Dio sus primeros pasos en la música a fines de los cuarenta en una radio de West Memphis, gracias a una oportunidad que le brindó otra leyenda del blues, Sonny Biy Williamson II.
“Empecé a tocar blues por tres razones: porque lo amo, porque la gente lo ama y porque el blues me ama a mí”.
B.B. King, el rey indiscutido del blues, el primer músico que entendió que la universalización del género era lo mejor que le podía pasar a la música surgida en el sur de los Estados Unidos, murió hace siete años (14 de mayo de 2015) y su legado está más vigente que nunca. La imagen que recordamos de B.B. es la de un hombre voluptuoso cantando con pasión y abrazado a su fiel Lucille. Recordamos sus solos estirando las cuerdas, ese toque que patentó e influyó a cientos de miles de guitarristas alrededor del mundo. Nos acordamos de él siempre arriba de un escenario, en un teatro o un estadio. Fue como ese padre o abuelo que nos mostró la mejor cara de la vida. Escuchamos sus discos y nos emocionamos. Puede ser «Live at The Regal», «Completely Well», «Indianola Mississippi Seeds» o alguno de los tantos compilados que le editaron, y en cada uno de esos álbumes se perciben la pasión y el amor con los que vivió y tocó.
Pero también es bueno rememorar al B.B. de sus comienzos, porque le costó mucho llegar. En su autobiografía, Blues all around me, que escribió junto a David Ritz, B.B. cuenta detalladamente todo lo que padeció de niño y de adolescente, como la temprana muerte de su madre, las largas jornadas juntando algodón para poder comer y la segregación racial. Como para muchos hombres negros de su generación, el blues fue su salvación.
Según describió, sus primeras influencias musicales fueron Blind Lemon Jefferson y Lonnie Johnson. De su primo Bukka White no absorbió su estilo, pero sí su sinceridad como artista y su forma de sentir el blues. El sonido de T-Bone Walker le cambió la vida y la estirpe de Muddy Waters lo marcó para siempre. Pero también lo influenciaron guitarristas como Charlie Christian y Djando Reinhardt, y otros músicos de jazz como Ben Webster, Lester Young y Count Basie. Y siempre admiró a dos pesos pesados del canto como Frank Sinatra y Nat “King” Cole. Pero fue Sonny Boy Williamson II fue quien le brindó su gran oportunidad.
B.B. King dejó la plantación en 1948 y se fue al norte en busca de un futuro mejor. Si bien ya había probado suerte antes en Memphis, esta vez eligió West Memphis, en Arkansas. Allí contactó a Sonny Boy, que era disc jockey en la radio KWEN. B.B. cuenta que entró al estudio y le pidió cantar una canción al aire y Sonny Boy lo dejó. Interpretó «Blues at Sunrise» y le salió bastante bien. Cuando terminó el show, un ejecutivo de la radio le dijo que habían recibido muchos llamados elogiando su presentación. Y así comenzó su carrera.
Esa presentación le abrió las puertas en Memphis y consiguió trabajo como DJ en la WDIA durante el día, mientras tocaba por las noches. Su nombre artístico era Beale Street Blues Boy, luego se lo acortó a Blues Boy, hasta que quedó como B.B. a secas. El jingle del medicamento Pepticon fue, curiosamente, su primera creación, al tiempo que musicalizaba con temas de Louis Jordan, Charles Brown, Amos Milburn, Lowell Fulson, Art Tatum, Roy Milton y, por supuesto, T-Bone Walker. Su show de radio se volvió muy popular y eso fue una gran ayuda para que su nombre trascendiera en Tennesse, Arkansas y Mississippi.
Y eso lo llevó a su primera sesión de grabación, en la que registró cuatro canciones para el sello Bullet: «Miss Martha King», dedicada a su primera esposa, «I’ve Got The Blues», «Take a Swing With Me» y «How Do You Feel When Your Baby Packs Up and Goes». El resto es historia, aunque el éxito rotundo le llegó muchos años después con «The Thrill is Gone».
B.B. King contribuyó como muy pocos artistas a la música popular. Su nombre es reconocido en todo el mundo y desde hace décadas es sinónimo de blues. Y ese es el mejor homenaje que puede recibir.
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Escrito por Martín Sassone
NA – Buenos Aires, Argentina