«No hay otra alternativa que el ajuste», repitió Javier Milei, basándose en cifras y estimaciones falaces para describir lo que caracterizó como «la peor herencia de la historia».
«No hay otra alternativa que el ajuste», repitió Javier Milei varias veces desde las escalinatas del Congreso de la Nación. Su discurso, leído ante una concurrencia que había ido a aclamarlo (cumplió tan a rajatabla su rol que hasta lo ovacionó cuando les advertía que la iban a pasar muy mal durante los próximos 24 meses), estuvo plagado de malos presagios de lo que va a pasar con la economía argentina en los próximos meses, «por culpa de la herencia recibida, la peor que haya recibido un gobierno en la historia argentina».
Asume que su plan va a provocar «desempleo, recesión, caída del salario real, más pobres y más indigentes». Así, dicho textualmente. Pero no por culpa de su plan, sino por la herencia recibida. «No hay más alternativa que el ajuste», repite y agrega: «y a través de un shock, porque no hay condiciones para un ajuste gradualista». Si «no hay alternativas» y para que sea exitoso tiene que ser por «shock», bueno, adelante con el plan. A sufrir. La fórmula parece convincente, al menos le sirvió para ganar las elecciones.
Pero veamos las condiciones de las que surge ese diagnóstico. Porque, si falla el diagnóstico, convengamos que puede fallar. Y si falla, lo que quedará es un costo social y económico altísimo.
«Nos dejan 15 puntos del PBI de déficit fiscal, de los cuales 10 puntos son del Banco Central y 5 del Tesoro Nacional», dice enfáticamente. El déficit es la diferencia entre ingresos y gastos, cuando los últimos son mayores. Según el Banco Mundial, el PBI de Argentina para 2021 estaba en 487,2 miles de millones de dólares. En 2023 puede haber estado en torno a los 500 mil millones. Cinco puntos del Tesoro son 25 mil millones de dólares. En pesos serían 10 billones (a la cotización oficial de 400 pesos por dólar). Un ajuste así equivaldría a hacer desaparecer en buena medida las políticas públicas. No es «un recorte al afano de la política».
El déficit del Banco Central no es déficit sino los pasivos remunerados: bonos y otras deudas con entidades financieras. Entre esos bonos, las leliq. ¿Cómo los hará desaparecer? Diez puntos del PBI son 50 mil millones de dólares, equivalente a la deuda que tomó Macri en 2018 con el FMI., condenando al país por décadas. Milei no dice qué va a hacer. La deuda, en este caso del Central, es en pesos. Sería deseable que no la convierta en deuda en dólares, pero no lo dice. Sólo señala que lo solucionará con «políticas de shock».
¿Por qué la urgencia en resolver un déficit que ya muestra «inflado»? Porque le interesa reducir al mínimo la capacidad de intervención del gobierno nacional y el Banco Central en la economía y, además, teóricamente le adjudica la responsabilidad absoluta de la inflación al déficit fiscal y la emisión monetaria. Un déficit que no tiene la dimensión que Milei indica y una emisión que tampoco es tal. Así, con una base inflada y con cálculos matemáticos con poco rigor técnico, asume que:
- El ritmo de inflación de los últimos meses, proyectado a un año, da un aumento del 300% y no 150.
- El excedente de dinero en la economía hoy es el doble que en la previa del «rodrigazo» (ajustazo por shock del año 1975). Si el Rodrigazo multiplicó por 6 la inflación, hoy la multiplicaría por 12.
- La deuda en pasivos remunerados del Banco Central es peor que la previa a la hiperinflación de Alfonsin. «Hoy podría cuadruplicar la cantidad de dinero en la economía si no se resuelve, postula.
En consecuencia, sostiene que una inflación que hoy es del 300%, podría multiplicarse por 12 con un ajustazo por shock como el que propone (300×12 igual a 3600 por ciento), con pasivos del BCRA que cuadruplicarían la cantidad de dinero y con ello, la inflación (3600×4, igual a 14.400 por ciento de inflación anual). Según Milei, estamos ante una bomba hiperinflacionaria que nos esta llevando a casi 15 mil por ciento de inflación anual, de la cual él nos viene a salvar. «Nos dejaron plantada una hiperinflación de herencia», le cuenta a la concurrencia, menos enfervorizada porque ya le cuesta seguirlo.
«Parece un disparate», dice, y antes que le contestemos que sí explica, como si hablara a través de una calculadora: «Eso equivale a una inflación del 52 por ciento mensual, y hoy estamos cerca, en una inflación que rondará entre el 20 y 40 por ciento mensual de aquí a febrero». Lo cual, calcula de nuevo, llevaría la pobreza al 90 por ciento de la población. «No hay otra alternativa que un gran ajuste por shock», dice una vez más.
Un ajustazo del que se sufrirán las consecuencias muy rápido, advierte, pero para ver los resultados habrá que esperar entre 18 y 24 meses, por «el rezago de la política monetaria». Es decir, que es tanto lo que emitió y gastó el gobierno saliente, que seguirá surtiendo efecto negativo, con mayor inflación, por muchos meses.
Ese semejante rezago en los efectos de la política monetaria no se debe conocer en Estados Unidos, porque la Reserva Federal produce modificaciones trimestrales en sus tasas de interés, aumentándolas para desincentivar las compras y bajar la inflación, y bajándolas o manteniendo su nivel cuando considera que los precios están equilibrados. Y mide los resultados y evalúa sus cambios de política mensualmente o cada tres meses.
Ante el capital extranjero, para dar confianza, habrá que demostrar la voluntad y capacidad de hacer desaparecer el déficit fiscal y la emisión «provocando recesión», dice Milei, y lo aplauden. «No hay plata, Argentina no tiene crédito», dice, sin hacer mención que el crédito que el país tenía de China lo perdió por sus diatribas contra el régimen de gobierno de ese país y las posturas internacionales que va tomando en contra de consensos mundiales. «La alternativa es generar confianza», dice y muchos que lo escuchan rememoran lo de la «lluvia de inversiones» de Macri y Prat Gay (aunque también de Caputo) de 2016, que terminó en una multimillonaria fuga de capitales.
Fuente: Página 12