Edición n° 3277 . 11/11/2025

Fuentes Seguras. Ya no es verdad

Por Gabriel Fernández *

La identificación de los Estados Unidos como faro de Occidente y ejemplo económico a seguir constituye una de las rarezas del período en curso. Hace ya un par de años se apuntó, desde esta secuencia, que el panorama humanitario puertas adentro de la nación debía caracterizarse como catastrófico; por estas horas, el mismo se ha agravado a niveles difíciles de transmitir ante una poderosa flota mediática que oculta y desfigura una realidad que, sin embargo, es cada vez más detectable a simple vista.

El muy elaborado esquema de transferencia de recursos establecido allí está derivando en una concentración que reparte la riqueza nacional entre grandes compañías norteamericanas y corporaciones financieras que la deslizan hacia paraísos fiscales. Algunos, situados en estados del propio país y diseñados para la evasión y el lavado, sin contraprestación inversora alguna. La situación se ha tornado especialmente dramática en las semanas recientes tras el ajuste extremo, llamado cierre del gobierno federal (government shutdown).

Esa decisión, adoptada ante las complicaciones estadounidenses para hacer frente al financiamiento de las actividades públicas y los desacuerdos al respecto entre republicanos y demócratas, implica la anulación de los programas de asistencia alimentaria y de los aportes estatales para el precario sistema de salud, entre otros rubros esenciales. La creciente del desempleo, la caída en los ingresos de gran parte de la población, la libertad con la cual operan los formadores de precios y los problemas infraestructurales de larga data, constituyen un cuadro de situación alarmante.

Más de 47 millones de personas, incluyendo 1 de cada 5 niños, padecen hambre, bajo la denominación de “inseguridad alimentaria”. La cifra se incrementó en 4.2 millones desde 2020. En vez de reforzar la asistencia, fue eliminado el apoyo gubernamental post pandemia y acotados los programas de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP). Esto ha llevado a la gestación de “desiertos alimentarios”, áreas con acceso limitado a alimentos frescos y saludables. En sintonía varios millones de trabajadores, incluidos los empleados federales que no han recibido su sueldo, se han visto obligados a depender de la ayuda de bancos de alimentos.

La expansión de los bancos de alimentos viene originando un alza de la obesidad y la diabetes, ya que son tentempiés ultra procesados y poseen un bajo valor nutricional.  Un estudio difundido la semana pasada evidenció que el 35 % de los hogares estadounidenses que acuden a esas despensas sufren alguna patología generada por ese modo de alimentación. Las personas con “inseguridad alimentaria” debido a sus bajos ingresos padecen mayores tasas de enfermedades crónicas; el factor crítico se completa ante la carencia de recursos para hacer frente a la atención médica.

El horizonte se complejiza al enlazar con la emergencia nacional habitacional. Con la crisis financiera de los años 2007 y 2008 el acceso a la vivienda se tornó inviable para millones de norteamericanos. Desde entonces se corrobora un incremento de las moradas improvisadas, que van desde trailers viejos hasta lonas colgadas de árboles a la vera de las rutas, desde refugios hasta precarios programas llamados “de transición”. Según el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) cada año el volumen de personas sin hogar se acrecienta en un 20 por ciento aproximadamente.

ALIMENTOS, SALUD, VIVIENDA. Un informe reciente de la National Low Income Housing Coalition (NLIHC), organización no gubernamental centrada en el tema, apunta que el trabajador promedio que gana el salario mínimo en los Estados Unidos, debe trabajar 104 horas semanales (el equivalente a 2,4 empleos a tiempo completo) para poder alquilar un apartamento de un dormitorio a un precio dispuesto por el mercado. Fundada en 1974 y con sede en Washington, la NLIHC estima además que hay una escasez de 7,1 millones de viviendas asequibles que podrían entregarse a familias de muy bajos ingresos.

