Edición n° 3262 . 27/10/2025

#EdiciónEspecialMotorCumple9/La sangre y la obsecuencia por Cecilia Miglio

(por Cecilia Miglio) El otro día, en el micro, una mujer se quejaba visiblemente del olor. A su lado, un trabajador con las manos curtidas miraba por la ventana. No pude evitar pensar en él. No en la queja de la señora, sino en la realidad de ese hombre. En la elección imposible que quizás tuvo que hacer esa mañana: entre un desodorante o algo para comer al mediodía.

Esa escena es el síntoma de una sociedad rota. Rota no solo en su economía, sino en su salud mental para algunos, y en sus gestos de inhumanidad para otros.

Hablamos de un país donde escala la indigencia, de los millones de personas, que aunque trabajen, no logran comprar los alimentos básicos. Hablamos de familias que usan la tarjeta de crédito para pagar la luz o el supermercado, acumulando una deuda que es una soga al cuello. Hablamos de jubilados cuya canasta básica supera el millón doscientos mil pesos, mientras sus haberes mínimos no cubren ni un tercio de esa cifra, forzándolos a una elección infame entre remedios y comida.

Esta asfixia económica, esta elección diaria entre necesidades básicas, nos está quebrando la cabeza. El suicidio es la segunda causa de muerte en nuestros adolescentes. Los pibes y los grandes están quemados. Y mientras esto ocurre, en el país de la sobreabundancia de psicólogos y abogados, el acceso a la salud mental o a la justicia sigue siendo un privilegio de clase.

Pero el hartazgo ya no es solo con el modelo que nos ahoga. Hay una tristeza profunda por el vecino que vota cipayos, sí. Pero hay una bronca aún más profunda con los nuestros. Con el que llega a un cargo y su primera acción es estructurar un organigrama de obsecuentes.

Hablo del que solo calienta la silla para asegurarse una jubilación acomodada, del que pasa años en una gestión improductiva, sin una sola idea memorable. Hay que terminar con el «compañero» que es compañero de las oportunidades para sí mismo, pero nunca compañero en el cumplimiento de sus deberes.

Y señalar esto no es ser funcional a la derecha ni ser un «gorila». Es tener el coraje de señalar al deshonesto y al verdadero pianta votos. Es una exigencia de sangre, de ejemplo.

Porque mientras nos desgastamos en esta miseria interna, el otro modelo avanza. Y no solo en lo económico. Se están apropiando de lo común. No hablo de tomas; hablo del barrio privado que cierra un camino al río, del emprendimiento turístico que cerca un lago, de la privatización de los caminos vecinales. Es el cerco.

Frente a esto, la voluntad no puede dormir en las legislaturas. La resistencia debe nacer en lo local. Necesitamos que las intendencias y los concejos deliberantes de todo el país dejen de fabricar ordenanzas inútiles y se pongan a cuidar lo que es de todos.

Necesitamos líderes comprometidos…con agallas. Que tengan el coraje de proteger a los viejos que apalean en una plaza. Que entiendan que un sueldo se aumenta mirando al de menor rango. Que humanicen las políticas públicas. Dejen de ponerle nombres complicados a la ayuda. Un plan que suena lindo pero que no te llena la heladera, no es dignidad.

Humanizar es, también, repensar esos edificios estancos y lejanos. Hay que entender que la presencia de los adultos en el hogar a través del teletrabajo o de la reducción horaria no es una política «para vagos». Es la posibilidad de que los niños, los adolescentes y los viejos no estén tan solos. Es contribuir con que el trabajador no se muera en la espera de un micro o un tren que llega a cualquier hora, o que directamente no llega. A veces ni tienen para cargar la SUBE. 

Por eso hay que mandar a los trabajadores  al territorio, a los clubes, a las bibliotecas. Que el Estado escuche.

Y esto de escuchar…también le toca de cerca a los referentes sindicales. Incluye una refundación de la CGT, para que deje de ser una agencia de colocaciones en el legislativo y vuelva a ser el escudo y la voz troncal de los trabajadores. La pregunta es simple: ¿Nos van a representar y pelear con orgullo, o van a ser moderados por si acaso aspiran integrar una boleta en las próximas elecciones?

La gente nos mira. Nos mira con la cara de ese hombre en el colectivo. Y nos pregunta: «¿Y ustedes, cuándo van a hacer algo por nosotros?».

No hay más tiempo para el obsecuente. Es hora de tener sangre. Es hora de barajar y dar de nuevo.