Edición n° 2938 . 07/12/2024

COP26 o cómo “pintar de verde” los intereses de ‎la gran finanza

(Por Thierry Meyssan / #MotorDomingo) La COP26 no es más que un show montado para desviar la atención del público de ‎lo que realmente se prepara en ese encuentro. El GIEC –el comité de expertos de la ‎COP que parece estar alertando a gobiernos sordos sobre la catástrofe que se aproxima– ‎está siendo utilizado para dotar a esos gobiernos de un discurso que justifica sus ‎ambiciones políticas. Los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de China, Xi Jinping, ambos resueltamente hostiles a los proyectos financieros que se cocinan en la COP, ‎se negaron a participar en esa reunión aunque los banqueros más conocidos del ‎mundo hablan allí de 100 000 millones de dólares en inversiones.

La «Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático» viene siempre acompañada ‎de discursos apocalípticos pero nunca arroja compromisos cuantificables ni verificables. Sólo ‎da lugar a promesas, que siempre se firman en medios de grandes despliegues mediáticos pero ‎también siempre redactadas en condicional. ‎

La COP26 que se desarrolló en Glasgow (Reino Unido), desde el 31 de octubre y ‎hasta el 12 de noviembre, no parece que vaya a escapar a esa regla. Comenzó con un ‎espectacular video, donde un dinosaurio subía a la tribuna de la Asamblea General de la ONU para ‎lanzar una llamada de alerta sobre la posible extinción de la especie humana, y prosiguió con el ‎discurso de apertura del primer ministro británico, Boris Johnson, sobre lo que haría James Bond ‎ante la amenaza del cambio climático. El show prosiguió en la calle con una manifestación ‎encabezada por Greta Thunberg, quien declaró ilegítimos todos los gobiernos del mundo y ‎denunció el «fracaso» de la conferencia, que sólo estaba comenzando. ‎

Los líderes políticos que tanto llaman a salvar la humanidad de su extinción inminente son los mismos ‎que asignan miles de millones de dólares a la fabricación y desarrollo de armas nucleares capaces ‎borrar de la faz de la Tierra la especie humana que tanto dicen querer defender [1].‎

Lo mínimo que se puede decir sobre la COP26 es que, en vez de ser una reunión diplomática ‎tendiente a lograr una disminución de la emisión de gases con «efecto invernadero», se trata ‎sólo de una farsa de cierta calidad montada para los espectadores del mundo entero. ‎

Pero entonces, ¿cuál es la realidad que se esconde tras ese circo? ¿Y por qué participan en él ‎todos los Estados miembros de la ONU?‎

EL «CALENTAMIENTO GLOBAL»‎

Para responder a esas preguntas tenemos que empezar por separarnos de varias “certezas” ‎erróneas sobre el llamado «calentamiento global». ‎

Es un error creer que el «calentamiento global» amenaza la supervivencia de la especie humana. ‎El clima siempre ha sufrido cambios, no de manera linear sino por ciclos. Hace 7 siglos, ‎la Tierra era un planeta más caluroso que hoy en día. Por ejemplo, en Francia los glaciares de ‎los Alpes eran menos extensos que hoy –incluso había camellos silvestres en lo que hoy ‎conocemos como la región francesa de Provenza– y ciertas partes del litoral de lo que hoy es ‎la Francia continental se adentraban en el mar más profundamente que en la actualidad ‎mientras que otros tramos de litoral, más “retirados”, avanzaron con el tiempo. ‎

Se ha comprobado que el calentamiento climático en Europa coincidió con el momento de la ‎Revolución Industrial. Por eso “creemos” que las evoluciones climáticas que hoy vemos ‎se aceleraron como consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes ‎de la actividad industrial, durante los dos últimos siglos. Es posible, pero la simultaneidad de ‎dos hechos no indica necesariamente que uno sea la causa del otro. ‎

Existen otras hipótesis, como la del geofísico yugoslavo Milutin Milankovic, que explican esos ‎cambios a partir de las variaciones de la órbita terrestre, determinadas por la excentricidad de ‎dicha órbita [2], entre otros factores. ‎‎‎

Y MARGARET THATCHER CREÓ EL GIEC‎

En 1988, los primeros ministros de Canadá y del Reino Unido, Brian Mulroney y Margaret ‎Thatcher, convencieron a sus socios (Estados Unidos, Alemania, Francia e Italia) para financiar ‎un «Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático» (GIEC, también designado ‎como IPCC debido a sus siglas en inglés), bajo los auspicios de la Organización Meteorológica ‎Mundial (OMM) y del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). ‎Poco después, Margaret Thatcher declaró que los gases de efecto invernadero, el hueco de la capa de ‎ozono y las lluvias ácidas exigían respuestas intergubernamentales [3]. ‎

Pero aquel lindo discurso ocultaba objetivos políticos. La señora Thatcher estaba empeñada –‎así lo confirmaron después sus consejeros– en acabar con los sindicatos de los mineros de los ‎yacimientos de carbón y en promover una nueva revolución industrial, basada en el uso del ‎petróleo del Mar del Norte y en la energía nuclear [4].‎

El GIEC no es una academia de sabios climatólogos sino, como su nombre lo indica, un «grupo ‎intergubernamental». En el GIEC no se habla de climatología sino de política climática. La gran ‎mayoría de sus miembros no son científicos sino diplomáticos. En cuanto a los expertos en ‎climatología que pertenecen al GIEC, no están ahí como científicos sino como expertos en ‎el seno de su delegación gubernamental, o sea como funcionarios. Todas sus intervenciones ‎públicas se hacen bajo el control de sus gobiernos. Es por consiguiente grotesco hablar de ‎consenso «científico» para designar lo que en realidad es el consenso político que reina en ‎el seno del GIEC. Eso demuestra un desconocimiento total del funcionamiento de las instituciones ‎intergubernamentales. ‎

Al contrario de lo que cree Greta Thunberg, el GIEC no está augurando el apocalipsis a gobiernos ‎que hacen oídos sordos. En realidad obedece fielmente a esos gobiernos y elabora, con sus ‎climatólogos, una retórica destinada a justificar una serie de cambios políticos que la gente ‎normal rechazaría sin los argumentos del GIEC. ‎

Los trabajos del GIEC sirven de base cada año a una «Conferencia de las Partes» (COP) firmantes ‎de la «Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático» (CMNUCC). ‎La 26ª edición de esa conferencia es el encuentro de Glasgow (COP26).

Por cierto, ‎en 1990, el GIEC estimaba, en su primer informe, como «poco probable» un claro ‎recrudecimiento del efecto invernadero «en los próximos decenios o más». En 2021, ‎aquella verdad de 1990 se ha convertido en una herejía. ‎

Las primeras COP se dedicaban al trabajo de información y de sensibilización del público sobre la ‎evolución del clima. Estaba claro para todos que ciertas regiones se harían inhabitables y que ‎algunas poblaciones tendrían que desplazarse. Pero con el transcurso del tiempo comenzó a ‎decirse que los cambios serían tan radicales que podrían amenazar la supervivencia de toda la ‎especie humana. Como no se ha producido ningún descubrimiento científico inesperado que venga a cuestionar ‎abruptamente la verdad anterior, el cambio de retórica tiene como única ‎explicación la evolución de las necesidades de los gobiernos. ‎

La sociedad de consumo está al borde del abismo porque no se puede seguir vendiendo a ‎alguien lo que ya tiene. Si se derrumban las industrias, se pierden los empleos y los gobiernos ‎se ven en peligro de ser derrocados. Para evitar eso, hay una sola solución, que ya se utilizó en el ‎pasado. ‎

A finales de los años 1990, la mayoría de las sociedades occidentales ya estaban informatizadas y ‎se hacía imposible seguir vendiendo computadoras. Así que se inventó la historia del «error ‎del milenio», según la cual todos los sistemas informáticos del mundo iban a entrar en crisis a ‎las 00:00 horas del 1º de enero del año 2000… y todo el mundo volvió a comprar nuevos ‎ordenadores y programas informáticos concebidos para enfrentar el «Y2K». Por supuesto, ‎no se cayeron los aviones en vuelo, tampoco se cayó ningún ascensor ni hubo ordenadores ‎con problemas. Pero se detuvo la caída de las ventas y se salvó Silicon Valley. ‎

Hoy en día la solución sería la «transición energética». O sea, en vez tratar de vender ‎otro automóvil a alguien que ya tiene uno, habrá que venderle un vehículo eléctrico para ‎reemplazar su automóvil que funciona con gasolina. Por supuesto, la electricidad se genera ‎utilizando petróleo y exige el uso de baterías que actualmente no son reciclables. En definitiva, ‎con la «transición energética» el planeta se verá más contaminado que antes pero… ‎¡ahora no hay que pensar en eso!‎‎

