( Por Eduardo Aliverti ) Excepto, y hasta ahí, por lo que despierta una corporación judicial que no paga Ganancias, lo grueso de las polémicas políticas volvió a semejar una realidad de dirigencia ombliguista. No es que no haya cuestiones que ameriten mirada masiva o significativa.
Es que todo parece subsumirse más en las roscas per se que en la profundidad temática.
Es igual en todos lados. La política se nutre de eso. Le es constitutivo porque, si no, ¿de qué hablamos cuando hablamos de política? De eso: de la administración de los conflictos inherentes a toda sociedad.
El problema es cuando la administración ésa parece reproducir una lógica de reiteración perpetua, que jamás redunda en beneficiar a quienes menos tienen.
Y el problema adosado -el principal, en verdad- es que por vía de esa lógica puede caerse en el facilismo de un sentimiento y discurso antipolítica, capaz de dejarle enorme espacio a las retóricas y personajes siniestros que avanzan en tantas partes del mundo.
Esta materia involucra ya a los personeros del capital. Los dueños del país. O la “entidad” que quiera citarse.
Desde aquí se señaló en varias oportunidades lo que Leandro Renoud, en Página/12 del viernes pasado, describió con datos y mucha claridad acerca de las inquietudes del establishment empresario, por la radicalización observada en las fuerzas opositoras. Específicamente, el “macrismo ultra” y los “libertarios” que, según cualquier encuesta o sensación que se tome, van ganando terreno.
Como apunta el colega tras mencionar un cuadro de paz social alterado que podría complicar los negocios, el combo de incertidumbre tiene dos patas.
Una es el Gobierno, que no sólo carece de candidato a la vista sino que persiste “en un internismo a esta altura antinatural, si la idea es la supervivencia política en el tiempo”.
En este punto vale agregar que la semana fue pródiga, quizá como nunca, en declaraciones y gestos de altos referentes del oficialismo.
Máximo Kirchner confió no creer que Cristina vaya a ser candidata presidencial, recordó que Sergio Massa ya avisó que tampoco lo será y presumió que Axel Kicillof irá por la reelección bonaerense.
De inmediato, el gobernador adujo escuchar “la voz” de “Cristina 2023”. No por lo que ella quiere, sino por el principio de clamor que habría al respecto en sectores del FdT.
El Presidente brinda signos cada vez más claros de que aspiraría a competir en la interna, recibió el aval de Aníbal Fernández y Hugo Moyano y, obvio, rechaza eliminar las primarias.
No resulta creíble que, al carecer de chances, el jefe de Estado tenga auténticamente la ambición de confrontar en esa tenida. Pero es entendible que reclame voz y voto en la mesa chica que no existe porque, de lo contrario, se somete al síndrome de pato rengo hasta que termine su mandato. ¿A qué Presidente se le ocurriría eso? Y como fuere, ¿todos y todas no tendrían que haber pensado en su momento cómo no llegar a éste, cuando parecería tarde para ponerse de acuerdo en cosas básicas?
El ministro Eduardo de Pedro retrucó que “la mayoría del Frente de Todos” no quiere PASO y admitió que “están intentando convencer” a Alberto Fernández para que resigne sus pretensiones, porque además “varios dirigentes del FdT están con bronca” y disconformes por los resultados de un Gobierno que no satisfizo “el compromiso de fortalecer el poder adquisitivo”.
Y a todo esto, el kirchnerismo avala la suspensión de las primarias ma non troppo en la provincia de Buenos Aires, donde, en caso de no haberlas, se vería en figurillas para determinar candidaturas del conurbano en las que se cruzan intereses de cristinistas, albertistas y etcéteras.
A su turno, y volviendo al artículo de Renoud, esos problemas o dramas del Gobierno portan su correlato en una oposición que, al margen de simpatías ideológicas, “tiene en cancha a los mismos jugadores que no supieron gobernar, en un escenario más favorable”, entre 2015 y 2019.
