La negociación simultánea del swap con China y del nuevo acuerdo con el FMI (Estados Unidos) no debería generar desconcierto. Conocer cuáles son las estrategias de desarrollo de las dos potencias es fundamental para no quedar atrapados de esquemas analíticos pasados e ingresar en fisuras de la disputa por la hegemonía global para emprender un sendero de desarrollo propio.
El equipo económico pactó la ampliación de la capacidad de aplicar a operaciones comerciales el swap de monedas con China, al mismo tiempo negocia con Estados Unidos (el FMI) nuevas condiciones del acuerdo de refinanciación de la deuda con el organismo.
El objetivo de conseguir asistencia financiera de cajas de ambos países, que están lanzados a una disputa global por la distribución del poder mundial, provoca desconcierto en quienes piensan que las relaciones internacionales son lineales, sin matices, cuando en realidad encierra complejidades más interesantes que abrazar acríticamente a una u otra potencia.
En estas semanas se intensificó la corriente mediática antiChina, advirtiendo acerca del peligro de avanzar en acuerdos de cooperación, inversiones y líneas de créditos (entre ellos, el swap de monedas). En las élites locales, cuyas ideas expresan analistas y grandes medios de comunicación, existe el convencimiento de que la subordinación a Estados Unidos se traducirá en beneficios para la economía y la estabilidad del país.
Ni Estados Unidos ni China
Existen algunas experiencias, la más cercana en el gobierno de Mauricio Macri y otra lejana en el gobierno de Carlos Menem, que revelaron que esta promesa no tuvo el resultado deseado. No lo tuvo porque es de una ingenuidad mayúscula esperarlo, porque sería una expresión de ignorancia sobre cómo ha sido el histórico vínculo comercial y financiera con Estados Unidos o, en realidad, sería una manifestación de intereses inconfesables.
No es misterio, para cualquiera que ha estudiado el recorrido de la relación de Estados Unidos y Argentina, que ambas economías son competitivas; no complementarias. Esto significa que Argentina vende al mundo lo que produce en cantidad Estados Unidos. Por eso no se puede esperar una vocación de cooperación para el desarrollo nacional. Es lo opuesto de lo que sucede con China, aunque el proyecto de desarrollo en este caso igual sigue siendo un desafío propio que no vendrá de una relación estrecha con la potencia asiática.
Para neutralizar el previsible malentendido deliberado, una y otra potencia interviene en Argentina en función de sus propios intereses, y con este parámetro se debe evaluar el vínculo del país con cada una de estas potencias. La diferencia sustancial en relación a las necesidades de Argentina se puede resumir del siguiente modo: Estados Unidos pide y no da, mientras que China da y pide.
La cuestión central no consiste en acomodarse livianamente a lo que ellas pretenden, aspecto complicado dada la vulnerabilidad financiera y la escasa densidad nacional de los grupos sociales y económicos locales dominantes. El desafío se encuentra entonces en aprovechar las oportunidades que se presentan en el vínculo con cada una de las potencias en relación a un plan de desarrollo nacional.
Esto último debería ser un componente esencial, por caso, de los proyectos de expansión de la producción de materias primas estratégicas (petróleo, gas, minerales –litio-), como también de los de infraestructura preservando una cuota para los proveedores locales y reclamando convenios de transferencia de tecnología.
Confiar en las élites es un riesgo porque no saben elegir
Como se mencionó aquí, las puertas que se han abierto en la distribución del poder mundial, más allá de vulgares análisis de representantes de la derecha local, son las de una transformación que está poniendo en cuestionamiento la hegemonía unilateral de una potencia global. No es un acontecimiento insignificante al momento de diseñar la política económica, en especial el capítulo referido a la cuestión monetaria y cambiaria.
Una observación histórica de la década del ’30 del siglo pasado resulta ilustrativa para entender el posicionamiento actual de la derecha y la reiteración del desvarío: con las diferencias que existen entre ambos momentos, el presente se asemeja a la desorientada elección de la oligarquía y de los sectores dominantes con su representación política apostando al imperio en decadencia (Inglaterra), siendo emblemático en ese sentido el Pacto Roca-Runciman de 1933, en lugar de estrechar vínculos con la potencia emergente (Estados Unidos).
La forma de generar confusión hoy acerca de la comprensión de lo que está pasando en el tablero del poder mundial es pretender cancelar el debate diciendo que lo que necesita Argentina es un programa de capitalismo occidental con reglas claras que respete la propiedad privada. El mensaje implícito refiere a que la alianza tiene que ser con Estados Unidos («capitalismo occidental»), con el consiguiente rechazo al vínculo con China.
Este postulado no tiene un anclaje consistente con el presente, adultera cuál es el objetivo de un proyecto de desarrollo nacional e interviene en la discusión pública como si nada hubiera cambiado en el mundo económico y geopolítico en los últimos 20 años y, para peor, que nada cambiará para adelante.
El Nuevo Consenso de Washington
No deja de sorprender la escasa capacidad de la derecha local de observar los cambios que se están produciendo a nivel global, incluso en la estrategia de Estados Unidos. Siguen repitiendo los postulados del Consenso de Washington de la década del ’90 cuando ha habido un cambio en la visión estadounidense para su economía doméstica como también acerca de la expansión hacia el exterior.
El asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, describió la política económica internacional de la administración estadounidense, en una presentación del 27 de abril pasado, a la que denominó el «Nuevo Consenso de Washington».
Uno de los aspectos destacados refiere a que el retroceso relativo de Estados Unidos en relación a China se originó en sostener los lineamientos del anterior Consenso de Washington, cuyo resultado fue desindustrialización y deterioro acelerado de las clases medias (trabajadores) al tiempo de un incremento acelerado de las fortunas de los ricos.
