El programa con el Fondo establece devaluar siguiendo a la inflación, subir tarifas para disminuir subsidios y elevar la tasa de interés para fomentar los depósitos en pesos. Todo ello en el marco de la puja distributiva entre precios y salarios y el shock inflacionario externo.
( Alfredo Zaiat/ Página 12) El Indec difundirá el índice de precios al consumidor de abril el próximo jueves 12 de mayo. Será un dato pésimo, en el mismo sentido que el registrado en el mes anterior, más allá de la diferencia de décimas entre uno y otro. La economía está navegando de este modo en un piso de tasa de inflación anualizada del 60 por ciento con elevadas probabilidades de subir varios escalones. Este peligro irrumpe porque no se están utilizando tradicionales anclas para evitar un mayor descontrol de precios.
En este inquietante escenario, el equipo económico liderado por Martín Guzmán tiene como principal apuesta para contener los precios la generación de expectativas positivas en la sociedad a partir de un programa económico acordado con el Fondo Monetario.
En la salida de la crisis de la pandemia esta estrategia podía tener cierta lógica, aunque sabiendo que ese voluntarismo tenía escasa posibilidad de alcanzar el objetivo teniendo en cuenta el desalentador resultado en los últimos dos años. Con el estallido de una nueva crisis global, provocada por la guerra en Ucrania, se ha instalado otro panorama, que es preocupante debido al riesgo de espiralización de los aumentos de precios.
¿Cuál es la estrategia antiinflacionaria de Guzmán?
La secuencia que propone Guzmán como política antiinflacionaria es la siguiente: definir un horizonte previsible de las principales variables macroeconómicas, avalado por el FMI haciendo desembolsos de dólares como parte de la refinanciación del crédito otorgado a Macri, y, al mismo tiempo, conseguir estabilidad en el mercado cambiario a partir del incremento de reservas en el Banco Central.
El equipo económico evalúa que la especulación con las cotizaciones de los dólares (blue, contado con liquidación y MEP) es uno de los principales canales de trasmisión de las presiones inflacionarias. La apuesta es frenar esos movimientos desestabilizadores del mercado con más reservas, una parte de las cuales son aportadas por el FMI para pagar cuotas del vencimiento del préstamo que entregó.
A ese marco general, Guzmán le agrega la negociación entre cámaras empresarias y sindicatos con la aspiración de recuperar el salario en términos reales. Por ahora, sin embargo, las paritarias siguen corriendo detrás de los aumentos de precios.
El ministro suma también la administración de la política de ingresos vía aportes adicionales con bonos para jubilaciones y trabajadores informales junto a la determinación de canastas de precios controlados para que actúen de referencia para el resto.
En los hechos, se trata de una estrategia para economías en crecimiento, con puja distributiva, sin shock externos negativos (pandemia y guerra en Europa) y con tasas de inflación elevadas pero no tanto. Esta no es la actual situación. En consecuencia, para la economía argentina, esta forma de encarar el problema de los precios encierra su propia trampa porque, en sus postulados, el acuerdo con el FMI es inflacionario.
Un antes y un después de la guerra en Ucrania
En un contexto de crecimiento de la economía local, mejora de ingresos de los sectores populares y una economía internacional en firme recuperación pospandemia, los factores de impulso de precios que se encuentran explícitos en el acuerdo con el FMI podrían ser relativamente compensados.
Sin embargo, dos de esas tres condiciones no se están cumpliendo porque hubo un evento extraordinario que alteró el panorama: el conflicto OTAN (Ucrania)-Rusia. Los ingresos siguen atrasados y la economía internacional va rumbo a una recesión.
Esta situación inesperada sumó más presión por el lado de lo que se denomina «inflación importada» derivada del alza de los precios internacionales de alimentos y de la energía, y también de los aumentos de los insumos difundidos (aluminio, papel, acero, plásticos, químicos).
La guerra modificó la frágil estructura oficial donde se montaron las piezas de la política económica, y no adaptarla, especialmente en el capítulo inflación, puede derivar en una situación aún más crítica.