Por eso aparece el símbolo del “compagno Paolo”, por Rocca, el líder de Techint, “cuya relación con los gobiernos es directamente proporcional a los metros de caño que hace, hoy con viento a favor por la obra del Gasoducto Néstor Kirchner”.
Pero, tal como subraya Renoud, Rocca no es tonto y fue el primero en panfletear en el establishment la imposibilidad de que Macri vuelva para hacer un buen gobierno. Y hoy se encarga de decir lo mismo de Patricia Bullrich.
Ni hablar de Javier Milei, quien “consiguió espantar a buena parte de los gerentes con los que se reunió en el Coloquio de IDEA (…) Tras una comida a solas, les sorprendió el nivel de desconexión de toda lógica social, política y de posibilidades reales (que advirtieron en semejante engendro)”.
Así, en efecto, quienes menos quieren a Larreta lo designan como “un Macri asintomático” y condicionan sus posibilidades a cómo le vaya a Massa en el plano económico.
También aquí caben agregados de esta semana, porque los cambiemitas insisten en mostrar que son un espectáculo deprimente para quien cifre en ellos alguna expectativa de horizonte conjunto.
Lo son en lo ideológico, pero jamás como una unidad política superadora de sus egos interminables porque, sobre llovido mojado, se suman los radicales que vienen de conciencia culposa (es un decir) por el desastre del macrismo que avalaron a cambio, más encima todavía, de haber sido un triste y lejanísimo orejón del tarro.
La discusión parlamentaria del Presupuesto exhibió varias sospechas de transas con el Gobierno, a cambio de favores provinciales e, incluso, de canje por eventual apoyo en la eliminación de las PASO.
El intendente porteño atraviesa turbulencias porque la Comandante Pato bendijo a Jorge Macri, el primo alfabetizado, como eventual sucesor de un Larreta que a su vez requiere preservar su alianza con Martín Lousteau, quien, a la par y en una de las exhortaciones más desopilantes de los últimos tiempos, anunció que se irá con las valijas adonde sea si es que el Pro se corre a la derecha.
Lousteau, de hecho, no fue a la presentación del segundo libro que Pablo Avelluto y Hernán Iglesias Illia le escribieron al ex Presidente, porque tuvo un contratiempo estomacal.
Mariu Vidal quedó apartada del mapa bonaerense, en definitiva -a más de su horrible gobernación- por avatares judiciales que en un proceso electivo le sería muy complicado superar. La carrera en ese ámbito queda circunscripta a Diego Santilli y Cristian Ritondo. El pequeño detalle es que Larreta, quien lanzó al primero en la carrera a gobernador, parece no haber previsto que Macri bombardearía a Santilli en una alianza con Bullrich que postuló al segundo cuando, simultáneamente, Bullrich anunció a sus íntimos que irá por la presidencia aunque Macri se postule.
¿Agotador? Claro que sí.
Pero es por indigestiones como ésas que sucede lo que Renoud previene en su nota sobre el Círculo Rojo: anhela (o prefiere) un gobierno peronista capital-friendly, y no un macrismo que ha probado imposibilidad de gobernar (en términos de ser capaz de sostenerse).
Esa encerrona retorna el análisis, más por preguntas que por respuestas, a lo ya formulado por este espacio demasiadas veces.
¿Lo que queda del Frente de Todos adscribirá al “centro” que expresa Massa, como única probabilidad ganadora contra la derecha salvaje de la que el propio establishment desconfía? ¿Se jugará a perder el Gobierno con algunas botas puestas? ¿Tratará de articular las pocas coincidencias que lo sostiene con alfileres?
Que vaya, al menos, la seguridad de que más tarde o más temprano no alcanzará, ni en lo electoral ni en lo social, conformarse con lo percibido por los dueños reales del país.
O se los “administra” con vocación de poder, o se llevan puesto al gobierno que fuere.