Edición n° 3100 . 18/05/2025

El crepúsculo de la clase media argentina de la mano del neoliberalismo.

Apogeo y Caída de la Clase Media Argentina

En las últimas décadas la otrora amplia clase media argentina se ha ido desvaneciendo bajo las políticas neoliberales sucesivas. Los gobiernos de Mauricio Macri (2015-2019) y de Javier Milei (2024- ) han profundizado la apertura financiera, la eliminación de controles y el ajuste fiscal, configurando un modelo económico más propio de América Latina que de la “economía del bienestar” que forjó la industrialización del siglo XX. El resultado ha sido un acelerado deterioro social: pobreza e indigencia alcanzan niveles que hace poco eran impensables, mientras una minoría acumula la riqueza. La falta de un plan industrial y el predominio del extractivismo agravan esta tendencia. Varios cientistas sociales  advierten que estas políticas están convirtiendo al país en un caso paradigmático de desigualdad extrema.

por Antonio Muñiz


El Estado de bienestar y el auge de la clase media

A comienzos del siglo XX la Argentina era un país con grandes posibilidades de ascenso social. La inmigración europea de fines del siglo XIX e inicios del XX construyó una sociedad aspiracional e igualitaria que impulsó derechos políticos y sociales. La educación pública gratuita y las leyes sociales post-1945 sentaron las bases del llamado Estado de bienestar argentino. Como destaca el historiador económico Pablo Gerchunoff, ese modelo “eliminó el analfabetismo” y permitió que el país alcanzara altos niveles de desarrollo:  hasta 1974 la Argentina tenía un PBI per cápita similar al de Australia o Canadá, con solo el 4% de la población bajo la línea de pobreza. En ese momento la llamada “clase media” –empleados públicos, profesionales, pequeños comerciantes e industriales– constituía la mayoría de la sociedad. Gerchunoff insiste en que fue precisamente ese Estado de bienestar el factor de progreso, y no el origen de decadencia económica.

Sin embargo, la historia marcó un quiebre con la dictadura militar de 1976. El primer gráfico ilustra cómo cambió la estratificación social entre 1974 y 1980: la clase media alta y plena pasó de integrar el 78% de la población a solo el 38%, mientras que la pobreza e indigencia saltaron al 24% . Bajo el plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz se desarticuló la industria nacional, se promovió la valorización financiera y se liberalizaron los mercados. Este proceso destruyó buena parte de las conquistas salariales y redistributivas previas. Como advierte un análisis de FLACSO, la “ciclicidad argentina” alterna gobiernos industrialistas con olas neoliberales que desestructuran las orientaciones estatales distributivas, privatizan y endeudan el país. La década menemista profundizó esta tendencia, pero fue el ingreso a la democracia con políticas de ajuste el que consolidó la idea de una economía abierta sin control, preludio de los años recientes.

El neoliberalismo tardío: Macri y la recesión social

En 2015 Mauricio Macri llegó al poder con un discurso liberal que prometía modernización. Sus primeros años se caracterizaron por la quita de subsidios energéticos, apertura del comercio exterior y vinculación con los mercados internacionales (incluyendo el regreso al FMI). El ajuste fiscal no tardó en golpear a los sectores medios-bajos. La inflación se disparó y el salario real cayó. En 2019 la pobreza urbana trepó al 35,4% (frente al 27,3% del año anterior) y la indigencia al 7,7%. En números absolutos eso significó más de 3,2 millones de nuevos pobres en solo doce meses. Estas cifras, las más altas registradas en toda la era Macri, derribaron el mito de que el país podía sostener el gasto social con libremercado. Incluso un informe de CIPPEC advertía que, aun con un crecimiento anual elevado del 5%, la pobreza solo caería del 30% al 20% en cinco años, dejando claro que sin una recuperación sostenida no se revertía el empobrecimiento.

