El modelo de Javier Milei, hacia una crisis anunciada.
por Redacción Data Política y Económica
Tras su mayor derrota legislativa, el gobierno enfrenta una crisis institucional sin precedentes. A las internas palaciegas y el desgaste de su relato confrontativo, se suma la desconfianza creciente del mercado, con JP Morgan y Wells Fargo recomendando desarmar posiciones en Argentina. El modelo libertario cruje en todos los frentes.
Lo que hasta hace poco se leía como una tensión previsible entre un presidente sin mayoría parlamentaria y el Congreso, derivó esta semana en un colapso político de mayor magnitud. El Senado sancionó una batería de leyes que golpean en el corazón del programa de ajuste de Javier Milei y abrió una crisis de múltiples dimensiones: conflicto de poderes, fractura interna en el oficialismo, pérdida de respaldo del mercado y creciente rechazo social a un modelo que no cierra.


La aprobación de la recomposición jubilatoria, la emergencia en discapacidad y el reparto automático de fondos a las provincias –por amplias mayorías y, en algunos casos, por unanimidad– no solo marcó el mayor revés legislativo del presidente, sino que expuso una pérdida dramática de poder real. La amenaza de vetos, la presión a los gobernadores y el intento de vaciar la sesión con el retiro de la bancada oficialista fracasaron. Incluso su propia vicepresidenta, Victoria Villarruel, desobedeció las órdenes de retirarse, lo que le valió acusaciones públicas de «traición» por parte del propio Milei.


Fractura en el oficialismo: el “triángulo de hierro” se rompe
La escena política del oficialismo también vive una implosión silenciosa, pero cada vez más visible. Se ha roto lo que se conocía como el “triángulo de hierro” del poder libertario: Karina Milei, Santiago Caputo y el propio Milei. Hoy, Karina y los sectores que orbitan alrededor del clan Menem toman el control de la estrategia política, desplazando a Caputo –el gurú de la comunicación– y generando un vacío en la coordinación del poder real.
Las tensiones internas se agravan por la puja entre Villarruel y Patricia Bullrich, que cruzaron declaraciones durísimas luego de la sesión en el Senado. Mientras Villarruel defendió su institucionalidad diciendo que “la ley es la ley” y acusándola de integrar en el pasado organizaciones terroristas, Bullrich la acusó de “traición”, calificativo que fue acompañado por el propio Javier Milei, quien también habló de una traidora, aunque sin nombrarla. En simultáneo, el ministro de Economía, Luis Caputo, quedó desautorizado por la aprobación de medidas que le cuestan parte del superávit, en un momento donde el mercado duda de la viabilidad de su programa económico.


El gobierno parece empantanado entre internas palaciegas, una agenda económica que no encuentra resultados visibles para la mayoría de la población, y una narrativa beligerante que, aunque exitosa en campaña, ya muestra signos claros de agotamiento.
El mercado empieza a dar la espalda
La fragilidad institucional y la falta de previsibilidad económica ya empiezan a reflejarse en el frente financiero. Esta semana, JP Morgan recomendó a sus clientes desarmar posiciones en activos argentinos, advirtiendo que la acumulación de tensiones políticas podría afectar la sostenibilidad del programa económico. A esa advertencia se sumó Wells Fargo, que calificó al escenario argentino como “demasiado volátil” para inversiones de mediano plazo.
El dólar blue y los financieros retomaron la senda alcista en las últimas jornadas, mientras el Banco Central tuvo que intensificar su intervención en el mercado de futuros para evitar un salto abrupto en la cotización. Las acciones argentinas, por su parte, cerraron en baja, y los bonos mostraron señales de debilidad tras semanas de euforia.
El propio gobierno reconoce que las medidas votadas representan un impacto fiscal cercano al 1,3% del PBI, una cifra menor pero que muestra lo efímero de un superávit primario alcanzado hasta ahora con recortes severos en jubilaciones, subsidios, transferencias a provincias y gasto público esencial.


El modelo libertario entra en crisis
El problema es más profundo que una coyuntura desfavorable. Lo que cruje es el corazón del modelo libertario: la idea de que puede gobernarse sin negociar, sin construir mayorías y sin atender a las consecuencias sociales del ajuste.
La gente no vive en “un estado opresor” como ente abstracto, sino en provincias y municipios donde el deterioro en la calidad de la vida cotidiana, en los servicios de salud, transporte, educación y seguridad es cada vez más evidente. La estrategia de “ajustar sin anestesia” parece haber llegado a su techo político.
Incluso aliados históricos del oficialismo comienzan a marcar distancia. gobernadores y legisladores que acompañaron muchas de las medidas de ajuste y le dieron gobernabilidad en esta primera etapa, hoy se muestran enfrentados, sobre todo por el destrato del gobierno nacional hacia ellos y sus provincias,
El senador Luis Juez, uno de los sostenes más firmes del proyecto mileísta, votó a favor de la emergencia en discapacidad y expresó: “Nuestros hijos no son un número ni una contabilidad. El Estado debe hacerse cargo”. Sus palabras reflejan el límite ético y político del ajuste.
Caída de imagen y desgaste del relato
A esto se suma la caída lenta pero persistente en la imagen pública del presidente, según varias encuestas conocidas en las últimas semanas. El relato de “Milei contra todos”, que le sirvió para crecer electoralmente en 2023 y consolidarse en los primeros meses de gestión, comienza a mostrar señales de hartazgo en amplios sectores de la sociedad.
La épica confrontativa, que buscaba justificar cualquier medida en nombre de la lucha contra “la casta” o levantar al kirchnerismo como el gran monstruo a vencer, empiezan a perder efectividad. Las promesas de recuperación económica no llegan y el shock de confianza anunciado por el Presidente se diluye en medio de tensiones políticas, parálisis legislativa y conflictos con los propios aliados.
¿Un punto de inflexión?
La crisis que atraviesa el gobierno no es definitiva, pero sí significativa. El desenlace dependerá de la capacidad (o voluntad) del Presidente para correrse de la lógica del enfrentamiento permanente y construir un mínimo consenso institucional que le permita gobernar.
Por ahora, Milei parece elegir el camino opuesto: vetar, judicializar, polarizar. Pero el poder real –territorial, legislativo, judicial y económico– le está marcando límites. La política no se rinde, el mercado empieza a dudar, y la sociedad, con su paciencia cada vez más erosionada, empieza a pedir respuestas.