El viejo pueblo trabajador, actor crucial del imaginario político de la segunda mitad del siglo XX, ya no existe. Protagoniza estos tiempos un individuo atravesado por la subjetividad neoliberal. El peronismo no parece capaz de identificar un nuevo sujeto político e imaginar futuros posibles. ¿Hasta dónde llega su crisis? ¿Qué queda de la mística que le permitía funcionar? ¿Es posible y deseable recuperarla? ¿Cuáles son las causas que debe atender para sensibilizarse con las nuevas realidades de los sectores populares?
( Por: Iara V. Faibstein/Arte: Sebastián Angresano)
El escándalo desatado a partir de la denuncia por violencia de género contra el ex presidente Alberto Fernández tiene efectos políticos que trascienden las cuestiones judiciales y abre un sinfín de preguntas. ¿Estamos ante un acontecimiento que puede herir de muerte al peronismo? ¿Sobrevivirá ese movimiento político que atraviesa la vida social y pública de la Argentina de los últimos 70 años? ¿Bajo qué formas? El futuro estará marcado por los vínculos que se construyan o reconstruyan entre las nuevas y viejas generaciones de la dirigencia por un lado. Y por la construcción de un nuevo vínculo con los votantes, o con quienes forman parte de su universo cultural. Distintos interrogantes recorren la reflexión de los políticos profesionales del peronismo luego de la derrota del 2023: ¿Quiénes son los que abandonaron al movimiento? ¿Qué transformaciones no se advirtieron? ¿Cuál es la dimensión del daño en la representación de esa parte de la sociedad? ¿Puede reconectar la narrativa del peronismo con una sociedad fragmentada que ya no es la que era? ¿Cómo recuperar la dimensión transformadora del movimiento nacional y popular para conquistar a los sectores acechados por la desafección política? Este texto propone seis hilos posibles de conversación, reflexión y preguntas para pensar el futuro del movimiento en su enésima hora más crítica.
1. Herida y ruptura del lazo social
Todavía no sabemos hasta dónde llega el tajo, cuán honda es la herida. Una gran parte de los argentinos y argentinas que se sentían interpelados y contenidos por el peronismo ya no está ahí. Ni el partido ni el movimiento nacional y popular parecen tener nada que decirles. Si una virtud del peronismo era cierta vaguedad conceptual y una identidad más o menos plástica que le permitía reacomodarse a las épocas y las circunstancias, hoy ha perdido relevancia en lugares donde antes otorgaba sentido a las aspiraciones, a los vínculos y a los modos de vida. En una porción importante de los sectores populares, los actores de la economía social, los trabajadores precarizados o las clases medias en bajada ya no resuena en la conciencia lo que representa o representaba el peronismo como identidad política. Seguramente sobreviva entre los trabajadores formales sindicalizados que conservan mecanismos de representación y negociación para resistir las distintas oleadas de ajustes. Las capas bajas y medias de la sociedad están fragmentadas en una infinidad de micro sectores con sus propias carencias y dificultades, desconectadas entre sí y, en general, convencidas por el clima de época de que el camino es que cada uno puede —o peor: debe— salvarse solo. Una salvación gracias al propio esfuerzo individual.
La democracia recuperada hace cuarenta años se encuentra con un déficit de autoridad y de pueblo. El viejo pueblo trabajador, sustantivo crucial del imaginario peronista, ya no existe. Lo ha reemplazado el individuo atravesado por la subjetividad neoliberal. Uno de los grandes problemas del peronismo entonces es que no puede definir a qué sujeto social encarna hoy. ¿A quiénes puede representar? ¿A quiénes les habla? ¿Y qué tiene para ofrecer?
2. Las dificultades del recambio generacional
Uno de los principales problemas es la incapacidad de los líderes del peronismo de hablar con las nuevas generaciones. Darío Pulfer, historiador y director del Centro de Documentación e Investigación acerca del Peronismo (CEDINPE) de la UNSAM, advierte que está roto el diálogo intergeneracional. Ya los que intentan el giro originario (donde confunden doctrina con ideología y sólo sueñan con una nueva versión del movimiento en claves románticas, nacionalistas y conservadoras), ya los que alimentaron la otrora exitosa ecuación kirchnerista, no consiguen llamar la atención necesaria para reconstruir el diálogo con la potencial nueva militancia. Incluso entre los más jóvenes parece haberse perdido la capacidad de imaginar un futuro que los transporte más allá de la solución a problemas relativamente inmediatos.
¿Cuáles son las causas que el movimiento nacional y popular debe atender si quiere aún afirmar su capacidad de sensibilizarse con las nuevas realidades que aquejan a los sectores populares (y no sólo a ellos)? ¿Son las nuevas formas del trabajo? ¿Es la precarización de la vida? ¿El abismo ante el que la crisis ambiental sitúa a las nuevas generaciones? ¿Las deudas privadas como trampa y mecanismo de reproducción del capitalismo financiero?