Así, al terminar el mandato macrista el país vivió una profunda recesión social: las franjas medias empobrecidas (calificadas como “clase media baja” o en situación de riesgo) se habían multiplicado, mientras los ingresos concentrados se estancaron. En palabras de Piketty, estos resultados de los “mercados libres” eran perfectamente previsibles: la economía de mercado “puede concentrar la riqueza, trasladar a la sociedad los costos medioambientales y abusar de los trabajadores” si no hay contrapesos estatales. Para muchos analistas locales, el “magro” resultado macrista es parte del patrón histórico: un neoliberalismo que promete prosperidad pero deriva en más desigualdad y precariedad.

El proyecto Milei y la “latinoamericanización” en ciernes

La llegada de Javier Milei a la presidencia en 2024 renovó las expectativas neoliberales extremas. Milei –un outsider con discurso anarcocapitalista– propuso medidas drásticas: dolarización, reforma laboral, achicamiento del Estado y recortes de subsidios. Sus críticos temen que este programa consolide un rumbo de “latinoamericanización” del país: es decir, una estructura social con altísima pobreza, una pequeña capa media y una élite privilegiada, tal como ocurre en otros países de la región. En este sentido Jorge Fontevecchia (Perfil) apunta que Milei parece dispuesto a convertir a Argentina “en el modelo de la mayoría de países latinoamericanos, donde la clase media es una mínima proporción de la sociedad”.

Los primeros indicadores económicos 2024 fueron duros: tras varios años de crisis, la pobreza alcanzó un pico oficial del 52,9% en el primer semestre. Para fin de año el INDEC, en un juego estadístico reportó 38,1% , pero aun así casi 6 de cada 10 argentinos siguió bajo la línea de pobreza, resultando un enorme costo social acumulado durante todo el año: empleo estancado, salarios, jubilaciones y pensiones  reales negativos, inflación, aumento de los servicios y alquileres, etc. La esperara reactivación posterior, impulsada por el gobierno nunca llegó dejando  al descubierto una realidad social alarmante.

En el plano político, la retórica de Milei ha sido contundente. El presidente llegó a afirmar que su gestión había “sacado de la pobreza” a millones de personas, usando estimaciones cuestionadas por expertos. En la práctica, muchos sectores temen que su plan lleve a empeorar la situación de las familias mediobajas: la aceleración de tarifas, la eliminación de subsidios y el anuncio de reformas fiscales generan incertidumbre. El círculo de Milei ha hablado incluso de un “ajuste doloroso” de dos años. Mientras tanto, la oposición y varios analistas alertan que el modelo implantado es la receta clásica de los ajustes neoliberales: retirar conquistas sociales para evitar una crisis fiscal que ellos mismos crearon con la deuda.

Sin motor industrial no hay desarrollo ni igualdad.

Un rasgo central del proceso reciente es la ausencia de un proyecto productivo nacional claro. Por décadas la economía argentina depende en gran medida de materias primas agrícolas, minerales y servicios (turismo, finanzas, tecnología). En los gobiernos posdictadura hubo esfuerzos por diversificar la matriz, pero las reformas neoliberales han reforzado la primarización. La economista Mariana Mazzucato apunta que muchas naciones latinoamericanas quedan “atrapadas en ser meras exportadoras de materias primas”. Su propuesta es justamente al revés: un “Estado emprendedor” que desarrolle cadenas de valor, por ejemplo promoviendo la industrialización de la extracción de litio en baterías o sumando valor a los minerales locales.

En Argentina, por el contrario, las políticas recientes no han corregido el rumbo extractivo; incluso con un repunte de proyectos en Vaca Muerta o la minería, la proporción de valor agregado local sigue baja.

