Por: Lorenzo Serra
La felicidad no tiene palabras. Narrarla es una empresa imposible. Sin embargo, hace días que en cada barrio, en cada ciudad del país se vive y se cuenta el sentimiento más feliz. El escritor italiano Lorenzo Serra descubre en nuestra fiesta mundialista la revelación de un mundo nuevo que Europa mira con nostalgia. Argentina, dice, encarna la posibilidad de una utopía: allí donde no hay separación radical entre arte y vida será posible narrar la alegría.
Describir la felicidad, ¡qué empresa! Como investigadores partimos siempre de una problemática, de un anhelo: en las formas buscamos lo que en la vida parece imposible de realizar. Nos gusta contar lo inacabado que debe tomar forma pero cuando nos acercamos, por instantes, en nuestro vivir, a una dimensión armónica, nuestro lenguaje se vuelve tortuoso, con trazos enrevesados. “La felicidad se cuenta mal porque no tiene palabras”, decía Truffaut, el cineasta francés. Sin embargo, con la victoria de Argentina en la Copa del Mundo, quizás hayamos entrado al mundo de la vida y ahora nuestras categorías interpretativas, de alguna manera, deberían cambiar.
Vivir es caos, mezcla, devenir; supone que nada pueda cerrarse o completarse de manera definitiva. Y sin embargo, con el final de este Mundial pareciera que aquella vida sin conclusión se convirtió en una forma realizada y que, por lo tanto, ese viaje de la Argentina contuvo, de alguna manera, una línea de destino y necesidad. Al final de esta trayectoria de la Selección (que comprende al menos los últimos quince años) hay un sentir comunitario de que lo vivido y experimentado asumió simultáneamente los rasgos de una obra de arte y que ascendió a una dimensión de posibilidades simbólicas.
Todo lo contrario de una marcha triunfal: la de Argentina fue, más bien, la historia de un lento y doloroso ascenso hacia una reformulación de sus rasgos esenciales. Un hiato infranqueable parecía separar la fragilidad de Messi y una nación habituada a los líderes carismáticos – de Perón a Maradona– capaces de unificar la heterogeneidad de lo nacional-popular en un “sentimiento compartido”. No parecía haber lugar en casa para un “profeta débil”: no es para mí, decía el mismo Messi, después de la enésima catástrofe deportiva, como si se rebelara ante un destino que no sentía como propio. Este cierre, sin embargo, se fue convirtiendo poco a poco en apertura y la apertura en acercamiento mutuo: Messi comenzó a vestir el hábito que le había sido asignado sin abjurar, en todo caso, de ese carisma que le es propio, un carisma -que tarde o temprano deberemos profundizar- originado a partir de la debilidad y de una interioridad muda. Simultáneamente, aquella nación comenzó a reconocerlo y amarlo como él era realmente. Así es cómo ese movimiento nacional-popular se unificó también (y sobre todo) por su propia fuerza: líder, profeta, carisma son palabras (y conceptos) que debieron ser pronunciadas (y reconocidas) primero que nada por un movimiento horizontal (democrático).
Por eso nos pareció, por un momento, que la vida se hizo forma (y obra de arte): estábamos acostumbrados a vincular este lento y trabajoso proceso de una nación para llegar a la propia dimensión esencial y a una simbolización de lo existente exclusivamente con la épica y las grandes epopeyas. En cambio en el presente estamos íntegramente dentro de la vida y desde aquí (de nuestro decadente punto de vista occidental/europeo) no podemos dejar de descubrir cómo en la “fiesta del tiempo” argentina, en aquella estrecha relación de lo nacional e internacional, se revela la visión de un mundo nuevo (o, tal vez, mejor, de algo perdido, antiguo para nosotros respecto del cual sentimos una cierta nostalgia).
Argentina es probablemente también la encarnación de una utopía, aquella que necesitamos para no dispersarnos en nuestras abandonadas soledades. Una posibilidad de redescubrir que hay vida más allá de las formas y que, tal vez, solo en contextos donde se da la separación más radical entre arte y vida, entre filosofía y existencia (como en Europa) sea profundamente problemático narrar la fiesta: en estos días, en todas de los barrios de Buenos Aires y el país todo, se vive (y se cuenta) “felizmente el sentimiento más feliz”.
Foto de portada: Télam
Fuente: Revista Anfibia