Edición n° 2922 . 21/11/2024

«Colonialismo Tecno-Capitalista: La Nueva Dependencia Global»

(por Antonio Muñiz) El colonialismo tecnocapitalista representa una nueva forma de dominación global en la que el control de las tecnologías avanzadas y las cadenas de suministros críticas reemplaza la conquista territorial tradicional.

Este fenómeno surge en un contexto de competencia geopolítica entre Estados Unidos y China, y el surgimiento de otros actores menores, donde los objetivos pasan por controlar sectores estratégicos como los semiconductores, la inteligencia artificial (IA), la computación cuántica y las energías renovables. A través de este control por algunos países genera que el resto sean empujados a relaciones de dependencia tecnológica que perpetúan desigualdades económicas y políticas, minando la soberanía de los Estados más débiles.

Hoy, las nuevas tecnologías son la columna vertebral del poder económico y militar global. Estados Unidos y China, con su dominio sobre la tecnología de diseño de chips y las redes de inteligencia globales y su control sobre las materias primas críticas y la producción industrial, están construyendo “círculos de soberanía tecnológica” a los que otros países deben integrarse si quieren acceder a estas tecnologías indispensables.

Este fenómeno de dependencia tecnológica tiene un reflejo claro en el caso argentino, donde a lo largo de las décadas se han manifestado intentos frustrados por desarrollar una autonomía tecnológica, especialmente en sectores estratégicos como la energía nuclear, la industria aeroespacial y las telecomunicaciones. Un ejemplo emblemático es el Proyecto Cóndor, un programa de desarrollo de misiles en la década de 1980, que buscaba situar a Argentina como un actor autónomo en la carrera aeroespacial y militar. Sin embargo, las presiones internacionales, principalmente de Estados Unidos, llevaron a la cancelación del proyecto, limitando la capacidad del país para desarrollarse en este campo estratégico.

En el ámbito de la energía nuclear, Argentina ha sido históricamente pionera en América Latina, desarrollando capacidades significativas a través de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Sin embargo, la dependencia tecnológica externa se ha hecho evidente a lo largo del tiempo, particularmente en cuanto a la importación de insumos críticos y la presión para alinearse con las políticas de no proliferación nuclear impuestas por las potencias globales.

En estos días el gobierno de Javier Milei ha implementado políticas de ajuste y vaciamiento sobre el sistema científico tecnológico, la privatización del la empresa IMPSA, la desfinanciación de la CNEA, la reducción salarial a investigadores y docentes o la parálisis en el proyecto del reactor CAREM, son solo ejemplos, de una política destinada a renunciar a cualquier proyecto de desarrollo tecnológico soberano. Una vez mas intereses externos y una dirigencia local terraplanista, condicionan nuestro futuro.

Si bien Argentina, más allá de estos avatares, había logrado avances importantes en estos sectores,  sigue dependiendo de tecnologías y componentes extranjeros.

La dependencia  en tecnologías extranjeras se manifiesta también en la reciente expansión de las energías renovables, donde si bien el país posee vastos recursos naturales para generar energía solar y eólica, gran parte de los equipos necesarios provienen de proveedores extranjeros, particularmente de China y Europa. Esta realidad perpetúa un ciclo de dependencia económica y tecnológica que obstaculiza el desarrollo industrial y limita la capacidad de decisión soberana en cuestiones estratégicas.

El caso de las telecomunicaciones y la infraestructura digital es otro ejemplo claro de esta subordinación. La discusión sobre la implementación de redes 5G en Argentina pone de relieve las tensiones entre Estados Unidos y China, donde las presiones para evitar el uso de tecnología china (como la de Huawei) se enfrentan a la necesidad de contar con infraestructura avanzada a precios accesibles. Esto coloca a Argentina en una posición vulnerable, en la que sus decisiones tecnológicas están condicionadas por intereses geopolíticos externos.

Las consecuencias de esta nueva era de colonialismo tecno-capitalista son profundas. Países que no logran desarrollar o proteger sus propias capacidades tecnológicas quedan atrapados en una especie de servidumbre tecno-económica, obligados a especializarse en actividades de menor valor agregado, como la minería de datos o la refinación de materias primas para las tecnologías globales. Esto refuerza un modelo de dependencia y desigualdad, donde los Estados tecnológicamente subordinados están en desventaja en la competencia económica global.

Además, las tecnologías emergentes como la computación cuántica y la inteligencia artificial prometen redefinir los límites de la soberanía económica y militar, creando nuevas formas de dominación. Quienes controlen estas innovaciones podrán moldear el futuro del comercio, la industria y, en última instancia, la geopolítica global. La pregunta clave es si estas tecnologías serán democratizadas para beneficiar a toda la humanidad o si serán acaparadas por unas pocas potencias, perpetuando así un nuevo orden colonial.

Frente a este desafío, surge la necesidad de construir un nuevo marco de cooperación internacional que no se base en la subordinación tecnológica, sino en la interdependencia y la gobernanza compartida. La humanidad debe evitar repetir los errores del pasado, cuando el dominio tecnológico y económico de unos pocos llevó a la explotación y el subdesarrollo de muchos. Si no se abordan estas tensiones, corremos el riesgo de perpetuar un sistema que consolida la desigualdad y la subordinación, mientras que las potencias tecnológicas siguen fortaleciendo su control sobre el futuro de la economía mundial.

En conclusión, el colonialismo tecnocapitalista no solo reproduce las jerarquías globales del pasado, sino que también establece nuevas formas de dependencia en un mundo profundamente interconectado. La capacidad de los países para desarrollar, controlar y democratizar tecnologías clave definirá su posición en el orden global, donde las potencias tecnológicas buscan imponer su hegemonía. Para evitar un futuro marcado por la subordinación y la servidumbre tecno-económica, es crucial que la comunidad internacional avance hacia un modelo más equitativo y cooperativo de gobernanza tecnológica.

Argentina, así como otros países emergentes, enfrentan el desafío urgente de desarrollar nuevas tecnologías, nuevos procesos y productos para recuperar su soberanía económica, política y tecnológica. La dependencia de tecnologías extranjeras no solo limita nuestra  capacidad de decidir autónomamente en sectores estratégicos, sino que también perpetúa un ciclo de subordinación en el sistema económico global.

Desarrollar programas de investigación, desarrollo e innovación propios y fortalecer la inversion publica y privada en investigación científica y la industria tecnológica permitiría a nuestro paísdiversificar sus economías, reducir vulnerabilidades y participar en igualdad de condiciones en el escenario internacional, recuperando así el control sobre nuestro  propio desarrollo.

Antonio Muñiz/Especial para Motor Económico ///