La falta de industria local crea un mercado laboral frágil: los empleos nuevos tienden a concentrarse en servicios de baja productividad o en el campo exportador. El historiador Mario Rapoport subrayó que el proceso de desindustrialización  es justamente la raíz del declive general: la decadencia del país se inicia, dice, cuando se abandona partir de 1976 un modelo de sustitución de importaciones exitoso. Sin un plan de mediano plazo que apueste por la innovación y la diversificación, la economía se orienta de modo instintivo a lo fácil: exportar commodities y atraer capitales financieros. Esto implica que la recuperación económica –de cara al futuro– dependerá casi exclusivamente de precios internacionales y ciclos globales, sin ganar mucha autonomía interna.

El resultado: desigualdad y precariedad extremas

El efecto acumulado de estas políticas queda hoy en las estadísticas de desigualdad y pobreza. Como enfatiza Piketty, la desigualdad no es un fenómeno “natural” sino una construcción social: “la desigualdad es ideológica y política, no natural”, señala, y depende “del sistema legal, fiscal, educativo y político” que se decida implementar. En Argentina esa construcción histórica ha producido una de las brechas más pronunciadas de la región. Joseph Stiglitz complementa esta visión al recordar que los mercados, por sí solos, “a menudo dan lugar a altos niveles de desigualdad”. Es decir: sin intervención pública equilibradora, la tendencia inherente del libre mercado es concentrar la riqueza

En la práctica, esto se traduce en un país con enormes franjas de clase trabajadora empobrecida y una minoría económica poderosa. En términos cuantitativos, varios estudios señalan que la participación de los asalariados en el ingreso nacional ha caído drásticamente en décadas recientes. La renta del capital y los dividendos de la exportación primario-exportadora (soja, gas, minería) quedan mayoritariamente en manos de grandes compañías y grupos económicos extranjeros o locales, mientras los sectores medios y bajos ven reducidos sus salarios reales e ingresos. Esa dualización se evidencia en los índices: a pesar de un repunte estadístico coyuntural, la incidencia de la pobreza oficial supera con creces lo que existía hace unos años, y las clases medias sufren fracturas sociales. Para el Observatorio Social, como decíamos anteriormente, más del 50% de la población vive con ingresos por debajo de la línea de pobreza o indigencia (según la última estimación disponible), una magnitud sin precedentes en Argentina moderna.

Frente a este panorama, muchos economistas de prestigio reclaman una vuelta de tuerca. Thomas Piketty insiste en que no existe un “determinismo” fatal de la desigualdad; por el contrario, los cambios en las leyes e instituciones –ya sean impositivas, educativas o laborales– pueden alterar profundamente la distribución del ingreso. Mariana Mazzucato, por su parte, propone recuperar la idea de un Estado activo promotor de la industria y la innovación, en lugar de resignarse a un rol subsidiario de los mercados. Como sintetizan Stiglitz y otros, garantizar que la economía funcione para la mayoría requiere políticas públicas que regulen los mercados y redistribuyan recursos.

¿Hacia un futuro de polarización?

Hoy Argentina enfrenta una encrucijada. El histórico ascenso de la clase media, construido a mediados del siglo pasado, parece revertirse: por un lado crece un sector adinerado que mira los índices financieros con satisfacción, y por el otro se amplía una masa de trabajadores precarios, cuentapropistas y desocupados que resisten con ingresos mínimos. En medio, los profesionales, comerciantes y pequeños empleadores ven esfumarse su capacidad de compra. Para un observador crítico, este panorama refleja el éxito de un proyecto económico: el de la “latinoamericanización” que tanto anunció Milei, en el cual Argentina se asemeja cada vez más a las naciones con mayor pobreza de la región.

La solución no es resignarse a esta dinámica. Es necesario trazar un rumbo diferente: uno con un modelo productivo diversificado, un rol estratégico del Estado en la economía, y políticas sociales que protejan a los más vulnerables.

En definitiva, la caída de la clase media argentina no es un destino inevitable, sino el resultado de decisiones políticas. El desafío ahora es imaginar –y construir– un nuevo consenso económico que revierta décadas de subordinación a la ortodoxia del mercado.

Antonio Muñiz