(Por Héctor Sosa*)
Carlos Alberto García Moreno, nació un 23 de octubre de 1951 en el emblemático barrio de la clase media porteña:Caballito. El peronismo estaba en el gobierno, sus padres gorilas de pura cepa.
Papá Carlos: profesor, enseñando física y matemáticas y Carmen Moreno, su madre, productora de shows musicales para radio, especialmente de música folclórica.
Justamente un folclorista de historias llevar, Eduardo Falú, fue el elegido, por esas cuestiones del azar, como el intermediario de un dato no registrado en el ya pequeño nobel músico de piano.
En una reunión familiar, Falú tocaba y el niño Carlo Alberto García Moreno dijo (mientras se producían esos silencios molestos cuando uno dice algo que incomoda): «hay una cuerda que desafina».
Allí el guitarrista fue terminante: «este pibe tiene oído absoluto»
Oído absoluto:» se refiere a la habilidad de identificar una nota por su nombre sin la ayuda de una nota referencial, o ser capaz de producir exactamente una nota solicitada (cantando) sin ninguna referencia.
La proporción de personas con oído absoluto es de 1 cada 100.000 habitantes del planeta.
Carlos Alberto García Moreno o más conocido por Charly García tiene ese privilegio en los genes. De él se valió, desde sus inicios, con los instrumentos músicales y el canto, hasta que demiolió su último hotel en Mendoza, hace unos días atrás.
Los buitres de la antropofagia social de buena parte de los medios, y del chismerío latente en conciencias quemadas por décadas de tener ingresadas en sus cabezas el relato que construyen (sobre personas, hechos históricos, movimientos sociales y sistemas de vida) los medios de (des) comunicación masiva, buscaron «comerse» vivo a Charly, mostrarlo en su lado oscuro, mientras todos-al mismo tiempo- se pintan los labios rojos de la hipocresía.
Las adicciones o desequilibrios mentales que éstas produjeron en el ARTISTA no se critican, se curan.Con Palito Ortega o sin él. La Ciencia Cura.
La música también.
Las guillotinas del medio pelo argentino (y de muchos pelados) siempre actuaron sobre mitos, héroes, genios y hasta sobre miles de jóvenes ( y no tanto) que a lo largo de la historia de nuestro país buscaron-justamente- trastocar valores, buscar otros, sembrar otros.
Del canibalismo fueron (y son) víctimas desde Manuel Belgrano («voz de pito»), hasta Maradona («Un drogón sin cura»); del «Che» («un idealista sin futuro»), a Gardel («si no se caía el avión no era nadie»).
Y la lista puede seguir: Evita, San Martín y claro está, Charly García.
La información es una mercancía en sistemas como el nuestro, y un Charly que se saca y regodea con la muerte es noticia, «vende». Para colmo el tema campo «ya cansó», afirmaría un reconocido editor de TV.
No importa la mediocridad del supuesto sentido común de la gente («el peor de los sentidos», diría el maestro Jorge Luis Borges), Charly, su arte de oro puro, oido absoluto y de letras que acompañaron buena parte de cuatro generaciones de argentinos escupe en «Dinosaurios» y refiriéndose a la dictadura:
«Los amigos del barrio pueden desaparecer los cantores de radio pueden desaparecer los que están en los diarios pueden desaparecer la persona que amas puede desaparecer».
Y en «Clics Modernos» saltar el escenario, ése límite que impone la formalidad y gritar: «No puedo calmar, no puedo parir. No puedo esperar mil años que cambie el viento. Tengo que volverte a ve.»
Los medios, los mediocres de toda mediocridad seguirán cayendo sobre él. Con la misma hipocresía que se molestan por el corte de rutas, el reclamo por una vida justa y se silenciaron cuando miles de jóvenes caían como moscas en búsqueda de una sociedad mejor.
Allí andarán los cuervos, las urracas los bien vestiditos buitres buscando que Charly «vuelva a la normalidad».
«En sociedades como la nuestra son muy precisos los mecanismos de exclusión, para ello es necesario: desvirtuar, mentir, ocultar, prohibir y excluir», afirma Michel Foucault. Y vuelve el hombre desgarbado, espiga, ése junco que vibra en melodías y en «De Mí», quizás, presagia su venir, y el de tantos. El de tantos.