“La crisis actual está enraizada en la enorme escasez de vivienda para personas que llevan demasiado tiempo en situaciones extremas”, sostiene la entidad Benioff Homlessness and Housing Initiative de la Universidad de California San Francisco (UCSF)“Cuando los ciudadanos no pueden costear o acceder a servicios sociales y de asistencia sanitaria, esto repercute no solo en su salud sino también en su situación financiera”, señala con cierto rasgo obvio la organización. Este periodista considera que ese tono es adecuado, pues cuando se enreda el análisis al punto de considerar el problema como multifactual, muchos medios, ya expertos en el asunto, enfatizan la responsabilidad individual de quienes no han sabido triunfar en la vida.

El proceso de transferencia de recursos desde la economía productiva hacia la zona rentística es clave, pero en vez de plantear la situación con nitidez, los espacios comunicacionales y las redes sociales tienden a impactar sobre las franjas más damnificadas haciéndoles saber que su desempeño laboral ha sido deficiente. Esto genera una desvalorización del propio ser y de su entorno afectivo, al punto de suponer que esa pobreza, es merecida. Esta tergiversación de los ejes del problema, si bien se observa en todo Occidente, es particularmente intenso en los Estados Unidos, donde la propaganda está de habitual imbricada con la información. Son numerosos los equipos de psicólogos, sociólogos y periodistas destinados a sugerir que “si te lo propones, lo conseguirás” y a mostrar “ejemplos” de progreso asentados en la mera voluntad.

De acuerdo a una encuesta efectuada seis meses atrás por KFF, asociación enfocada en las políticas de salud, tres de cada cuatro adultos están muy preocupados porque no puedan hacer frente a facturas médicas (74%) o al costo de servicios de salud para ellos y sus familias. El sondeo también advierte que el 61% de los adultos que no cuentan con seguro de salud privado pospusieron su contratación debido al costo, y el 21% de los encuestados que sí están asegurados dijo no recibir la atención médica que necesita porque su prestación no la cubre en su totalidad y no pueden costarse una mejor.

Como ya comprende el lector, la administración que conduce como puede Donald Trump, no está logrando reconvertir el óxido en acero ni orientar los recursos nacionales desde el andamiaje armamentístico hacia el industrial y productivo. Este panorama, que puede evaluarse relacionado con una baja en el apoyo popular y un menor caudal electoral, ha llevado al presidente a afrontar la dificultad narrada con anuncios que oscilan entre los preceptos neoconservadores y el infantilismo. Apenas semanas atrás, el gobierno diagnosticó que “la vagancia endémica, el comportamiento desordenado, los enfrentamientos repentinos y los ataques violentos” han vuelto las ciudades estadounidenses “más inseguras”. Apuntando al incremento en las cifras de personas sin hogar, añade que “la abrumadora mayoría de estos individuos son adictos a las drogas o tienen una afección de salud mental, o ambos.”

El planteo, claramente zonzo en la acepción argentina, concluye que los gobiernos federales precedentes, así como los estatales, “han gastado decenas de miles de millones de dólares en programas fallidos que abordan la falta pero no sus causas raíces, dejando a otros ciudadanos vulnerables a las amenazas a la seguridad pública”. A partir de ese concepto pide al Poder Judicial la adopción de “acciones legales para revocar los precedentes judiciales y los llamados ´decretos de consentimiento´, que limitan la capacidad de los gobiernos locales y estatales para trasladar a las personas que viven en las calles y campamentos a centros de tratamiento”.

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AYUDA EXTERIOR. La cuestión tiene una rama curiosa, que amerita mención. Se trata del vínculo externo de los Estados Unidos con sus aliados fatigados por grandes dificultades económicas. A ver: “La suspensión abrupta, caótica y generalizada de la ayuda exterior estadounidense llevada a cabo por el gobierno de Trump pone en peligro millones de vidas y derechos humanos en todo el planeta”. En un informe de Lives at RiskAmnistía Internacional examinó la manera en que “los recortes paralizaron en el mundo entero programas destinados a la atención médica esencial, seguridad alimentaria, cobijo, servicios médicos y ayuda humanitaria a personas en situaciones vulnerables, entre ellas mujeres, niñas, supervivientes de violencia sexual y otros grupos marginados, así como personas refugiadas y personas que buscan seguridad”.