Para poder entrever aquello que podría llevarnos más allá de este presente habría que apurar nuevas formas de garantizar derechos básicos como la alimentación, la vivienda, la educación, la salud y la igualdad de género. Se sueña con más sobre la base de una apertura de horizontes y expectativas que no estuvieron desde siempre. Tampoco hubo capacidad de preverlos. La anticipación en el presente de aquello que podría rebasarlo —y dotar a la sociedad de una mínima idea de futuro— es tarea de la política.
3. Pandemia, sacrificio y sueños de libertad
La pandemia no fue un paréntesis: frustró la ilusión de autosuficiencia (omnipotente e ilimitada) de la subjetividad neoliberal. Las marchas anticuarentena, la quema de barbijos y la reacción ante las políticas estatales de contención del Covid-19 pusieron en escena discursos de una libertad concebida en términos individuales (des-solidarizados y des-solidarizantes). También permitió la aparición de nuevos liderazgos que, señalando a los políticos como los culpables de ese “injusto/injustificado” encierro, ofrecían interpretaciones que dotaban de sentido el malestar popular.
El gobierno de Alberto Fernández y el peronismo, en lugar de construir una narrativa que explicara y disputara la tramitación de ese trauma colectivo, optaron por guardar silencio. No supieron advertir que lo que se esconde debajo de la alfombra no desaparece, se disemina. Se metamorfosea y multiplica.
Aquello que durante el gobierno de CFK no se quiso ver retornó en el de Fernández durante la pandemia, agudizado por cuatro años de capitalismo neoliberal macrista: la informalidad y precariedad que corroía subjetivamente a lxs trabajadores de múltiples ramas y jerarquías. La sorpresa ante el número de personas que demandaron asistencia económica al comienzo de la pandemia (fueron 9 millones en lugar de los 3 que se esperaban), es reveladora de ese “desconocimiento” o interpretación fallida. Esa falla no es solamente del orden de la información, expone también un creciente deterioro del vínculo político entre representantes y representados. Basta con ver el resultado de las elecciones de medio término que ocurrieron desde 2013 para verificar ese declive del peronismo en su capacidad de escuchar y hablar a ese vasto conjunto de la sociedad, justamente cuando sus votantes eran gobernados por él.
Fue la pandemia la que exacerbó —digitalización acelerada mediante— procesos de autoritarismo social que se larvaban desde hacía tiempo.
Milei logró construir un “consenso sacrificial” entre quienes estaban ya cansados de sacrificarse sin compensación aparente. Ahora no sólo unos pocos la pasarían mal sino todos. Si no nos podemos salvar incluyamos en la comunidad sufriente a quienes no trabajan (“planeros”) o tienen el privilegio de hacerlo en relación de dependencia (estatales). Sobre ellos caerá todo el resentimiento y la furia de la fatiga contenida.
Algo de lo teológico político del neoliberalismo reemplazó lo teológico político del peronismo: si el segundo prometía felicidad para una comunidad de iguales, el primero asegura igual sufrimiento en la promesa del advenimiento de una diferencia. Si el peronismo seducía con líderes carismáticos (pero orientados por una ética de la responsabilidad), el mileismo ofrecía un Mesías (enceguecido por su convicción visionaria). Si en el primero la política redime, en el segundo aniquila.
4. Estructura, mística y supervivencia
Un fenómeno crucial para pensar hoy el peronismo es el peso político que aún tiene en el conurbano bonaerense y en algunas provincias, distribuido de manera despareja. Un panorama heterogéneo, donde se confirma la tendencia hacia la provincialización de los liderazgos locales triunfantes (provincialización en el sentido incluso peronista, como dirían los politólogos, partidos “catch all”, de dimensión local).
Estos partidos panperonistas provinciales (desde el cordobesismo, pasando por los partidos de gobierno en Rio Negro, Misiones, Santiago del Estero, etc.) mantienen la plasticidad suficiente para ser aliados u opositores en una eventual reinvención del peronismo.
Por otro lado, hay sectores urbanos donde los trabajadores formales —en la industria y la economía popular— mantienen su fidelidad con el voto peronista.
En la tradición electoral, desde 1983 hasta el presente, el peronismo tiene un piso de entre el 35 y el 40%. ¿Cómo logró llegar hasta aquí un partido creado a mediados del siglo XX, cuyos pares históricos contemporáneos perdieron su peso tradicional en casi todos los países de latinoamérica? Pareciera ser por la existencia de un componente nacional-popular que constituye su núcleo teológico político. La trascendencia de ese orden comunitario, místico, que dota de sentido a la experiencia individual, es la que mantiene la unidad y el vínculo con la autoridad. Un vínculo siempre abierto a la reconfiguración. ¿No clausuró el gobierno de CFK ese atributo en su pulsión por convertirse en un partido socialdemócrata moderno?
