(Por CECILIA MIGLIO/Especial para Motor Económico) En una entrevista exclusiva, Baltasar Garzón, director del despacho ILOCAD (International Legal Office for Cooperation and Development) y coordinador de la defensa de Julian Assange, junto con Aitor Martínez, responsable del Área Internacional del despacho, compartieron su experiencia en este caso de gran relevancia histórica y en la defensa de los derechos humanos y la libertad de prensa. La entrevista también reveló las percepciones y los desafíos que enfrentaron sus defensores en este emblemático proceso, destacando la importancia de proteger la verdad.
C.M.: ¿Cómo describirían su experiencia como defensores de Julian Assange?
El caso contra Julian Assange es sin duda la mayor agresión que se ha desplegado contra la libertad de prensa en el siglo XXI. WikiLeaks fue una revolución para la comunicación. Creó un cortafuegos que impedía que nadie, ni siquiera la propia organización WikiLeaks, pudiera conocer la identidad de los denunciantes que remitían información sobre crímenes internacionales o corrupción. Y con esa innovación, la agencia de noticias realizó relevantes publicaciones a lo largo y ancho del mundo, desde ejecuciones extrajudiciales en Kenia, a corrupción en Islandia, pasando por delitos medioambientales en Costa de Marfil. Sin embargo, las publicaciones de Irak y Afganistán, que acreditaban la comisión de gravísimos de guerra, desataron una causa judicial sin precedentes en Estados Unidos, con 18 cargos, 17 de los cuales se enmarcaban bajo la Ley de Espionaje, con potenciales penas de 175 años de prisión. Jamás se habían aplicado cargos de espía a un periodista por el simple hecho de publicar información veraz.
Por lo tanto, la causa seguida contra Julian Assange era un peligrosísimo precedente para todos los periodistas del mundo. Una agresión directa a la libertad de prensa en el mundo. Y es por ello que, como abogados, haber podido contribuir a preservar un derecho tan importante como la libertad de prensa, piedra angular del funcionamiento de las democracias, y libertad fundamental para que los periodistas puedan desnudar al poder y exhibir el ejercicio desviado de nuestros gobernantes, ha sido todo un honor.
C.M.: ¿Cuáles fueron los momentos más desafiantes durante el proceso de defensa?
La causa contra Julian Assange se ha dilatado por más de 13 años. En ese tiempo se ha recorrido una detención en Reino Unido unida a una solicitud de entrega por parte de Suecia, en el marco de una investigación fiscal sin fundamento jurídico alguno. Posteriormente, un asilo en la Embajada de Ecuador en Londres por casi 7 años, en condiciones infrahumanas, sin que Julian Assange tuviera acceso a la luz solar o al aire fresco. Y, por último, después de su detención el 11 de abril de 2019, ante un proceso de extradición a Estados Unidos, con Julian Assange en una prisión de máxima seguridad, Belmarsh, conocida como la “Guantánamo británica”.
En todo ese largo proceso se han vivido muchos momentos desafiantes. No sólo por la dificultad de manejar un caso repleto de complejidad jurídica, debido a que implicaba litigar en múltiples jurisdicciones, incluyendo diversas instancias internacionales, contra superpotencias como Estados Unidos o Reino Unido. Sino sobre todo por la presión a la que los miembros de la defensa fuimos sometidos. Los servicios de inteligencia no dudaron en desplegar todas sus herramientas contra su equipo legal. Recientemente en Estados Unidos, en una relevante publicación de prensa, agentes y ex agentes de la CIA, incluyendo al ex jefe de contrainteligencia, confesaron que tuvieron a toda su defensa monitoreada, que sabían todo lo que pasaba en la embajada, y que incluso proyectaron asesinar a Julian Assange dentro de la embajada. Por ejemplo, una empresa española está bajo investigación penal en España por presuntamente haber desplegado un brutal espionaje dentro de la embajada a favor de la inteligencia norteamericana cuando fue contratada por Ecuador para proveer seguridad a la embajada. Hablamos de supuestos micrófonos ocultos en los extintores, cámaras que grababan lo que sucedía, acceso a los teléfonos, etc.
Basta destacar como es público que, en este despacho de abogados, cuando estábamos manejando en absoluto secreto que Julian Assange recibiera un pasaporte diplomático para dejar la embajada con la inmunidad y la inviolabilidad de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, unas personas enmascaradas forzaron la entrada y accedieron al despacho en busca de esa información. La prensa publicó el hecho e incluso las imágenes han trascendido. Es un ejemplo más de hasta qué punto se llegó en este caso.
C.M.: ¿Cómo manejaron el estrés y la presión que conlleva defender un caso tan mediático y controversial? ¿Cómo se sintieron al ver a Assange en prisión y cómo cambió su percepción después de su liberación?
Ciertamente en este despacho profesional se manejan asuntos de gran trascendencia internacional. Por lo tanto, es un equipo de profesionales acostumbrados a trabajar en casos de mucho estrés y presión.