Los recortes se han realizado como respuesta a la orden ejecutiva “Reevaluating and Realigning United States Foreign Aid” (Reevaluación y realineación de la ayuda exterior de Estados Unidos), dictada por el presidente Trump así como a otras órdenes ejecutivas que establecían la anulación de programas específicos. “El secretario de Estado Marco Rubio aseguró erróneamente que no ha habido muertes asociadas a estos recortes. Habida cuenta de la magnitud de los recortes, la cantidad y extensión de modelos sólidos que predicen una mortalidad sustancial, y el hecho de que ya se han documentado muertes, la aseveración de que estos recortes no han provocado ninguna muerte es contraria a toda lógica”, subraya la entidad.

Imagine, lector, que si el gobierno estadounidense no logra afrontar la ayuda social en su propio territorio, lejos está de disponer aportes para otras naciones. Empero, vale reflexionar que el conjunto del galimatías viene de lejos y se asienta en la miseria y el sub desarrollo impuesto por la potencia del Norte sobre esos países. También, que con medidas de esta naturaleza la gestión republicana admite de hecho que en vez de reorientar los presupuestos bélicos hacia la generación de empleo genuino, está metiendo mano en la región humanitaria, por así llamar, de su decreciente volumen económico.

EL SENDERO DE LA REALIDAD. En una de esas, vale la pena recorrer tramos de la historia para aprehender este presente. Según el espacio de investigación periodística SWI“El desmantelamiento que la nueva Administración de Donald Trump ha hecho a principios de año de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) ha puesto de manifiesto la dependencia que el sector humanitario tiene de la financiación estadounidense. De la noche a la mañana, los programas de un grupo de entidades humanitarias —agencias de la ONU, ONG internacionales y nacionales, gobiernos locales— se han sumido en una profunda incertidumbre en todo el mundo”.

Para comprender los orígenes del problema, es preciso que remontarse a 1914 y la Primera Guerra Mundial. Mientras que Bélgica —ocupada por Alemania— sufría una terrible hambruna, los Estados Unidos crearon un comité de ayuda para distribuir paquetes de alimentos a la población belga. El comité de ayuda lo dirigía Herbert Hoover, que más tarde sería presidente norteamericano. En 1919 —después del gran conflicto— Hoover creó la American Relief Administration (ARA), precursora de la USAID. Esta organización —activa en el ámbito de la ayuda alimentaria— en un principio distribuyó los excedentes de comida que el Ejército estadounidense no entregó a sus soldados durante la guerra.

Varios especialistas insertaron el bisturí en la cuestión: “Estados Unidos también suministró trigo y maquinaria agrícola. El objetivo era promover la imagen de un país altruista, demostrar la superioridad del modelo capitalista y estimular la economía estadounidense”, cuenta Bertrand Taithe, profesor de la Universidad de Manchester. “Estados Unidos utilizó la ayuda humanitaria con el deseo de ganar los corazones y las mentes. No fue un acto desinteresado de solidaridad, sino una herramienta de la diplomacia estadounidense”.

Este objetivo se planteó claramente durante la Guerra Fría, que dividió al mundo en la posguerra. En 1961, el entonces presidente John F. Kennedy creó la USAID. “Como no queremos enviar tropas estadounidenses a las numerosas regiones donde está amenazada la libertad, os enviamos a vosotros”, dijo Kennedy a sus reclutas. La idea resultó de una sencillez abrumadora: la pobreza era el caldo de cultivo del comunismoTaithe disecciona: “La ayuda alimentaria pretendía permitir la conquista de una esfera de influencia en zonas en las que el comunismo ganaba terreno y en regiones que necesitaban estabilizarse para actuar como baluarte entre los bloques oriental y occidental». En particular, los Estados recién descolonizados de Asia y África”.

Bien. A pesar de las dificultades que implica este retiro norteamericano de las zonas más castigadas por la miseria impuesta desde su política imperial, la sucesión de acontecimientos que caracteriza al proceso multipolar en marcha permite realizar una consideración esencial: cada nación va ocupando el lugar que puede según su potencial real. Como contracara del corrimiento indicado, muchas potencias insertas en los BRICS + y en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), relevan esa ayuda estilo Caja Pan por obras de infraestructura y provisión de combustible a precios razonables sobre las zonas asiáticas y africanas. Estas se encuentran desplazando aquél esquema mendicante por un crecimiento genuino.

