Similitudes entre el marco teórico de La Libertad Avanza y el Chicago de la Ley Seca
En 1987 se estrenó Los intocables, película dirigida por Brian De Palma con Kevin Costner, Sean Connery y Robert De Niro, en el recordado rol de Al Capone. La historia transcurre durante los años ‘30 en Estados Unidos, una década marcada por dos calamidades: la Gran Depresión, originada por la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York en 1929, y la Ley Volstead, más conocida como Ley Seca. Esta norma, vigente entre 1920 y 1933, prohibía en todo el territorio norteamericano la fabricación, comercio y consumo de cualquier bebida alcohólica. Una iniciativa notable que no contuvo el consumo, pero le dio un gran impulso al crimen organizado.
Para el guionista David Mamet, el film “podía tratarse del encuentro entre un joven con ideales (Eliott Ness, interpretado por Kevin Costner), encargado de defender una ley que solo entendía de forma abstracta, y un veterano desencantado (Ned Malone, interpretado por Sean Connery), guardián de la ley, agriado al final de su carrera debido a la corrupción de la ciudad”. El personaje de Costner tiene mucho que ver con el de Ransom Stoddard, el abogado interpretado por James Stewart en Un tiro en la noche, el western clásico de John Ford mencionado en esta columna.
Ambos son idealistas que defienden la ley de forma abstracta y poseen un candor similar, matizado luego por la dura realidad. El malo de Los intocables, en cambio, poco tiene que ver con el Liberty Valance del western de Ford, un forajido tan intrépido como rudimentario. El Al Capone que interpreta De Niro es un hombre de negocios avezado, que controla Chicago a través de sus matones, pero sobre todo gracias a una sofisticada red de corrupción financiada por las ganancias siderales que genera el tráfico ilegal de alcohol. “La gente va a beber, usted lo sabe, yo lo sé, todos lo sabemos. Lo único que hago es responder a la demanda”, declara frente a varios periodistas risueños al inicio del film. “¿Qué es el contrabando? El alcohol en un barco es contrabando; servido en Lake Shore Drive (avenida de Chicago) es hospitalidad”.
Todos conocemos el final: la victoria del joven idealista sobre el mafioso experimentado, a partir de una poco heroica pero muy oportuna investigación fiscal. En realidad, si el negocio delictivo terminó, no fue gracias a un héroe solitario sino al Estado federal que decidió enfrentar esa calamidad de la única forma eficaz: derogando la Ley Seca que la había propiciado.
Hace unos días Guillermo Francos, ministro del Interior, afirmó en relación con la nueva escalada de violencia en Santa Fe relacionada con el tráfico ilegal de estupefacientes: “(Debemos) descubrir todas las conexiones que puede tener el delito incluso con miembros de las fuerzas y con miembros de la política, todo este entramado que genera tanta impunidad se corta cuando todos los estamentos públicos trabajan en conjunto para combatirlo (…). Tengo la esperanza de que se pueda terminar con este flagelo (el narcotráfico) como corresponde a un Estado de derecho (…)». El poder político es el que tiene que imponer las reglas contra la delincuencia y esto de imponer reglas a través del terror por parte de la delincuencia no es tolerable de ninguna manera.
Es extraño, porque mientras Francos convocaba al poder político en su conjunto, el Presidente de los Pies de Ninfa declaraba en una entrevista con Chiche Gelblung: “La Argentina es un país federal, por lo tanto la seguridad, la educación, la salud son todos temas de cada provincia y si se nos requiere nosotros damos asistencia”. Tal vez el entorno presidencial no haya tenido tiempo de anoticiarlo, pero el narcotráfico es un delito federal. Así lo recordaron en una solicitada todos los gobernadores, incluyendo el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el Primo Jorge, quien había regresado de alguna de sus vacaciones: “El narcotráfico es un problema federal, no porque no corresponda a una jurisdicción provincial, sino porque es un problema de todos”.
En 2019, unos meses antes de lanzar su candidatura a diputado de cara a las elecciones del 2021, el en ese entonces candidato a Presidente dio una entrevista a la Televisión Nacional de Chile (TVN): “Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia. Porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente y, sobre todas las cosas, la mafia compite. En cambio, el Estado no admite la competencia: quiere el monopolio de la fuerza, quiere el monopolio de la emisión monetaria (…) y son todas cosas que a la postre nos generan mucho daño”.
Un año antes, había afirmado frente a un afónico Luis Novaresio: “Nuestro verdadero enemigo es el Estado. El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes, con los nenes encadenados y bañados en vaselina. Y los políticos son los que ejecutan el Estado. Tenemos que entender que nuestros verdaderos enemigos son los políticos”.
El personaje de Al Capone comparte la visión de Milei: cuestiona el monopolio de la fuerza que se otorga el Estado e incluso el monopolio de la impresión de moneda, además de considerar una estafa el hecho de pagar impuestos. Es un meritócrata que descuella en el negocio extremadamente competitivo del crimen organizado. Es más, podemos imaginar que Al Capone apoyaría hoy tanto la prohibición de la fabricación, comercio y consumo de estupefacientes, como el blanqueo indiscriminado propuesto por el ministro Luis Caputo —el Toto de la Champions— y la dolarización soñada por los entusiastas de la motosierra; iniciativas que permitirían expandir su negocio ilícito. Ocurre que el marco teórico de La Libertad Avanza, ese compendio de alucinaciones más o menos austríacas nunca aplicadas sobre seres vivos es coherente con la Chicago de la Ley Seca: una ciudad con políticos sin poder, librada a las supuestas fuerzas del mercado; representadas, como suele ocurrir, por un empresario con posición dominante. Un mafioso exitoso que sólo responde a la demanda de la gente y que, a diferencia del Estado, no miente, compite y tiene códigos.
El sueño húmedo del papá de Conan.