LA «BOLSA DEL CLIMA»,
ÚNICA REALIZACIÓN DE LA COP‎

Bajo la presidencia de Bill Clinton, Estados Unidos tomó el control del GIEC e impuso el Protocolo ‎de Kioto (COP3)… documento que Washington nunca firmó. El vicepresidente Al Gore estaba entonces a cargo de la política ‎energética de Estados Unidos y así aprobó la guerra en Kosovo para poder construir un ‎oleoducto a través de los Balcanes. Pero, como el Protocolo apuntaba originalmente a limitar las ‎emisiones de 5 gases de efecto invernadero y de 3 sustitutos de los clorofluorocarbonos, ‎Al Gore promovió la creación de unos «derechos de emisión de CO» para las industrias y se olvidó de ‎los demás gases. ‎

Ya como ex vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore fundó, junto a varios banqueros de ‎Goldman Sachs y con financiamiento de Blackrock, la Chicago Climate Exchange (Bolsa del Clima ‎de Chicago). Como Estados Unidos nunca firmó el Protocolo de Kioto esa entidad funcionó mal, ‎así que Al Gore abrió en los otros cuatro continentes sucursales que se desarrollaron ‎rápidamente. Hoy Al Gore percibe una remuneración por cada intercambio de derechos de ‎emisión de CO₂. Para desarrollar su negocio, Al Gore se convirtió en “militante” de la causa ‎climática y produjo el film An Inconvenient Truth (Una verdad que molesta). Le dieron ‎entonces el premio Nobel de la Paz, aunque ese film, presentado como un documental científico, ‎es sobre todo un largo spot publicitario para su “bolsa del clima” [5].‎

Entre paréntesis, el redactor de los estatutos de la Bolsa del Clima fue un joven jurista ‎desconocido… un tal Barack Obama, que luego se incorporó al mundo de la política en Chicago ‎y resultó electo presidente de Estados Unidos, sólo 4 años después. Ya en la Casa Blanca, Barack ‎Obama elaboró el proyecto de utilizar la histeria sobre el clima para reformar el sistema financiero ‎global. Ese fue el proyecto que se adoptó en la COP21, en París, y que debería ponerse ‎en marcha con la COP26 de Glasgow. ‎‎

PRÓXIMO OBJETIVO DE LA COP:
“COLOREAR DE VERDE” LA GRAN FINANZA‎

La COP26 está organizada por Reino Unido con ayuda de Italia. Cuatro británicos están a cargo ‎de ese encuentro: dos ex ministros, Alok Sharma (ex ministro de Economía, Industria y Estrategia ‎Industrial) y Anne-Marie Trevelyan (ex ministra de Desarrollo Internacional), Mark Carney ‎‎(ex gobernador de los Bancos del Reino Unido y Canadá) y el cabildero Nigel Topping. ‎Ninguno sabe absolutamente nada de climatología pero los cuatro defienden un proyecto de ‎reforma de las instituciones de Bretton Woods –el Fondo monetario International (FMI) y el Banco ‎Mundial.‎

Si los presidentes de Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping, no participan en la COP26 no es ‎porque estén en desacuerdo con la lucha contra la contaminación del medioambiente sino porque ‎se oponen a ese proyecto financiero. ‎

El sitio web de la COP26 explica que se trata de: ‎


«Movilizar financiamiento. Para alcanzar nuestros objetivos, los países desarrollados ‎deben mantener su promesa de movilizar al menos 100 000 millones de dólares de ‎financiamiento climático. Las instituciones financieras internacionales deben desempeñar ‎su papel y nosotros debemos trabajar para liberar los miles de millares de millones de ‎dólares de financiamiento del sector privado y del sector público necesarios para el cero ‎neto mundial.»‎

Lo que se firmaría al final de la COP26 es la creación de una instancia que, para movilizar esos ‎fondos, agruparía

  • el Banco Asiático de Desarrollo,
  • el Banco Africano de Desarrollo,
  • el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura,‎
  • el Banco Caribeño de Desarrollo,
  • el Banco Europeo de Inversiones,
  • el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo,
  • el Banco Interamericano de Desarrollo,‎
  • el Banco Islámico de Desarrollo,
  • el Banco Mundial
  • y 450 grandes empresas. ‎

Es importante entender que el Banco Mundial y sobre todo el Fondo Monetario Internacional ‎‎(FMI) han perdido toda credibilidad, a tal extremo que ya no es posible seguir endeudando a los ‎países pobres… pero hay que encontrar cómo mantener a esos países bajo control. Todos los gobiernos ‎saben ya que las “donaciones” y préstamos de las instituciones internacionales vienen ‎acompañados de condiciones leoninas que hacen que sus países sean más vulnerables y que cuando ‎llegue el momento del reembolso el país ya no será dueño de nada. ‎

Con la COP26, los banqueros podrán prestar dinero para “salvar el planeta” y convertirse de paso ‎en dueños de los países cuyos dirigentes hayan confiado en ellos [6].

Thierry Meyssan