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LA FRACTURA INTERIOR. Vale adentrarse en el análisis ofrecido horas atrás por el especialista Walter Formento“Las operaciones sobre América latina ahora tienen un carácter explícito que se ve tanto la presencia de la flota como en la intervención directa de Trump en los conflictos que genera. Es la manifestación de una debilidad. Antes no necesitaba ser explícito. Hoy la amenaza no le alcanza para disciplinar a Latinoamérica y al Caribe porque ha perdido capacidad de proyectar poder. Hay otros actores que empiezan a desplegarse, como China y la India, con capacidades de inversión que potencian a los estados nacionales en su desarrollo y en su confrontación con quienes los subordinaban, Estados Unidos y Gran Bretaña”.

El experto adentrado en la interioridad norteamericana añadió que “Como no pueden proyectar poder hacia afuera y tener control de territorios externos a Estados Unidos, las contradicciones se vuelven hacia adentro y agudizan la confrontación interna entre los continentalistas y los globalistas. Eso les impide proyectar poder en unidad, de manera contundente. Al mismo tiempo, China, Rusia y la India han ganado grados de unidad y consolidado su capacidad de poder económico, político y militar, que se expresa como multipolaridad”.

Sobre ese vector, es preciso saber que “El complejo industrial militar norteamericano está en manos de los continentalistas republicanos duros. Los globalistas se apoyan en la OTAN. Trump, no es un continentalista, no es Rockefeller. Es una tercera fracción de la oligarquía financiera, la local, de menor poder económico, que se suma con los continentalistas contra los globalistas. Ninguna potencia internacional entró en declive y cayó sin una fractura interna que se manifestó como guerra civil al interior. Todas cayeron del mismo modo”.

Está claro que la fractura interna no está desgajada de la Tercera Guerra anunciada por Francisco cuando la Multipolaridad carreteaba buscando impulso. Pero cuesta creerlo.

Este narrador es consciente de lo difícil que resulta admitir que la gran nación que comandó a pura invasión y propaganda la etapa contemporánea del planeta, está en caída y contiene dramas como los descriptos en el primer tramo del artículo presente.

En ese sentido, cabe ladear cortésmente el sombrero y felicitar el armado comunicacional extraordinario generado desde sus entrañas. Cine, rock, televisión, informativos, redes. Y tantas variantes más que han configurado una suerte de pantalla perenne que, pase lo que pase, beneficia la imagen de los Estados Unidos.

Para millones de argentinos en particular y de latinoamericanos en general, el país del Norte sigue siendo la tierra de las oportunidades. Esa falsa percepción explica unos cuantos comportamientos locales.

Es que la publicidad desplegada en infinitos formatos ha sido tan honda que ha dejado una huella de agua pertinaz en el cerebro de todos nosotros. Esa marca emite un mensaje continuo: Los Estados Unidos (y Europa) siguen siendo el poder. Es preciso parecerse a ellos, seguir su andar, quedar bien con sus jefaturas, aceptar sus instrucciones.

Pasa que todo eso, ya no es verdad.

En el siglo presente, la humanidad ha generado avances tecnológicos imponentes. Los mismos se van acelerando. Se ha pasado de mejoras alcanzadas década tras década a saltos gigantescos, año tras año.

La nueva distribución de poder que se está concretando tiene fundamento en esos progresos, y el freno a su despliegue configura una acción anti histórica que será derrotada.

Con todas las prevenciones del caso, es preciso indicar que la existencia de catástrofes humanitarias como las que se visualizan en la actualidad, carecen de sentido porque ya existen los elementos básicos para alimentar y prodigar techo, salud y educación al conjunto de los seres humanos.

La resolución de esta contradicción entre potencial y aplicación, es política.

La base de sustentación de esa propulsión impetuosa hacia el futuro, es material. Por lo tanto, ya deberíamos saber lo que va a suceder en el mediano plazo.

  • Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal