El 13 de marzo de 2013, una figura inesperada apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro: Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano y jesuita, inauguraba una era distinta en la Iglesia Católica. Su primer gesto fue simbólico y definitorio: pedir la bendición del pueblo antes de bendecir. Desde entonces, su consigna fue clara y reiterada: “Todos, todos, todos”.


Por Antonio Muñiz.
Francisco, como eligió llamarse en honor a San Francisco de Asís, no fue un pontífice convencional. Optó por un papado austero, viviendo en la residencia de Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, y mantuvo una cercanía inusual con los más vulnerables. Su opción por los pobres y migrantes no fue solo un gesto discursivo, sino una reorientación pastoral que incomodó tanto a sectores eclesiásticos como políticos.
Un reformador en tierra hostil
El papa argentino impulsó profundas reformas dentro de una institución milenaria acostumbrada a la inercia. Rediseñó la Curia Romana con la constitución Praedicate Evangelium (2019), apostó por la transparencia financiera y enfrentó con valentía el escándalo global de abusos sexuales en la Iglesia. Organizó una cumbre histórica sobre el tema, impulsó protocolos más rigurosos y destituyó a cardenales implicados.
Pero sus cambios despertaron resistencias. El ala más conservadora del Vaticano, que lo acusó de “hereje” y “populista”, nunca aceptó del todo su visión pastoral centrada en la misericordia. La grieta eclesial se profundizó con documentos como Fiducia Supplicans, que habilitó la bendición de parejas del mismo sexo y otras uniones consideradas «irregulares» por la ortodoxia católica. La controversia alcanzó niveles de guerra doctrinal, con Francisco y el cardenal argentino Víctor “Tucho” Fernández como protagonistas de una renovación que avanza pese a los obstáculos.
La sinodalidad como método y mensaje
El Sínodo de la Sinodalidad, desarrollado en 2023 y 2024, fue el mayor experimento democrático eclesial en siglos. Bajo el lema de escuchar al pueblo de Dios, Francisco propuso una Iglesia que camine junta, que dialogue y reformule sus estructuras. En ese proceso, obispos latinoamericanos introdujeron temas urgentes del continente: pobreza, extractivismo, migración, y derechos de los pueblos originarios.
Este enfoque territorial y comunitario fue, para muchos, la consagración de una mirada verdaderamente latinoamericana y popular del cristianismo. Como destacó el teólogo Leonardo Boff, Francisco «reinventó el catolicismo desde la periferia».
Diplomacia, geopolítica y moral global
Francisco no solo fue un papa pastoral y reformista, también se convirtió en un actor geopolítico clave. Intervino en la histórica negociaciones para reestablecer las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, criticó duramente el sistema económico global —al que calificó de «una economía que mata»— y denunció los horrores de la guerra en tanto en Medio Oriente como en Ucrania.
Su enfrentamiento con Donald Trump por las políticas migratorias de EE.UU. reveló su compromiso con los derechos humanos más allá de las fronteras eclesiásticas. En tiempos donde muchos líderes se replegaron en nacionalismos, Francisco sostuvo un discurso global, humanista y crítico del capitalismo salvaje.
Un legado en cifras y documentos
Durante sus más de diez años de pontificado, Francisco visitó 66 países, escribió cuatro encíclicas y siete exhortaciones apostólicas. Laudato si’ (2015) y Fratelli tutti (2020) marcaron hitos en la doctrina social de la Iglesia, al proponer una ecología integral y una ética de la fraternidad universal.
La encíclica Dilexit nos (2024), centrada en el amor divino, y Laudate Deum (2023), continuación del enfoque ecológico, mostraron a un papa que no detuvo su impulso reformador hasta el final. Publicó libros, concedió miles de audiencias y dejó una huella profunda en creyentes y no creyentes por igual.
La herencia latinoamericana
Francisco nombró al 94% de los obispos argentinos y reforzó una Iglesia más comprometida con las causas populares. Su relación ambivalente con el peronismo, sus advertencias sobre el neoliberalismo y su constante llamado a cuidar a los descartados lo convirtieron en un referente incómodo tanto para el poder económico como para ciertos sectores eclesiásticos.
Murió el papa de la periferia, el que vino del Sur para recordarle al mundo que la fe no es una fórmula doctrinal sino un acto de amor, justicia y compasión. Con gestos sencillos y decisiones valientes, abrió puertas, incomodó a los poderosos y abrazó a los olvidados.
Su legado no cierra una etapa, sino que deja sembrado un camino: una Iglesia más humana, una política con conciencia social y un mundo donde la fraternidad no sea una utopía sino una urgencia. En tiempos de exclusión y violencia, su voz seguirá resonando como un llamado a la esperanza activa y a la construcción de un futuro con todos, todos, todos.