El kirchnerismo es una estructura en crisis hace un tiempo largo, que está abandonando los rasgos que explican la sobrevida del movimiento a favor de una ilusión “cosmopolita”, poniendo en crisis la potencia específica del peronismo. Si así las cosas, las preguntas que caben son: ¿qué queda de esa mística? ¿Es posible y deseable recuperarla?
5. La reinvención permanente
La desconcertante derrota política y moral frente a la que nada parece emerger obliga a mirar el pasado. En su momento, el cajón de Herminio Iglesias y el triunfo de Alfonsín que permitió al radicalismo encarnar la transición democrática habilitaron la renovación del peronismo: Antonio Cafiero ganó la elección a gobernador de Buenos Aires en 1987 y abrió el juego por un recambio generacional que terminó con Carlos Menem en la Presidencia en 1989.
Esa instancia de renovación se dio además en un contexto de feroz crisis económica y tuvo una consecuencia inesperada. El viejo partido peronista (una suerte de laborismo argentino), defensor de la justicia social, fue repudiado en la interna por un líder nuevo que ganó las elecciones prometiendo revolución productiva y salariazo y luego encarnó las profundas reformas neoliberales de los noventa. Como en todas las crisis, en contextos de inflación elevada o hiperinflación las sociedades repudian a los actores del sistema político con los que la identifican y buscan a quien pueda garantizar un cierto orden.
Emmanuel Alvarez Agis desarrolló la tesis (basada en el peso relativo comparable de las variaciones de precios internacionales) según la que el 270% de inflación en el 2023 fue para la sociedad argentina como la hiper de Alfonsín. El parangón entre Menem y Milei que se deduce de esa hipótesis no sólo es evidente, sino que fue explicitado por los actores principales de este gobierno. Ese ciclo que terminó con la crisis del 2001 duró más de una década y una nueva regeneración del peronismo lo puso otra vez en juego durante las primeras dos décadas del nuevo siglo.
En 2024 el peronismo enfrenta la necesidad de una renovación pero con desafíos diferentes a los de los ochenta y noventa. Una parte se va lentamente con los libertarios —Daniel Scioli al gabinete de Milei, Sergio Berni quiere a Victoria Villarruel en su equipo— y otra parte tiene que reinventarse: la dificultad es la narrativa para esa reinvención, que antes precisa un conocimiento cabal del modo en que está cambiando la vida del sujeto social que pretende conquistar. El límite de esa reinvención es el propio peronismo.
En ese contexto, hay todavía una batalla que no deja de ganarse, en la que anidan una vez más la mayor parte de las esperanzas en el “sol del porvenir”: la provincia de Buenos Aires. Contra todo el aluvión libertario, la zanja de Alsina del siglo XXI abre un panorama apasionante para analistas y se convierte en un laboratorio fenomenal para evaluar los límites y los desafíos de una reconstrucción consistente del movimiento nacional y popular.
6. En busca de una nueva promesa
La analítica de los expertos instaló afirmaciones en la opinión pública que merecen ser sometidas a algún aparato crítico. Expresiones como “mímica del Estado”, “la Argentina no crece hace más de diez años” o “no la vieron venir” soslayan dos cuestiones: la persistencia de fenómenos sociales casi desaparecidos en buena parte de Occidente (como la relevancia pública del sindicalismo) y el crecimiento sostenido de ciertas formas de subjetividad social autoritaria que vienen de bastante atrás en el tiempo y recrudecen con la crisis capitalista del 2008.
Son procesos que no se profundizan por pereza intelectual y por reduccionismo político. Del otro lado, ninguna evaluación crítica de las luces y las sombras de la “década ganada”.
¿Se puede reconstruir un movimiento político que constituyó una experiencia concreta y virtuosa del vínculo del Estado y la sociedad en los ámbitos de la educación, la salud, el trabajo, el esparcimiento, poniendo el foco exclusivamente en la redistribución de la riqueza? ¿No era necesario admitir el sufrimiento de vastos sectores de la sociedad para otorgarle un sentido y un horizonte emancipador en lugar de amenazarla con el “mal peor por venir”?El consenso sacrificial de hoy se ratifica sobre la base de una creencia, y es probable que buena parte de ese sacrificio ocurra a favor de mayor concentración de la riqueza y empeoramiento de las condiciones de vida de muchos argentinos. Cualquier reconstrucción que aspire a confrontar con este presente y su futuro inmediato deberá entender la dimensión trágica de ese consenso y asumir que no se trata sólo de nuevas melodías, sino de proponerle a ese sacrificio un nuevo sentido basado en los valores de una sociedad más justa, más libre y posible de ser vivida.