La historia de la creación de SOMISA en 1947 y su posterior privatización en manos de Techint en 1991 contiene una parábola que se repite en cientos de otras historias argentinas: se proyecta para levantar vuelo, y antes de tocar el cielo se desploma en caída libre.
Manuel Nicolás Aristóbulo Savio nació en 1893, en 1936 ascendió a coronel y seis años más tarde a general. Continuador de las tesis industrialistas del general Enrique Mosconi, primer director de YPF. Pocos años más tarde, Savio asumió la conducción de Fabricaciones Militares y consiguió el permiso para iniciar exploraciones de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio, además de largar un programa de prospección geológica en la Antártida. En esa función creó Altos Hornos Zapla, en Jujuy. En 1943 Fabricaciones Militares contaba ya con doce plantas. Su idea era clara: «La industria siderúrgica es fundamental, es primordial, la necesitamos como hemos necesitado nuestra libertad política». Eran tiempos en que la libertad se entendía de la mano del desarrollo, sueños de una “Argentina Potencia”.
En 1946 consiguió quizás su mayor logro: presentar un proyecto de ley que, un año más tarde, fue aceptado, aprobándose la creación de SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina). Creó el Plan Siderúrgico Nacional, se trataba de desarrollar la industria en el país de las vacas y el trigo.
SOMISA llegó a ubicarse entre las 30 empresas de mayor facturación anual del país; era la primera empresa en cuanto a su aporte a las exportaciones agregadas de productos siderúrgicos con aproximadamente un 35 por ciento del total; representaba cerca del 60 por ciento de la capacidad de reducción y producción de acero.
Techint mantenía una relación privilegiada con SOMISA, compraba la materia prima a precios más bajos que los vigentes en el mercado y recibía subsidios directos, además de establecer acuerdos de precios en ciertos mercados donde ambas competían. Antes de la privatización, el interventor de la compañía, el sindicalista de los plásticos Jorge Triaca, realizó el “trabajo sucio” de reducir la plantilla. En diciembre de 1990, la planta sumaba 11.600 empleados; a fines de diciembre del año siguiente, sólo quedaban 5285. Esos despidos masivos provocaron una bonanza pasajera en San Nicolás y alrededores por las indemnizaciones cobradas y un boom de instalación de kioscos- ya en esa época les decían a los trabajadores que se conviertan en emprendedores- luego la mayoría quebró.
SOMISA había registrado históricamente buenos desempeños económicos y a partir de la gestión de Juan Carlos Cattáneo, primero, y de Jorge Triaca, después, comenzó a contabilizar un déficit operativo de cerca de un millón de dólares por día, acumulando una deuda de unos 500 millones de dólares en apenas dos años. La estaban tirando abajo planificadamente. Esa pérdida estuvo asociada a la exportación de productos siderúrgicos a menos del 10 por ciento de su valor real y a la compra de gas, carbón, chatarra y otros insumos a precios muy superiores. Esos fuertes quebrantos prepararon el terreno para impulsar y justificar la venta, pero también para provocar una importante subvaluación de la compañía.
El proceso final de la privatización fue pensado a pedir de boca de Techint, durante el menemismo, bajo la tutela de María Julia Alsogaray. Las bases de la venta fijaron que el 80 por ciento del paquete accionario quedaría en manos privadas y el 20 por ciento restante, al Programa de Propiedad Participada (PPP) para los trabajadores, porcentaje que facilitó el acompañamiento de la UOM a esa privatización. Esa tenencia fue luego licuada por operaciones de fusiones y ampliaciones de capital dispuestas por Techint. Así se consolidó un oligopolio siderúrgico local: el grupo Techint y Acindar pasaron a ejercer una posición dominante en ese mercado.
En el documento “SOMISA. Una industria en reconversión”, el investigador Juan A. E. González describe la verdadera magnitud de la entrega. La empresa acumulaba un stock de producción elevado que quedó para el nuevo dueño privado. La intervención había estimado un valor teórico de SOMISA en 450 millones de dólares, mientras que la consultora contratada para su tasación lo elevó a un máximo de 750 millones. La única oferta fue por 152,1 millones de dólares.
¿Cuánto pagó realmente Techint? A la cifra ofertada habría que restarle 130 millones de dólares, valor que se le dio al stock de producción acumulado, aunque señala que, según estimaciones de los entonces diputados, ese stock equivalía a 270 millones de dólares. Un verdadero regalo. Pero, además: “Al otro día de la licitación los nuevos dueños comenzaron a tener sus beneficios, cuando se les adjudicaron cinco créditos equivalentes a la misma suma que debían pagar por hacerse cargo de SOMISA”. Para la familia Rocca fue fundamental la apropiación porque pasaron a dominar un sector estratégico de la economía. Hoy lo sabemos bien.
Se engrandecieron a costa del Estado y participan en foros empresarios pidiendo no pagar impuestos.
* Historiador.
Fuente: Pagina 12