Por Gabriela Sharpe
Hoy se recuerda un café que ya no está. Tuvo su época de apogeo en la década de 1920. Un fragmento del Roberto Arlt
CAFÉ DE CANNING Y RIVERA (Café ABC)
Si usted tiene aficiones a la atorrancia, si a usted le gusta estarse ocho horas sentado y otras ocho horas recostado en un catre, si usted reconoce que la divina providencia lo ha designado para ser un soberbio “squenun” en la superficie del planeta, múdese a las inmediaciones de Canning y Rivera. Todas sus ambiciones serán colmadas….
Y le digo que se mude en las proximidades de esas calles porque en ese paraje encontrará todo lo que el alma de un vago necesita para consolación y regocijo de su fiaca. Encontrará allí toda la variedad de especímenes que forman la escala turronera de la ciudad: levantadores de quinielas y redoblaneros, anarquistas en embrión, si usted es aficionado a la sociología; tenorios y damas, música (de radio) y típica por la noche, y muchas mozas. El refugio es el café esquinero. Techo alto, tan alto que han podido instalar una baranda con plataforma a la sombra de las estanterías. Más que café, parece una iglesia, pero una iglesia donde se habla de fijas y se trata de temas “profanos o del siglo” como dicen los teólogos. El altoparlante suministra música nacional desde las diez de la mañana. Las ventanas abiertas a la calle invitan a dejarse estar. Las fabriqueras que pasan, incitan a mirar. Los desdichados pintorescos que transitan invitan a meditar.
–Pero, ¡la gran siete! Cómo se pasa la mañana!
Y es que en una esquina así se pasa, sin vuelta. En cuanto un ciudadano entra al café, se siente contagiado de la pereza colectiva. Los brazos le empiezan a pesar como si fueran de plomo y la mirada se le llena de neblina. El mozo que está acostumbrado a la clientela es un plantígrado resignado. No protesta. Sirve el achicoria “express” con la misma sencillez de un mártir. Cinco de propina, y la mesa ocupada tres horas. (Canning y Rivera; Nuevas aguafuertes; Roberto Arlt)