Edición n° 3194 . 20/08/2025

Se cayo la mentira del equilibrio fiscal y la emisión cero.


 El Déficit Financiero que Amenaza el Ajuste/ por Antonio Muñiz

Mientras el Gobierno celebra el superávit primario como un estandarte, los intereses de una deuda en expansión geométrica empujaron el resultado fiscal total a un rojo de $168.515 millones en julio. Detrás del éxito anunciado, una «emisión silenciosa» y pagos postergados dibujan un panorama fiscal complejo y lleno de desafíos.


El déficit fiscal, ese fantasma que la administración de Javier Milei prometió exorcizar con el hacha del ajuste, ha regresado a la escena con una contundencia que reverbera en los pasillos del Palacio de Hacienda y en el corazón de la City porteña. Los números de julio, divulgados por el Ministerio de Economía, presentan una fotografía dual y paradójica: un superávit primario robusto de $1,7 billones, la joya de la corona del management económico oficial, se esfuma y se convierte en un déficit financiero de $168.515 millones al incorporar el pesado lastre de los intereses de la deuda. Este rojo representa un salto del 41% en términos reales respecto a julio de 2024, marcando un punto de inflexión que analistas y el propio mercado no pasan por alto.

La explicación de esta esquizofrenia fiscal reside en una fina pero crítica línea contable. El superávit primario es el resultado de los ingresos totales menos los gastos, excluyendo el pago de intereses de la deuda. El resultado financiero, la foto completa, los incluye. Y en julio, ese ítem resultó ser un gigante. Según el reporte oficial, los pagos de intereses netos sumaron la astronómica cifra de $1.917.901 millones, un 247% por encima del promedio mensual registrado entre febrero y junio.

El ministro de Economía, Luis «Toto» Caputo, intentó anticiparse a la lectura negativa a través de su cuenta de X (ex Twitter). Argumentó que el pico se debió a «los vencimientos de los cupones semestrales de intereses de los títulos Bonares y Globales», que concentran erogaciones masivas en enero y julio. Añadió que también influyó el pago del medio aguinaldo al sector público nacional. La justificación no es menor: el superávit primario es, quizás, el único logro macroeconómico nítido y el pilar indiscutido de todo el relato de estabilización del Gobierno.

Sin embargo, la contracara de este esfuerzo por sostener el superávit primario a cualquier costo comienza a mostrar sus grietas. El fenómeno más alarmante es lo que los economistas denominan «emisión silenciosa» o «cuasi-fiscal». Aunque la administración Milei pregona a los cuatro vientos una política de «emisión cero», la necesidad de financiar estos enormes intereses y los pagos que se postergan genera una presión equivalente. Según datos del Banco Central (BCRA), la base monetaria —el dinero de circulación inmediata— creció un 97% interanual en julio. Un dato que parece contradecir frontalmente la promesa bandera del Presidente.

Paralelamente, la «deuda flotante», es decir, las obligaciones que el Tesoro reconoce pero cuya liquidación efectiva se difiere para no impactar negativamente en la caja diaria, se disparó a $3,8 billones en junio, más del triple que en mayo ($1,2 billones). Este mecanismo, si bien alivia la presión momentánea, no hace más que acumular un pasivo futuro que, tarde o temprano, deberá ser saldado, ejerciendo nueva presión sobre las ya tensionadas cuentas públicas.

«El Gobierno se encuentra en una trampa de liquidez», explica Federico Glustein, economista y consultor financiero. «Logra el superávit primario mediante una compression feroz del gasto discrecional y una carga tributaria récord, pero ese mismo esfuerzo frena la actividad económica. Para pagar los intereses de la deuda existente, debe recurrir a más deuda o a instrumentos que actúan como emisión encubierta, minando la credibilidad ganada con el tipo de cambio estable y las reservas acumuladas en el BCRA».

Los ingresos del sector público nacional, efectivamente, exhiben un vigor en apariencia incuestionable: una suba interanual de casi el 40% en julio. Detrás de este número hay un fuerte incremento en la recaudación de derechos de exportación (+106%), importación (+80%), aportes patronales (+54%), y el impuesto a los Débitos y Créditos bancarios (+48%). Son todos tributos que, en su mayoría, funcionan como impuestos distorsivos o directamente recesivos, castigando el consumo, la producción y las exportaciones.

Por el lado del gasto primario, que alcanzó los $11,3 billones, si bien subió un 35% (por debajo de los ingresos, lo que permite el superávit), su composición genera debate. Las prestaciones sociales, que incluyen jubilaciones y pensiones, se dispararon un 44%, impactadas por la fórmula de movilidad vigente. Este ítem es la espada de Damocles que pende sobre el ajuste, tras el veto presidencial a la ley que habría permitido una mayor contención del gasto previsional. En contraste, las remuneraciones del sector público crecieron solo un 23%, reflejando una feroz contención salarial y un congelamiento de facto de las plantas de personal.

¿Hacia dónde va el equilibrio fiscal? El desafío para el equipo de Caputo es monumental. Debe sostener el superávit primario, indispensable para negociar desembolsos con organismos internacionales y calmar a los mercados, pero sin que el costo de financiarlo —vía intereses— termine por devorarlo por completo. Cada punto del superávit primario parece exigir, por ahora, una libra de carne en forma de presión tributaria y una onza de oro en intereses futuros.

El superávit primario ya no es, por sí solo, una historia de éxito incontestable. Se ha convertido en el centro de una ecuación cada vez más compleja, donde la celebración por el control del gasto convive con la alerta por el crecimiento de los costos financieros y los métodos heterodoxos para afrontarlos. El déficit de julio no es una anomalía puntual, sino un síntoma de la profundidad de los desequilibrios heredados y la crudeza de las herramientas elegidas para corregirlos.

La promesa de «emisión cero» choca contra la pared de una deuda que no perdona y exige su tributo. El Gobierno demuestra que puede evitar el rojo en las operaciones del día a día, pero la batalla final contra el déficit total, aquel que incluye las pesadas herencias del pasado, está lejos de estar ganada. El fantasma, aunque ahora más silencioso, nunca se fue del todo; sólo cambió de habitación en la casa estatal.