Veintiún millones de pobres, la infancia en la máxima pauperización, el fin de la capacidad protectora del empleo, cuarenta años de gobiernos entre indolentes y devastadores y la irrupción de la extrema derecha con un futuro inquietante, que se desplomará sobre los mismos de siempre. Cuarenta años que se cumplirán el día en que asuman el negacionismo y el ajuste inhumano, frutos de tanta iniquidad.
Por Silvana Melo
(APe).- El año termina con 21 millones de pobres en una población de 46. La triste celebración de 40 años de democracia superará el 45% de pobreza y la pauperización incontenible de la infancia, con más de siete chicos entre diez arrojados a una vida sin horizonte. Un cumpleaños sistémico que la muestra, a la democracia, maleable e imposibilitada de mejorar las vidas del enorme colectivo de los que se caen. De los que se cayeron. De los que se caerán. Velitas en el viento, apagadas por el 70 por ciento de jóvenes entre 16 y 24 años que votaron a Javier Milei. Hijos de los padres derrumbados del 2001. Nietos de los desocupados de los 90. Inteligencia natural del plan triunfante de la dictadura. Que vuelve todo el tiempo, que no se exilia jamás. Alimentada por los dirigentes ombligocéntricos, irresponsables y con la sensibilidad circunscripta a su mínimo entorno, que desfilaron desde 1983.
Catorce millones y medio de votos cosechó el ultraderechista en un país que se ufanaba de no vender los derechos adquiridos al primer postor.
Más de ocho millones de niños y adolescentes pauperizados. Dos millones y medio de ellos en la indigencia. Con hambre.
A 40 años de la recuperación democrática los niños, niñas y adolescentes son el sector social más golpeado del país. En realidad, no dejaron de serlo nunca. El piberío ha quedado fuera de agenda de la mayor parte de los gobiernos de la era post dictadura y casi nunca las cifras de su pobreza bajaron de la mitad. Cinco de cada diez niños pobres en promedio. Siete y más de cada diez en los pueblos más populosos de los conurbanos de las grandes ciudades. El sur del AMBA se lleva, acaso, todos los méritos en la pauperización infantil.
El último informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA revela datos del tercer trimestre de 2023. Un 45% de pobres supera en cinco puntos la medición anterior. Un 6,2% de niños pauperizados. La inflación, como una factoría de la pobreza y de la marginación de niños, niñas y adolescentes es la pésima noticia de este aniversario. Cuando está claro que ésa es una de las deudas internas que nunca honró ningún gobierno, aunque sí se ocuparon, todos, de honrar con tintura de vasallaje, todas las deudas externas desde Rivadavia a Macri. Y sus sucesores.
La criminalidad del hambre es un concepto claramente demostrado por las organizaciones sociales que compusieron el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo en aquellos años noventa cuando parecía derrumbarse la vida misma alrededor de los trabajadores y sus familias y sus hijos. Las banderas de las marchas que incluyeron a los niños y las niñas con conciencia de lo que escaseaba en sus casas, con la sabiduría de formar parte de organizaciones como Pelota de Trapo, desde donde emergieron sujetos políticos, decididos a transformar lo oscuro en la salivilla de estrellas con la que le gustaba tanto a Alberto Morlachetti citar a García Lorca.
El hambre es un crimen porque tiene responsables. Con nombre y apellido. El hambre es un crimen porque es planificado. Es la herramienta de dominación para debilitar a aquellos que traen en su pecho la chispa de rebeldía que puede cambiarlo todo.
En mitad de los noventa asoma otro mojón: el crecimiento brutal de la agroindustria. La entrada de Monsanto en 1996, con el pack de las semillas modificadas genéticamente y el veneno contra el resto de los seres vivos circundantes, enalteció a la soja como el gran commodity que iba a aportar toneladas de divisas y la salvación para el naufragio financiero del país.
Lo que trajo, en realidad, fue el desalojo de los campesinos para que las tierras quedaran en manos de los pooles de siembra; el monocultivo discrecional con consecuencias devastadoras en la degradación del suelo; la deforestación que genera lluvias extremas, suelos que ya no son esponjas y sequías mortales; el uso indiscriminado de agrotóxicos y el envenenamiento de miles de niños que murieron de cáncer y que nacieron con malformaciones; las zonas de sacrificio en las que muere el que tiene que morir en pos de la rentabilidad de un grupo; la pérdida de la biodiversidad y el aumento de gases de efecto invernadero.
En síntesis: el cambio climático del que el nuevo presidente descree, que provocó nueve olas de calor el verano pasado, incendios y cortes de luz devastadores.
La caída de la clase media
A cuatro décadas de la recuperación de un régimen constitucional, la historia de ese índice infame que dibuja el sufrimiento país en curvas y estadísticas es una foto del fracaso sistémico. Hace tan solo 49 años, un segundo en la historia del mundo, se registraba apenas un 8% de pobreza y las tasas de desempleo y desigualdad más bajas de la historia. El país fue otro y no hace tanto. Y la destrucción tiene responsables con rostro, nombres e impunidad.
Entre 2010 y 2022, la situación de inseguridad alimentaria se incrementó un 44%, precisa el informe de la UCA. Que advierte, sin embargo, que el deterioro más atroz se registra en los últimos cinco años. Cifras impensables en aquel 1974 del 8 por ciento.
La indigencia –esa obscenidad que desnuda hambre, falta de un techo, de acceso a la salud, a la educación- no es apenas un número frío en un gráfico de barras. Es la Bombonera llena en 92 partidos. Es el Monumental repleto 71 veces. Todos arrumbados en los márgenes de un sistema que los multiplica y los descarta.
Un informe de Alfredo Saiz publicado en La Nación en 2020 dibuja la caída de la clase media por debajo del tercio de la población, por primera vez en décadas. Un sector que ha sido emblema en un país que tenía en funcionamiento el ascensor social del trabajo. Hoy se acaba la capacidad protectora del empleo y más del 30 por ciento de los trabajadores en blanco son pobres. En este contexto, se incrementó exponencialmente la clase baja mientras que la única que se mantiene más o menos en su lugar, ajena a todo colapso, es la clase alta.
Millones de chicos y chicas con el futuro cortito y acotado a qué tormenta se desate mañana. A qué país estén dispuestos a construirles los protagonistas de las grietas coyunturales, los actores de reparto que pasaron por el escenario –el que hoy cambia-, todo el tiempo disputándose hilachas de poder, matándose por tres jueces o una causa más o menos de corrupción. La pobreza y la responsabilidad de las vidas en desgracia de la mitad de los argentinos le resbala a gran parte de ellos y les ha resbalado durante más de 40 años de régimen constitucional sostenido.
Hubo otro país
En 1974, apenas 49 años atrás, hubo otro país. En ese año de convulsión política y donde cada paso implicaba fervor, la actividad industrial y la participación de los asalariados en la economía fueron los más altos de su historia y las tasas de desempleo y desigualdad fueron las más bajas.
Ese año el desempleo alcanzó su mínimo histórico: un 2,7%. Y un 10 % de informalidad. El empleo en negro nunca bajó de entre el 35 y el 40 % en las últimas décadas. Y el desempleo tuvo sus cifras estrella durante el menemismo y en 2001: casi un 18 % y el 21,5% en el momento de la huida de De la Rúa. Es interesante recordar que un día después de la reelección de 1995 -al calor de la muerte de Carlitos Jr.-, cayó sobre los ánimos de los votantes que volvieron a entronizar a Menem, el número feroz de la desocupación.
La última tasa de desempleo registrada por el INDEC en septiembre es del 6,2%. En 2020 llegó al 13% producto de la sociedad macrismo – pandemia – inoperancia, que rompió con el dígito que se sostuvo durante diez años y que fue inédito desde aquel soñado ’74. De todas maneras, el nivel de ocupación es infinitamente más precario que dos décadas atrás. El empleo sin registro creció exponencialmente y la uberización del trabajo puso en la calle a millones de personas esclavizadas por apps. Sin obra social ni aportes ni vacaciones ni seguridad alguna en su jornada laboral.
En 1974 se registró el mayor nivel de igualdad de la historia: un coeficiente de Gini de 0,35, de acuerdo con la Cepal. El coeficiente Gini mide la igualdad de un país y la ubica entre el 0 y el 1. El cero es el ideal y el 1, el de mayor desigualdad.
