Edición n° 3275 . 09/11/2025

La filosofía de la fractura 

(Por Rizek Abdeljawad, periodista palestino de la agencia internacional Xinhua)

«Gaza después de la guerra no es un lugar, sino un estado del ser: una existencia distorsionada donde el aire está cargado de gritos que nadie escucha, la tierra lleva nombres de ausencias, y el cielo es un testigo silencioso de los cadáveres de los días que ya pasaron. Todo aquí se niega a continuar: los muros se desmoronan, los corazones se quiebran, la esperanza se derrumba, y vivimos en medio de ese derrumbe, sin principio ni fin.

Nos hemos convertido en testigos del quebranto. Respiramos entre los escombros como almas suspendidas, cargando una memoria insoportable que se repite con cada amanecer como una maldición. Cada respiración nos recuerda que la vida se ha vuelto propiedad de los ausentes, y que permanecer aquí no es vivir, sino resistir al olvido. Gaza después de la guerra no conoce la alegría, ni el consuelo, ni las palabras amables. Solo la ruptura absoluta, que recorre nuestras venas como un veneno silencioso, nos enseña que la muerte no es el final, sino la compañera constante de cada nuevo día.

En Gaza después de la guerra, todo está perdido, incluso nosotros. No hay lugar para la esperanza, ni lugar al que regresar, ni lugar para el mañana. Solo queda nuestro silencio pesado, y nuestras memorias, que dan testimonio de nuestra presencia aquí, de que nos hemos vuelto parte de esta devastación, revolviéndonos entre las cenizas como libros no leídos, con un final desconocido.

Aquí, en el corazón de este quebranto, comprendemos que la guerra no solo destruyó las ciudades, sino también nuestra percepción, reemplazándola por una verdad amarga: que todo es efímero, excepto el dolor que persiste, inquebrantable, como una piedra rota, como un alma sin compasión, como la propia Gaza.

Gaza después de la guerra no es solo una ciudad; es una pregunta sin respuesta, una experiencia existencial interminable, donde todo se vuelve coherente con la nada: cada piedra quebrada nos enseña la fragilidad de la existencia, cada muro demolido nos enseña la inutilidad de la protección, y cada alma partida nos enseña que la muerte no es un accidente, sino la única ley de la vida aquí.

Vivimos entre las cenizas como si fuéramos seres fuera del tiempo, fuera del sentido, buscando un significado que nunca nos fue dejado, un lugar que nunca volverá, una vida que se ha convertido en reflejo de los ausentes. En cada calle, en cada esquina, en cada ventana rota, hay una lección de fractura: que la humanidad es débil, que toda seguridad es falsa, y que todo, incluso el amor, puede desvanecerse en el aire como un humo que aún no ha nacido.

La devastación aquí no es solo consecuencia de la guerra, sino una realidad filosófica: la revelación de la verdad del ser humano sin ilusiones, obligado a enfrentarse a sí mismo, a confrontar la nada, a entender que sobrevivir no es prolongar la vida, sino resistir de manera continua a la aniquilación. Gaza después de la guerra no nos enseña a vivir, sino a soportar el peso de nuestra existencia en un mundo sin seguridad, sin mañana, sin palabras.

Y en este silencio denso comprendemos que la guerra no destruyó solo las piedras, ni solo el cuerpo: destruyó el tiempo, destruyó la memoria, y convirtió el dolor en una forma de existencia en sí misma, independiente de todo, constante, como si fuera la única ley que nunca se desvanece. Aquí comprendemos que todo intento de aferrarse a la vida es una ilusión, toda esperanza una traición a la realidad, y cada recuerdo una espada que nos separa de nosotros mismos.

Gaza después de la guerra no es para vivir, ni para morir. Es un lugar que nos enseña filosofía por la fuerza, sin libros ni maestros: la filosofía de la fractura, la filosofía de la ausencia, la filosofía de una existencia concedida solo a los cuerpos rotos, a las almas que ya no encuentran su camino, a los nombres que nadie recuerda, salvo nosotros, solo nosotros, que los cargamos como un peso sobre los hombros, como si nos hubiéramos convertido en un libro abierto, sin final.,»

EDICIÓN : CECILIA MIGLIO