La revisión de las proyecciones de inflación (previstas de 38 a 48 por ciento) con el FMI, que el staff técnico probablemente aceptará, es lo menos importante de los supuestos que se deberían observar ante el notorio cambio de las condiciones de la economía mundial que están impactando a nivel local.
Incremento de los costos
No existen muchas dudas de que había que firmar un acuerdo con el FMI para despejar el frente financiero y cambiario, pero tampoco existen dudas de que es inflacionario dada la evolución comprometida de variables clave.
O sea, el acuerdo era inflacionario antes de la guerra y lo es mucho más ahora con un shock externo negativo que ha arrojado a la economía mundial a un cuadro inflacionario desconocido de los últimos cuarenta años, con elevadas probabilidades de caer en recesión.
El programa con el FMI es inflacionario porque exige transitar un camino de persistente devaluación con miniajustes diarios del tipo de cambio para acompañar casi a pleno la evolución de precios local.
También lo es porque demanda aumentos de tarifas para disminuir los subsidios, en especial los energéticos, para alcanzar las metas comprometidas de déficit fiscal.
Además lo es porque el objetivo de fomentar las colocaciones en pesos para desalentar la compra de dólares demanda subir la tasa de interés para que le gane a la inflación, y también permita acompañar el ritmo de devaluación. Pese a la escasa profundidad del sistema crediticio del mercado argentino, igual el alza de la tasa de interés eleva el costo financiero de operaciones comerciales.
La crisis política en el oficialismo
Las minidevaluaciones diarias para acercar la evolución del tipo de cambio oficial a la tasa de inflación registrada el mes anterior, los aumentos de tarifas para bajar subsidios energéticos y el alza de la tasa de interés, en un marco de una mayor tensión distributiva en la discusión salarial, tienen como saldo una mayor presión inflacionaria por el lado de los costos.
Esto se traduce en algo que quienes han estudiado el régimen de elevada inflación de la economía argentina definen del siguiente modo: la actual política económica carece de un ancla relevante de los precios.
Como se mencionó, Guzmán apuesta a que el ancla sea el programa económico acordado con el Fondo Monetario porque piensa que así se podrían coordinar las expectativas de empresarios y sindicalistas y, a la vez, recuperar reservas para mantener bajo control el dólar achicando la brecha cambiaria.
Para ello reclama cierto orden político al interior de la coalición de gobierno, objetivo que, a esta altura, resulta difícil de alcanzar porque, precisamente, él se ha convertido en uno de los factores de mayor tensión entre la fuerza electoral mayoritaria del Frente de Todos (el kirchnerismo) y el presidente Alberto Fernández.
¿Por qué seguir devaluando pese al impresionante aumento de los precios de materias primas?
La idea dominante de que la competitividad de las exportaciones argentinas proviene especialmente de mantener un tipo de cambio real elevado es una de las confusiones más arraigadas en el análisis económico doméstico.
Martín Vernengo lo expresó en forma muy clara en un tuit: «No hay correlación alguna entre tipo de cambio real multilateral y exportaciones. La elasticidad precio de las exportaciones siempre fue bajísima y sólo dependen de la demanda externa. Lo único que se logra devaluando es más inflación, mayor baja del poder adquisitivo y estanflación».
Esto también se puede expresar en términos políticos: mantener el actual ritmo de devaluación con semejante nivel de precios internacionales de los principales productos de exportación significa una abusiva transferencia de ingresos adicional hacia un sector privilegiado.
Además, el Gobierno decidió no aumentar retenciones ni diseñar un esquema de emergencia de retenciones móviles, preservando así la rentabilidad extraordinaria («inesperada», según Guzmán) del complejo agroexportador.
Ajustes del tipo de cambio para mantenerlo elevado en términos reales implican salarios bajos, a los cuales les cuesta recuperarse en la presente dinámica cambiaria. No hay misterios en esta secuencia porque son funciones macroeconómicas conocidas desde hace décadas del régimen de inflación elevada de la economía argentina.
Revisar la política cambiaria (además de la tarifaria), al menos para los próximos meses, sería una de las facetas iniciales para diseñar una consistente estrategia antiinflacionaria integral, que en estos momentos, con índices generales mensuales de 6 por ciento, se ha vuelto imperiosa dada la actual tendencia de los precios.