El 0,35 de 1974 se disparó durante la dictadura hasta el 0,40. El desastre del final alfonsinista lo dejó en el 0,46. El menemismo lo aumentó hasta el 0,50. El combo De la Rúa – Duhalde exhibe el récord más triste: 0,55 en 2002.
Desde 2003 la desigualdad exhibió un descenso que en 2015 mostró el índice más bajo aunque sin llegar a 1974.
En 2023 el coeficiente Gini terminará en 0,44. Muy cercano a la hecatombe de 1989.
Pobrezas
El pico de 66 % en el que la hiperdevaluación duhaldista sumió al país se redujo apenas al 62% cuando el ex intendente de Lomas de Zamora le entregó el país a Néstor Kirchner.
Esta es una de las muestras más cabales de que las disminuciones de las pobrezas se han dado, invariablemente, después de grandes crisis. En las que se vuelve a niveles que parecen bajos por comparación, pero que humanamente son inaceptables. Kirchner, con una política fuerte de recomposición y transferencia de ingresos, bajó la pobreza a casi el 37%, según el Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (Cedlas) de la Universidad de La Plata.
Sin embargo, en 2007, con el regreso de la inflación se concedieron herramientas a un personaje inefable como Guillermo Moreno para que interviniera el INDEC y dejaran de existir las estadísticas confiables en el país. En 2013 directamente se dejaron de publicar los números de pobreza.
Estudios alternativos (Cedlas) lograron reconstruir que CFK bajó el índice del 37 al 28%, aunque en su segundo mandato volvió a subir al 30. Cristina Fernández entregó a Macri un país con el 29,5% de pobreza y Alberto Fernández lo recibió con un 35,5%. El presidente de los cuarenta años de democracia entregará el gobierno con una pobreza cercana a la mitad de los argentinos y una inflación internanual muy por arriba del ciento por ciento.
Aquel 8% de 1974, que debió ser el faro de las dirigencias de la democracia, no fue más allá que paños fríos a los fuegos de las crisis. En medio de las demonizaciones de unos a otros, en medio de poderes judiciales y mediáticos que se vuelven más voceros del poder concentrado que de la inmensa mayoría de los desplazados. No hay país que sobreviva a las discusiones banales en medio de una tragedia.
La noble igualdad
No hay esfuerzo personal que catapulte de la pobreza a los pibes de entre 15 y 29 años que han sido condenados a los confines de esta tierra, si no hay un contexto político que los incluya y les conceda las mismas oportunidades que a la clase media acomodada que sobrevive o a la clase alta que nunca se inmuta.
Ese contexto político que arribará el fin de semana es el escenario de la bronca. Del desprecio de los adolescentes y los jóvenes a una vida sufrida desde sus padres y abuelos. Una vida de presente continuo, sin un futuro favorable. Una vida condenada a la supervivencia.
Nada de eso mejorará en el nuevo escenario que la ultraderecha le arrebató a la furia. Pero su calidad de outsider, de distinción de lo ya conocido, fue definitorio.
Como reacción a la entrega y al fracaso sistémicos, el voto juvenil impulsó con fuerza la consagración de un hombre que considera a la igualdad y a la justicia social aberraciones y robos.
Cada cual intentará una salvación por la suya. Mientras la moto del delivery patina y cae en la lluvia.
Los jóvenes de la bronca, los de la rebelión por superderecha, son los mismos jóvenes probablemente no lleguen a terminar una escuela que se vuelve un tentáculo más de un estado de inanición y no el brazo que torcerá el rumbo de tantos niños y adolescentes condenados por origen y por futuro marcado. Es apenas un sendero árido que se vuelve parte de la caída. Un sistema que deserta de los niños y no al revés.
Sólo se podrá reconstruir un país donde los sectores populares puedan disputar poder y ciudadanía en un mundo gobernado por un puñado de multibillonarios, si la educación es trinchera infalible. Y relata el mundo tal cual es, injusticiado por las derechas temibles, empobrecido y dominado por la colonización cultural o a puro palo.
Queda como esperanza, como terrón de azúcar a perseguir, como utopía que no se aleje cuando se da un paso hacia ella, que alguna vez este país fue otro. Un país con protagonismo de las mayorías populares, de las niñas y los niños, de la gente de a pie. Habrá que robarse una esperanza de los tiempos piadosos para volver a construir.
En medio de tanta vileza.