Respecto a los sentimientos personales al ver a Julian Assange privado de libertad es necesario destacar que ha estado más de 13 años sin poder deambular libremente, en una u otra forma. En primer lugar, en diciembre de 2010 detenido y en prisión provisional, para posteriormente quedar en arresto domiciliario a espera de que se dilucidara su entrega a Suecia. Posteriormente, por casi 7 años en la Embajada de Ecuador en Londres en unas condiciones que la ONU determinó como de detención arbitraria, viviendo una verdadera tortura. Y, por último, por más de 5 años en la prisión de Belmarsh mientras se resolvía su proceso de extradición a Estados Unidos.
Hemos sido testigos del durísimo, injusto y largo tormento al que han sometido a Julian Assange. Una dilatada agresión de más de una década que le ha causado unos daños físicos y psicológicos en gran medida irreparables para él. Y no es una afirmación subjetiva, de quienes han presenciado esa situación por años, sino que el Relator de la ONU contra la Tortura le visitó en la prisión de Belmarsh junto a dos médicos especializados en tortura y afirmó, en un durísimo informe elevado al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que nunca había visto un trato así, de tortura, como lo denominó, en toda su experiencia profesional.
Por lo tanto, poder ver finalmente a Julian Assange en libertad, reuniéndose con su esposa, Stella Assange, y con sus hijos, es una inmensa satisfacción que no puede ser descrita con palabras, no sólo como abogados, sino desde el punto de vista más humano.
C.M.: ¿Cómo creen que el caso Assange ha impactado en la percepción pública sobre la libertad de expresión y el periodismo?
Sin duda el caso Assange ha hecho un daño enorme al periodismo libre del mundo. Aun cuando se consiguió parar la extradición, y finalmente el acuerdo alcanzado significaba parar la causa a través de un único cargo computado con los años en prisión provisional en Belmarsh, ciertamente la existencia de la causa ha establecido ya un peligroso precedente en el mundo.
Estados Unidos desplegó una causa selectiva contra Julian Assange. Y decimos selectiva porque las publicaciones de los Irak War Logs y los Afghan War Diaries fueron hechas por WikiLeaks en asociación con los principales medios del mundo: The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Le Monde y El País. Sin embargo, la acción penal de Estados Unidos se dirigió contra el eslabón más débil de esa cadena, contra Julian Assange.
La finalidad era establecer un aviso, una advertencia, a todos los periodistas del mundo. Jamás se volvería a permitir que un periodista publicara información clasificada, aun cuando esa información acreditara la comisión de gravísimos crímenes de guerra, como los que todos vimos de la mano de esas publicaciones. A partir de ese momento, el periodista que se atreviera, sería juzgado por espía, desempolvando para ello una ley anacrónica de 1917, la Espionage Act.
Por lo tanto, la pregunta que nos debemos hacer es hasta qué punto esa advertencia ha funcionado. Sobre todo si otro periodista en cualquier esquina del mundo, que haya obtenido información veraz sobre crímenes de guerra cometidos por Estados Unidos, plantea publicarlos y ve lo que le sucedió a Julian Assange. ¿Se autocensurará? Si eso sucede, Estados Unidos habrá logrado su objetivo y la libertad de prensa estará amordazada en el mundo.
C.M.: Para finalizar, ¿Cómo abordaron las «fake news» en este caso? ¿Cómo ven el impacto de estas en la sociedad y en la libertad de expresión? ¿Qué implementarían para combatir la difusión de información falsa y proteger la verdad?
Julian Assange fue demonizado durante largo tiempo. Llamativamente, el periodista más laureado de todos los tiempos, nominado al Premio Nobel de la Paz recurrentemente cada año, fue durante mucho tiempo atacado por sus propios congéneres. Y ello aun cuando la agresión contra Julian Assange era una agresión directa contra todos los periodistas, incluyendo los que se sumaban a su linchamiento.
Para desplegar esa campaña mediática contra Julian Assange se utilizaron todo tipo de fake news. Hemos sido testigos de cómo se han publicado todo tipo de falsedades, inventadas en forma obscena, para conseguir demonizarle. Es indiscutible que esa campaña fue orquestada por los poderes que en Estados Unidos tenían la determinación de acabar con él. Y lo peor es que muchos medios se prestaron.
Sin embargo, en los últimos años estalló en el mundo un movimiento civil muy poderoso, el “Free Assange”. Prácticamente no quedó una esquina del mundo donde no se activara un movimiento “Free Assange”. Y esa ola ciudadana en el mundo se hizo imparable, y arrastró a los medios de comunicación. Fue en ese momento cuando, por ejemplo, los medios que habían colaborado con WikiLeaks, como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Le Monde y El País, suscribieron un editorial común en defensa de Julian Assange y la libertad de prensa.
Efectivamente las fake news forman parte de las estrategias para acabar con opositores políticos. Es un ámbito que se debe regular porque pueden desplegar una agresión brutal contra un individuo, hasta el punto de proscribirlo socialmente e incluso justificar acciones judiciales contra él. Sin embargo, la regulación que se haga de las fake news debe ser cuidadosa, detallada, y sin que afecte bajo ningún concepto al derecho a la libertad de prensa.