Sullivan afirmó que había un conjunto de ideas que defendía la reducción de impuestos y la desregulación, la privatización y la liberalización del comercio como un fin en sí mismo. Señaló que el supuesto era que los mercados siempre asignan el capital de manera productiva y eficiente, sin importar lo que hicieran otros países.
Aquí aparece una revisión importante de la mirada estadounidense, vale reiterar que lo hace por el avance de China: «En nombre de la eficiencia del mercado simplificada en exceso, cadenas de suministro completas de bienes estratégicos, junto con las industrias y los empleos que los producían, se trasladaron al extranjero. Y el postulado de que una profunda liberalización del comercio ayudaría a Estados Unidos a exportar bienes fue una promesa que se hizo pero no se cumplió».
Qué decía el anterior Consenso de Washington
El Consenso de Washington original, expuesto por primera vez en 1989 por el economista inglés John Williamson, era un conjunto de diez fundamentos de política económica, un paquete de reformas promovido por el FMI, Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos para países en desarrollo con crisis de deuda.
Los postulados eran promover el libre mercado, la liberalización comercial y financiera y la privatización de activos estatales. También recomendaba políticas fiscales y monetarias contractivas de reducción del déficit fiscal y del gasto público.
Era el modelo de política neoclásico aplicado al mundo e impuesto a los países pobres por Estados Unidos y los organismos internacionales bajo su dominio.
Uno de los nudos centrales de esta estrategia era el libre comercio sin aranceles y otras barreras, el libre flujo de capital y regulación mínima. Era un esquema que beneficiaba específicamente la posición hegemónica de los Estados Unidos. Pero fracasó para generar crecimiento económico y reducir la desigualdad entre países y al interior de ellos. Y también para Estados Unidos en la carrera de la productividad de la economía, en especial en la competencia con China.
Por el contrario, profundizó la brecha interna y externa, ampliándose a partir de la crisis financiera global de 2008 y posterior recesión en 2009, momento en que China empieza a ganar espacio en el tablero del poder mundial y las potencias occidentales inician un retroceso relativo.
La agenda estadounidense y la economía moderna del lado de la oferta
El Nuevo Consenso de Washington apunta a sostener la hegemonía del capital estadounidense y sus aliados con un nuevo enfoque. Sullivan lo dice del siguiente modo: “Ante las crisis que se agravan (estancamiento económico, polarización política y emergencia climática), se requiere una nueva agenda de reconstrucción”.
Estados Unidos busca de este modo mantener su hegemonía con la conocida capacidad de establecer agendas que sus socios deben seguir para no enfrentar consecuencias, que Sullivan no precisa.
Este nuevo consenso deja atrás el libre comercio y flujos de capital, y la no intervención del Estado en la economía. Lo reemplaza con la idea de una «estrategia industrial». Esta consiste en que los gobiernos subsidian la reconstrucción industrial (la de punta, tecnológica y de energía limpia). Los recursos para hacerlo se obtienen de una mayor carga impositiva sobre las grandes empresas (combate a la evasión y guaridas fiscales), para así cumplir con «los objetivos nacionales».
Sullivan indica que habrá más controles comerciales y de capital, más inversión pública y más impuestos a los ricos. Esto puede generar incredulidad en base a los parámetros de acción de Estados Unidos en las últimas décadas, pero este cambio no es algo novedoso en la historia del capitalismo. Cuando un país se vuelve económicamente dominante a escala internacional promueve el libre comercio y flujo de capitales (así fue Estados Unidos desde mediados del siglo pasado). En cambio, cuando empieza a perder su posición hegemónica relativa busca imponer esquemas proteccionistas y nacionalistas.
El Nuevo Consenso de Washington viene acompañado por lo que la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, denomina «la economía moderna del lado de la oferta». Esta, a diferencia de la tradicional que promueve la desregulación y reducción de impuestos, «prioriza la oferta de mano de obra, el capital humano, la infraestructura pública, la I+D y las inversiones en un entorno sostenible», explicó Yellen en un discurso en el Instituto de Investigación de política Económica de Stanford.
Yellen agregó que «todas estas áreas de enfoque tienen como objetivo aumentar el crecimiento económico y abordar los problemas estructurales a más largo plazo, en particular la desigualdad». Señaló que el potencial de crecimiento a largo plazo de un país depende del tamaño de su fuerza laboral, la productividad de sus trabajadores, la capacidad de renovación de sus recursos y la estabilidad de sus sistemas políticos.
Argentina entre Estados Unidos y China
Conocer cuáles son las estrategias de desarrollo de las dos potencias en disputa en el tablero del poder mundial es fundamental para no quedar atrapados de esquemas analíticos pasados con un posicionamiento fuera de época, y además para tener la habilidad de ingresar en esta fisura para emprender un sendero de desarrollo propio.
Al respecto no habrá que esperar cambios en las condiciones de préstamos del FMI y del Banco Mundial de austeridad fiscal o de alivio en la carga de la deuda. Es importante saber que la economía moderna del lado de la oferta y el Nuevo Consenso de Washington son modelos para la economía de Estados Unidos para no quedar rezagada ante el avance de China.
Sin embargo, estos lineamientos de desarrollo estadounidense podrían ser aplicados en la economía doméstica y así las fuerzas políticas, sociales y económicas proEstados Unidos quedaría satisfechos porque tendrían allanado el camino de identificación con la potencia occidental. Esto no es lo más probable por la miopía de los sectores dominantes. Pese a ello es una señal que algo de la configuración del poder mundial está cambiando con el Nuevo Consenso de Washington, punto que aquí no debería ser desconocido.