el silencio de dirigentes que, cuando les conviene coyunturalmente, apelan a viejos símbolos y cánticos de identidad partidaria.
Incluso muchos de aquellos que tienen afinidad con posturas herméticas, habitualmente incapaces de crear consensos amplios, se preguntan si no habrá llegado la hora de permitirse cierta apertura.
Sin embargo, más allá de las incidencias locales de coyuntura, es preciso comprender que el desconcierto y la incertidumbre no son fenómenos locales, sino una tendencia global, motorizada por los rasantes cambios que atraviesan los conjuntos humanos.
De allí, que los pueblos reclaman una tregua, un respiro, imploran por estabilidad. Ese ha sido el factor decisivo en el resultado de la primera vuelta y lo será también hacia la segunda.
Es por eso que cierta mesura, cierta tranquilidad, cierta esperanza de progresiva recuperación del tejido de contención social triunfará provisoriamente, más allá de no constituir soluciones definitivas, frente a nebulosas propuestas abismales que generan mayor desasosiego.
En el camino y en la desesperación del sector perdidoso – de no mediar la renuncia al balotaje debida al desacople de los mismos sectores de poder que han empujado hasta ahora la candidatura de Milei-, es posible que asistamos a una andanada de fakes – sobre todo en las plataformas digitales prestas al mejor postor – que pretendan socavar la figura pública de Massa.
El tablero mayor
Hasta ahora, se han considerado factores relativamente endógenos, salvo la alusión de la tendencia general a la desestructuración y la inestabilidad. ¿Qué influencia ejerce el mapamundi geopolítico sobre esta elección y qué significa un triunfo del oficialismo en estas circunstancias?
Frente a las inequívocas presiones que ejercen los Estados Unidos en sus intentos de realinear bajo sus directivas a las naciones latinoamericanas y caribeñas, la constelación política de la región le resulta, salvo algunas excepciones, esquiva.
Vigorizada por la presencia internacional de Gustavo Petro y Lula da Silva, la resistencia al involucramiento bélico y diplomático en conflictos promovidos por el país del Norte con la complicidad de la Unión Europea, se expresa de manera contundente, acompañando sucesivas pérdidas de influencia del polo occidental y particularmente angloamericano en los foros internacionales.
En esta transformación de la relación de fuerzas a favor de una ya instalada multipolaridad, es muy claro cómo jugaría la cancillería argentina en un caso u otro. Un gobierno de Massa continuaría la línea de la integración regional soberana – en algo relativizada por los “aprietes” financieros del FMI y de poderosos fondos de inversión -, mientras que Milei automáticamente se pondría del lado del Departamento de Estado de los EEUU, arriando todo rasgo de independencia y operando como factor de desintegración y macartismo.
Una nueva gestión presidencial del peronismo, matizada en el marco de su ampliación a otros sectores (llamada hoy con más pompa que sustancia “unidad nacional”), aprovechará la invitación al selecto club de los BRICS, imprescindible para la exportación y el intercambio tecnológico del país, columna vertebral del neodesarrollismo que impulsaría Massa. Mientras que un gobierno ultraneoliberal retrocedería al cubil de la dependencia con el Norte global, lo que seguramente es una de las claves de porqué una parte del mismo establishment local, sumamente interesado en hacer negocios con el Oriente, le restará finalmente su apoyo.
Poner proa al futuro
Tal como se comentó antes, la situación psicosocial imperante en Argentina es poco propicia en el presente para cambios de raíz, necesarios, imprescindibles, pero inasibles en la coyuntura. Por lo que ofrecer resistencia decidida ante el riesgo de sufrir los estragos de la violencia de un régimen liberal-fascista aparece como la mejor opción.
Aunque la historia se va construyendo en cada paso, el destino de los habitantes de estas tierras no se agota en una elección, por lo que, una vez alejado el peligro inminente, habrá que seguir intentando construir alternativas de mayor calado, alejadas de un caduco esquema de reformismo y transformismo capitalista, cuyo valor central es el dinero y la apropiación de la intención ajena.
Con mayor ahínco, entonces, habremos de seguir empujando para que los pueblos abracen cambios profundos en los valores que conmueven su interioridad, única garantía que emerja una nueva realidad solidaria y fraterna, en la que una verdadera libertad sea posible para todas y todos.
(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en la agencia internacional de noticias Pressenza.